El Fuego Historia del fuego, incendios, extincion

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El fuego: (I) Los primeros tiempos



La lucha organizada contra el fuego es casi tan antigua como la vida misma. Comienza cuando el hombre primitivo, al observar que la lluvia sofoca el fuego del rayo en el bosque, deduce que es eficaz enfrentar elemento contra elemento. Y así une pieles de animales para transportar el agua de extinción que protegerá del incendio las viviendas del poblado. Esta prevención surge cuando el fuego se vuelve contra el hombre y su medio. El fuego, calor y bienestar, es también condenación. Su llama es alimento del hogar, pero igualmente puede ser destrucción y muerte. El hombre que en principio sintió terror ante el fuego, aprendió que ya dominado, por su misma posesión y proximidad, no debía sentir indiferencia hacia él.
Así, cuando estos pueblos primitivos descubren la agricultura y se sirven del fuego para despejar el bosque, deben evitar también que no se extienda peligrosamente y alcance los poblados. De la misma forma, cuando cazan, pescan o practican el pastoreo, y el viento esparce el fuego del hogar, se producen incendios, lo que implica un permanente control del mismo. Para la extinción, además del agua para combatir el fuego, se golpean y abaten las llamas con ramajes, o bien se cubre con tierra el fuego inicial. Son técnicas simples pero efectivas, empleadas durante siglos, que serán la base del conocimiento de la naturaleza del fuego, para aplicar después métodos más idóneos de extinción.
De los mismos tiempos proceden las primeras técnicas ignífugas de la historia. Cuando entre poblados rivales surge la guerra y el pillaje, se utiliza el fuego como arma y amedrantamiento. Para evitar la destrucción de las chozas, los defensores cubren techos y paredes con arcilla para protegerlas del fuego enemigo.
Con estos conocimientos objetivamente importantes en la lucha contra incendios, transcurre toda una época indeterminada en la vida de los pueblos indígenas que habitan la tierra llamada después Península Ibérica.
En otra época posterior de la historia, navegantes y aventureros procedentes del mediterráneo oriental, llegan a estas costas y establecen contactos con las tribus indígenas. De esta relación, las poblaciones autóctonas se benefician de culturas más avanzadas.
 

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El fuego: (II) Llegan los griegos


Entre los maravillosos conocimientos de los griegos, los pueblos del litoral mediterráneo se transmiten los mil fantásticos relatos de su rica mitología. Del fuego, considerado hasta entonces foco de impenetrable magia, era ahora calor sagrado y deificación por su comunicación directa con la divinidad. En Grecia, filósofos y místicos habían inflamado su alma poética en la llama sagrada del fuego vivo. El origen del mismo pueblo griego había surgido de la relación mítica con el fuego, a partir del momento en que Prometeo héroe y titán, se apiadó del destino humano y robó el fuego sagrado del Olimpo para entregarlo a los hombres y aminorar sus males, de entre los cuales el frío era el más cruel. Por este crimen fue castigado por Zeus, quien hizo encadenar al héroe a una solitaria roca del monte Cáucaso y un águila acudía a diario a roer sus entrañas, en una tortura sin fin.
Pandora había sido la primera mujer de la Tierra. Después del ultraje infligido a los dioses, Zeus encargó a Hefestos crear una mujer de hermosa figura, que poseyese suficientes encantos para arrastrar a la desgracia al género humano, vengando así el robo del fuego sagrado. Tras moldear con arcilla una joven mujer, Hefestos le dio la belleza de las diosas y le concedió vida e inteligencia. Con el nombre de Pandora descendió a la tierra y tal como le había ordenado Hefestos, abrió la caja encomendada que contenía todos los males y la vertió sobre el mundo. Cuando la volví ¿) a cerrar, sólo quedaba en el fondo la esperanza".
Hefestos, dios del fuego, había sido concebido por su madre sin el concurso de un principio masculino. Hesta era diosa del fuego en el hogar y Heracles dios muy venerado, era famoso por su fuerza y hazañas, entre las que se contaba la liberación de Prometeo encadenado.
Sobre el fuego, había que recordar historias de otros tantos pueblos distantes en el mar. Pero todas eran simples fábulas, comparadas con la verdad helena.
 

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El fuego: (III) El fuego en el pensamiento antiguo

El fuego fue considerado desde los primeros tiempos de la filosofía griega, uno de los cuatro elementos de que estaba formado el Universo; tierra, agua, aire y fuego. El estudio de los filósofos anteriores a Sócrates, sobre el misterio de la naturaleza, les indujo a buscar la unidad primitiva de toda la multiplicidad cósmica y entre ellos estudiaron los cuatro elementos

Mientras Tales daba por seguro el "agua", Anaxímedes se inclinaba por el "aire" y Heráclito de Éfeso defendía como elemento primitivo al "fuego". Según Heráclito, el fuego poseía todas las características del principio explicativo físico del devenir. "Siendo todas las cosas por esencia, imitación o cambio, nada como el calor puede darnos idea de la coincidencia del ser y del no ser; las variaciones de su intensidad, producen los cambios de estado físico en los cuerpos; el calórico es condición de la vida, que oscila entre límites determinados por la capacidad de resistencia del ser viviente; el fuego es el símbolo por lo menos de una energía presupuesta por los otros tres elementos; aire, agua y tierra.
El proceso cósmico, además, es concebido como una alternativa de enfriamiento, solidificación o muerte y de calor fluidez y vida". La concepción de Heráclito sobre el origen del Universo, significó un profundo análisis en la filosofía natural de los pensadores griegos, en los siglos siguientes.

En 1979, las investigaciones de Arno Penzias y Robert Wilson, premios Nobel de Física (1978), les llevó a la conclusión de que una "gran hoguera "fue el origen del Universo.

Este descubrimiento evidencia el "murmullo" de la gigantesca explosión, que se produjo en el origen del mundo y que se ha recogido por primera vez en la historia, mediante mecanismos especiales.
 

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El fuego: (IV) La invasión romana

A mediados del siglo VI a. de C., renace la antigua rivalidad comercial fenicio-griega. Los helenos que utilizan ahora naves guerreras mucho más rápidas, hacen tambalear el equilibrio comercial marítimo y la pugna termina en guerra.
Una sola batalla naval frente a Alalia en Córcega (535 a. de C.) supone la derrota griega y la pérdida consiguiente del tráfico comercial con Tartessos. Cuando en el verano del año 218 a. de C., un ejército romano al mando del general Cneo Escipión, inicia la conquista de Hispania en Ampurias (Gerona), con el fin de contrarrestar la acción cartaginesa (segunda guerra púnica), el reino de Tartessos ya había desaparecido. En cuanto a las tribus ibéricas, dispersas por la amplia geografía hispana y faltos de unidad política, favorecieron la penetración romana. Sin embargo, gestas como las de Viriato y resistencias como las de Numancia, figuran entre las batallas más cruentas que tuvieron que soportar las legiones imperiales, antes de imponer la romanización.
La presencia del pueblo imperialista más grande de la antigüedad, representó frente al espíritu tribal indígena, un sentido de unidad territorial y poco a poco fueron olvidándose las respectivas lenguas hispanas, adaptándose el latín y los cultos romanos. Hispania fue una provincia más del Imperio que no se diferenciaba de las restantes romanas. Tropas peninsulares se enrolaron en las legiones imperiales, participando en nuevas conquistas y tres hispanos fueron emperadores; Trajano, Adriano, y Teodosio. Con la extensión de la ciudadanía, el derecho romano se convierte en legislación común y se infunden sus principios a las legislaciones locales. Ciudades como Tarraco (Tarragona), Caesaraugusta (Zaragoza), Itálica (en la Bética), Eméritaugusta (Mérida), Barcino (Barcelona), etc., estuvieron dotadas al igual que Roma y otras provincias imperiales de los servicios públicos más importantes. De esta forma, los cuerpos organizados de vigiles o bomberos, se establecieron en Hispania.
 

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El fuego: (V) El imperio se organiza contra el fuego

En el 430 a. de C., Atenas y otras ciudades del mundo heleno, tenían nyctophytakes o guardias nocturnos que efectuaban rondas y daban la alarma al producirse un incendio.
Egipcios y hebreos tuvieron un servicio semejante en sus principales poblaciones y en Roma durante la República, existía una guardia nocturna de esclavos en previsión de incendios, adscritos a la "Familia Pública", y al mando de magistrados especiales con el nombre de
Tresviri Nocturni al principio y después de Decembiri Nocturni o ediles incendiorum extinguedorum.

Roma. en el centro del mundo antiguo los sistemas de combate de incendios, eran sumamente rudimentarios, suponemos que se colocaban esclavos por lo general soldados enemigos capturado por las legiones, en zonas estratégicas de la ciudad armados con balde y agua por supuesto estaba adscritos a la ” Familia Pública” y a las órdenes de magistrados llamados Tresviri Nocturni. .luego en el año 70 AC +-Marco Licinio Craso vio un gran negocio en los Incendios organizo primer un “Servicio contra Incendios de Roma”. y paralelamente brigadas de “incendiarios”,no lo hacía precisamente de forma desinteresada, porque cuando un edificio se presentaba en el lugar y no daba la orden de poner en funcionamiento las bombas de agua que llevaba para apagar el incendio hasta que el propietario del inmueble no se lo vendía, en condiciones, lógicamente, muy ventajosas. ideó el negocio de comprar edificios cuando estaban ardiendo y aquellos adyacentes que estuviesen en peligro. o y luego los reparaba y arrendaba. eso le duro hasta que los Partos lo invitaron a tomar el Te.el 53 AC de alli viene el Craso error.


El año 27 AC Marco Ignacio Rufo, un Edil de alto prestigio y visión de bien común crea las primeras compañías compuestas por 600 esclavos acusado de sacar provecho político del servicio, debió abandonarlo fue encarcelado y ejecutado por Augusto del que era casualmente rival político ¿raro no? Augusto, que no era tonto, tomo la idea continuo con el esquema del Difunto MARCO IGNACIO RUFO Se componía de 600 esclavos a los que llamaban Vigiles.




