Hace 120 años un Dia Aciago para CHILE

Nacho

Comandante de Guardia
Miembro
Miembro Regular
La Guerra Civil de 1891 fue un conflicto armado en Chile entre partidarios del Congreso Nacional contra los del Presidente de la República Don JOSE MANUEL BALMACEDA Terminó con la derrota de las fuerzas leales al presidente, y el suicidio de éste.



Camaradas: comparto con ustedes un fragmento de mi autoria y junto a El parte de un capitulo de un Libro Proximo a Salir de la Vivencias del Abuelo de Mi Gran Amigo D. Raul Olmedo llamado Juan Mateo Olmedo titulado "Jamas Vencidos"

La Placilla 28 de agosto de 1891

Todo ha terminado, queda la incertidumbre , el odio se refleja en el ambiente, no hay bandas de musica, ni risas ni abrazos de los vencedores solo ojos que reflejan odio, entre los vecidos la incertidumbre de su destino solo frio, bruma ,impotencia y odio acomete sus almas, no hay misericordia, no hay honor solo una mano artera y escodida de todo peligro que mueve para su beneficio, los destinos, riquesas y vidas de Chile, "Dark Day in Chile" , Indicaran los Diarios del Mundo ,la ambicion , la traición de gente mezquina de nuestras autoridades Presidente, Parlamentarios y ministros, Jueces que han olvidado el por que y para que estan , olvidaron el dialogo y la idea de Nacion ,nos a traido a esto unos por Queren un Chile Gran ...de y Libre, otros Los Vencedores por un Chile en manos extrangeras que les permita gozar de sus privilegios y por esto en el campo de batalla yace los Hombres que han creido en ellos.......Mi abuelo, a quien no conoci, de 16 años ultimo defensor del estandarte de su batallon Balmacedista , con su uniforme mojado, un fusil con su bayoneta quebrada tras de el se protegen los heridos del "Nacimiento", tiene frio, miedo e incertidumbre, esta rodeado de Congresistas, Chilenos como el pero con un odio que nunca se habia visto entre Chilenos.




He subido este fragmento con la autorización de Raúl Olmedo D., nieto del autor y poseedor de los derechos. Cualquier reproducción de este con fines comerciales sin Autorización de Don Raúl Olmedo esta estrictamente prohibido.


Jamás Vencidos
Sección Cuatro, Segunda Parte.
Agosto 28 de 1891, batalla de La Placilla.
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción N° 109.662 de 22.07.1999
Del Informe Final y apuntes de Juan Mateo Olmedo E., 1892.




CUATRO (2ª parte)



Mucho antes de la llamada de diana ya estábamos todos en pié y aprestándonos, en la encapotada oscuridad, para la dura prueba de ese día. Al igual que en Con Con la batalla se dará un viernes, día de muerte y luto. Día tan bueno como cualquier otro, en realidad, tratándose de finiquitar facturas atrasadas. Nacho inquieto y vivaz - se hizo presente con un inmenso jarro de café© y una tortilla amasada que compartimos.

Hacia las 5.45 A.M. el Ejercito Constitucional empezó a moverse, con mi Brigada a la cabeza. Tropa de caballería se había destacado la tarde anterior en resguardo del trenque Las Cenizas, para evitar que las fuerzas de la dictadura lo drenaran y vertieran millones de litros de agua en el terreno que habríamos de cruzar. Avanzábamos con buen Animo, en extremo ganosos, y poco antes de las 7 A.M., ya de di­a claro, tomábamos posición al costado de una loma aislada, que llamaban La Granada, desde donde pudimos observar claramente las posiciones enemigas.

Enfrente de nuestras avanzadas, a una media legua hacia el W., se alzaba cual inmenso anfiteatro la cuesta que da acceso al Alto del Puerto de Valparai­so, viniendo desde Santiago. El camino real que, partiendo de la capital pasa por Casablanca, trepaba entre los cerros de esa cuesta en un retorcido caracol. A sus pies discurri­a el estero de La Placilla, con el villorrio del mismo nombre tendido placidamente a su reparo.

Nuestras tropas tomaban colocación, en esos momentos, al costado norte de ese camino, junto al otero de La Granada, teniendo por delante una llanada o planicie que nos separaba de las fuerzas del dictador, ubicadas a partir de la media falda y hasta coronar las alturas de la cuesta. Como única opción de continuar hacia el oriente y al puerto, estaba la cerrillada que enfrentábamos y su reptante camino en ascenso. Y en ellos, las fuerzas del Ejercito de Chile se habían hecho fuertes en una estudiada posicion que nos cerraba el paso.

Planteaban, a simple examen visual, una defensa con detenimiento con poco frente, apoyando sus flancos en sendas quebradas. Intentaban, obviamente, anular varias de las ventajas de nuestra táctica de combate, y era fácil deducir que, tras su amarga experiencia de Con Con , la mano les estaba mejorando a los generales del dictador.

Nuestra artillería estaba tomando ubicación atrás y a la izquierda, cuando los capitanes de compañías nos dieron a conocer el plan dispuesto por el mando para el día. Era este simple, directo, casi elemental, y por ello mismo promete ser efectivo: la infantería de la Primera Brigada - Frías - con mi Iquique haciendo de ala izquierda, el Antofagasta al centro y el Constitución a la derecha - unos 2.500 hombres, incluyendo a unos 300 pasados incorporados después de Con Con - avanzara sola, buscando presionar al enemigo por su eje. Procuráramos primero desgastarlo con nuestro fuego de fusil a distancia, y luego hendirlo por su mitad, acomodando los pasos siguientes al desarrollo de la batalla.

Mas atrás, en calidad de apoyo, pero con su propia misión especi­fica, la Segunda Brigada - Vergara - golpeara media hora mas tarde por nuestra izquierda, buscando envolver el ala derecha enemiga y aniquilarla. Ello suponía el centro adversario ya roto, o al menos muy debilitado por la acción de mi Brigada.

En cuanto a la Tercera Brigada - del Canto - y la masa de la caballería, quedaran de reserva en el cerrillo de La Granada, para ser utilizadas de acuerdo a lo que aconsejaran las circunstancias. Vale decir, para machacar en el punto exacto en que el experto ojo militar de nuestro Comandante en Jefe advirtiera crujir o tambalear la fortaleza enemiga. Y derrumbarla.

Será, pues, un ataque frontal y nuevamente cerro arriba, contra enemigos ahora bien apostados, en que nuestro único reparo será la exacta, precisa utilización del orden disperso, y la energía de la embestida.

La voz se corría velozmente entre la tropa: nuestra Brigada ira sola al choque y llevara el peso inicial del ataque. Las filas inmediatas se agitaban, con francas manifestaciones y roncos gruñidos de satisfacción. Antes de un minuto se me acerca Romero:



- Ah permiso pa' enmierdar los fierros, mi teniente? Los viejos del Antofagasta ya empezaron...



- Párate un poco, hombre. A ver que dice mi capitán....



Pero Cid y tampoco Delano, quien se nos unía en ese momento - no opusieron reparos a la bárbara medida



- Déjalos que sigan su instinto - fue Delano quien toma la decisión, con retenida excitación en su voz - Vamos a cruzar ese descampado a merced de su fuego artillero, y luego a empujarlos ladera arriba hasta arrojarlos de esas posiciones. Muchos de los nuestros caerán allá­, Mateo. Déjalos que se den el gusto, hombre. Se lo tienen ganado desde Con Con, y seguro que esas bestias, allá¡ en frente, están haciendo lo mismo.....



