La Guerra Civil de 1891 fue un conflicto armado en Chile entre partidarios del Congreso Nacional contra los del Presidente de la República Don JOSE MANUEL BALMACEDA Terminó con la derrota de las fuerzas leales al presidente, y el suicidio de éste.
Camaradas: comparto con ustedes un fragmento de mi autoria y junto a El parte de un capitulo de un Libro Proximo a Salir de la Vivencias del Abuelo de Mi Gran Amigo D. Raul Olmedo llamado Juan Mateo Olmedo titulado "Jamas Vencidos"
La Placilla 28 de agosto de 1891
Todo ha terminado, queda la incertidumbre , el odio se refleja en el ambiente, no hay bandas de musica, ni risas ni abrazos de los vencedores solo ojos que reflejan odio, entre los vecidos la incertidumbre de su destino solo frio, bruma ,impotencia y odio acomete sus almas, no hay misericordia, no hay honor solo una mano artera y escodida de todo peligro que mueve para su beneficio, los destinos, riquesas y vidas de Chile, "Dark Day in Chile" , Indicaran los Diarios del Mundo ,la ambicion , la traición de gente mezquina de nuestras autoridades Presidente, Parlamentarios y ministros, Jueces que han olvidado el por que y para que estan , olvidaron el dialogo y la idea de Nacion ,nos a traido a esto unos por Queren un Chile Gran ...de y Libre, otros Los Vencedores por un Chile en manos extrangeras que les permita gozar de sus privilegios y por esto en el campo de batalla yace los Hombres que han creido en ellos.......Mi abuelo, a quien no conoci, de 16 años ultimo defensor del estandarte de su batallon Balmacedista , con su uniforme mojado, un fusil con su bayoneta quebrada tras de el se protegen los heridos del "Nacimiento", tiene frio, miedo e incertidumbre, esta rodeado de Congresistas, Chilenos como el pero con un odio que nunca se habia visto entre Chilenos.
He subido este fragmento con la autorización de Raúl Olmedo D., nieto del autor y poseedor de los derechos. Cualquier reproducción de este con fines comerciales sin Autorización de Don Raúl Olmedo esta estrictamente prohibido.
Jamás Vencidos
Sección Cuatro, Segunda Parte.
Agosto 28 de 1891, batalla de La Placilla.
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción N° 109.662 de 22.07.1999
Del Informe Final y apuntes de Juan Mateo Olmedo E., 1892.
CUATRO (2ª parte)
Mucho antes de la llamada de diana ya estábamos todos en pié y aprestándonos, en la encapotada oscuridad, para la dura prueba de ese día. Al igual que en Con Con la batalla se dará un viernes, día de muerte y luto. Día tan bueno como cualquier otro, en realidad, tratándose de finiquitar facturas atrasadas. Nacho inquieto y vivaz - se hizo presente con un inmenso jarro de café© y una tortilla amasada que compartimos.
Hacia las 5.45 A.M. el Ejercito Constitucional empezó a moverse, con mi Brigada a la cabeza. Tropa de caballería se había destacado la tarde anterior en resguardo del trenque Las Cenizas, para evitar que las fuerzas de la dictadura lo drenaran y vertieran millones de litros de agua en el terreno que habríamos de cruzar. Avanzábamos con buen Animo, en extremo ganosos, y poco antes de las 7 A.M., ya de di­a claro, tomábamos posición al costado de una loma aislada, que llamaban La Granada, desde donde pudimos observar claramente las posiciones enemigas.
Enfrente de nuestras avanzadas, a una media legua hacia el W., se alzaba cual inmenso anfiteatro la cuesta que da acceso al Alto del Puerto de Valparai­so, viniendo desde Santiago. El camino real que, partiendo de la capital pasa por Casablanca, trepaba entre los cerros de esa cuesta en un retorcido caracol. A sus pies discurri­a el estero de La Placilla, con el villorrio del mismo nombre tendido placidamente a su reparo.
