encontre este texto que debo compartir, no podia dejarlo ahi.... y ser tan egoista como para no compartirlo:
Voy a contarles algo que por muchos años he guardado en el más absoluto secreto. Nadie se imagina que estoy viva. Cuando se apaga la luz de la sala de máquinas y el último guardián se entrega al sueño vigilante, me pongo a pensar en el día transcurrido. Sé que sólo soy un montón de fierros y conductores eléctricos, ordenados por cierto, y que nadie creería que a fuerza de cargar hombres llenos de amor éstos me fueron entregando con cada latido de sus corazones la capacidad de vivir. Tengo sentidos. Puedo escuchar sus gritos nerviosos al repartir el material, ver la inquietud en sus ojos escudriñando el lugar de la emergencia y también oler el perfume a quemado con que suben al regreso. Creo que conozco a cada uno de ellos mejor que nadie.
La vieja Meche me conversa. Ya desvaría. Me ha contando repetidamente cada incendio que asistió. “Esos sí que eran incendios” su frase favorita. Ya se le olvidaron muchos nombres, rostros que se fueron y que nunca volvió a ver. Se siente superior a mí. Su mayor orgullo es haber sido la bomba de un mártir. Me habla del Pato constantemente. Me dice que está activa y que “bomberos muy jóvenes” la tripulan. Pobre. No entiende lo que es la Brigada.
Es cierto que nuestra tripulación casi siempre está compuesta por rostros juveniles, pero habitualmente un rostro surcado de arrugas también se hace presente para responder al socorro. Uno de estos hombres era Daniel. Daniel me confundía. Parecía no darse cuenta que la juventud tenía que dejarla partir. Lo veía correr por la escalera para alcanzarme antes de que yo saliera y, mimetizado con sus jóvenes compañeros de causa, se entregaba con frenesí al trabajo bomberil a pesar de sus años.
El miércoles 19 de octubre, sin poderlo imaginar, lo recibí en mi regazo por última vez. Aburrida miraba el tránsito de la tarde, cuando los timbres del Cuartel rompieron el silencio. Vi subir a Pablo a cargo, y a un grupo de jóvenes, entre ellos, al “joven” Daniel. Carlos me llevó rauda por Vicuña Mackenna y Argomedo. Cuando llegamos al lugar el enemigo se había apoderado de una gran estructura y el fuego y el humo dominaban los espacios. Mi voz resonó en la Central para dar inmediatamente la alarma de incendio. Me quedé muy cerca del lugar y pude ver el empeño con que cada hijo de la Heroica se entregaba al cumplimiento de su deber. Daniel colaboró en la armada y lo vi correr de un lugar a otro, analizando con su experiencia cada detalle. Al paso de los minutos, las fuerzas lo fueron abandonando. Le vi venir hacia mí con el rostro algo compungido y su piel brillando por el calor recibido. Cuando se apoyó en mi respiraba cansado, muy cansado. Un hombre lo alejó más tarde, sin yo saber que ese era el último adiós.
La Meche se dio cuenta que algo anda mal. Ha visto muchos rostros tristes y ha escuchado sollozar a más de alguno. Intuye que algo malo pasó. No me atrevo a decirle que ahora compartimos el mismo triste orgullo. Dejaré que siga sus días creyendo que es mejor que yo.
Voy a contarles algo que por muchos años he guardado en el más absoluto secreto. Nadie se imagina que estoy viva. Nadie sabe que cuando pasé frente a “mi mártir” para despedirlo por última vez, no eran mis contactos eléctricos los que generaban ese aullido de dolor, sino mi corazón desgarrado que lloraba por Daniel.
Texto extraido desde la pagina web de La Heroica, en honor a su Martir Daniel Castro Bravo.

Voy a contarles algo que por muchos años he guardado en el más absoluto secreto. Nadie se imagina que estoy viva. Cuando se apaga la luz de la sala de máquinas y el último guardián se entrega al sueño vigilante, me pongo a pensar en el día transcurrido. Sé que sólo soy un montón de fierros y conductores eléctricos, ordenados por cierto, y que nadie creería que a fuerza de cargar hombres llenos de amor éstos me fueron entregando con cada latido de sus corazones la capacidad de vivir. Tengo sentidos. Puedo escuchar sus gritos nerviosos al repartir el material, ver la inquietud en sus ojos escudriñando el lugar de la emergencia y también oler el perfume a quemado con que suben al regreso. Creo que conozco a cada uno de ellos mejor que nadie.
La vieja Meche me conversa. Ya desvaría. Me ha contando repetidamente cada incendio que asistió. “Esos sí que eran incendios” su frase favorita. Ya se le olvidaron muchos nombres, rostros que se fueron y que nunca volvió a ver. Se siente superior a mí. Su mayor orgullo es haber sido la bomba de un mártir. Me habla del Pato constantemente. Me dice que está activa y que “bomberos muy jóvenes” la tripulan. Pobre. No entiende lo que es la Brigada.
Es cierto que nuestra tripulación casi siempre está compuesta por rostros juveniles, pero habitualmente un rostro surcado de arrugas también se hace presente para responder al socorro. Uno de estos hombres era Daniel. Daniel me confundía. Parecía no darse cuenta que la juventud tenía que dejarla partir. Lo veía correr por la escalera para alcanzarme antes de que yo saliera y, mimetizado con sus jóvenes compañeros de causa, se entregaba con frenesí al trabajo bomberil a pesar de sus años.
El miércoles 19 de octubre, sin poderlo imaginar, lo recibí en mi regazo por última vez. Aburrida miraba el tránsito de la tarde, cuando los timbres del Cuartel rompieron el silencio. Vi subir a Pablo a cargo, y a un grupo de jóvenes, entre ellos, al “joven” Daniel. Carlos me llevó rauda por Vicuña Mackenna y Argomedo. Cuando llegamos al lugar el enemigo se había apoderado de una gran estructura y el fuego y el humo dominaban los espacios. Mi voz resonó en la Central para dar inmediatamente la alarma de incendio. Me quedé muy cerca del lugar y pude ver el empeño con que cada hijo de la Heroica se entregaba al cumplimiento de su deber. Daniel colaboró en la armada y lo vi correr de un lugar a otro, analizando con su experiencia cada detalle. Al paso de los minutos, las fuerzas lo fueron abandonando. Le vi venir hacia mí con el rostro algo compungido y su piel brillando por el calor recibido. Cuando se apoyó en mi respiraba cansado, muy cansado. Un hombre lo alejó más tarde, sin yo saber que ese era el último adiós.
La Meche se dio cuenta que algo anda mal. Ha visto muchos rostros tristes y ha escuchado sollozar a más de alguno. Intuye que algo malo pasó. No me atrevo a decirle que ahora compartimos el mismo triste orgullo. Dejaré que siga sus días creyendo que es mejor que yo.
Voy a contarles algo que por muchos años he guardado en el más absoluto secreto. Nadie se imagina que estoy viva. Nadie sabe que cuando pasé frente a “mi mártir” para despedirlo por última vez, no eran mis contactos eléctricos los que generaban ese aullido de dolor, sino mi corazón desgarrado que lloraba por Daniel.
Texto extraido desde la pagina web de La Heroica, en honor a su Martir Daniel Castro Bravo.