A raiz del tema generado con los bomberos armados en paris, propongo que abramos este nuevo tema para compartir sobre la historia bomberil en Chile, su perticipacion en hechos trascendentes de la historia y, en fin, cualquier antecedente historico relevante.
Me lanzo con el primer tema, un incendio historico que dio lugar al nacimiento de la frase firme la quinta, extracto del libro de mismo nombre.
FIRME LA QUINTA
"En la capital de un Chile en guerra, el terror, el pánico y el espanto imperaban en la mañana del 27 de enero de 1880.
Estampidos, estruendos y zambombazos estremecían a Santiago. El tremendo y aterrorizante incendio del Cuartel de Artillería, que servía de arsenal al Ejército Espedicionario, había empezado a las 9,30 de la mañana. La primera explosión había causado la muerte de una veintena de empleados y operarios. El fuego que la siguió impenetrable y porfiado,
amenazaba ahora con llegar a la santabárbara y hacer volar no sólo todo el arsenal, sino también gran parte de Santiago, granadas y balas ya encajonadas y acumuladas en diversos sitios al estallar sin dirección, causaban aún más víctimas.Era hombrada, era empresa de osadía y heroísmo arriesgarse en la cercanías. Un río humano, despavorido e inconsciente
de espanto, corría en desparramado desorden hacia el centro de la ciudad. A lo lejos, como fondo trágico y funeral, tañía tristemente la Paila.
Sin embargo, a pesar de todos estos contratiempos, contra esa marea, contra ese gentío, avanzaban los voluntarios de la Quinta Compañía, arrastrando su Bomba Arturo Prat. Nada los detenía. A los gritos del pueblo advirtiéndoles que era tarde, que la explosión inmensa ya llegaba y era holocausto inútil el continuar, los quintinos respondían con frases de aliento, de esperanza.
En medio de esa atmósfera apocalíptica, a la que se añade el calor del verano, la Quinta seguía adelantando por la calle Dieciocho. Minutos después y jadeantes, llegaron a la puerta de Artillería, que el arsenal - en ese entonces - tenía hacia la avenida Beauchef. En ese portón, sable en mano, el valiente Capitán Urrutia quiso impedirles la entrada por considerar que era sacrificio inútil, proeza en vano. Empero, Gustavo Ried - un quintino a cargo en ese momento de la Compañía - aprovechó un descuido del oficial para franquear la entrada y gritar: «Adelante la Quinta... !.y la Bomba, el gallo y los bomberos quintinos, en medio de
explosiones, llamas e intenso calor, atravesaron el patio, los talleres de artificio y el polvorín. Tomaron posición cerca de una acequia y armaron. Era la primera Compañía, de las ocho existentes, que se hacía presente en el siniestro. El aire era infernal y peligroso. Un casco de granada dio en la camisa de bronce de la Bomba Arturo Prat, abollandola y dejando para siempre esa huella de honor. Sólo instantes se necesitaron para que la noble máquina empezara a lanzar sus primeros chorros de agua. La esperanza nacía y el Capitán Urrutia, ahora ya sonriendo y celebrando la astucia de Ried, se acercó a abrazarlo y a conversarle.En esos momentos también llegaban las otras compañias.
La amenaza de la explosión de la santabárbara, sin embargo, no había pasado. El peligro era inminente. De pronto se oyó un
terrorífico alarido: «¡ Polvorín va a estallar...!» Hubo silencio de espanto. Silencio roto solamente por el ruido acompasado de los cilindros de la Arturo Prat, que ufana, humeante de vapor, seguía bombeando agua. Pocos segundos después, al de la máquina se añadía el taconeo de pisadas de los que se retiraban obedeciendo órdenes perentorias del Capitán Urrutia. Era tregua de muerte, era la calma que precedía a la borrasca, la catástrofe que se acercaba. La orden de retirada era para todos y todos la habían oído y se empezaba a evacuar el arsenal. Los ánimos se abatieron y el dolor se apoderó de los voluntarios. No había palabras. Sólo silencio de infierno, trágicamente matizado con escapes del vapor de las bombas, crepitar de llamas y balas y granadas perdidas, que estallaban por doquier. Un grito, una orden hendió el aire: NADIE SE MUEVA ¡FIRME LA QUINTA¡ fue dada con voz tranquila, ronca y de héroe, por Gustavo Ried, de la Quinta. Volvió el
temple a las almas, los corazones se aceraron. Metros más allá, el quintino Enrique Rodríguez Cerda, en el umbral mismo de la santabárbara, en la puerta misma de ese averno, inmóvil y sereno, como quien está dentro de una fresca catedral, continuó lanzando el chorro de agua del
pitón contra el material ultraexplosivo. Impertérrito, siguió en su puesto gracias al grito de Ried, y seguía su lucha contra esa montaña temible y alarmante que en un instante podía volarlo, destruir todo el pertrecho bélico que se necesitaba para continuar la guerra, y volar a la vez gran parte de la urbe santiaguina.
Y firme quedó la Quinta .