Nuestras tropas tomaban colocación, en esos momentos, al costado norte de ese camino, junto al otero de La Granada, teniendo por delante una llanada o planicie que nos separaba de las fuerzas del dictador, ubicadas a partir de la media falda y hasta coronar las alturas de la cuesta. Como única opción de continuar hacia el oriente y al puerto, estaba la cerrillada que enfrentábamos y su reptante camino en ascenso. Y en ellos, las fuerzas del Ejercito de Chile se habían hecho fuertes en una estudiada posicion que nos cerraba el paso.
Planteaban, a simple examen visual, una defensa con detenimiento con poco frente, apoyando sus flancos en sendas quebradas. Intentaban, obviamente, anular varias de las ventajas de nuestra táctica de combate, y era fácil deducir que, tras su amarga experiencia de Con Con , la mano les estaba mejorando a los generales del dictador.
Nuestra artillería estaba tomando ubicación atrás y a la izquierda, cuando los capitanes de compañías nos dieron a conocer el plan dispuesto por el mando para el día. Era este simple, directo, casi elemental, y por ello mismo promete ser efectivo: la infantería de la Primera Brigada - Frías - con mi Iquique haciendo de ala izquierda, el Antofagasta al centro y el Constitución a la derecha - unos 2.500 hombres, incluyendo a unos 300 pasados incorporados después de Con Con - avanzara sola, buscando presionar al enemigo por su eje. Procuráramos primero desgastarlo con nuestro fuego de fusil a distancia, y luego hendirlo por su mitad, acomodando los pasos siguientes al desarrollo de la batalla.
Mas atrás, en calidad de apoyo, pero con su propia misión especi­fica, la Segunda Brigada - Vergara - golpeara media hora mas tarde por nuestra izquierda, buscando envolver el ala derecha enemiga y aniquilarla. Ello suponía el centro adversario ya roto, o al menos muy debilitado por la acción de mi Brigada.
En cuanto a la Tercera Brigada - del Canto - y la masa de la caballería, quedaran de reserva en el cerrillo de La Granada, para ser utilizadas de acuerdo a lo que aconsejaran las circunstancias. Vale decir, para machacar en el punto exacto en que el experto ojo militar de nuestro Comandante en Jefe advirtiera crujir o tambalear la fortaleza enemiga. Y derrumbarla.
Será, pues, un ataque frontal y nuevamente cerro arriba, contra enemigos ahora bien apostados, en que nuestro único reparo será la exacta, precisa utilización del orden disperso, y la energía de la embestida.
La voz se corría velozmente entre la tropa: nuestra Brigada ira sola al choque y llevara el peso inicial del ataque. Las filas inmediatas se agitaban, con francas manifestaciones y roncos gruñidos de satisfacción. Antes de un minuto se me acerca Romero:
- Ah permiso pa' enmierdar los fierros, mi teniente? Los viejos del Antofagasta ya empezaron...
- Párate un poco, hombre. A ver que dice mi capitán....
Pero Cid y tampoco Delano, quien se nos unía en ese momento - no opusieron reparos a la bárbara medida
- Déjalos que sigan su instinto - fue Delano quien toma la decisión, con retenida excitación en su voz - Vamos a cruzar ese descampado a merced de su fuego artillero, y luego a empujarlos ladera arriba hasta arrojarlos de esas posiciones. Muchos de los nuestros caerán allá­, Mateo. Déjalos que se den el gusto, hombre. Se lo tienen ganado desde Con Con, y seguro que esas bestias, allá¡ en frente, están haciendo lo mismo.....
Entre macabras risas y gestos salvajes de inconfundible significación, dos o tres de mis hombres habían ya defecado a un costado de las filas, y ahora toda la sección se ocupaba en untar las hojas de bayonetas y corvos con las deposiciones frescas. La usanza, herencia brutal de la guerra de Arauco, implicaba que cualquier hombre que encajara esos filos emponzoñados en su carne, tendrá remotas posibilidades de sobrevivencia.
No es que el asunto tuviera gran importancia, a sabiendas de que nuestra potencia combativa se apoyaba en la cadencia de fuego y alcance de los Mannlicher, por una parte. Y que, además, muchos heridos de ambos bandos serán prontamente repasados en las pausas del combate. Pero el gesto marcaba, antes de iniciarla, el carácter de solo muerte que tendrá la confrontación, mejor aun que los crespones negros con que sé habi­a ornado nuestra única y solitaria bandera en el campo, la del Comando en Jefe.