En el año 22 a. de C., y reinando Augusto, un grave incendio en Roma impulsa al Emperador a organizar una verdadera milicia. Aumenta el número de esclavos a 600 y los confía a un praefectus vigilum. En el año 6 d. de C. Roma requiere como ciudad, la reestructuración de sus servicios públicos y Augusto reorganiza el Cuerpo de vigiles, ampliándolo a 7.000 hombres. Ordena dividir Roma en 14 distritos y se crean siete áreas de protección. A cada área se asigna una cohorte de mil vigiles y cada cohorte es a su vez dividida en diez centurias. Respecto a oficialidad, cada cohorte estaba a las órdenes de un tribuno y todas ellas al mando del praefectus vigilum. Los vigiles eran ahora libertos y aunque no soldados, se les consideraba una fracción del ejército permanente, pero no podían ser inscritos ciudadanos romanos. Por la lex Visellia, en el año 24 d. de C. se les concede el derecho de ciudadanía, al cabo de seis años de servicio como bomberos.
En tiempos de Trajano, el praefectus vigilum tenía como ayudante a un subprefecto y seguían en orden jerárquico, diez tribunos, cien centuriones, cien vexillarii (sargentos o cabos), y tras estos, los bomberos encuadrados en las distintas especialidades. Respecto a Parques o cuarteles, en los primeros tiempos se habilitaron, residencias particulares, hasta que se dispuso de stationes. Parques amplios de gran comodidad y cierto lujo, con viviendas para los bomberos, que disponían además de piscina y gimnasio para el buen mantenimiento físico de los hombres.
Los bomberos romanos se jubilaban tras veintiséis años de servicio, con una pensión económica asignada según su categoría. Estaban considerados entre la élite de las fuerzas romanas, que equivalía a un rango social superior dado el prestigio que el Cuerpo llegó a alcanzar.
 
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El fuego: (VI) Los primeros bomberos

Los primeros bomberos de la historia fueron esclavos adscritos a la " Familia Pública" y a las órdenes de magistrados llamados Tresviri Nocturni.

Las funciones básicas en la lucha contra el fuego, corrían a cargo de los medicii, vexillarii, siphonarii, aquarii, centonarii, emitularii y sebaciarii. Los medicii en número de cuatro por cohorte, auxiliaban a los accidentados en el curso de los trabajos de extinción; los vexillarii eran los porta insignias de los vigiles, pues como el Cuerpo no era de formación regular no poseía signa sino vexilla (una por centuria); los siphonarii tenían a su cargo la manipulación de los siphos o bombas; los aquarii eran responsables del suministro de agua a las bombas, los centonarii tenían la misión de la colocación y mantenimiento de centones (cubiertas de lana que empapadas en agua servían para sofocar los conatos de fuego); los emitularii se ocupaban del salvamento de personas y tendían colchones especiales para rescatar a los que se arrojaban por las ventanas, escapando del fuego. En cuanto a los sebaciarii, auxiliares del Cuerpo, su cometido era facilitar el alumbrado necesario en tareas nocturnas de extinción, ya que tenían a su cuidado el mantenimiento del alumbrado público en general de la ciudad.

En material complementario los vigiles disponían de escaleras (
scalae); cubos (amae) (fabricados de soga tejida y entrelazada); arpones o garfios (porticae); hachas (dolobrae); esteras (formionae); escobas de pala (securae); esponjas (spongiae), y otros útiles de menor importancia. Igualmente, cada cohorte disponía de mayor o menor número de siphos, según la importancia o especial riesgo de su demarcación.
El origen del casco de bomberos como parte del equipo personal, se remonta al más antiguo Cuerpo de Bomberos romano.
En cuanto a la potestad jurídica de los Cuerpos de bomberos, el praefectus vigilum tenía facultad de juez para juzgar cualquier acto punible relacionado con los siniestros y cuando un incendio se sospechaba intencionado, el Prefecto administraba justicia ordenando una serie de latigazos o la cárcel, según la importancia del acto. De la misma forma, se aplicaban castigos cuando se dictaminaban negligencias o descuidos y cuando un carruaje obstruía el libre tránsito de los bomberos, el Prefecto ordenaba su arresto con juicio inmediato. El jefe del servicio era seleccionado generalmente por el Emperador entre la aristocracia romana y uno de los prefectos de mayor renombre en aquella época fue Aeneas Cyrenus, de glorioso recuerdo.
Esta primera gran organización contra incendios de la historia, considerada modelo para su tiempo, no se centró únicamente en Roma. Las principales provincias del Imperio contaron también con este importante servicio. Desde Bitinia en Asia Menor hasta Britania, al otro extremo de Europa, hubo Cuerpos de vigiles en Grecia, África, Galias, Hispania, etc. Inscripciones en piedra, historia escrita, restos arqueológicos y otros datos fehacientes, han plasmado con exactitud este importante tipo de organización en la vida del pueblo imperialista más grande de la antigüedad.
La primera instalación fija de extinción de incendios, la cita Cicerón en su correspondencia. "Se penden de los techos tinajas con agua y al menor conato, se hacen descender y se vierten sobre el fuego".
 

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El fuego: (VII) El cuerpo de bomberos en Hispania (1ª)

El incendio de Numancia fue en tiempos de la conquista romana, uno de los más grandes siniestros de la España antigua. Los numantinos asediados por las legiones de Roma, mantuvieron en su ciudad una resistencia tan heroica como prolongada (143-133 a. de C.) y cuando al fin sucumbieron, antes de entregarse al enemigo, decidieron quitarse la vida empleando el fuego y el veneno. Al entrar en la ciudad, los romanos sólo hallaron desolación y muerte. Los cadáveres en número aproximado de 6.000, se amontonaban en las calles y entonces incendiaron Numancia por los cuatro costados. Tras el incendio, sólo quedaron en pie los muros que rodeaban la ciudad.

En 26 a. de C. llega personalmente a España el emperador Augusto, para terminar en el norte con la guerra cántabra y completar la pacificación del país. Roma necesitó 200 años para asegurarse la posesión de esta Península, mientras que para la Galia habían bastado 7 años (191-184). Tras permanecer un tiempo en la zona noroeste hispánica, Augusto reside durante más de un año en Tarraco convaleciente de una enfermedad. Así la ciudad ibérica se convierte por un tiempo, en la capital del Imperio.

Con la pacificación, llegan gran número de ciudadanos romanos atraídos por las riquezas de la Península y se establecen aquí con sus familias. La abundancia mineral del subsuelo desafía cualquier competencia y las minas más importantes se las reserva el Estado adjudicando el resto a particulares. El primer censo romano (siglo I a. de C.) calcula a Hispania unos 6 millones de habitantes, que alcanzaría los 9 millones en el siglo IV. Los núcleos de población próximos al litoral, son los más poblados, al contrario de las zonas interiores de la meseta donde hay una menor penetración de influencias exteriores.

Al igual que en Roma, el fuego del hogar es ahora centro y culto de la casa en las principales ciudades, cuya diosa protectora es Vesta (gr. Hestia). En Roma, el Templo de Vesta era considerado el santuario protector del hogar y del Estado y se levantaba en el Foro, del que todavía se conserva en parte. En el templo de Vesta ardía noche y día el fuego sagrado, mantenido a perpetuidad por las "vestales", sacerdotisas que habitaban en el Atrium Vitae junto al templo. Era tan importante y sagrada la conservación del fuego, que si por cualquier negligencia llegaba a consumirse completamente, era considerado signo funesto para el Estado. La vestal culpable era castigada por el Pontifex Maximus
que ordenaba azotarla hasta morir. El fuego volvía a avivarse en una especie de ceremonia, por frotamiento de un palo contra una tabla de madera. Sin embargo, las vestales gozaban de un alto prestigio y por la calle, incluso el cónsul les cedía el paso. Si un condenado a muerte se cruzaba con una vestal camino de la ejecución, se le conmutaba la pena inmediatamente.
 

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El fuego: (VII) El cuerpo de bomberos en Hispania (2ª)

En el siglo I d. de C. aparece un Cuerpo de vigiles en Tarraco, al estilo de Roma. Sin embargo, el número de hombres es reducido, unos 300 y el de "
siphos" una decena. Al margen del incendio, las principales funciones de estos primitivos bomberos, consiste en la vigilancia nocturna de la ciudad, apostándose a intervalos en la muralla alta frente al mar y desde allí otear posibles incendios. En los baños públicos y días de mercado, hay retén de bomberos.

Al igual que en fiestas o en conmemoraciones, se establecen "cordones" de prevención en los dos templos y otros lugares públicos concurridos. El Municipio velaba a través de los vigiles el cumplimiento de las Ordenanzas contra incendios y todas las viviendas debían protegerse por sus dueños, colocando tinajas de agua en el zaguán de las mismas. Los bomberos también efectuaban rondas diarias al atardecer, para comprobar que estuviesen llenas de agua hasta los bordes. Tito Livio narra un primer incendio que se registra en Tarraco y ocurre en el puerto. Un navío que debe zarpar para Roma al día siguiente, se incendia durante la noche. Los esclavos que duermen en cubierta, se lanzan al agua y nadan hacia la orilla, sin hacer nada para sofocar el fuego. El fulgor del incendio en la noche, ilumina no sólo el teatro junto al puerto, sino que se eleva hasta la ciudad alta, con sus construcciones monumentales en tres terrazas superpuestas, una sobre otra; abajo el circo, en el centro el foro y el palacio, y arriba los dos templos. El incendio ha sido provocado, no hay duda y Tito Livio que ya ha escrito sobre las costumbres agrestes y salvajes de la raza ibérica ahora las ratifica.
Respecto a otra ciudad hispánica, la colonia Julia Augusta Faventia Paterna Barcino, núcleo romano de la Barcelona actual y parte de cuyas ruinas en el subsuelo de la plaza del Rey muestran un aceptable estado de conservación, pueden verse aún grandes tinajas, algunas de las cuales debieron ser utilizadas para cumplimiento de las Ordenanzas contra incendios de la época. Barcelona tuvo su máximo esplendor durante el siglo II d. de C. Su población se calculaba en 15.000 habitantes y poseía una vida activa.
Tenía un templo monumental de época augustea, foro, termas y posiblemente también teatro y circo.
Aunque los acueductos se construían para el abastecimiento de agua a las nuevas poblaciones, tenían otros usos importantes, como el de proveer agua para extinción de incendios.
Publio Cornelio Tácito y Tito Livio, fueron dos historiadores romanos a los que se debe el conocimiento de las más primitivas organizaciones contra incendios, así como de los más grandes incendios y siniestros de la historia antigua
 

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El fuego: (VIII) El agua y el fuego