Entre macabras risas y gestos salvajes de inconfundible significación, dos o tres de mis hombres habían ya defecado a un costado de las filas, y ahora toda la sección se ocupaba en untar las hojas de bayonetas y corvos con las deposiciones frescas. La usanza, herencia brutal de la guerra de Arauco, implicaba que cualquier hombre que encajara esos filos emponzoñados en su carne, tendrá remotas posibilidades de sobrevivencia.

No es que el asunto tuviera gran importancia, a sabiendas de que nuestra potencia combativa se apoyaba en la cadencia de fuego y alcance de los Mannlicher, por una parte. Y que, además, muchos heridos de ambos bandos serán prontamente repasados en las pausas del combate. Pero el gesto marcaba, antes de iniciarla, el carácter de solo muerte que tendrá la confrontación, mejor aun que los crespones negros con que sé habi­a ornado nuestra única y solitaria bandera en el campo, la del Comando en Jefe.
Que yo supiera, ningún chileno había untado los fierros desde fines del 82.
Los Chaquetas gueltas recién incorporados participaban del horrendo rito con franco entusiasmo. Quizás cuantos de ellos y de nuestra propia gente ya lo habrían practicado en la sierra peruana cuando, después de los macabros, chocantes sucesos de Concepción, todo rasgo de humanidad y de piedad desaparecía de los corazones chilenos.

La tropa había desayunado liberalmente con aguardiente, y ahora una vez mas se veía los tachos pasar de mano en mano, mientras aprestaban sus cuerpos para el esfuerzo supremo. Cual actores que se vistieran para una representación, los hombres volvían a ayudarse mutuamente en el fajado de sus torsos y vientres, y el ceñir de sus apreciadas muñequeras o refuerzos de cuero.

Todos ajustábamos las piezas de nuestros equipos, en tanto la enorme, maciza figura del capellán Lisboa, tocada con su pintoresco sombrero de anchas alas, pasaba entre las filas invocando al Altísimo con su poderoso vozarrón. La tropa mostraba, como siempre, una marcada preferencia por la Virgen del Carmen en la contingencia, y él "acordados " dominaba ampliamente entre las plegarias susurradas a toda prisa. Era la oportunidad de imponer los últimos escapularios.

Fue también el momento que aprovecha Manuel Luis para pasar a abrazarme. Seguido por Hinojosa, como si de su sombra se tratara, se detuvo unos minutos a mi lado, estrujándome contra su pecho con una fuerza que corta mi respiración. Enseguida recogía mi carta, mi libreta y mi recuerdo amoroso a nuestra madre, y luego de estrechar también n la mano de José Luis Delano, se perdía entre la inquieta formación. Su lugar estaba junto al Comandante en Jefe. Nota© que la proximidad del combate había puesto nuevamente en el rostro apellinado de Hinojosa la sonrisa feroz que ya le conocía. Antes de alejarse, el curtido cabo estruja con firmeza mis antebrazos, en su particular forma de expresar afecto.

La artillería enemiga se anticipa a dar inicio a la batalla con su fuego, minutos mas tarde, y todas nuestras baterías, ya en posición, respondieron de inmediato. No era posible percibir el efecto de nuestras granadas en la masa hostil que nos aguardaba entre los peñascos y matorrales de los cerros de la cuesta de la Placilla. Distinguíamos nítidamente, eso si los giseres de barro que levantaban las explosiones, pero sin poder apreciar si ello afectaba gran cosa a los bombardeados. A la reciproca, las descargas enemigas quedaban largas y solo algunas acemilas y carretas de nuestro bagaje sufrieron ligero dañó. Como en un acto ensayado, la tropa orinaba en reacción a la onda expansiva causada por las explosiones. El cañoneo continuo con similar e inane resultado durante algun rato.

Avances y los tres regimientos de la Primera Brigada nos precipitamos al campo intermedio, hambrientos de acción. Se abrieron de inmediato las filas y luego nos movimos avanzando en dispersión por secciones, con rápidos desplazamientos que aprovechaban los accidentes del terreno.

De inmediato la artillería enemiga acorta sus fuegos, y sus proyectiles empezaron a caer directamente sobre la tropa en movimiento. Mágicamente, tal como le había ocurrido en Con Con a la Segunda Brigada, el efecto fue casi nulo. Las granadas simplemente no explosaban. Solo se hundían en la tierra reblandecida por la lluvia, con grandes salpicaduras de lodo y aparatoso aventando de terrones y piedrecillas. O bien rebotaban, hiriendo por el golpe a algún soldado cercano. Pero cinco o diez caídos en una masa de 2.500 hombres que ganaba espacio velozmente, no tenían ninguna significación.

En cualquier momento - pensaba yo en esos instantes - los comandantes de la artillería adversaria, o sus jefes divisionarios, que seguramente estarán observando con anteojos de aumento el efecto de su fuego, notaran la anomalía. Y luego de hacer fusilar a los sirvientes de las piezas o a los comandantes de baterías, corregirán prestamente el error. Pero nada semejante ocurría. En pocos minutos alcanzamos el radio de tiro de fusil, y las unidades de infantería enemiga ubicadas en los primeros y cercanos faldeos iniciaron su fuego a distancia.

Por nuestra parte, manteniendo la dispersión y el estricto apegamiento al terreno que nos hacían blancos difíciles, dimos curso - desde ese punto - al avance con fuego de sostén. Ello se tradujo, para mi realidad inmediata, en que mientras dos de las secciones de la 4tª compañía, tendidas sin presentar blanco, fusilaban con toda la intensidad que permitía el sistema de repetición a las filas grises y azules grotescamente agrupadas a la vista, las otras dos cuartas avanza, ¡íbamos a saltos, procurando cubrirnos en los accidentes del terreno. Ya ubicados en posiciones a resguardo, iniciábamos al punto un fuego intenso que permitía a las dos primeras avanzar a su turno. Tomábamos como dianas los botones y chapas brillantes de nuestros adversarios, que a unos 800 metros mostraban gentilmente sus torsos, nítidamente recortados contra el cerro.
En sus primeras líneas el efecto fue instantáneo. Se les veía caer como muñecos de feria, y al resto reagruparse y vacilar, desconcertados. Sabíamos que las tropas de su 4ª División Concepción no habían visto aun el orden disperso en acción, e intuíamos que ahora estarán con la boca abierta, desconcertados ante la escúrrete masa gris que se les precipitaba encima, apareciendo y desapareciendo ante sus ojos. Y al mismo tiempo, sometiéndolos desde distancia a ese fuego preciso, agobiante y feroz que les diezmaba sin clemencia.

Para las mentes sencillas, muy pocas cosas hay tan atemorizantes como lo desconocido. Y exactamente eso éramos nosotros en tales momentos para las tropas del Ejercito de Chile. Un fenómeno desconocido de efecto letal.

En menos de media hora de combate logramos posesionarnos del pié© de la cuesta, y casi sin pausa los silbatos y el ejemplo de nuestros jefes nos llevaron a embestir reciamente a las fuerzas que nos enfrentaban desde las faldas, a menos de 300 pasos. El Antofagasta se introdujo como un ariete, y mi regimiento se abría hacia la izquierda, procurando cortar a las unidades enemigas más avanzadas.

No podíamos seguir, cegados por el humo del violento fuego de fusil, el accionar del Constitución en nuestra ala derecha, pero frente al Iquique casi inmediatamente un batallón enemigo se entrega. Tiraron sus armas con mucha mímica y aparato, y con ambas manos bien alzadas y a la vista, llevando su estandarte plegado, se escurrieron semi ordenadamente entre nuestras filas para agruparse, bien erguidos, en nuestra retaguardia. Tenían aun sus oficiales, aunque tan aturdidos que no advirtieron que habían pasado a transformarse, instantáneamente, en blanco de los fusiles rabiosos de sus ex-camaradas en la cuesta. Hubo que destinar de inmediato un par de secciones de nuestro 2º batallón para terminar de reducirlos y alejarlos del peligro.