Que yo supiera, ningún chileno había untado los fierros desde fines del 82.
Los Chaquetas gueltas recién incorporados participaban del horrendo rito con franco entusiasmo. Quizás cuantos de ellos y de nuestra propia gente ya lo habrían practicado en la sierra peruana cuando, después de los macabros, chocantes sucesos de Concepción, todo rasgo de humanidad y de piedad desaparecía de los corazones chilenos.
La tropa había desayunado liberalmente con aguardiente, y ahora una vez mas se veía los tachos pasar de mano en mano, mientras aprestaban sus cuerpos para el esfuerzo supremo. Cual actores que se vistieran para una representación, los hombres volvían a ayudarse mutuamente en el fajado de sus torsos y vientres, y el ceñir de sus apreciadas muñequeras o refuerzos de cuero.
Todos ajustábamos las piezas de nuestros equipos, en tanto la enorme, maciza figura del capellán Lisboa, tocada con su pintoresco sombrero de anchas alas, pasaba entre las filas invocando al Altísimo con su poderoso vozarrón. La tropa mostraba, como siempre, una marcada preferencia por la Virgen del Carmen en la contingencia, y él "acordados " dominaba ampliamente entre las plegarias susurradas a toda prisa. Era la oportunidad de imponer los últimos escapularios.
Fue también el momento que aprovecha Manuel Luis para pasar a abrazarme. Seguido por Hinojosa, como si de su sombra se tratara, se detuvo unos minutos a mi lado, estrujándome contra su pecho con una fuerza que corta mi respiración. Enseguida recogía mi carta, mi libreta y mi recuerdo amoroso a nuestra madre, y luego de estrechar también n la mano de José Luis Delano, se perdía entre la inquieta formación. Su lugar estaba junto al Comandante en Jefe. Nota© que la proximidad del combate había puesto nuevamente en el rostro apellinado de Hinojosa la sonrisa feroz que ya le conocía. Antes de alejarse, el curtido cabo estruja con firmeza mis antebrazos, en su particular forma de expresar afecto.
La artillería enemiga se anticipa a dar inicio a la batalla con su fuego, minutos mas tarde, y todas nuestras baterías, ya en posición, respondieron de inmediato. No era posible percibir el efecto de nuestras granadas en la masa hostil que nos aguardaba entre los peñascos y matorrales de los cerros de la cuesta de la Placilla. Distinguíamos nítidamente, eso si los giseres de barro que levantaban las explosiones, pero sin poder apreciar si ello afectaba gran cosa a los bombardeados. A la reciproca, las descargas enemigas quedaban largas y solo algunas acemilas y carretas de nuestro bagaje sufrieron ligero dañó. Como en un acto ensayado, la tropa orinaba en reacción a la onda expansiva causada por las explosiones. El cañoneo continuo con similar e inane resultado durante algun rato.
Avances y los tres regimientos de la Primera Brigada nos precipitamos al campo intermedio, hambrientos de acción. Se abrieron de inmediato las filas y luego nos movimos avanzando en dispersión por secciones, con rápidos desplazamientos que aprovechaban los accidentes del terreno.
De inmediato la artillería enemiga acorta sus fuegos, y sus proyectiles empezaron a caer directamente sobre la tropa en movimiento. Mágicamente, tal como le había ocurrido en Con Con a la Segunda Brigada, el efecto fue casi nulo. Las granadas simplemente no explosaban. Solo se hundían en la tierra reblandecida por la lluvia, con grandes salpicaduras de lodo y aparatoso aventando de terrones y piedrecillas. O bien rebotaban, hiriendo por el golpe a algún soldado cercano. Pero cinco o diez caídos en una masa de 2.500 hombres que ganaba espacio velozmente, no tenían ninguna significación.