El agua ha sido en todos los tiempos elemento indispensable para combatir el fuego y para los romanos, era primordial su proximidad al fundar las ciudades; en España la colosal arquitectura de los acueductos lo justifica. Los acueductos de Segovia, Tarragona o Mérida perfectamente conservados, son obras maestras de la ingeniería romana. Construidos para abastecer de agua a las poblaciones, tenían otros usos importantes como el suministro de agua para extinción de incendios, siendo las cisternas y aljibes los primitivos depósitos.
El acueducto de Segovia tenía 728 m., una altura de 28,90 m. y 5,20 m. de ancho. Su construcción a base de sillares de granito seco tenía 16 kilómetros de canalización, transportando el agua a la ciudad desde el río Acebeda. En aquellas otras colonias o ciudades con escasez de agua, como en el caso de Emporiae (Ampurias) los
impluvium centrales de las casas sustituían a las tinajas que las leyes contra incendios prescribían. En cuanto al fuego, y desde tiempos de la ciudad griega o "neápolis", un cuerpo de vigiles adscritos a la milicia, mantenía la guardia nocturna en los baluartes. Si bien, la misión principal era detectar movimientos de sorpresa por parte indígena, vigilaban asimismo desde sus puestos, cualquier conato de fuego en la ciudad.
En Roma, aparte de la red del suministro público, había pequeñas presas en ciertos puntos de la ciudad que embalsaban agua del Tíber. En tiempos de Caracalla, los vigiles almacenaban agua del Ebro en Caesaraugusta ramificada hacia grandes depósitos alrededor de la población. Depósitos y embalses significaban agua abundante y continua, sobre todo en periodos de sequía. Todos aquellos artesanos que disponían para su trabajo de aljibes y cisternas, tenían la obligación de cederla cuando la necesitaban los bomberos.
Los bomberos debían conocer toda disponibilidad de agua en su demarcación y se partía siempre de los lugares más fáciles de obtener como también más cercanos al fuego. Asimismo, según la importancia del incendio, se acudía a los de mayor o menor suministro. Igualmente en épocas de estiaje, se daba preferencia al agua de pozos, con caudales más constantes que otros cursos de agua. En poblaciones importantes, el agua que precisaban los bomberos era establecida por los "
prefectos", según cálculos sobre características, tipo de edificación y perímetro de las ciudades. En aquellas que contaban con redes de suministro, se tenían en cuenta los caudales para los bomberos.
Hasta la invención de la manguera en el siglo XVIII, el cubo fue el único medio de hacer llegar agua a las bombas o directamente al fuego. Por ello, estos cuerpos precisaban de gran número de hombres que se pasaban los baldes de mano en mano. Los
acuarii eran siempre la sección más numerosa de los cuerpos de vigiles. En principio los cubos fueron de soga tejida y entrelazada y posteriormente se usaron de madera y cuero.
 

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El fuego: (IX) El gran incendio de Roma

A primeros de agosto del año 64, corre la voz por la Península de que un gran incendio ha destruido Roma. Las primeras noticias llegadas a Tarraco, Eméritaugusta, Hispalis y otras ciudades son alarmantes. Nadie acierta a comprender exactamente qué ha ocurrido, pero la tragedia ha sido importante por cuanto la navegación marítima ha quedado interrumpida y ninguna nave llega de Roma. Los cónsules están preocupados y se visitan unos a otros en sus respectivas ciudades en busca de noticias. Se entrevistan posteriormente con los
legati augusti (legados del Emperador). El de Tarraco decide enviar emisarios a Roma. Unas semanas después volvería la normalidad a los puertos de la Península y las naves romanas reemprenderían el comercio activo. Las noticias llegadas del Imperio dan fe que el incendio de Roma ha sido verdaderamente una catástrofe.
Había sucedido al atardecer del 18 de julio, al parecer provocado por los cristianos, en venganza por las persecuciones de que son objeto. Se cuenta, que el siniestro había afectado a las tres cuartas partes de la ciudad y a pesar de que los bomberos habían luchado contra el fuego desde el primer momento con todos sus efectivos, los
siphos se habían visto impotentes para dominar las llamas.
Las tinajas con agua en el atrio de las casas prescritas por la ley, habían resultado totalmente inútiles. Dada la magnitud del incendio, el fortísimo calor había incluso evaporado el agua almacenada. Ante la inutilidad de sus esfuerzos, los bomberos se habían dedicado al salvamento de personas, pues muchas habían quedado cercadas en sus propias casas. El día ventoso había propagado el fuego peligrosamente. El incendio había comenzado en la parte del Circo Máximo, contiguo al Monte Palatino, donde estaba instalado el mercadillo de los feriantes. Desde allí, el viento había extendido el fuego a todas partes.

Este suceso conmovería durante mucho tiempo las principales ciudades de la Península, sobre todo las del litoral. Más tarde se sucederían las cábalas con cien versiones distintas, llegando incluso a responsabilizar del incendio al emperador Nerón, del que se decía haberlo ordenado para construir una nueva ciudad sobre la vieja, repleta de calles tortuosas, edificios de pésimo gusto y lúgubre en general. Lo cierto es, que hay que rechazar la responsabilidad tanto de Nerón como de los cristianos, a pesar de las leyendas. Nerón se sirvió de este hecho, para lanzar una feroz persecución contra ellos, en la que según la tradición encontraron la muerte los apóstoles Pedro y Pablo.
 

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El fuego: (X) El incendio se convierte en negocio


El incendio de Roma aguza el ingenio a otros. Un joven centurión llamado Marco Julio Arpino de la legión IV Macedonia y de guarnición en Cantabria, conoce en Caesaraugusta (Zaragoza) a una joven de la ciudad, Marcia Faventina. Se licencia de la milicia y se casa con ella. El padre posee un taller de calderería, pero Marco se cansa pronto de las estrechas paredes del obrador y decide emanciparse. El incendio de Roma tres meses antes y el fuego ahora en la casa de un vecino, le proporcionan la idea. La casa ha quedado medio derruida pero está bien situada, el vecino la abandona y Marco la compra por poquísimo dinero, luego con otro poco prestado la restaura, la vuelve a vender y obtiene un beneficio.

Así empieza un negocio que con el tiempo hará rico a Marco Julio Arpino, pero como no hay incendios todos los días en Caesaraugusta, Marco marcha en busca de nuevos horizontes. De esta forma ramifica su negocio hacia Tarraco, Barcino, y más tarde a Hispalis, Córduba, Eméritaugusta y más allá hasta Scallabis (Santarem) situada en Portugal. De esta forma, el antiguo centurión se hizo notoriamente rico con este ingenioso negocio de incendios. Finalmente ya adinerado, embarca con su familia hacia Roma, con objeto de proseguir su negocio en la capital del Imperio.
Trajano emperador (98-117) había nacido en la ciudad de Itálica en Hispania, al igual que Adriano su hijo adoptivo que le sucedería como emperador. Trajano había sido el mejor general de su tiempo y cuando gobernó lo hizo con acierto y firmeza, mereciendo el sobrenombre de "Padre de la Patria". Sin embargo, como español fue muy romanizado y tuvo muy poco en cuenta sus orígenes.
Años más tarde, un voraz incendio destruye el teatro romano de Mérida. Adriano, emperador (117-138) nacido en Roma pero hijo de españoles (su madre gaditana) y con más afecto por los asuntos de España que su antecesor Trajano, ordena reparar el teatro de Mérida, construido en 18-16 a. de C. siendo cónsul por tercera vez Marco Agrippa, tal como puede leerse aún hoy en una inscripción. Perfecciona los Cuerpos de vigiles y los proporciona a aquellos Municipios que aún no los poseían. De esta época, ciudades menores como Hispalis (Sevilla), Cartago Nova (Cartagena), Illerda (Lérida), Gades (Cádiz), Lucus (Lugo), Astigi (Ecija), Asturica (Astorga), etc., disponen ya de vigiles o bomberos.
Estos servicios estaban a cargo de los respectivos municipios, a su vez bajo la jurisdicción del gobernador de la provincia. El gobierno municipal era regido por los "comicios" o asambleas de ciudadanos reunidos por "curias". La "curia" o "senado" municipal, estaba a su vez formado por "decuriones" en número variable según la importancia del municipio. Entre las actividades administrativas propias de los bomberos figuraba la confección de un informe semestral con la relación de los servicios efectuados; Causas y naturaleza de los mismos y si eran “directus” o "indirectus" fuesen incendios o servicios varios. Este informe era entregado por el Prefecto a uno de los magistrados duumviri y una vez enterados éstos, se elevaba al gobernador. Los bomberos hispánicos, no sólo tenían la ciudad bajo su jurisdicción, sino que la civitas también comprendía una extensión de territorio circundante o próximo, aunque en los incendios forestales, la extinción de los mismos quedaba descartada.
Los bomberos hispanorromanos prestaban infinidad de servicios, algunos poco acordes con la idiosincrasia profesional. Casi al final de la dominación romana, se hallan vigentes en Hispania servicios del más variado signo; represión de la mendicidad, recaptura de animales que se transportaban desde Roma para las fiestas en los anfiteatros y que lograban escapar de sus jaulas, etc., son servicios tan adicionales como poco profesionales. En Roma esto no sucedía.
En cierta forma, los bomberos participaban también en las actividades de la religión. El romano, pueblo piadoso, era consciente de la intervención en todos los conceptos de la vida, de fuerzas superiores y distinguía de los dioses, aquellos procesos de la Naturaleza que por su carácter insólito, perturbaban las relaciones de los hombres con la divinidad. El incendio era uno de ellos, al igual que tormentas, terremotos, inundaciones y volcanes. Las épocas de calamidad pública, eran seguidas por acciones especiales en el culto, celebrándose rogativas públicas (supplicationis) acompañadas en ciudades mayores por los bomberos y cuando finalizaba el tiempo aciago, se ofrecían sacrificios en acción de gracias (gratulationis) y a menudo se unían votos.
Hacía la segunda mitad del siglo III, un periodo de anarquía militar ensombrece el Imperio. Pocos años después, sucesivas invasiones de francos y alemanes provocan crisis sociales de importancia. En España, estos invasores que penetran por los Pirineos, saquean e incendian a su paso. Algunas ciudades vuelven a resurgir penosamente. En el año 409, otros pueblos germánicos; alanos, suevos y vándalos invaden nuevamente la península por el Pirineo Oriental recorriendo todo el país a través de las magníficas vías romanas y arruinando en todas partes las estructuras sociales de Roma.
Tras estas hordas, llegan los godos como aliados de los romanos y al mando de Ataulfo, ocupan la Tarraconense, más tarde convierten a Barcino en su centro y corte. Sustituyen a las escasas legiones romanas de este período y ponen fin a la anarquía que impera. En 476 d. de C. los visigodos se establecen definitivamente en Hispania.
El Imperio Romano de Occidente muere también en Roma. Su último emperador (476) es Rómulo Augústulo, destronado por el bárbaro Odoacro.