El grueso de las fuerzas a las que embestíamos había cedido terreno, retrocediendo mas o menos organizadamente hasta una posición mas elevada. Dejaban tras de si­ una enorme cantidad de bajas sobre la ladera que rezumaba sangre. Los gritos de sus heridos contribuían al estruendo general, pero entonces el destello de los corvos acalla rápidamente el clamor de muchos de esos cuerpos grises y azules al alcance del brazo. Se buscaba con afán repasar de preferencia a los sargentos y cabos enemigos, y no se escucha en toda la línea ninguna orden en contrario.

Entusiasmados por el éxito parcial, y atraídos por él vació de resistencia, cometimos la simpleza de seguir de inmediato al enemigo en retirada. Cid personalmente, con su rostro y uniforme cubiertos de barro, me ordena tomar posiciones mas adelante, hacia la izquierda.



- Es el Linares e se ha rendido - grita excitado. Llevaba su espada en la diestra y el revoler ya descargado en su otra mano. No hizo comentarios sobre el Manlicher que yo cargaba - Tres minutos para revisar el estado de la munición Vamos a tratar de quebrar su centro enseguida.
 

Nacho

Comandante de Guardia
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Interesante artículo.

Es importante recordar que lo de "Siempre vencedor, jamás vencido" no es correcto ya que fue justamente en esta revoluciòn en que el ejército fue derrotado.


Con frecuencia se utilizo el término "Siempre vencedor, jamás vencido" el "Nuevo" Ejercito de Chile institución creada a partir del 02.01.1892, en reemplazo del "Ejercito de Chile" Vencedor de la Guerra del Pacifico derrotado por las fuerzas del Congreso y disuelto por decreto del 04.09.1891

Es una Historia que suele irritar ciertas suceptibilidades, y que algunos no comparten. y en la cual a Ciudadanos Soldados que dieron todo por Chile en los desiertos y la sierra se trasformaron en parias solo por el odio que se genero en ambos bandos.
 

Nacho

Comandante de Guardia
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Mi subordinado, Varela, había caído en el avance, pero le había visto arrastrarse hasta un reparo. Solo herido, menos mal. Entre la lluvia de balas que durante esa pausa nos buscaban, golpeando el suelo y las piedras intermitentemente, busque© a mi ordenanza con la vista y lo encontré© a mi lado, agitado pero sonriente.



- Agacha la cabeza y apégate al terreno - le reitero© inútilmente, porque el chico casi se confunde con el barroso suelo - Y avanza aparragado cuando se te ordene. Luego toma posición y protegeneos con tu fuego.
- Romero! - vocifera enseguida - munición para todos y listos para avanzar al pitazo.



La orden llega en el plazo, y allá¡ fuimos, repechando un terreno que sé hacia mas pesado por el aumento de la gradiente, en tanto nuestros sostenes arreciaban su fuego hacia lo alto. El ruido resultaba aturdidor. Un proyectil enemigo golpea en ese momento con enorme fuerza en la culata de mi fusil, justo cuando avanzaba agazapado entre dos piedras. Además de arrancándomelo de las manos, me hizo tropezar y caer. Nacho estuvo a mi lado en un segundo



- ¿ Ta' bien, don Mateo? - su rostro infantil se inclinaba ansioso sobre mi



- Sí, ******. Agáchate - le mostré la culata astillada y el ancho orificio con el plomo aplastado - Dio en el fusil. Y dime Mi teniente mierda.



- Si, mi teniente - soltó una nerviosa risita conejil, mientras se escurre hacia una depresión vecina.



subitamente, las crestas inmediatas se vieron coronadas por tropas enemigas frescas y cohesionadas que se descolgaban desde lo alto de los cerros. Su reserva ya entraba en acción, deduje, pero al igual que en línea, erguidos, mostrándose completamente al avanzar. Notábamos como se alentaban mutuamente a gritos al apresurarse hacia nosotros, buscando con ansias él entrevero al arma blanca.

Se ordena en mi compañía completa retirada con fuego de apoyo, y aunque conseguimos evitar el choque directo en tanto abandonábamos los metros recién ganados, empezamos a recibir algún fuego de fusileri­a que abatía a nuestros hombres durante su desplazamiento en la Áspera escarpa. Cediendo con renuencia a la presión, procurábamos retirar nuestros heridos éxito. Hice arrastrar a Varela sin contemplaciones ladera abajo por dos de mis pampinos - su propio ordenanza estaba muerto a esa hora - en la esperanza de salvarle el pellejo.
No podré siquiera calcular el numero de nuestros enemigos en esos momentos, pero se apreciaba una masa inmensa, y nosotros seguíamos siendo los mismos tres regimientos de la Primera Brigada. ¿Por donde cresta andará la Brigada Vergara, que debía amagar su derecha y apoyarnos en nuestro ataque? No era ese el minuto de averiguarlo, porque ahora éramos nosotros los presionados mediante descargas bien apuntadas que iban, poco a poco, mermando nuestro numero y forzándonos rudamente hacia el pie del cerro. Lográbamos, no obstante, en nuestro obligado repliegue, mantener al enemigo a distancia con fuego continuo que les impedía organizarse y avanzar. Y perdían mucha, demasiada gente en sus intentos.

Ureta y su subteniente en la 1ª sección fueron abatidos en esa retirada. De acuerdo al esquema táctico instruido, asuma­ sin titubear el mando de las dos secciones, reducidas en conjunto a no mas de 35 hombres. Mientras organizaba el fuego defensivo, y me desplazaba para ello a saltos en un frente de 60 a 80 pasos, no dejaba de preguntarme cuantos fusileros enemigos estarán buscando frenar mis fintas y acrobacias de un balazo. Algunos proyectiles herían el suelo muy cercanamente, pero yo había alcanzado ese estado de indiferencia suprema de que hablan los veteranos de muchos combates. Ello me permitía apreciar la escena cual mero observador, como si todo el asunto no me afectara en lo personal. Me sentía como espectador de una obra de teatro desde un elevado palco, en tanto la escena transcurría a lo lejos y con mucha lentitud. Dos o tres fuertes porrazos en los accidentes del terreno no lograron apartarme de ese estado de desconexión con el peligro inmediato. Además estaba medio sordo por el estrépito reinante, y sangraba de una ceja, lo que mermaba mi visión.

El enemigo, animosamente, intentaba una y otra vez venirse en una carga que, de materializarse, resultara para nosotros desastrosa en tales momentos. Nuestra cortina de balas lograba mantenerlos, sin embargo, a respetuosa distancia
Mi subordinado, Varela, había caído en el avance, pero le había visto arrastrarse hasta un reparo. Solo herido, menos mal. Entre la lluvia de balas que durante esa pausa nos buscaban, golpeando el suelo y las piedras intermitentemente, busque© a mi ordenanza con la vista y lo encontré© a mi lado, agitado pero sonriente.



- Agacha la cabeza y apégate al terreno - le reitero© inútilmente, porque el chico casi se confunde con el barroso suelo - Y avanza aparragado cuando se te ordene. Luego toma posición y protegeneos con tu fuego.
- Romero! - vocifera enseguida - munición para todos y listos para avanzar al pitazo.