En cualquier momento - pensaba yo en esos instantes - los comandantes de la artillería adversaria, o sus jefes divisionarios, que seguramente estarán observando con anteojos de aumento el efecto de su fuego, notaran la anomalía. Y luego de hacer fusilar a los sirvientes de las piezas o a los comandantes de baterías, corregirán prestamente el error. Pero nada semejante ocurría. En pocos minutos alcanzamos el radio de tiro de fusil, y las unidades de infantería enemiga ubicadas en los primeros y cercanos faldeos iniciaron su fuego a distancia.
Por nuestra parte, manteniendo la dispersión y el estricto apegamiento al terreno que nos hacían blancos difíciles, dimos curso - desde ese punto - al avance con fuego de sostén. Ello se tradujo, para mi realidad inmediata, en que mientras dos de las secciones de la 4tª compañía, tendidas sin presentar blanco, fusilaban con toda la intensidad que permitía el sistema de repetición a las filas grises y azules grotescamente agrupadas a la vista, las otras dos cuartas avanza, ¡íbamos a saltos, procurando cubrirnos en los accidentes del terreno. Ya ubicados en posiciones a resguardo, iniciábamos al punto un fuego intenso que permitía a las dos primeras avanzar a su turno. Tomábamos como dianas los botones y chapas brillantes de nuestros adversarios, que a unos 800 metros mostraban gentilmente sus torsos, nítidamente recortados contra el cerro.
En sus primeras líneas el efecto fue instantáneo. Se les veía caer como muñecos de feria, y al resto reagruparse y vacilar, desconcertados. Sabíamos que las tropas de su 4ª División Concepción no habían visto aun el orden disperso en acción, e intuíamos que ahora estarán con la boca abierta, desconcertados ante la escúrrete masa gris que se les precipitaba encima, apareciendo y desapareciendo ante sus ojos. Y al mismo tiempo, sometiéndolos desde distancia a ese fuego preciso, agobiante y feroz que les diezmaba sin clemencia.
Para las mentes sencillas, muy pocas cosas hay tan atemorizantes como lo desconocido. Y exactamente eso éramos nosotros en tales momentos para las tropas del Ejercito de Chile. Un fenómeno desconocido de efecto letal.
En menos de media hora de combate logramos posesionarnos del pié© de la cuesta, y casi sin pausa los silbatos y el ejemplo de nuestros jefes nos llevaron a embestir reciamente a las fuerzas que nos enfrentaban desde las faldas, a menos de 300 pasos. El Antofagasta se introdujo como un ariete, y mi regimiento se abría hacia la izquierda, procurando cortar a las unidades enemigas más avanzadas.
No podíamos seguir, cegados por el humo del violento fuego de fusil, el accionar del Constitución en nuestra ala derecha, pero frente al Iquique casi inmediatamente un batallón enemigo se entrega. Tiraron sus armas con mucha mímica y aparato, y con ambas manos bien alzadas y a la vista, llevando su estandarte plegado, se escurrieron semi ordenadamente entre nuestras filas para agruparse, bien erguidos, en nuestra retaguardia. Tenían aun sus oficiales, aunque tan aturdidos que no advirtieron que habían pasado a transformarse, instantáneamente, en blanco de los fusiles rabiosos de sus ex-camaradas en la cuesta. Hubo que destinar de inmediato un par de secciones de nuestro 2º batallón para terminar de reducirlos y alejarlos del peligro.
El grueso de las fuerzas a las que embestíamos había cedido terreno, retrocediendo mas o menos organizadamente hasta una posición mas elevada. Dejaban tras de si­ una enorme cantidad de bajas sobre la ladera que rezumaba sangre. Los gritos de sus heridos contribuían al estruendo general, pero entonces el destello de los corvos acalla rápidamente el clamor de muchos de esos cuerpos grises y azules al alcance del brazo. Se buscaba con afán repasar de preferencia a los sargentos y cabos enemigos, y no se escucha en toda la línea ninguna orden en contrario.
Entusiasmados por el éxito parcial, y atraídos por él vació de resistencia, cometimos la simpleza de seguir de inmediato al enemigo en retirada. Cid personalmente, con su rostro y uniforme cubiertos de barro, me ordena tomar posiciones mas adelante, hacia la izquierda.
- Es el Linares e se ha rendido - grita excitado. Llevaba su espada en la diestra y el revoler ya descargado en su otra mano. No hizo comentarios sobre el Manlicher que yo cargaba - Tres minutos para revisar el estado de la munición Vamos a tratar de quebrar su centro enseguida.