Nota:

En 60 a.C. se constituyó una alianza política en Roma, llamada Primer Triunvirato, formada por Pompeyo, Julio César y Craso. Los dos primeros aportaban su prestigio ganado en el campo de batalla y Craso aportaba… ser el hombre más rico de Roma. Entre los múltiples negocios en los que Craso se embarcó los hubo legales, ilegales y miserables, como hacer negocio con los frecuentes incendios de la urbe. Craso creó un cuerpo de bomberos privado que, lógicamente, acudían a sofocar los incendios pero, y aquí está el negocio, sólo intervenían cuando los propietarios de los inmuebles afectados aceptaban venderle su propiedad a Craso. Claro está que a un precio irrisorio. Ante la disyuntiva de quedarse sin nada o aceptar unos cuantos sestercios y poder recuperar parte de sus bienes, firmaban la venta. Los bomberos sofocaban el incendio y Craso adquiría terrenos donde construir nuevos edificios a bajo precio. Incluso se pensó que también tenía un cuerpo de pirómanos.
 

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El fuego: (XI) Los primeros equipos contraincendios


historia del fuego, incendios, extincion

A finales del año 340 a. de C. un ingeniero y mecánico griego discípulo de Arquímedes, y de nombre Ctesibios, que vivió en Alejandría en tiempos del reinado de Ptolomeo Philadelfo, inventa la bomba impelente. Esta bomba descrita con todo detalle por Vitruvio, tratadista romano (siglo i d. de C), y designada con el nombre de ctesibica machina en su tratado "De Architectura" (libro X, cap. VII), se considerará siglos más tarde el primer ingenio en la historia de los Cuerpos de Bomberos. Vitruvio no fue el único en describir la bomba de Ctesibios, ya que Filón de Bizancio (finales del siglo in) también mencionó este invento en uno de sus libros (Belopoika; IV, 77).
Frente al rigor histórico, quizás existiesen otros ingenios anteriores a la
ctesibica machina ya que reconocidas otras culturas y civilizaciones más antiguas (Babilonia, Egipto, etc.) resulta fácil aventura que poseyeron también máquinas para combatir incendios. Al margen de esta incógnita, aparecen ciertos aparatos rudimentarios (440 a. de C.) en inscripciones atenienses. Uno de ellos, fabricado con lona e intestinos de buey, consistía en una especie de saco en forma de recipiente y los intestinos servían de manguera. Este sistema funcionaba trasladando el saco con agua al lugar del fuego y allí se acoplaba la "manguera" a la boca del saco. Mientras varios hombres hacían presión sobre el saco, otro dirigía la "manguera" hacia las llamas, enviando el agua impulsada a través del conducto. Sin embargo, este método no se vuelve a mencionar más, lo que hace suponer que no debió dar buenos resultados.
Posterior a la máquina ctesibica, aparece a finales del siglo I a. de C. otro tipo de bomba, cuyo inventor es Herón, matemático y mecánico y como Ctesibios, natural de Alejandría. Descrita en su obra Pneumática (I, 28) como bomba de extinción de incendios, seguía con algunas diferencias, los principios de la bomba de Ctesibios. La máquina inventada por Herón, consistía en dos pistones de bronce conectados a una única salida. Los cilindros se acoplaban a una base de madera, que se sumergía en el agua. La máquina ctesibica consistía en una bomba de doble acción que a través de su función manual, lanzaba chorros de agua desde la máquina, al fuego. Estas bombas representaron en su tiempo un importante avance técnico, pues al proyectar agua a mayores alturas, el fuego en edificios no hubiese sido posible combatirle con éxito por ningún otro medio.
A partir del siglo I d.de C. se generaliza el uso de estas máquinas denominadas,
siphos, en los cuerpos de vigiles o bomberos del Imperio y el célebre jurisconsulto Ulpiano (170-228) menciona a los siphos en el "Digesto" (recopilación de leyes) en tiempos de Caracalla, como "Instrurnentos" que deben encontrarse obligatoriamente en edificios principales y, en el momento de su venta, como útil para extinción de incendios. Parece ser que los siphos se utilizaron también en la guerra, pues se han encontrado numerosos testimonios de la época bizantina del empleo de la bomba de Herón para proyectar petróleo sobre naves, enemigas y prenderles después fuego.
Cuando mil novecientos años después, Anton Platter, un orfebre de Augsburgo en Alemania, inventa una "jeringa a agua" destinada a combatir incendios, tiene la completa convicción de que es la primera máquina de la historia, ignorando que diecinueve siglos antes, un mecánico griego de Alejandría, ya había inventado la bomba aplicada a la extinción de incendios
 

Nacho

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El fuego: (XII) El fuego en la Edad Media (1ª)


historia del fuego, incendios, extincion
La invasión de la Península por sucesivas oleadas de pueblos germánicos caracteriza el comienzo de época medieval. Al mismo tiempo que cambia el panorama histórico, se arruina la estructura administrativa romana y, toda manifestación de su cultura. Cesan o desaparecen las organizaciones de Hiffles en las ciudades y cuando la capital de España pasa a Toledo reinando el visigodo Leovigildo (571-586), hay un intento de dotar a esta ciudad de un cuerpo de vigiles que no llega a materializarse. A partir de aquí, la lucha contra el fuego quedará relegada al olvido, hasta transcurrir exactamente mil años.
Por esta época, se dan en España los primeros brotes de feudalismo. La forma de vida visigoda de predominio rural favorece el sistema que con el tiempo hará disminuir el poder real, beneficiará la nobleza y, en otro aspecto representará una peculiar visión de enfrentarse a las calamidades públicas, entre en las que el incendio será la más frecuente. El hombre observará el fuego desbordado como un daño inevitable y, contemplará la destrucción con signo fatalista, sin hacer absolutamente nada para remediarla. El convencimiento de la inutilidad de todo esfuerzo en combatir el fuego, se patentiza en casos muy específicos, como el del gran incendio de Barcelona en julio del año 985. Durante tres días y sus noches, la ciudad ardió por los cuatro costados y aunque la población se mostró pasiva, convencida de que nada podía hacerse para atajar el fuego, hubiese sido posible evitar la total destrucción de la ciudad. En unos documentos del año 989. Cuatro años después de la tragedia y referente a la venta de unas propiedades, se hacía constar lo siguiente: "
...in suapotestate quando Barquinora interit..." que significaba "cuando Barcelona murió".
En los primeros tiempos del cristianismo, fue muy venerado en España, san Juan Crisóstomo, padre de la Iglesia y por su elocuencia (347-407). Era tan entusiasta de la lucha contra el fuego, que muchas veces olvidando el carácter espiritual de sus pláticas en el templo, mezclaba consejos de prevención contra incendios: "
...el cubo de agua no debe lanzarse al fuego con ímpetu pues muchas veces sólo se consigue esparcir las llamas. De la misma forma si alguna vez nos rodea el fuego lo primero que hay que hacer es apretar los labios, pues se resiste el fuego más tiempo que si tenemos la boca abierta…"
La Edad Media se caracteriza por toda una época insegura de circunstancias adversas, que hacen mella en la propia seguridad de la existencia. Son tiempos difíciles en que las guerras, continuas, la miseria y la peste, dan golpes de ciego por toda Europa. La ignorancia y la superstición determinan ahora conductas y no es de extrañar que para explicar la peste, el hambre o el incendio, se recurra a la mala reputación de Marte, que el alumbramiento de una criatura deforme o monstruosa y, un parto de más de dos gemelos, se crea obra de ayuntamientos bestiales o diabólicos y que resurja el uso de talismanes o amuletos junto a la brujería. Cualquier fenómeno meteorológico destacado, se ve portador de funestos presagios y la peste que de una parte a otra asola a España, es obra de endemoniados que embrujan las aguas. La mirada sobre un tuerto, el aullido de un perro en la noche, el vuelco del salero, los cuchillos cruzados y el grito de la lechuza, son signos de desgracia. Al fuego se le atribuyen virtudes adivinatorias, purificadoras y de exorcización de malos espíritus y sus prácticas mágico-religiosas vigorizan el acto con sólo añadir leños a la lumbre.
Tanto el incendio como las epidemias, van al encuentro del hombre en la Edad Media.
A principios del siglo XIV, la tosferina hace estragos en Asturias y en las iglesias, la tos de los afectados no dejaba escuchar los sermones en los oficios. Casi por la mismo época, en Madrid la peste producida por una variedad de infecciones provocaba tantas víctimas que a todas horas se veían entierros por los calles, e incluso se prohibió los avisos de defunción por parte de los pregoneros. Al llegar la noche, las gentes encendían fogatas ante sus casas, para limpiar la atmósfera y ahuyentar así la peste.