La orden llega en el plazo, y allá¡ fuimos, repechando un terreno que sé hacia mas pesado por el aumento de la gradiente, en tanto nuestros sostenes arreciaban su fuego hacia lo alto. El ruido resultaba aturdidor. Un proyectil enemigo golpea en ese momento con enorme fuerza en la culata de mi fusil, justo cuando avanzaba agazapado entre dos piedras. Además de arrancándomelo de las manos, me hizo tropezar y caer. Nacho estuvo a mi lado en un segundo



- ¿ Ta' bien, don Mateo? - su rostro infantil se inclinaba ansioso sobre mi



- Sí, ******. Agáchate - le mostré la culata astillada y el ancho orificio con el plomo aplastado - Dio en el fusil. Y dime Mi teniente mierda.



- Si, mi teniente - soltó una nerviosa risita conejil, mientras se escurre hacia una depresión vecina.



subitamente, las crestas inmediatas se vieron coronadas por tropas enemigas frescas y cohesionadas que se descolgaban desde lo alto de los cerros. Su reserva ya entraba en acción, deduje, pero al igual que en línea, erguidos, mostrándose completamente al avanzar. Notábamos como se alentaban mutuamente a gritos al apresurarse hacia nosotros, buscando con ansias él entrevero al arma blanca.

Se ordena en mi compañía completa retirada con fuego de apoyo, y aunque conseguimos evitar el choque directo en tanto abandonábamos los metros recién ganados, empezamos a recibir algún fuego de fusileri­a que abatía a nuestros hombres durante su desplazamiento en la Áspera escarpa. Cediendo con renuencia a la presión, procurábamos retirar nuestros heridos éxito. Hice arrastrar a Varela sin contemplaciones ladera abajo por dos de mis pampinos - su propio ordenanza estaba muerto a esa hora - en la esperanza de salvarle el pellejo.
No podré siquiera calcular el numero de nuestros enemigos en esos momentos, pero se apreciaba una masa inmensa, y nosotros seguíamos siendo los mismos tres regimientos de la Primera Brigada. ¿Por donde cresta andará la Brigada Vergara, que debía amagar su derecha y apoyarnos en nuestro ataque? No era ese el minuto de averiguarlo, porque ahora éramos nosotros los presionados mediante descargas bien apuntadas que iban, poco a poco, mermando nuestro numero y forzándonos rudamente hacia el pie del cerro. Lográbamos, no obstante, en nuestro obligado repliegue, mantener al enemigo a distancia con fuego continuo que les impedía organizarse y avanzar. Y perdían mucha, demasiada gente en sus intentos.

Ureta y su subteniente en la 1ª sección fueron abatidos en esa retirada. De acuerdo al esquema táctico instruido, asuma­ sin titubear el mando de las dos secciones, reducidas en conjunto a no mas de 35 hombres. Mientras organizaba el fuego defensivo, y me desplazaba para ello a saltos en un frente de 60 a 80 pasos, no dejaba de preguntarme cuantos fusileros enemigos estarán buscando frenar mis fintas y acrobacias de un balazo. Algunos proyectiles herían el suelo muy cercanamente, pero yo había alcanzado ese estado de indiferencia suprema de que hablan los veteranos de muchos combates. Ello me permitía apreciar la escena cual mero observador, como si todo el asunto no me afectara en lo personal. Me sentía como espectador de una obra de teatro desde un elevado palco, en tanto la escena transcurría a lo lejos y con mucha lentitud. Dos o tres fuertes porrazos en los accidentes del terreno no lograron apartarme de ese estado de desconexión con el peligro inmediato. Además estaba medio sordo por el estrépito reinante, y sangraba de una ceja, lo que mermaba mi visión.

El enemigo, animosamente, intentaba una y otra vez venirse en una carga que, de materializarse, resultara para nosotros desastrosa en tales momentos. Nuestra cortina de balas lograba mantenerlos, sin embargo, a respetuosa distancia
 

Nacho

Comandante de Guardia
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Miembro Regular
El enemigo, animosamente, intentaba una y otra vez venirse en una carga que, de materializarse, resultara para nosotros desastrosa en tales momentos. Nuestra cortina de balas lograba mantenerlos, sin embargo, a respetuosa distancia. Lleváramos bastante mas de una hora, quizás hora y media de combate totalmente solos, calculó , y la cosa estaba tomando color de hormiga, no obstante las subidas perdidas que continuábamos causando a las fuerzas que nos presionaban. Lo que fuere que ocurriera a continuación, a mi, vivo, no me iban a poner la mano encima. Era algo que ya tenia decidido.

Escuchamos justo entonces, sobrepasando el ensordecedor estruendo de la refriega inmediata, el chasquido inconfundible de otros Mannlicher prendiendo con violencia a nuestra izquierda. Casi al instante, el tableteo de varias ametralladoras instaladas en nuestros flacos se sumaron al concierto general, y sus descargas empezaron a abatir con violencia la masa hostil que nos acosaba.

El alivio se hizo sentir de inmediato. La infantería adversaria no estaba entrenada para protegerse y disparar en un proceso continuo, y al buscar refugio cesa también casi totalmente su fuego. Respiramos.

Solo un par de mis ocho ex-balmacedistas sobrevivían a esas alturas, y habían caído también los otros ocho asignados a la 1ª sección, cuyo mando había debido asumir. Puse a ambos en misión de reamunicionamiento, a las ordenes de mi ordenanza.
 

Nacho

Comandante de Guardia
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Miembro Regular
La pausa duras los escasos minutos, lapso en que todos recurrimos al valor con el liquido de las caramayolas. El propio Bernales aparecía entonces para animarnos y pedirnos, mas que ordenarnos, retomar el avance y la presión. Lo hicimos, claro, y otra media hora de fusilamiento sistemático en avance nos ocupa, mientras oíamos rugir en aumento la batalla a nuestra izquierda. Tenia que ser la división Vergara completa en acción, porque sus efectos eran devastadores. Podíamos ver claramente ahora como las fuerzas enemigas cedían frente a ella.

Mi regimiento también iba avanzando, lento pero cada vez con mayor facilidad, pues la oposición se haci­a mas y mas débil a cada minuto. De pronto, el Valparaíso se hizo visible a nuestra izquierda, empujando cerro arriba. Entre el espeso humo de los disparos pudimos también divisar, borrosamente, al Atacama y al Huasco trabados fieramente en combate contra el ala derecha enemiga.

Bernales alza en ese momento su puño cerrado para pedir atención, y con amplia sonrisa - que solo adivinamos por el brillo de sus dientes en la sucia cara - señala el valle a nuestra espalda. La Tercera Brigada completa - mas de tres mil hombres - se precipitaba en esos momentos a la batalla, avanzando al trote largo de la infantería. Tomaba abiertamente el costado norte del camino de Casablanca, por nuestra derecha, en su ruta hacia la cima.

A mi la arremetida no me iba a tomar otra vez desprevenido, y a toda prisa me procure una bayoneta para el Mannlicher, entre las muchas armas que había tiradas por ahí­, ya sin dueño. No tuve que esperar. Bernales, y a su lado Delano, batiendo ambos sus espadas, vocearon la orden que de inmediato fue seguida por los silbatos y coreada por la gritería de jubilo salvaje.

Durante los segundos que mi gente demora en armar las bayonetas, nos acuciaba el horroroso chivateo que llevaban las tropas de la Segunda Brigada aventajándonos por la izquierda, mientras aquellas de la reserva que habían tomado la delantera en su sector, ululaban también en su progresión ascendente por los cerros de la derecha. Estrechamos ganosamente distancias con el adversario, que cedía ya francamente su terreno, pero sin poder llegar en definitiva al cuerpo a cuerpo. Resultaba, en cualquier caso, mucho mas rentable seguirlo fusilando a menos de 150 pasos, viendo caer las erguidas marionetas por doquier y a cada instante.