Camaradas: comparto con ustedes un fragmento de mi autoria y junto a El parte de un capitulo de un Libro Proximo a Salir de la Vivencias del Abuelo de Mi Gran Amigo D. Raul Olmedo llamado Juan Mateo Olmedo titulado "Jamas Vencidos"
La Placilla 28 de agosto de 1891
Todo ha terminado, queda la incertidumbre , el odio se refleja en el ambiente, no hay bandas de musica, ni risas ni abrazos de los vencedores solo ojos que reflejan odio, entre los vecidos la incertidumbre de su destino solo frio, bruma ,impotencia y odio acomete sus almas, no hay misericordia, no hay honor solo una mano artera y escodida de todo peligro que mueve para su beneficio, los destinos, riquesas y vidas de Chile, "Dark Day in Chile" , Indicaran los Diarios del Mundo ,la ambicion , la traición de gente mezquina de nuestras autoridades Presidente, Parlamentarios y ministros, Jueces que han olvidado el por que y para que estan , olvidaron el dialogo y la idea de Nacion ,nos a traido a esto unos por Queren un Chile Gran ...de y Libre, otros Los Vencedores por un Chile en manos extrangeras que les permita gozar de sus privilegios y por esto en el campo de batalla yace los Hombres que han creido en ellos.......Mi abuelo, a quien no conoci, de 16 años ultimo defensor del estandarte de su batallon Balmacedista , con su uniforme mojado, un fusil con su bayoneta quebrada tras de el se protegen los heridos del "Nacimiento", tiene frio, miedo e incertidumbre, esta rodeado de Congresistas, Chilenos como el pero con un odio que nunca se habia visto entre Chilenos.
He subido este fragmento con la autorización de Raúl Olmedo D., nieto del autor y poseedor de los derechos. Cualquier reproducción de este con fines comerciales sin Autorización de Don Raúl Olmedo esta estrictamente prohibido.
Jamás Vencidos
Sección Cuatro, Segunda Parte.
Agosto 28 de 1891, batalla de La Placilla.
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción N° 109.662 de 22.07.1999
Del Informe Final y apuntes de Juan Mateo Olmedo E., 1892.
CUATRO (2ª parte)
Mucho antes de la llamada de diana ya estábamos todos en pié y aprestándonos, en la encapotada oscuridad, para la dura prueba de ese día. Al igual que en Con Con la batalla se dará un viernes, día de muerte y luto. Día tan bueno como cualquier otro, en realidad, tratándose de finiquitar facturas atrasadas. Nacho inquieto y vivaz - se hizo presente con un inmenso jarro de café© y una tortilla amasada que compartimos.
Hacia las 5.45 A.M. el Ejercito Constitucional empezó a moverse, con mi Brigada a la cabeza. Tropa de caballería se había destacado la tarde anterior en resguardo del trenque Las Cenizas, para evitar que las fuerzas de la dictadura lo drenaran y vertieran millones de litros de agua en el terreno que habríamos de cruzar. Avanzábamos con buen Animo, en extremo ganosos, y poco antes de las 7 A.M., ya de di­a claro, tomábamos posición al costado de una loma aislada, que llamaban La Granada, desde donde pudimos observar claramente las posiciones enemigas.
Enfrente de nuestras avanzadas, a una media legua hacia el W., se alzaba cual inmenso anfiteatro la cuesta que da acceso al Alto del Puerto de Valparai­so, viniendo desde Santiago. El camino real que, partiendo de la capital pasa por Casablanca, trepaba entre los cerros de esa cuesta en un retorcido caracol. A sus pies discurri­a el estero de La Placilla, con el villorrio del mismo nombre tendido placidamente a su reparo.
Nuestras tropas tomaban colocación, en esos momentos, al costado norte de ese camino, junto al otero de La Granada, teniendo por delante una llanada o planicie que nos separaba de las fuerzas del dictador, ubicadas a partir de la media falda y hasta coronar las alturas de la cuesta. Como única opción de continuar hacia el oriente y al puerto, estaba la cerrillada que enfrentábamos y su reptante camino en ascenso. Y en ellos, las fuerzas del Ejercito de Chile se habían hecho fuertes en una estudiada posicion que nos cerraba el paso.