El fuego: (XII) El fuego en la Edad Media (2ª)



historia del fuego, incendios, extincion

La piromancia, adivinación supersticiosa por medio del fuego, tiene su auge en una época convencida de que el año 1.000 marcará el fin del mundo. Las gentes andan revueltas por todas partes y muchos ni se atreven a salir de sus casas a medida que se acercan las fechas. De la resignación también se pasa a la incertidumbre y aparece una gran afición por la piromancia. Según la disposición de las llamas, su color, características de los humos y hasta el chisporroteo de los maderos al quemar, se consideraban signos reveladores.
Las llamas largas de forma piramidal y sin humos, indicaban buenos presagios. Por el contrario, las llamas cortas y divididas se consideraban portadoras de funestos augurios. Después, cuando la piromancia se mercantiliza a partir del siglo XII como fórmula adivinatoria, se añaden polvos diversos al fuego como la pez, con objeto de dar más espectacularidad a las llamas, y mayor variedad en las predicciones. Igualmente el fuego fue utilizado durante la Edad Media, para purificar atmósferas corrompidas por las epidemias, en épocas que supusieron hechos catastróficos. Así podía contemplarse en plazas, encrucijadas y otros lugares públicos del medievo, grandes hogueras para limpiar el aire contaminado por la pestilencia de enfermedades contagiosas y quemar ropas y enseres de los apestados.
Una de las más graves epidemias fue la conocida con el nombre de "Peste de Atenas" en el año 429 a. de C., donde la población murió a millares y que paso a España, contagiada de los navegantes griegos que comerciaban con los pueblos del litoral mediterráneo.
En el año 542 y, reinando Justiniano en Constantinopla, comenzó una peste en Péluse que se extendió a Italia, Francia y finalmente a España y durante cerca de medio siglo, causó estragos en todas partes. Entre los siglos XI y XV se registraron en Europa 35 epidemias con una media de persistencia de unos quince años y entre éstas, la más mortífera fue la “Peste Negra” o Peste de Florencia por ser allí donde comenzó. En 1348 la “Peste Negra” aparece en la península con los peregrinos que van a Santiago y por el puerto de Sevilla. En medio de una sociedad mayormente rural y desnutrida, la “Peste Negra” provocó en toda España tan elevada mortandad, que aún hoy no se ha podido evaluar sus verdaderos alcances, debido a la carencia de datos dignos de crédito.
En los siglos siguientes, los incendios proliferan favorecidos por el tipo de construcción de la época; amontonamiento de casas, calles estrechas y tortuosas y materiales de fácil combustión, aunque en primer lugar por falta de prevención contra el fuego. Un sólo incendio destruye barrios enteros en pocas horas y sólo cuando el ladrillo comience a sustituir a la madera y, al tapial y en las coberturas de las casas se emplee la teja árabe, los incendios reducirán sus catastróficas proporciones.
Un curioso remedio contra el fuego aparece en Valencia por el año 1250. Como el incendio continúa contemplándose como daño inevitable, se invoca la protección de la divina providencia trasladando al lugar del siniestro el Santísimo Sacramento en procesión, dando varias vueltas alrededor de la casa ardiendo. Esta práctica se generaliza a partir del siglo XIII en la mayor parte de ciudades españolas, e intervienen también imágenes y reliquias de santos de devoción más popular. En Barcelona y aún en el siglo XVII según las crónicas “Rubriques de Bruniquer”
En el siglo XIV un refrán castellano rezaba así: “
Las heridas que causa el hierro las cura el fuego”.
Corren los tiempos de los cirujanos-barberos cuya audacia a se cruza con su ignorancia y tras rasurar una barba la emprenden con un sinfín de operaciones delicadas porque los médicos escasean. En campaña se cauterizan las heridas de arcabuz con aceite hirviendo porque está de moda considerar las heridas por arma de fuego, quemaduras emponzoñadas y el método adecuado es el mismo fuego. De esta forma tanto el aceite hirviendo, como el hierro al rojo vivo se emplean indistintamente para detener hemorragias y evitar infecciones. La cauterización con hierro candente es tan cruel como dolorosa y producían dolores atroces que causaban la muerte.
El año mil se cree el fin del mundo y el terror al infierno se propaga por la meditación del Apocalipsis. La superstición se apasiona por la piromancia como forma adivinatoria y según el color, chasquido y disposición de la llama, son signos reveladores de buenos o malos augurios.
En toda Europa se encendían hogueras "purificadoras" contra la peste y muchas veces se extendía el fuego peligrosamente. Las gentes se apresuraban a sofocar el incendio con cualquier cosa que tuviesen a mano, para que no aumentase la tragedia.
 

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El fuego XIII) Las primeras leyes contra el fuego


Las primeras medidas proteccionistas contra incendios aún de carácter y aplicación limitadas, representaron en la España del siglo XVI un significativo avance, después de la postración de más de diez siglos de historia. Esta política preventiva fue iniciada por el monarca Felipe II y felizmente continuada por Carlos III y Carlos IV, promulgando las primeras leyes contra incendios de los tiempos modernos. Una de las, pocas medidas racionales aparece en Cádiz; una crónica de la ciudad da cuenta de un incendio cerca del puerto y como amenaza varios edificios, el mando militar decide demoler a cañonazos las casas lindantes al edificio en llamas, evitando así la propagación del fuego a la ciudad.

Cuando en 1519 el rey Carlos I asciende al trono y anexiona a España los Países Bajos, Luxemburgo, parte del noreste de Francia y Alemania entre otros territorios, se da la curiosa paradoja que muchas de las ciudades que pasaron a pertenecer al reino español, disponían ya aunque rudimentarios de servicios contra incendios. Mientras España, centro del Imperio desconocía tan importante como necesario servicio público.
Tras el incendio del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial en 21 de Junio de 1577, siniestro que conmovió al país por tratarse de la “
octava maravilla del mundo” y en cuyo incendio el rey Felipe II ayudado por su ministro duque de Alba, dirigió los trabajos de extinción, se creaba en Madrid al mes (9 de julio) lo que puede autodenominarse de primera organización contra incendios de los tiempos modernos. En 1777 Carlos III promulgó por Real Cédula de 29 de julio, la creación de Parques de Incendios en los Reales Sitios y la Instrucción sobre Incendios de 16 de septiembre de Carlos IV, señalan una etapa significativa en la lucha organizada contra el fuego en España que, a cuatrocientos años, hoy continúa una trayectoria tan vital, como la apasionante historia que nos antecede.
 

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El fuego: (XIV) Los incendios forestales




Hubo un tiempo que una ardilla podía recorrer España desde los Pirineos a Gibraltar sin necesidad de bajar nunca de los árboles. Esto que no es un tópico terminó durante el neolítico, cuando el hombre al descubrir la agricultura, actúa sobre la vegetación sin acertar a pensar hasta casi 10.000 años después, que la destrucción de los bosques puede tener un límite y que más allá de éste, las consecuencias, pueden hacerse irreparables. La devastación de los bosques españoles se inicia en el siglo I de nuestra era.
España se halla bajo dominación romana y, los conquistadores para facilitan el paso de sus tropas por los nuevos dominios, y enlazar las nuevas provincias entre sí uniéndolas al Imperio, construyen una importante red de vías de comunicación. De esta forma los árboles son abatidos en cien puntos de la Península bajo el hacha y la yesca. En total, la red de caminos alcanzó los 19.000 kilómetros y recientemente se han encontrado en el centro de la meseta, mojones epigráficos que confirman la vigencia de esta importante red de comunicaciones, que al margen de su valor intrínseco, inició la gran devastación de la selva hispánica.
Los incendios forestales hasta entonces prácticamente ocasionales, debidos al rayo de la tormenta o al calor del clima proliferaron con los romanos. No era raro que las tropas de guarnición que recorrían la Península de un extremo a otro, originasen incendios a su paso y los romanos debieron pensar, que en una geografía de vegetación tan exuberante, los incendios no tenían importancia alguna.
Esta primera destrucción de los bosques hispanos se vio favorecida por la minería en la región andaluza. La pobreza forestal que hoy, arrastra el SE de España se cree debida al enorme consumo de madera que requerían las minas explotadas por los romanos, tanto en entibaciones de galerías, como para combustible en hornos de reducción de minerales. En principio, se explotaron los filones de cobre y plomo sin profundizar el suelo y los yacimientos se abandonaban cuando las betas se hacían profundas. Pero cuando comenzó la masiva exportación de metales a Roma, las demandas obligaron a ahondar los antiguos desmontes y convertirlos en redes de galerías perfectamente entibadas para facilitar tanto las perforaciones, como la extracción de minerales. Ciertos historiadores afirman que en esa zona y en aquel tiempo, llegaron incluso a modificarse las condiciones climáticas y el régimen hidrológico.
Las sucesivas incursiones guerreras de pueblos noreuropeos, supusieron nuevos destrozos en la flora hispana al igual que durante la dominación árabe. Los bosques tuvieron gran importancia en la guerra, porque formaron posiciones favorables, tanto en batallas, marchas ocultas y concentraciones, hasta llevar la lucha a límites insospechados. La mayoría de veces los bosques fueron incendiados y, el fuego afectaba a cientos y cientos de hectáreas, ya que las llamas se prolongaban indefinidamente.
Entre los siglos XI y XIII se sucede otra racha de incendios forestales. Los viajes son ahora, la pasión de la época y aunque los itinerarios de la Península están repletos de caminos difíciles, señores clérigos, mercaderes y gentes de condición inferior, viajan para escapar del tedio entre una y otra guerra. La extrema religiosidad de los tiempos es el pretexto fácil que establece el “
culto a las reliquias” y se peregrina como voto o penitencia a lugares santos. En España, se hace popular la peregrinación a Compostela para venerar el sepulcro del apóstol Santiago. El primer peregrino que registra la historia es el obispo Gotescalco de Puy en el año 950.
A partir de entonces comienzan los incendios. Todos los caminos conducen a Roma, Jerusalén y Compostela y, aquí convergen gentes llegadas de todos los rincones de Europa. Como el camino es largo, y no todos los peregrinos son señores principales, ni tampoco se encuentra siempre albergue gratuito en las casas de Dios, son muchos los que acampan y descansan en los bosques, junto al camino. Las fogatas encendidas y olvidadas, además de un sinfín de imprudencias, son causa de grandes incendios no solamente en los bosques del norte sino también en el interior de la meseta. Resulta curioso que cuando más cerca del final del viaje, más proliferaban los incendios debido quizás al cansancio, la lasitud o impaciencia de los peregrinos.
Lo cierto es que, en aquel tiempo, el camino de Santiago se recorrió en muchas etapas gracias a las estrellas. Durante el día, el viajero se encontraba de pronto con extensas zonas desconcertantes. Kilómetros interminables de árboles muertos y tierra gris uniforme formando laberintos. La denominación “camino de Santiago” dada a la constelación sideral de este nombre, se cree relacionada con esta época y sus circunstancias.
Durante los largos días de la reconquista de la España musulmana, se incrementaron de nuevo en gran parte de la geografía hispana, los incendios forestales.
Los viajes, aún después de los siglos feudales continúan siendo la pasión de las gentes. Santiago de Compostela es uno de los lugares santos más visitados y junto a caminos y encrucijadas, se levantan por todas partes, los chaminazos de posaderos improvisados. Entre imprudencias y desidia, se forman incendios que perduraran durante jornadas. De esta forma los incendios forestales, son el vivo testimonio del movimiento espiritual viajero.
Felipe II escribía una carta en el año 1572 al presidente del Consejo de Castilla: ..."
una cosa deseo ver acabar de tratar y es lo que toca a la conservación de los montes y aumento de ellos que es mucho menester y creo que andan muy mal al cabo; temo que los que vinieran después de nosotros, han de tener mucha queja de que les dejemos los bosques y sus riquezas consumidos; y plegue a Dios que no lo veamos en nuestros días..."
El descubrimiento de América y la presencia de España en las nuevas colonias de ultramar, abarcó desde México al norte, hasta Argentina en el sur del nuevo continente. El activo comercio derivó en un gran movimiento marítimo que precisó ampliar la flota naval. Entre los siglos XVI y XVIII se practica en España una tala continuada de los bosques de robledal y hoy en la zona astur-cántabra, sólo quedan inmensos prados o montes de matorral, en lo que fueron en otros tiempos frondosos bosques de robles.
Las especiales características de esta madera para la construcción naval; excelentes condiciones mecánicas y gran resistencia a la humedad e inmersión, fueron la principal causa de degradación y exterminio. Téngase en cuenta que para la construcción de un navío de línea, se precisaban dos mil troncos y para una fragata de guerra, eran necesarios unos mil doscientos troncos de diámetro medio.
La problemática forestal a causa del incendio se reduce durante la alta Edad Media, cuando aparece el derecho de propiedad de los bosques hasta entonces considerados un bien común. Después empieza una tala sistemática para la práctica de la agricultura y a principios de la Edad Moderna una demanda cada vez mayor de combustible, así como la construcción de más y mejores navíos para atender el comercio con las colonias de América. El mercantilismo que impera entre los siglos XVII-XVIII incide con otra tala sistemática de los bosques españoles. Las leyes desamortizadoras a mitad del siglo XIX acentúan la peligrosa regresión de los bosques junto a la expansión del capitalismo, la evolución industrial y mayores aplicaciones de la madera. Además, los incendios forestales continúan proliferando.
 