Y firme quedaron todos los heroicos voluntarios de las otras Compañías. Era la víspera de las campañas de Tacna y Arica y los Bomberos de Santiago las habían hecho posible."
Me lanzo con el primer tema, un incendio historico que dio lugar al nacimiento de la frase firme la quinta, extracto del libro de mismo nombre.
FIRME LA QUINTA
"En la capital de un Chile en guerra, el terror, el pánico y el espanto imperaban en la mañana del 27 de enero de 1880.
Estampidos, estruendos y zambombazos estremecían a Santiago. El tremendo y aterrorizante incendio del Cuartel de Artillería, que servía de arsenal al Ejército Espedicionario, había empezado a las 9,30 de la mañana. La primera explosión había causado la muerte de una veintena de empleados y operarios. El fuego que la siguió impenetrable y porfiado,
amenazaba ahora con llegar a la santabárbara y hacer volar no sólo todo el arsenal, sino también gran parte de Santiago, granadas y balas ya encajonadas y acumuladas en diversos sitios al estallar sin dirección, causaban aún más víctimas.Era hombrada, era empresa de osadía y heroísmo arriesgarse en la cercanías. Un río humano, despavorido e inconsciente
de espanto, corría en desparramado desorden hacia el centro de la ciudad. A lo lejos, como fondo trágico y funeral, tañía tristemente la Paila.
Sin embargo, a pesar de todos estos contratiempos, contra esa marea, contra ese gentío, avanzaban los voluntarios de la Quinta Compañía, arrastrando su Bomba Arturo Prat. Nada los detenía. A los gritos del pueblo advirtiéndoles que era tarde, que la explosión inmensa ya llegaba y era holocausto inútil el continuar, los quintinos respondían con frases de aliento, de esperanza.
En medio de esa atmósfera apocalíptica, a la que se añade el calor del verano, la Quinta seguía adelantando por la calle Dieciocho. Minutos después y jadeantes, llegaron a la puerta de Artillería, que el arsenal - en ese entonces - tenía hacia la avenida Beauchef. En ese portón, sable en mano, el valiente Capitán Urrutia quiso impedirles la entrada por considerar que era sacrificio inútil, proeza en vano. Empero, Gustavo Ried - un quintino a cargo en ese momento de la Compañía - aprovechó un descuido del oficial para franquear la entrada y gritar: «Adelante la Quinta... !.y la Bomba, el gallo y los bomberos quintinos, en medio de
explosiones, llamas e intenso calor, atravesaron el patio, los talleres de artificio y el polvorín. Tomaron posición cerca de una acequia y armaron. Era la primera Compañía, de las ocho existentes, que se hacía presente en el siniestro. El aire era infernal y peligroso. Un casco de granada dio en la camisa de bronce de la Bomba Arturo Prat, abollandola y dejando para siempre esa huella de honor. Sólo instantes se necesitaron para que la noble máquina empezara a lanzar sus primeros chorros de agua. La esperanza nacía y el Capitán Urrutia, ahora ya sonriendo y celebrando la astucia de Ried, se acercó a abrazarlo y a conversarle.En esos momentos también llegaban las otras compañias.
La amenaza de la explosión de la santabárbara, sin embargo, no había pasado. El peligro era inminente. De pronto se oyó un
terrorífico alarido: «¡ Polvorín va a estallar...!» Hubo silencio de espanto. Silencio roto solamente por el ruido acompasado de los cilindros de la Arturo Prat, que ufana, humeante de vapor, seguía bombeando agua. Pocos segundos después, al de la máquina se añadía el taconeo de pisadas de los que se retiraban obedeciendo órdenes perentorias del Capitán Urrutia. Era tregua de muerte, era la calma que precedía a la borrasca, la catástrofe que se acercaba. La orden de retirada era para todos y todos la habían oído y se empezaba a evacuar el arsenal. Los ánimos se abatieron y el dolor se apoderó de los voluntarios. No había palabras. Sólo silencio de infierno, trágicamente matizado con escapes del vapor de las bombas, crepitar de llamas y balas y granadas perdidas, que estallaban por doquier. Un grito, una orden hendió el aire: NADIE SE MUEVA ¡FIRME LA QUINTA¡ fue dada con voz tranquila, ronca y de héroe, por Gustavo Ried, de la Quinta. Volvió el
temple a las almas, los corazones se aceraron. Metros más allá, el quintino Enrique Rodríguez Cerda, en el umbral mismo de la santabárbara, en la puerta misma de ese averno, inmóvil y sereno, como quien está dentro de una fresca catedral, continuó lanzando el chorro de agua del
pitón contra el material ultraexplosivo. Impertérrito, siguió en su puesto gracias al grito de Ried, y seguía su lucha contra esa montaña temible y alarmante que en un instante podía volarlo, destruir todo el pertrecho bélico que se necesitaba para continuar la guerra, y volar a la vez gran parte de la urbe santiaguina.
Y firme quedó la Quinta .
Y firme quedaron todos los heroicos voluntarios de las otras Compañías. Era la víspera de las campañas de Tacna y Arica y los Bomberos de Santiago las habían hecho posible."