Planteaban, a simple examen visual, una defensa con detenimiento con poco frente, apoyando sus flancos en sendas quebradas. Intentaban, obviamente, anular varias de las ventajas de nuestra táctica de combate, y era fácil deducir que, tras su amarga experiencia de Con Con , la mano les estaba mejorando a los generales del dictador.
Nuestra artillería estaba tomando ubicación atrás y a la izquierda, cuando los capitanes de compañías nos dieron a conocer el plan dispuesto por el mando para el día. Era este simple, directo, casi elemental, y por ello mismo promete ser efectivo: la infantería de la Primera Brigada - Frías - con mi Iquique haciendo de ala izquierda, el Antofagasta al centro y el Constitución a la derecha - unos 2.500 hombres, incluyendo a unos 300 pasados incorporados después de Con Con - avanzara sola, buscando presionar al enemigo por su eje. Procuráramos primero desgastarlo con nuestro fuego de fusil a distancia, y luego hendirlo por su mitad, acomodando los pasos siguientes al desarrollo de la batalla.
Mas atrás, en calidad de apoyo, pero con su propia misión especi­fica, la Segunda Brigada - Vergara - golpeara media hora mas tarde por nuestra izquierda, buscando envolver el ala derecha enemiga y aniquilarla. Ello suponía el centro adversario ya roto, o al menos muy debilitado por la acción de mi Brigada.
En cuanto a la Tercera Brigada - del Canto - y la masa de la caballería, quedaran de reserva en el cerrillo de La Granada, para ser utilizadas de acuerdo a lo que aconsejaran las circunstancias. Vale decir, para machacar en el punto exacto en que el experto ojo militar de nuestro Comandante en Jefe advirtiera crujir o tambalear la fortaleza enemiga. Y derrumbarla.
Será, pues, un ataque frontal y nuevamente cerro arriba, contra enemigos ahora bien apostados, en que nuestro único reparo será la exacta, precisa utilización del orden disperso, y la energía de la embestida.
La voz se corría velozmente entre la tropa: nuestra Brigada ira sola al choque y llevara el peso inicial del ataque. Las filas inmediatas se agitaban, con francas manifestaciones y roncos gruñidos de satisfacción. Antes de un minuto se me acerca Romero:
- Ah permiso pa' enmierdar los fierros, mi teniente? Los viejos del Antofagasta ya empezaron...
- Párate un poco, hombre. A ver que dice mi capitán....
Pero Cid y tampoco Delano, quien se nos unía en ese momento - no opusieron reparos a la bárbara medida
- Déjalos que sigan su instinto - fue Delano quien toma la decisión, con retenida excitación en su voz - Vamos a cruzar ese descampado a merced de su fuego artillero, y luego a empujarlos ladera arriba hasta arrojarlos de esas posiciones. Muchos de los nuestros caerán allá­, Mateo. Déjalos que se den el gusto, hombre. Se lo tienen ganado desde Con Con, y seguro que esas bestias, allá¡ en frente, están haciendo lo mismo.....
Entre macabras risas y gestos salvajes de inconfundible significación, dos o tres de mis hombres habían ya defecado a un costado de las filas, y ahora toda la sección se ocupaba en untar las hojas de bayonetas y corvos con las deposiciones frescas. La usanza, herencia brutal de la guerra de Arauco, implicaba que cualquier hombre que encajara esos filos emponzoñados en su carne, tendrá remotas posibilidades de sobrevivencia.
No es que el asunto tuviera gran importancia, a sabiendas de que nuestra potencia combativa se apoyaba en la cadencia de fuego y alcance de los Mannlicher, por una parte. Y que, además, muchos heridos de ambos bandos serán prontamente repasados en las pausas del combate. Pero el gesto marcaba, antes de iniciarla, el carácter de solo muerte que tendrá la confrontación, mejor aun que los crespones negros con que sé habi­a ornado nuestra única y solitaria bandera en el campo, la del Comando en Jefe.