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El fuego: (XV) El fuego y la justicia


historia del fuego, incendios, extincion

El fuego ha sido desde tiempos inmemoriales instrumento de justicia para actos punibles por la ley y desde la lesión corporal al suplicio o muerte, se ha utilizado para aplicar sentencias en delitos causados por los hombres. Durante siglos, la justicia humana infligió castigos tan espeluznantes como refinados y se puso en evidencia tanto el poder despótico de las sociedades sordas al perdón y a la caridad, como la perseverancia de los delincuentes al continuar sus desmanes a pesar de los horribles castigos. Por la ley de Moisés, se condenaba a la "hoguera" a la prostituta (Lev. XXI, 9) y a los convictos de incesto entre madre e hijo (Lev. XX, 14). Los hebreos aplicaban este castigo de dos formas distintas: prendiendo fuego a la pira bajo el reo "combustión del cuerpo" o vertiendo plomo derretido en su boca "combustión del alma", siendo este último el suplicio más frecuente.

La legislación más antigua que se conoce tiene casi 4.000 años y está grabada en el Código de Hamurabi, conjunto de leyes del Imperio Babilónico del siglo XVII a. de C. Actualmente se halla expuesta en el Museo de Louvre de París en la sala destinada a las antigüedades asirio-babilónicas. Entre otras prescripciones puede leerse lo siguiente: "
..El que acuda a sofocar el incendio de una casa y se apodere de alguna pertenencia de la misma, será arrojado al fuego que había ido a combatir...". La "Prueba del fuego", fue la más extendida de las "ordalías" o juicios de Dios, a que se sometían los acusados en la Edad Media, para demostrar su inocencia, convencidos aquellos que se consideraban difamados, de la intervención divina en su favor. La mayoría de "ordalías" se celebraban en público y consistía en tocar con la mano o llevarse a los labios un hierro candente u otras pruebas por el estilo. Si el acusado no se quemaba, su inocencia era palpable. Sin embargo, cuando el sospechoso era noble, podía ser sustituido por uno de sus siervos si era su deseo, al que se llamaba "inocens" en los documentos.
En España se quemaron vivos a los pederastas en tiempo de los visigodos y anteriormente durante la romanización siguiendo las leyes del Imperio, el crimen de incendio fue castigado durante mucho tiempo con la hoguera. El fuego como castigo al delito, continuó vigente hasta el siglo XVII de la mano de la Santa Inquisición, que se sirvió de él para castigar la herejía religiosa. De acuerdo con las leyes y costumbres de la época, sufrieron tortura inquisitorial por parte del Santo Oficio unas 341.021 personas. Estas cifras aplicadas a España, son consideradas exageradas por varios historiadores, aunque aún resultan inferiores a evaluaciones efectuadas en otros países. Fuera de España y entre los personajes célebres que hallaron la muerte en la hoguera "
purificadora" de variado signo, hay que citar a Juana de Arco, Giordano Bruno, Juan de Hus y Miguel Servet, entre un largo etcétera.
Durante la Edad Media, el Derecho positivo establecido por las leyes se desestima, sobre todo en las zonas rurales. En su lugar las "
ordalías", práctica antiquísima propia de los pueblos más primitivos, resurgen en España y sustituye poco a poco de la conducta de los hombres las compilaciones legales desvirtuadas en principio por los mismos que las ejercen. La única ley y moral se halla en Dios y son los mismos acusados o difamados que se saben inocentes, los primeros en someterse a las "ordalías" o juicios de Dios, convencidos de la intervención del Omnipotente en favor de su inocencia. Por ello, los acusados de delito de incendio, se sometían esperanzados a la "ordalía" del fuego, que fue la práctica más extendida en la Península Ibérica entre los siglos IX-XII y que consistía en tocar con la mano un hierro candente; si el acusado no se quemaba era prueba de inocencia.
Otras veces, la prueba consistía en lamer una cuchara al rojo vivo, verter sobre la piel aceite hirviendo, o recorrer con los pies descalzos una “
alfombra de brasas”. No importaba que el inocente aullara de dolor, porque era prueba reveladora de culpabilidad. Además de las “pruebas caldarias” podía escogerse también el agua, el veneno, el combate y otras. Todos eran medios válidos para averiguar la verdad de un caso a través de la justicia de Dios, previo juramento de rogar la muerte en caso de perjurio.
En Asturias, la “
prueba del fuego” y las “aguas amargas”, para la mujer acusada de adulterio, era forma de resolver estas acusaciones y en Navarra, fueron populares las ordalías, siendo la más usual la prueba de los “cirios encendidos”, resultando libre de culpa el acusado que empuñaba el cirio que más tardaba en consumirse. En la zona musulmana peninsular, la ordalía más extendida fue la “prueba del fuego” que consistía en caminar descalzo sobre un recorrido de ascuas. Como la ley de Mahoma prohibía las ordalías, la mayoría de veces no se efectuaba el juramento invocatorio. De la misma forma, cuando un acusado se declaraba culpable, no eran necesarios estos actos de justicia.
En 1322 el Concilio de Valladolid promulga la pena de excomunión a todos aquellos que practiquen “
ordalías” y aunque el poder civil impuso graves condenas a instigadores y practicantes de este bárbaro medio de conocimiento de la verdad y pareció extinguirse totalmente, aún hoy, aunque muy aislados, se dan casos de “ordalías” en España.
Al igual que otros pueblos primitivos diferentes en culturas y épocas, los incas, mayas y aztecas del Nuevo Mundo descubierto por los españoles, usaban el fuego para ofrecer “
sacrificios” a sus dioses.
Cada año durante la gran fiesta del Sol que se celebraba en Junio, se encendía el fuego sagrado y el gran sacerdote del Templo en una ceremonia ritual, confiaba el fuego a las “
vírgenes” del sol, que debían mantenerlo permanentemente en sus claustros.
 

Nacho

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El fuego: (XVI) El mito del fuego en América


El mito del fuego en América


Antes de la llegada de los españoles a América, los nativos de los diferentes pueblos hicieron culto divino del fuego por considerarlo indispensable para sus vidas y como símbolo, le atribuyeron sentidos metafóricos.
En la América antigua, Garonia dios del fuego solar, era venerado por los pueblos iroqueses y hurones que habitaban las tierras hoy limítrofes del Canadá con Estados Unidos. En este último país, las tribus de indios “rnobiles”, “chippewaes” y “natchez” mantenían el fuego sagrado permanentemente, al igual que los pueblos “moquis” y “comanches”.

Los “pieles rojas” o aborígenes de América del Norte, discutían los asuntos de Estado e independencia y los “sachem” daban tres veces la vuelta al fuego, procurando no darle nunca la espalda. En la mitología araucana en tierras meridionales de América del Sur, Epunanum era dios de la guerra, llevando con él al fuego. En tiempos de los incas, los Templos del Perú tenían gran magnificencia y solamente en Cuzco había más de 200 vírgenes vestales consagradas al Sol en calidad de esposas y mantenían perpetuamente el fuego sagrado, siendo Pachacamac, símbolo del fuego y vivificador del mundo. Los aztecas, en lo que hoy es México, adoraban a Xiuhtecutli, dios del fuego y padre de la humanidad, cuya imagen en fuego se adoraba en todos los templos.
En épocas anteriores los pueblos mayas, incas y aztecas rivalizaron en las ofrendas de “sacrificios” humanos a sus dioses y el fuego y el cuchillo fueron los instrumentos. Según el historiador Woodrow Borah, a principios del siglo XV, se celebraban en México Central unos doscientos mil sacrificios anuales, en una población de 25 millones de seres, lo que equivalía al 1 por 100 del total. Borah justifica estas cifras por los millares de templos erigidos en el país, que precisaban de mil a tres mil sacrificios anuales, únicamente para cada uno de los templos mayores. Las incursiones guerreras aztecas, tenían como misión principal la captura de prisioneros para los sacrificios consistían en extraerles el corazón para ofrecerle al sol a Xiuhtecutli u otros dioses, mientras los cuerpos se entregaban al pueblo. Los sacrificios a los ídolos terminaron con la conquista española y Borali cita como testimonio las cartas de Hernán Cortés a Carlos V, y las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, Andrés de Tapia y de Fray Francisco de Aguilar.
También los aztecas preconizaban ya, dos mil años atrás, la destrucción del mundo por una conflagración universal. Esta creencia se basaba de dividir el cosmos en cuatro edades: la del agua, tierra, aire y fuego. Esta última en el tiempo presente, en la que el fuego destruirá la Tierra y a todos los seres humanos que habiten en ella.