Nuestro avance fue tomando mas y mas volumen, debido a la pobre resistencia, y cuando estábamos ya casi encima de ellos, grupos compactos de tropas enemigas empezaron a botar sus fusiles y a correr en nuestra dirección con los brazos alzados. A una orden, abrimos con cierta renuencia brechas para que pasaran, no sin que el arrebato y la furia de nuestra gente - la terrible Risa Roja gatillada por la ingesta de alcohol y el frenesí­ de la lucha - dejara a una parte de los rendidos cruentamente bayoneteados en su transito. De inmediato se destine alguna tropa para custodiar a los sobrevivientes.




 

Nacho

Comandante de Guardia
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Vimos entonces como, frente a la Segunda Brigada, un regimiento enemigo completo se formaba por compañías , y dejando sus armas en el suelo, adoptaba disciplinadamente la posición de firmes en medio de la tupida balacera. Solicitaban claramente pasarse a nuestras filas, pero no era el momento de sutilezas. A la carrera fueron conducidos, desarmados, hacia retaguardia, derribando a los mas lerdos a balazos. Y luego, dos, tres batallones o regimientos empezaron a rendir sus armas simultáneamente.

El fuego merma casi hasta extinguirse en nuestro sector, pero mas arriba, en la planicie de la cumbre de la cuesta, tropas de la Tercera Brigada embestían sobre un regimiento todo azul que alli se batía bravamente en su ala izquierda. Podíamos reconocer a nuestro Esmeralda cercando al adversario en un muro restallante de fusiles, apoyados por el Valparaíso de la Brigada Vergara que también Abia alcanzado hasta el lugar. Copados en sus baterías, se notaba como los artilleros balmacedistas abandonaban el campo a toda prisa.

Quedamos boquiabiertos en ese momento al ver aparecer - sorpresivamente y de la nada - a nuestros escuadrones de jinetes, trepando con dificultad y casi al paso de las bestias por las Ásperas laderas, aprovechando senderos y vericuetos hasta alcanzar la cumbre. Y una vez allí, perderse de vista en una carga sobre las escasas fuerzas enemigas organizadas que buscaban desprenderse.



Observe el matadero que me rodeaba, notando como en un sueño el vaho que se desprendían de los cuerpos estertorantes en la helada mañana. Delano, manchado y embarrado hasta resultar casi irreconocible, me saluda con su espada a la distancia, y yo agitó© mi brazo en su dirección. Extraje con bastante dificultad el reloj de entre mis ropas, también cubiertas de sangre y lodo. Las 10.30 A.M., menos de tres horas de combate. Parecían haber transcurrido tres semanas, para mi­. Se dificultaban mis movimientos debido a la fatiga, y apenas si pude responder al fraternal abrazo de Ramón Cid, que luci­a muy entero



- ¿Bajas?



- Lo ignoro, aun n no hago el recuento. Como la mitad de ambas secciones, creo, entre muertos y heridos – respire profundo - Casi, casi, eh?

- Naaah. Esa era la idea. Desangrarlos con el sacrificio de una sola brigada, para patearlos luego con fuerzas frescas - Cid escupía tierra y sangre de su boca rota - y resulta. Pero si, hombre, anduvo bien al justo la cosa en este sector. Como sea, ya pasábamos a organizarnos de inmediato en el Alto para perseguir, si cabe. Aunque parece que no será¡ necesario. Los que no están rendidos ya, se están pasando con armas y bagajes. Este ejercito esta creciendo como becerro sano. Imagino, pues, que vamos a caer de visita en Valparaíso ahora mismo. Bueno - habla con el afecto maravillado y de complicidad entre sobrevivientes - ¿Es grave lo de tu ojo?



Lo habi­a olvidado. Me toque
 

Nacho

Comandante de Guardia
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Lo habi­a olvidado. Me toque
- Nada, parece. Solo la ceja abierta.



- Pues sangra bastante. Que te vean en la ambulancia - Cid también metía mano en mi arco superciliar izquierdo, que empezaba a dolerme - Un corte limpio. Pasara¡ con un trago - diagnostica - Debo continuar. Tienes tus ordenes, y yo las mas. ¿Necesitas mas gente?



- Basta con lo que queda de mi seccion y la de Ureta, si te parece. Debe haber unos 20 o 25 parados y en condiciones.



- Muy bien. Supongo que nos encontraremos en el puerto mañana, o cuando sea - Cid me hizo un desacostumbrado saludo militar de superior a subordinado, que corresponda­
- Estuviste bien, Mateo. Adelante con lo tuyo. Si puedes, preocupate de los heridos y muertos del regimiento. Las ambulancias ya están en acción



- Así lo hare Hasta entonces



Nuestra infantería estaba terminando su concentraciones la planicie que coronaba la cuesta. La caballería evolucionaba hacia el Alto del Puerto y la Casa de Polvora, acorralando prisioneros y eventualmente acuchillando grupos en dispersion. No obstante, desde mi ubicacion, la curva del terreno no me dejaba apreciar bien tales sucesos.
Abajo, en el glacis que habíamos atravesado, y en la parte baja de las laderas que repecháramos de frente, las ambulancias iniciaban con insolita prontitud su labor de misericordia.

Convoque a mi gente. Los hombres, sin poder formar por lo empinado del terreno, se agrupaban ya a las ordenes de Romero. Algunos, los mas jovenes y menos rudos, enganchados en Huasco, terminaban de vomitar ante la vision de tanta carne despedazada sobre el sangriento lodazal que nos rodeaba. El cabo, desenvuelto como siempre, aunque frustrado por no haber podido atrapar un nuevo estandarte, habi­a estado haciendo el recuento.



- Forman veintidos . Once heridos, casi todos graves, quedan desparramados por allí. Mi teniente Varela encajan un tiro en el muslo, arriba, pero esta¡ alentado. Mi teniente Ureta tiene un chancacazo en la cabeza, pero pa'mi qu'esta aturdio no mas. El subteniente de la primera esta¡ re mal, creo que no se salva. Hay dos que apenas resuellan. Otros once, muertos, mi teniente. Otros que faltan cayeron en la aproximacion, o en la subida. Tendríamos que ir a revisar - el hombre vacilaba, afectado



Eso hacia a lo menos otras seis bajas. Y Nacho no estaba a la vista.



- ¿Melo, esta?



El sargento señala con rebelde gesto de tristeza el pequeñ o bulto informe, una cincuentena de pasos cerro abajo. Respetuosamente me escolta cuando me aproximó© a comprobar.

El chico había recibido un balazo en el cuello. Seccionando la carótida, el grueso proyectil había también tronchado las vértebras cervicales en su trayecto. La cabeza colgaba inerte hacia un costado, cuando intente alzarlo. Muerte instantánea, por la Gracia de Dios. La parte superior de su blusa era una inmensa mancha de sangre. Laxa, la mano deja escapar el fusil que había empuñado. Su corvo había desaparecido.

Esperó algunos instantes antes de incorporarme, para evitar que mi voz se quebrara al hablar



- Reúne a la gente al pie del cerro, junto al estero, Froilan - ordene quedamente a Romero - Y aprovecha de ir bajando a nuestros heridos, para acercarlos al socorro medico. Que le hagan una silla de manos al subteniente Varela. A ver como puedes transportar a Ureta y a su subteniente sin dañarlos mucho. Lleva allá también el cuerpo de Melo. Con cuidado. Y dejale las botas.