Que yo supiera, ningún chileno había untado los fierros desde fines del 82.
Los Chaquetas gueltas recién incorporados participaban del horrendo rito con franco entusiasmo. Quizás cuantos de ellos y de nuestra propia gente ya lo habrían practicado en la sierra peruana cuando, después de los macabros, chocantes sucesos de Concepción, todo rasgo de humanidad y de piedad desaparecía de los corazones chilenos.
La tropa había desayunado liberalmente con aguardiente, y ahora una vez mas se veía los tachos pasar de mano en mano, mientras aprestaban sus cuerpos para el esfuerzo supremo. Cual actores que se vistieran para una representación, los hombres volvían a ayudarse mutuamente en el fajado de sus torsos y vientres, y el ceñir de sus apreciadas muñequeras o refuerzos de cuero.
Todos ajustábamos las piezas de nuestros equipos, en tanto la enorme, maciza figura del capellán Lisboa, tocada con su pintoresco sombrero de anchas alas, pasaba entre las filas invocando al Altísimo con su poderoso vozarrón. La tropa mostraba, como siempre, una marcada preferencia por la Virgen del Carmen en la contingencia, y él "acordados " dominaba ampliamente entre las plegarias susurradas a toda prisa. Era la oportunidad de imponer los últimos escapularios.
Fue también el momento que aprovecha Manuel Luis para pasar a abrazarme. Seguido por Hinojosa, como si de su sombra se tratara, se detuvo unos minutos a mi lado, estrujándome contra su pecho con una fuerza que corta mi respiración. Enseguida recogía mi carta, mi libreta y mi recuerdo amoroso a nuestra madre, y luego de estrechar también n la mano de José Luis Delano, se perdía entre la inquieta formación. Su lugar estaba junto al Comandante en Jefe. Nota© que la proximidad del combate había puesto nuevamente en el rostro apellinado de Hinojosa la sonrisa feroz que ya le conocía. Antes de alejarse, el curtido cabo estruja con firmeza mis antebrazos, en su particular forma de expresar afecto.
La artillería enemiga se anticipa a dar inicio a la batalla con su fuego, minutos mas tarde, y todas nuestras baterías, ya en posición, respondieron de inmediato. No era posible percibir el efecto de nuestras granadas en la masa hostil que nos aguardaba entre los peñascos y matorrales de los cerros de la cuesta de la Placilla. Distinguíamos nítidamente, eso si los giseres de barro que levantaban las explosiones, pero sin poder apreciar si ello afectaba gran cosa a los bombardeados. A la reciproca, las descargas enemigas quedaban largas y solo algunas acemilas y carretas de nuestro bagaje sufrieron ligero dañó. Como en un acto ensayado, la tropa orinaba en reacción a la onda expansiva causada por las explosiones. El cañoneo continuo con similar e inane resultado durante algun rato.
Avances y los tres regimientos de la Primera Brigada nos precipitamos al campo intermedio, hambrientos de acción. Se abrieron de inmediato las filas y luego nos movimos avanzando en dispersión por secciones, con rápidos desplazamientos que aprovechaban los accidentes del terreno.
De inmediato la artillería enemiga acorta sus fuegos, y sus proyectiles empezaron a caer directamente sobre la tropa en movimiento. Mágicamente, tal como le había ocurrido en Con Con a la Segunda Brigada, el efecto fue casi nulo. Las granadas simplemente no explosaban. Solo se hundían en la tierra reblandecida por la lluvia, con grandes salpicaduras de lodo y aparatoso aventando de terrones y piedrecillas. O bien rebotaban, hiriendo por el golpe a algún soldado cercano. Pero cinco o diez caídos en una masa de 2.500 hombres que ganaba espacio velozmente, no tenían ninguna significación.
En cualquier momento - pensaba yo en esos instantes - los comandantes de la artillería adversaria, o sus jefes divisionarios, que seguramente estarán observando con anteojos de aumento el efecto de su fuego, notaran la anomalía. Y luego de hacer fusilar a los sirvientes de las piezas o a los comandantes de baterías, corregirán prestamente el error. Pero nada semejante ocurría. En pocos minutos alcanzamos el radio de tiro de fusil, y las unidades de infantería enemiga ubicadas en los primeros y cercanos faldeos iniciaron su fuego a distancia.