El fuego (XVII) Las normas contra incendios llegan a América (1ª parte)


Historia del fuego


Imbuido por el clima de alegría que reinaba en España a raíz del descubrimiento de América, Carlos V dio reglas para las fundaciones de nuevas ciudades, haciendo especial hincapié en que se les bautizara con nombres de otras tantas ciudades españolas (1523). Sin embargo, Felipe II más atento a la seguridad y protección de su reino y habiendo presenciado varios siniestros en una ciudad como Madrid de calles estrechas y edificios amontonados, donde un solo incendio arrasaba barrios enteros, incorporó a las leyes de Indias una Real Cédula en 28 de octubre de 1573, que además de curiosa sorprende y admira en algunos puntos:
"...Para fundar una ciudad debe elegirse un sitio alto y sano, de fácil comunicación, abierto al viento norte y con abundantes aguas. Si la fundación se hace en la costa, debe buscarse un puerto natural defendido de los temporales. En toda ciudad, es importante que la plaza central forme un rectángulo por lo menos una vez y media de anchura y su grandeza se ha de medir no por las necesidades presentes, sino por las futuras y lo que pueda ocurrir. De la plaza, deben partir cuatro calles principales y los fundadores españoles no deben dar en ella solares a particulares, pues se reservará la plaza a edificios oficiales y tiendas de comercio. Las calles en lugares fríos serán mas estrechas, pero en tierras calientes serán más anchas,..."
El buen trazado que preveía Felipe II para las nuevas ciudades, responde hoy al enclave de la mayoría de ciudades hispanoamericanas, debido a la erradicación que el rey deseaba para América, de los frecuentes y desastrosos incendios que asolaban una mayoría de poblaciones en Europa.
Ninguna de las construcciones de gran belleza arquitectónica, que los españoles levantaron durante el virreinato del Perú, se conservan actualmente intactas. Tanto Lima como las principales ciudades de aquel virreinato, sufrieron una larga sucesión de terremotos seguidos de incendios a partir de la segunda mitad del siglo XVI, y en las sucesivas reconstrucciones se tuvo que atender más a los estragos que podía causar la naturaleza, que al sentimiento artístico.
El 2 de enero de 1582, un terremoto destruye 320 casas en Arequipa. En 1586, se derrumban los principales edificios de Lima. Entre 1655-1661, los terremotos causan estragos no solamente en Perú sino también en Ecuador y Chile.
Las primeras bombas contra incendios que se emplearon en América, fueron llevadas allí por los españoles, para las fundaciones misioneras de California, Texas y Nuevo México. Estas bombas fueron adquiridas en Flandes.
La primera organización contra incendios de la historia de América, se creó en el territorio que es hoy Venezuela, aunque en principio tuvo carácter privado y no público. En 1543, la Compañía augsburguesa de los WeIser adquirió en Augsburgo, cuatro máquinas y otros útiles con destino a las instalaciones comerciales que poseía en aquel país, por especial concesión del rey de España.
Después de que los conquistadores españoles hubieron utilizado bombas de incendio en las colonias del oeste norteamericano, tras su marcha, los incendios volvieron a ser sofocados con el clásico cubo con agua. En el este, la primera ciudad que tuvo una bomba de incendios, fue Boston, comprada a Inglaterra en 1680, después del gran incendio, que había destruido 155 edificios y doce navíos en el puerto, el año anterior.
Entre los ritos de los antiguos "natchez" americanos, figuraba el del "cambio del fuego". El último día del año, se dejaba apagar el fuego por sí solo, y al día siguiente antes del alba, se encendía de nuevo.
Para los indios "sioux" de las llanuras americanas hasta Luisiana, el fuego era el centro en torno al cual, discurrían sus vidas. El fuego ardía noche y día en la plaza central de los poblados "sioux" y servía de punto de reunión y encuentro.
Pero el terremoto más terrible de aquellas épocas con su secuela de incendios, ocurre el 28 de octubre de 1746, fecha trágica para Lima. Quedaron destruidas 12.000 casas y casi todos los edificios principales de la ciudad. Dos mil personas murieron en Lima y cinco mil en el Callao. El mar arrojó a los buques a media legua de la orilla.
El nombre de "Venezuela" dado a este país por los expedicionarios españoles y que quiso significar "pequeña Venecia", fue debido a las viviendas lacustres, indígenas, que observaron los navegantes al llegar al lago de Maracaibo. En 1527 Juan de Ampués fundó la ciudad de Coro, hoy capital del Estado de Falcón en este país. Pero Carlos V cedió todo el territorio por veinte años, a la Compañía augsburgo de los WeIser, a pesar de la fuerte oposición de Ampués, y hasta el año 1547 que no se restableció el dominio real, Venezuela fue objeto de explotación, por parte de los alemanes. Los Welser, precavidos contra el fuego porque en su ciudad se disponía de un servicio público contra incendios desde principios de siglo, adquirieron en Augsburgo "cuatro máquinas" y otros útiles con destino a sus instalaciones. Así las primeras bombas de incendio llegadas a América, se utilizaron en lo que hoy, es Venezuela.

 

Nacho

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El fuego (XVII) Las normas contra incendios llegan a América (2ª parte)


Historia del fuego


El excelentísimo D. Fausto Cruzat. gobernador general de las Islas Filipinas, tan celoso administrador del Imperio como buen protector de los indígenas, escribía a su rey Carlos II en 1690, dando cuenta de la buena marcha de esta colonia y amenizaba la carta con otras particularidades observadas de los nativos: "...Cuando un incendio prende en alguna choza, aparecen los hombres a centenares y en lugar de echar agua al fuego, lo que hacen es destrozar las viviendas contiguas a ella...la primera vez. me pareció esta forma de proceder de total ignorancia, pero después comprendí que a pesar del primitivismo era una medida tan práctica como sabia, pues el fuego se detenía allí mismo y, quedaba a salvo el resto del poblado,..."


Las primeras bombas contra incendios que se utilizaron en lo que hoy son los Estados Unidos, fueron llevadas allí por españoles durante el período colonial. En el virreinato de don Gaspar de Sandoval, conde de Galve, (1688-1696) este virrey autorizó traer de España bombas manuales contra el fuego adquiridas en Flandes, para las fundaciones misioneras de California, Texas y Nuevo México, atendiendo así el ruego de los misioneros jesuitas dirigidos en Texas por el padre Damián Massanet y en California por el padre Kino.
Este gesto del virrey más que de preocupación por los incendios, fue para demostrar su agradecimiento a la labor de los religiosos en aquellas lejanas tierras. La primera ciudad que observó el Reglamento de Prevención y, de Extinción de Incendios para las colonias de Indias, promulgado por Real Cédula de 29 de Julio de 1777. fue la muy noble ciudad de México, para precaver y extinguir los incendios en sus casas y edificios. Entre las disposiciones de los 38 capítulos de] Reglamento, destacan "consejos" para "los edificios y su fortaleza";
"...Las pulperías y las cacahueterías se construirán con techos de bóveda, sin madera alguna; prohibición de coheteros y obradores de fuego, dentro de la ciudad; prohibición de hacer fogatas en las calles; gratificación a los que llegaren los primeros al lugar del fuego; obligación de poner luz en las ventanas, las noches de incendios, obligación de los religiosos mendicantes de asistir al fuego y la conveniencia de que haya bombas en todos los conventos para conducirlas al edificio incendiado; conveniencia de que posean una o dos bombas los hospitales, Real Aduana, Casa de la Moneda, y Real Universidad; obligación del Maestro Mayor de obras de acudir al incendio y de no pernoctar fuera de la ciudad sin licencia del Corregidor; custodia de los medios extintores; los dueños de casas costearán una bomba, la ciudad costeará dos bombas y seis jeringas; obligación de los aguadores de acudir al incendio con sus chochocoles o cántaros; auxilio de la tropa para evitar robos o desórdenes; reconocimiento de los instrumentos después del fuego...",
La esclavitud negra en América fue iniciada por los españoles, y negros fueron también los primeros que actuaron corno bomberos en el nuevo continente.
En 1515 había negros esclavos en las Antillas, ya que el rey de España permitía a los colonizadores llevar uno o dos de ellos. El trabajo de un negro, equivalía al de tres o cuatro indios, soportaban bien las privaciones y como no conocían el país no escapaban. Sin embargo y con excepción de las Antillas, el Nuevo Reino y Venezuela, tanto en México, Perú, Chile, Buenos Aires, etc., solamente las familias ricas poseían negros como esclavos domésticos y algunos señores mantenían en sus haciendas un servicio de prevención de incendios a cargo de esclavos, que se turnaban en rondas nocturnas alrededor de las fincas.
A raíz de una carta de los vecinos de La Española a Carlos I en 1515, se concede un mayor número de licencias para importación de esclavos. Esta petición iba respaldada por españoles y flamencos capitaneados por Lorenzo de Gorrevod, gobernador de Bressa, quien hizo de los esclavos un negocio escandaloso al obtener una licencia real de nada menos que cuatro mil negros. Sin embargo, la legislación española fue humanitaria y no cruel como la de ingleses, holandeses y franceses. La ley española permitía a los esclavos casarse y comprar su libertad sin oposición de los dueños, e incluso podían denunciar de malos tratos a sus amos ante la Audiencia
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Nacho

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El fuego (XVIII) Las primeros equipos contra incendios


Historia del fuego


La primera descripción de la historia moderna en máquinas contra incendios, se encuentra en una ilustración del libro de Rudolphus Agricola "De Re Metálica" publicado en 1556, que presenta en dibujo y en el taller de un metalúrgico. las distintas piezas de un aparato para combatir el fuego. Otro ingenio se halla ilustrado en el libro de Cyprian Lucar "Teatrise Named Lucarsolase" editado en Londres en 1590 y consistía en una especie de "jeringa" sobre ruedas, dotada de cilindro y, pistón para imprimir presión, tal como presenta el grabado correspondiente.