* * *



Una hora mas tarde, iniciaba su descenso hacia el caserío de La Placilla y el estero la primera columna de prisioneros procedentes del Alto. Venían fuertemente custodiados por el capitán Dávila, al mando de una compañía completa del Chañaral Poco después se nos unía otro oficial, custodiando a otros 50 o 60 capturados de distintos cuerpos con una sección del Esmeralda Por separado, varios de los oficiales subalternos convocados la noche anterior en Las Cadenas, fueron bajando hasta el pie de la cuesta, conduciendo cada cual su lote de apresados bajo vigilancia estrecha.

Mientras los del Iquique esperábamos, mis hombres se ocupaban de alinear los muertos constitucionales que yacían mas cercanos. Habíamos empezado por aquellos de nuestro Regimiento, y una larga hilera de cuerpos en embarrados uniformes grises se extendía por un costado del sendero que corría paralelo al riacho. Tres oficiales entre ellos. Los cadáveres balmacedistas - mucho mas numerosos - no se alzaban, aunque había quienes se ocupaban activamente de saquearlos. Quedaban para los sepultureros, que vendrán en un di­a o dos. Con la fri­a temperatura reinante, el asunto no corría apuro alguno.

El personal de las ambulancias se afanaba activamente transportando a nuestros lesionados hacia las casas de La Placilla. Conforte a Varela, que estaba consciente y muy tranquilo, antes de que fuera atendido por los medicos. Ureta no estaba nada bien - hasta yo podía diagnosticar una fractura de cráneo - pero al menos respiraba, y me reconocía. Su subteniente - que agonizaba de un tiro en el pecho - fallecía entonces. Decenas de heridos enemigos salvados del repase clamaban por ayuda, pero no eran atendidos. Tendrán que esperar.

Ante esa enorme cantidad de traumas invalidantes, sentí­ verguenza de acudir a la ambulancia para atender mi herida. Fue Romero quien uso apretadamente un pañuelo retorcido, y humedecido en licor, alrededor de mi cabeza, y el improvisado vendaje detuvo eficazmente la hemorragia de mi ceja izquierda.

Entretanto, nuestro capellán y otros dos sacerdotes salidos de la nada se esmeraban confortando a los agonicos de ambos bandos en el mismo campo, u otorgando la extremaunción a los hacinamientos de cadáveres. El olor, el terrible olor como de cobre dulzón de la sangre, sumado a la fetidez del vomito y de muchos intestinos y vejigas violentamente vaciados, empezaba a impregnar el quieto aire invernal. En tanto, la gruesa voz de Lisboa entonando Dies Irae parecía culparnos a todos de tanta muerte y destrucción.



Como a las 2 P.M. teníamos ya en custodia unos 300 prisioneros rendidos en la union de los dos brazos del estero, a una cuadra del pueblito. Ilesos en su mayoría, pero tremendamente nerviosos y alterados, los hombres intuían claramente que algo se preparaba. No podía ser una casualidad que, en enorme mayoría, fueran sargentos y cabos reconocidos por sus nombres o señas, y sacados de filas sin miramientos.

De improviso, un grupo numeroso intenta descoordinadamente la fuga, huyendo a la carrera hacia poniente en busca, quizás, de la quebrada de Las Cenizas. No llegaron lejos. Unos veinte, al menos, fueron abatidos por el rápido fuego de los MÃnnlicher, y el resto, otros 80 o 100, prontamente sableados y reducidos por tropa de caballería. En minutos fueron arreados de vuelta a su lugar de detención. Dávila, ladinamente, dispuso atender a los heridos en la intentona, en vez de hacerlos repasar. Ello origina, probablemente, la esperanza de sobrevivencia o de perdón en el resto, y ya no hubo otros conatos de escape.

La espera de nuevos grupos seleccionados de rendidos se alargaba esa tarde, y decidí­ atender a lo Mio. Pedí­ autorización a Dávila, quien la otorga sin reparos cuando le explique mi situación luego llame a mi versátil Romero Lo habi­a olvidado. Me toque



- Nada, parece. Solo la ceja abierta.



- Pues sangra bastante. Que te vean en la ambulancia - Cid también metía mano en mi arco superciliar izquierdo, que empezaba a dolerme - Un corte limpio. Pasara¡ con un trago - diagnostica - Debo continuar. Tienes tus ordenes, y yo las mas. ¿Necesitas mas gente?



- Basta con lo que queda de mi seccion y la de Ureta, si te parece. Debe haber unos 20 o 25 parados y en condiciones.



- Muy bien. Supongo que nos encontraremos en el puerto mañana, o cuando sea - Cid me hizo un desacostumbrado saludo militar de superior a subordinado, que corresponda­
- Estuviste bien, Mateo. Adelante con lo tuyo. Si puedes, preocupate de los heridos y muertos del regimiento. Las ambulancias ya están en acción



- Así lo hare Hasta entonces



Nuestra infantería estaba terminando su concentraciones la planicie que coronaba la cuesta. La caballería evolucionaba hacia el Alto del Puerto y la Casa de Polvora, acorralando prisioneros y eventualmente acuchillando grupos en dispersion. No obstante, desde mi ubicacion, la curva del terreno no me dejaba apreciar bien tales sucesos.
Abajo, en el glacis que habíamos atravesado, y en la parte baja de las laderas que repecháramos de frente, las ambulancias iniciaban con insolita prontitud su labor de misericordia.

Convoque a mi gente. Los hombres, sin poder formar por lo empinado del terreno, se agrupaban ya a las ordenes de Romero. Algunos, los mas jovenes y menos rudos, enganchados en Huasco, terminaban de vomitar ante la vision de tanta carne despedazada sobre el sangriento lodazal que nos rodeaba. El cabo, desenvuelto como siempre, aunque frustrado por no haber podido atrapar un nuevo estandarte, habi­a estado haciendo el recuento.



- Forman veintidos . Once heridos, casi todos graves, quedan desparramados por allí. Mi teniente Varela encajan un tiro en el muslo, arriba, pero esta¡ alentado. Mi teniente Ureta tiene un chancacazo en la cabeza, pero pa'mi qu'esta aturdio no mas. El subteniente de la primera esta¡ re mal, creo que no se salva. Hay dos que apenas resuellan. Otros once, muertos, mi teniente. Otros que faltan cayeron en la aproximacion, o en la subida. Tendríamos que ir a revisar - el hombre vacilaba, afectado



Eso hacia a lo menos otras seis bajas. Y Nacho no estaba a la vista.



- ¿Melo, esta?



El sargento señala con rebelde gesto de tristeza el pequeñ o bulto informe, una cincuentena de pasos cerro abajo. Respetuosamente me escolta cuando me aproximó© a comprobar.

El chico había recibido un balazo en el cuello. Seccionando la carótida, el grueso proyectil había también tronchado las vértebras cervicales en su trayecto. La cabeza colgaba inerte hacia un costado, cuando intente alzarlo. Muerte instantánea, por la Gracia de Dios. La parte superior de su blusa era una inmensa mancha de sangre. Laxa, la mano deja escapar el fusil que había empuñado. Su corvo había desaparecido.

Esperó algunos instantes antes de incorporarme, para evitar que mi voz se quebrara al hablar



- Reúne a la gente al pie del cerro, junto al estero, Froilan - ordene quedamente a Romero - Y aprovecha de ir bajando a nuestros heridos, para acercarlos al socorro medico. Que le hagan una silla de manos al subteniente Varela. A ver como puedes transportar a Ureta y a su subteniente sin dañarlos mucho. Lleva allá también el cuerpo de Melo. Con cuidado. Y dejale las botas.