Por nuestra parte, manteniendo la dispersión y el estricto apegamiento al terreno que nos hacían blancos difíciles, dimos curso - desde ese punto - al avance con fuego de sostén. Ello se tradujo, para mi realidad inmediata, en que mientras dos de las secciones de la 4tª compañía, tendidas sin presentar blanco, fusilaban con toda la intensidad que permitía el sistema de repetición a las filas grises y azules grotescamente agrupadas a la vista, las otras dos cuartas avanza, ¡íbamos a saltos, procurando cubrirnos en los accidentes del terreno. Ya ubicados en posiciones a resguardo, iniciábamos al punto un fuego intenso que permitía a las dos primeras avanzar a su turno. Tomábamos como dianas los botones y chapas brillantes de nuestros adversarios, que a unos 800 metros mostraban gentilmente sus torsos, nítidamente recortados contra el cerro.
En sus primeras líneas el efecto fue instantáneo. Se les veía caer como muñecos de feria, y al resto reagruparse y vacilar, desconcertados. Sabíamos que las tropas de su 4ª División Concepción no habían visto aun el orden disperso en acción, e intuíamos que ahora estarán con la boca abierta, desconcertados ante la escúrrete masa gris que se les precipitaba encima, apareciendo y desapareciendo ante sus ojos. Y al mismo tiempo, sometiéndolos desde distancia a ese fuego preciso, agobiante y feroz que les diezmaba sin clemencia.
Para las mentes sencillas, muy pocas cosas hay tan atemorizantes como lo desconocido. Y exactamente eso éramos nosotros en tales momentos para las tropas del Ejercito de Chile. Un fenómeno desconocido de efecto letal.
En menos de media hora de combate logramos posesionarnos del pié© de la cuesta, y casi sin pausa los silbatos y el ejemplo de nuestros jefes nos llevaron a embestir reciamente a las fuerzas que nos enfrentaban desde las faldas, a menos de 300 pasos. El Antofagasta se introdujo como un ariete, y mi regimiento se abría hacia la izquierda, procurando cortar a las unidades enemigas más avanzadas.
No podíamos seguir, cegados por el humo del violento fuego de fusil, el accionar del Constitución en nuestra ala derecha, pero frente al Iquique casi inmediatamente un batallón enemigo se entrega. Tiraron sus armas con mucha mímica y aparato, y con ambas manos bien alzadas y a la vista, llevando su estandarte plegado, se escurrieron semi ordenadamente entre nuestras filas para agruparse, bien erguidos, en nuestra retaguardia. Tenían aun sus oficiales, aunque tan aturdidos que no advirtieron que habían pasado a transformarse, instantáneamente, en blanco de los fusiles rabiosos de sus ex-camaradas en la cuesta. Hubo que destinar de inmediato un par de secciones de nuestro 2º batallón para terminar de reducirlos y alejarlos del peligro.
El grueso de las fuerzas a las que embestíamos había cedido terreno, retrocediendo mas o menos organizadamente hasta una posición mas elevada. Dejaban tras de si­ una enorme cantidad de bajas sobre la ladera que rezumaba sangre. Los gritos de sus heridos contribuían al estruendo general, pero entonces el destello de los corvos acalla rápidamente el clamor de muchos de esos cuerpos grises y azules al alcance del brazo. Se buscaba con afán repasar de preferencia a los sargentos y cabos enemigos, y no se escucha en toda la línea ninguna orden en contrario.
Entusiasmados por el éxito parcial, y atraídos por él vació de resistencia, cometimos la simpleza de seguir de inmediato al enemigo en retirada. Cid personalmente, con su rostro y uniforme cubiertos de barro, me ordena tomar posiciones mas adelante, hacia la izquierda.
- Es el Linares e se ha rendido - grita excitado. Llevaba su espada en la diestra y el revoler ya descargado en su otra mano. No hizo comentarios sobre el Manlicher que yo cargaba - Tres minutos para revisar el estado de la munición Vamos a tratar de quebrar su centro enseguida.