Una descripción más completa, figura en el libro de maquinaria de Heinrich Zeising en 1612, con la exposición de una bomba de dos cilindros accionada a mano y, otro tipo de bomba más perfeccionada es descrita en el libro "Forcile Moviments" publicado en 1615 y, escrito por un hugonote francés seguidor de Calvino, refugiado en Alemania y apellidado de Caus. Años después, un jesuita alemán de Konishofen, llamado Gaspar Schott, escribió también dos libros de aparatos y máquinas con todo detalle, desde la máquina de Anton Platter de Augsburgo en 1477 hasta la monumental bomba "nuremberga" de Hans Hautsch en 1655. Esta máquina consistía en un recipiente circular instalado sobre correderas y con un pistón en el centro. Tres hombres accionaban la bomba, además de los que abastecían de agua a la máquina y el que lanzaba agua al fuego, a través del "pistero". El agua salía a presión por la fuerza ejercida en las palancas del pistón fijas a una pieza horizontal. Al accionar la palanca en vaivén (arriba y abajo) entraba en funciones el pistón y el agua salía a presión por la boquilla o "pistero".
En 1668 el ayuntamiento de Ámsterdam encarga a Jan van der Heyden, la organización del alumbrado público de la ciudad y de allí nace la idea de inventar una bomba contra incendios. Sin embargo, Van der Heyden había logrado notoriedad con la invención en 1633 de la "manguera" aplicada a la extinción de incendios. Las primeras mangueras fabricadas con cuero tenían cincuenta pies de longitud, con uniones de bronce en los extremos, significó el comienzo de atacar los incendios en su base ya que el antiguo sistema de lanzas fijas a la máquina, no permitía proyectar el agua en todas direcciones, como tampoco permitía una mayor aproximación al fuego, por las altas temperaturas del mismo. En 1690 Van der Heyden publicó un libro especializado, ilustrando con imágenes de extinción, ambos sistemas.
Otra máquina que marcó época, fue la ideada en 1721 por el inglés Richard Newsham que perfeccionada con el tiempo, supuso un importante avance técnico y es descrita en el libro "A Universal System of Water and Works" de Stephen Swtizer, como modelo avanzado. A la bomba Newsham siguieron otras máquinas, cada vez más modernizadas, hasta el invento de la máquina a vapor. En España la firma industrial "La Maquinista Terrestre y Marítima", también construyó en su tiempo, bombas manuales muy logradas.
Entre los siglos XVI-XVII fue muy conocida en España, Francia e Italia, la figura del penitente recorriendo galerías de las minas antes de la entrada de los obreros al trabajo, para inflamar acumulaciones de grisú provisto de un largo y estopa encendida. Esta patética estampa del monje amparado en su amor celestial y protegiendo a los mineros de accidentes mortales, mientras exponía su propia vida, tenía una gran validez moral.
El grisú es un gas muy peligroso tanto por su toxicidad como facilidad de explosión e incendio, las fuertes conmociones que provoca al explotar, produce hundimientos de galerías. Una semana después del terremoto de Lisboa, España se estremece por los relatos que llegan del vecino país portugués. Lisboa segunda ciudad comercial de Europa, ha ardido materialmente, tras un terremoto que empezó a sentirse a primeras horas del día 1 de noviembre de 1755. Los temblores de tierra abrieron el suelo y casas enteras desaparecían por las grietas. Después las cocinas encendidas prendieron fuego a su alrededor y horas más tarde el humo de los incendios oscureció el cielo. Ardieron desde palacios a barrios pobres y nadie pensaba luchar contra el fuego, sino en salvar su vida.
El pavoroso incendio del Teatro Coliseo en Zaragoza en 1778, motivó que el Real y Supremo Consejo del Reino, dictara en 24 de noviembre de aquel mismo año. diversas disposiciones referentes a prevención de incendios, para evitar posibles tragedias que pudieran involucrar al público asistente a los teatros del país, a consecuencia del fuego o falsas alarmas.
Se ordenaba en primer lugar, modificar las puertas en el sentido, que todas se abriesen hacia afuera; que las llaves de las mismas colgasen en lugares bien visibles; se estudiase la sustitución del decorado por otro menos combustible y que todos los teatros, además de estar reconocidos por arquitectos, se les dotase de bombas y agua, por los incendios que pudiesen ocurrir.
La Instrucción sobre Incendios de 1789, en su capítulo primero ordenaba: "Los aguadores en oyendo tocar a fuego, tengan la obligación de acudir con cántaros y cubetas a llevar agua de las fuentes más cercanas y para este efecto, se registren y señalen doce en cada cuartel y faltando en alguno de los cuarteles se supla de los demás y el que fuese señalado, si tuviese caballería para llevar carga, acuda con ella y en el registro se señalen con esta calidad,..."

El fuego (XIX) Bombas contra incendios a vapor


Historia del fuego


La bomba contra incendios a vapor, fue inventada por el ingeniero inglés George Brathwite en 1829 con la colaboración de John Ericson y desde el primer momento se comprobó que las bombas a vapor resultaban mucho más efectivas que las accionadas a mano. Suponía en la lucha contra el fuego un gran avance, por la obtención de mayores cantidades de agua y, presiones, e igualmente representaba mayor asequibilidad en edificios altos. El único inconveniente que tuvo la bomba a vapor, fue el tiempo que precisaba para ponerse en marcha.

Gran número de patentes aparecieron con el nuevo sistema, pero la primera bomba a vapor no tuvo éxito, porque su enorme peso dificultaba el manejo. Aunque lanzaba 250 galones de agua por minuto y desarrollaba hasta 10 HP de fuerza. tenía un peso de 12,5 toneladas. por lo que pronto fue desestimada. Brathwite construyó otras bombas. la segunda en 1832 por encargo del rey de Prusia a la que llamó "Comet". Lanzaba un chorro vertical de agua a 120 pies en ángulo de 45º, pero tampoco esta vez le acompañó, el éxito.
En enero de 1840. John Ericson era premiado con la medalla de oro del Instituto de Mecánica de Nueva York, por la presentación del mejor diseño para una bomba a vapor, y al año siguiente, el ingeniero Paul R. Hodge. presentaba la primera bomba americana accionada por la presión del vapor, producido por una caldera.
La exhibición frente a la alcaldía de Nueva York, despertó gran interés en la mañana de 27 de marzo de 1841. La máquina de Hodge, lanzó tres potentes chorros de agua y aunque inferior en peso a la máquina de Brathwite (8 toneladas) resultaba también difícil de manipular, por lo que fue arrinconada muy pronto.
Otra bomba era diseñada diez años después por un tal Mr. Lay de Filadelfia y, dos años más tarde, en 1853, la firma A.B. y E. Latta de Cincinatti, comenzaba la producción masiva de máquinas contra incendios. Este tipo de bomba lanzaba el agua a 240 pies, y precisaba 2.000 barriles de agua/h. La bomba Latta estuvo reconocida entre las mejores de la época y aunque la técnica fue avanzando, Latta quedó como un genio de su tiempo. En Londres, la Shand Mason and Company, construía en 1858 su primera máquina a vapor encargada por el gobierno ruso.
Durante la Exhibición Internacional de Londres en 1861, se presentó en Hyde Park, una bomba construida por la firma inglesa Merryweather, De esta firma serán algunas de las primeras máquinas a vapor que se utilicen en España. La primera fue adquirida en 1862 por el Ayuntamiento de Madrid para su Cuerpo de Bomberos. Una bomba Merryweather se conserva actualmente en Barcelona como pieza de museo adquirida por el Ayuntamiento de la ciudad el 10 de mayo de 1878. Su coste, incluyendo los accesorios, importó 18.309,40 pesetas.
De la misma forma que las bombas accionadas a vapor supusieron en su tiempo un gran avance técnico respecto a las bombas manuales, medio siglo más tarde las bombas con motor de explosión que aparecieron en 1903, llegarían a la historia de la mano del siglo XX.
El primer "automóvil" que figuró en el parque automovilístico de los bomberos en España, fue este autofurgón adquirido a la casa Metzger en 1907. El auto desarrollaba una fuerza de 28 CV y su peso era de 3.000 kg.

 

Nacho

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El fuego (XX) Bombas contra incendios a motor


Historia del fuego


La invención y perfeccionamiento del motor de puesto a punto hacia finales del siglo XIX, inicia la era del automovilismo, que se convertirá en el siglo XX en el fenómeno industrial más espectacular y probablemente en el más importante. Entre las más logradas realizaciones del automóvil con motor de gasolina, puede recordarse a algunos precursores de grandes marcas mundiales: Benz y Daimler en 1886 (este último construyó el primer coche de bomberos de la historia, con motor de combustión interna en 1888) y Panhard y Peugeot en 1891.

En España fue Francisco Bonet que con motor Panhard, patentó un triciclo en 1889 y en 1900 La Cuadra fabricaba automóviles con motor de dos cilindros, 1.100 cm3 y 4,5 CV, considerado el precursor de la marca Hispano Suiza.
Las primeras bombas con motor de combustión interna, en la historia de los Cuerpos de Bomberos entre 1903-1908 y su perfeccionamiento, significa prescindir paulatinamente de las bombas accionadas a vapor. Los primeros equipos fueron instalados en "chasis" comerciales y la unidad de bombeo, era accionada por bombas rotativas axiales. A partir de 1930, las bombas centrífugas obtienen preferencia sobre las axiales (de hélice), tanto por posibilidad de mayores caudales, uniformidad prácticamente sin variaciones y fácil control y manejo. En la actualidad, la inmensa mayoría de vehículos de los parques de bomberos, están equipados con bombas centrífugas.
Como vehículo más representativo para el gran público, quizás figure en primer lugar el "autoescala" extensible, por sus espectaculares y majestuosos despliegues, pero para el bombero, el "autobomba" es sin duda el vehículo más característico y símbolo del primitivo arquetipo de la máquina contra incendios, entre toda la extensa y variadísima serie de unidades móviles, que forman los parques de bomberos.
Entre las principales firmas o marcas mundiales de automóviles dedicadas a la construcción de vehículos contra incendios, cabe citar: Magirus-Deutz en Alemania; Dennis en Gran Bretaña; Berliet en Francia; American La France y Ford en USA; Rosenbauer en Austria; Skoda en Checoslovaquia; Hino y Mitsubitsi en Japón, etc., por citar algunas entre las más destacadas firmas comerciales, de esta especialidad.
En 1904 el español Damián Mateu y el ingeniero suizo Mark Birkigt como técnico consejero, forman la sociedad anónima "Hispano Suiza" con capital totalmente español. En las primeras ciudades los primeros automóviles usados por los bomberos son de esta marca, acoplados los equipos a sus chasis comerciales. La forma del Hispano-Suiza trascendió al extranjero, y durante años se contabilizaron grandes demandas.
Destruidas sus instalaciones durante la guerra civil española, el I.N.I absorbió esta gran firma en 1946.