* * *



Una hora mas tarde, iniciaba su descenso hacia el caserío de La Placilla y el estero la primera columna de prisioneros procedentes del Alto. Venían fuertemente custodiados por el capitán Dávila, al mando de una compañía completa del Chañaral Poco después se nos unía otro oficial, custodiando a otros 50 o 60 capturados de distintos cuerpos con una sección del Esmeralda Por separado, varios de los oficiales subalternos convocados la noche anterior en Las Cadenas, fueron bajando hasta el pie de la cuesta, conduciendo cada cual su lote de apresados bajo vigilancia estrecha.

Mientras los del Iquique esperábamos, mis hombres se ocupaban de alinear los muertos constitucionales que yacían mas cercanos. Habíamos empezado por aquellos de nuestro Regimiento, y una larga hilera de cuerpos en embarrados uniformes grises se extendía por un costado del sendero que corría paralelo al riacho. Tres oficiales entre ellos. Los cadáveres balmacedistas - mucho mas numerosos - no se alzaban, aunque había quienes se ocupaban activamente de saquearlos. Quedaban para los sepultureros, que vendrán en un di­a o dos. Con la fri­a temperatura reinante, el asunto no corría apuro alguno.

El personal de las ambulancias se afanaba activamente transportando a nuestros lesionados hacia las casas de La Placilla. Conforte a Varela, que estaba consciente y muy tranquilo, antes de que fuera atendido por los medicos. Ureta no estaba nada bien - hasta yo podía diagnosticar una fractura de cráneo - pero al menos respiraba, y me reconocía. Su subteniente - que agonizaba de un tiro en el pecho - fallecía entonces. Decenas de heridos enemigos salvados del repase clamaban por ayuda, pero no eran atendidos. Tendrán que esperar.

Ante esa enorme cantidad de traumas invalidantes, sentí­ verguenza de acudir a la ambulancia para atender mi herida. Fue Romero quien uso apretadamente un pañuelo retorcido, y humedecido en licor, alrededor de mi cabeza, y el improvisado vendaje detuvo eficazmente la hemorragia de mi ceja izquierda.

Entretanto, nuestro capellán y otros dos sacerdotes salidos de la nada se esmeraban confortando a los agonicos de ambos bandos en el mismo campo, u otorgando la extremaunción a los hacinamientos de cadáveres. El olor, el terrible olor como de cobre dulzón de la sangre, sumado a la fetidez del vomito y de muchos intestinos y vejigas violentamente vaciados, empezaba a impregnar el quieto aire invernal. En tanto, la gruesa voz de Lisboa entonando Dies Irae parecía culparnos a todos de tanta muerte y destrucción.



Como a las 2 P.M. teníamos ya en custodia unos 300 prisioneros rendidos en la union de los dos brazos del estero, a una cuadra del pueblito. Ilesos en su mayoría, pero tremendamente nerviosos y alterados, los hombres intuían claramente que algo se preparaba. No podía ser una casualidad que, en enorme mayoría, fueran sargentos y cabos reconocidos por sus nombres o señas, y sacados de filas sin miramientos.

De improviso, un grupo numeroso intenta descoordinadamente la fuga, huyendo a la carrera hacia poniente en busca, quizás, de la quebrada de Las Cenizas. No llegaron lejos. Unos veinte, al menos, fueron abatidos por el rápido fuego de los MÃnnlicher, y el resto, otros 80 o 100, prontamente sableados y reducidos por tropa de caballería. En minutos fueron arreados de vuelta a su lugar de detención. Dávila, ladinamente, dispuso atender a los heridos en la intentona, en vez de hacerlos repasar. Ello origina, probablemente, la esperanza de sobrevivencia o de perdón en el resto, y ya no hubo otros conatos de escape.


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Nacho

Comandante de Guardia
Miembro
Miembro Regular
La espera de nuevos grupos seleccionados de rendidos se alargaba esa tarde, y decidí­ atender a lo Mio. Pedí­ autorización a Dávila, quien la otorga sin reparos cuando le explique mi situación luego llame a mi versátil Romero



- Consíguete en esas casas de allá¡ unas palas y barretas. En nuestros bagajes seguramente también habrá herramientas. Luego sácame dos prisioneros de los que tomamos acá¡. Los mas jóvenes. Y sin jinetas, que sean soldados rasos



En diez minutos los trajo custodiados, cargando ambos cautivos las herramientas. No representaban mas de 20 o 22 ambos, y estaban claramente aterrorizados.



- Tranquilos. Vamos a cavar una sepultura, pero no la de ustedes - señale al Suroeste - Por allá



En los faldeos del cerro en que habíamos combatido y sangrado, a unos cuatrocientos pasos estero arriba, una ancha pirca ascendía recta separando dos potreros. Allá­ estará bien. Donde ningún arado buscar a en primavera.



- A un paso de la pirca. Y profundo



Los jovenes soldados se esforzaron durante un buen rato, debido a lo pedregoso del terreno. Mientras tanto, Romero había hecho transportar cuidadosamente, con sentidas muestras de pesar, el cuerpo de mi ordenanza. Se veía tan pequeño y frágil en su uniforme todo ensangrentado, con los tacos de sus botas absurdamente desgastados en forma irregular, que era de preguntarse que cresta madre había estado haciendo ese niño en una guerra de verdad.

Cuando la fosa estuvo lista, aleje a todos. Procedí­ entonces, personalmente, con el rito de asear un poco a Nacho, abrochando y ordenando también sus ropas. Con un par de blusas enemigas que Romero había cuidado de llevar hasta allá­, envolví­ su cabeza y torso antes de bajarlo yo mismo. Acosté liviano bulto sobre los húmedos terrones del fondo, y luego puse bajo el improvisado sudario una señal inconfundible de mi afecto. Salté fuera e inicie yo mismo el paleo de la tierra recién removida, y recién entonces hice señas a Romero para que se aproximara con la gente.

Los dos capturados terminaron de rellenar la tumba y quedaron a la espera, sus cabezas gachas, sumisos y aun muy asustados. Tomando la barreta en mis manos, tallé con unos cuantos golpes rápidos una tosca cruz en la cara plana de una gran piedra en la base de la pirca. Le hable entonces a Romero



- Llévate las herramientas, Froilán, y mantén a las dos secciones del Iquique reunidas. Enseguida voy para allá¡ - me oi­a a mi mismo como de lejos, en otro tiempo - A estos dos déjamelos aquí­.



Romero no chista, limitándose a alejarse con los hombres que habían llevado el cuerpo hasta la sepultura.

Quedamos a solas, ambos prisioneros y yo. Pálidos, la respiracion en suspenso, no apartaban la vista del revolver en mi cinto.


- No quiero saber sus nombres, ni tampoco que culpa les cuelgan. Demasiada gente ha caído hoy aqui, y otros mas han de morir antes de que caiga la noche - mi voz sonaba extrañamente calma en la tarde que ya empezaba a enfriar - Pero no ustedes. Este niño que aqui yace no tendri­a corazón para hacerles daño - señale vagamente hacia el sur - Manténganse alejados de los caminos. Y durante algunos días, por nada se vayan a acercar a pueblo alguno. Sáquense ese uniforme apenas puedan - alcance© mi caramayola al que parecía mayor - Tiene aguardiente. En marcha.



En su prisa, el joven arrebata de un manotón el envase metálico de mi mano, y salta enseguida como un rayo la pirca. Corría enseguida veloz entre los espinos verdinegros y los matorrales del faldeo.

El mas joven no lo siguio de inmediato. Se me acerca un paso.



- Gracias - musita apenas. Lloraba.



Luego trota cansinamente en pos de su compañero, mira un par de veces hacia atrás, y a poco se perdía entre la maleza que tupi­a en la quebrada.

Nadie me pregunta por el destino de mis dos liberados.



Antes de que empezaran a caer las sombras, el capellán y los sacerdotes se dirigieron a confortar a los heridos caídos en el Alto, y a bendecir las almas de los allá ­ fallecidos. Tan pronto se perdieron de vista, procedimos a ejecutar, con arma blanca, selectivamente, como a un tercio de los apresados. A los mas conocidos, que eran también los mas altivos y duros del lote. Sin torturas, sin burlas, ni vejamen de ningún tipo, pero con todo el odio de nuestras viejas cuentas y rencores pesando como plomo en la tarde nublada.

De a uno se les apartaba ochenta o cien pasos, fuera de la vista del resto. Un rápido y eficiente degüello, con el ajusticiado firmemente sujeto entre varios de los nuestros, y terminado. Ante la menor resistencia a abandonar el grupo, el hombre era baleado o pasado a bayoneta en el sitio. Muy pocos lo hicieron.

Reconocí­ entre el lote la cara huidiza, abotagada por el alcohol, de un sargento del Buin - Zenón Tapia de nombre, ordenanza de su comandante Lopetegui - y se lo señale a Romero. Su jeta asustada, y los ojos despavoridos de terror cuando lo llevaban, no me crearon sentimiento alguno de culpabilidad. Era una cuenta ya muy atrasada.

Cuatro oficiales subalternos habian sido mantenidos aparte. Sus nombres figuraban en todas las listas y oficiales o no era el momento de cobrar. Fueron entonces escoltados por un pelotón numeroso, formado por dos secciones completas, hasta una quebradilla que había a cierta distancia. Una sola descarga simultanea nos informo de su destino.

La masa despavorida de los prisioneros se agitaba, al borde de un nuevo estallido. Dávila habla entonces para tranquilizarlos. Minutos antes, había recibido instrucciones escritas de manos de un jinete proveniente del puerto ya ocupado.



- Es todo - dijo - Nos vamos a Valparaíso . No me den problemas en el camino, y llegaran todos con vida.



La oferta era engañosa, pero también el clavo ardiendo, la esperanza de vida, y los cautivos, que necesitaban aferrarse a algo, le creyeron. Se relajaron, aliviados.

Formados en larga columna, y flanqueados por nuestros hombres con sus fusiles a punto, los condujimos por el camino de caracol hasta la cumbre. Iban todos fuertemente maniatados con alambres, sin protesta ni queja alguna de su parte. Se habían orinado y cosas peores, algunos, y caminaban incómodos en sus pantalones mojados o manchados de heces. Debían ser unos 160, o poco menos, calculo

Una vez en el plano que coronaba la cuesta, de noche cerrada ya, la columna dirigía sus pasos hacia el puerto, cuyas luces no tan lejanas constituían nuestro faro. Un segundo escuadrón de caballería se había hecho presente en el Alto, para sumarse a nuestra escolta en ese tramo, y algunos fanales de mano que portaban los infantes combatían débilmente las tinieblas.

Salía a encontrarnos un pequeño grupo de jinetes, con toda la celeridad que permitía la densa, oscura noche. Recibieron el alto en la vanguardia, se identificaron, y a poco fui llamado por Dávila. La columna se había detenido junto a unas edificaciones fiscales en el Alto de Puerto, y al aproximarme, dos de los jinetes echaron pie a tierra, y me vi. asido casi violentamente por rudas manos amistosas



- P'tas el sustito, don Mateo. Naiden sabi­a ni una cosa de usted - la voz de José Hinojosa sonaba alterada en las tinieblas - y don Manuel Luis esta¡ que se encumbra, allá en el puerto. Nos manda pa.' encontrarlo como juera con don Manuel aca pus...



- ¿El esta¡ bien ..?



- Enojao de preocupación no mas hai d'estar - el ordenanza sacudia la cabeza, en tanto ponía fuego a una linterna sorda con la que ilumino mi rostro - Pero sano. ¿Es mucho lo del ojo ? - y ante mi negativa sonriente que casi debí adivinar en las tinieblas – Ta ´bien, entonces. Tengo que golverme al tiro pa' ecirle a mi mayor que lo encontre Un poco parchao, pero gueno



Manuel Vergara, el otro jinete desmontado, estrecha mi mano en la penumbra y me alcanza una botella, de la que bebí a grandes tragos. Vino añejo o algo así



- Mi mayor Olmedo se anduvo alterando un poco - su voz sonaba cordial y confortante en la oscuridad - porque en el Iquique no le supieron decir con certeza la gravedad de tu herida, y si en definitiva estabas con bien. En fin. Ya te encontramos.



Hinojosa se despide de inmediato. Debi­a cabalgar con la noticia que tranquilizar a mi hermano. Vergara entrega su caballo para que lo llevaran del cabestro, y sigue caminando a mi lado el resto del camino hasta Valparaíso



- Te alegrara¡ saber que los generales Barboza y Alcerreca cayeron bajo los sables de nuestros Guías Aunque no sus escoltas, que fugaron abandonándolos - Manuel hablaba con entusiasmo, y los que caminaban inmediatos a nosotros prestaban atención a cada palabra - Tenemos como 4.000 prisioneros y pasados a esta hora, no sabia cuantos miles de fusiles, toda su munición, sus bastimentos y acémilas, mas unas 40 piezas de artillería.

Mi coronel Koerner y el ministro Walker Martínez ocuparon con tropa de caballería la ciudad, hasta el muelle, justo al mediodía. Mi coronel del Canto organiza la infantería en las afueras, y entro como a las 3 P.M.

Hay una vociferante multitud en las calles, Mateo, agitando banderas y aclamando al Congreso, que es cosa de soltar los mocos de emocion. El Santiago 5º de Línea, reestructurado luego de su desastre en el norte, se nos paso durante la batalla, y eso fue decisivo. Hay como catorce o quince estandartes capturados. Son los del TEMUCO ,el YUMBEL el LINARES el ANGOL - a ver si los recuerdo todos - el TOME el NACIMIENTO el LOS ANDES el CHILLAN 8vo de Línea. Aunque se batieron con honor hasta el final, también el estandarte del TACNA 2do de Línea cayo en nuestras manos. No me acuerdo en este instante de cuantos mas. Todos rendidos. Los oficiales del BUIN estaban quemando el de su unidad, para no entregarlo, me contaron. Y varios pagaron con su pellejo.

Su caballería se entrego i ­integra, también sin combatir, y el LOS ANGELES nos esperaba formado tranquilamente frente a la Intendencia, tal como estaba convenido con Garretón - Manuel toma aire, y algo de vino de otra botella que portaba - Los peces gordos se han asilado en los barcos extranjeros. Un navio alemán y dos cruceros norteamericanos los acogieron. Testigos dicen que vieron a los ministros Bañados y Vicuña entre ellos, entre mucho uniformado. En la poza se captura a la LYNCH



- ¿Se sabe algo del almirante Viel?



- Yo, no. Debe haberse asilado también - Vergara habla ahora en sordina, solo para mis oídos - Hay mucha tropa del EJERCITO DE CHILE desertada o en fuga entre los cerros del puerto y en los arrabales del plano. Se han estado baleando con nuestras patrullas y tenemos algunos incendios. Puede haber problemas serios esta noche - y alzando la voz a su tono normal - La batalla esta¡ ganada, Mateo, y yo creo que la guerra también.
La 4ta. división COQUIMBO queda aislada, y el dictador simplemente no tiene con que seguir combatiendo.



-¿Y nuestras bajas?



- Serias. Mas de dos mil hombres, dicen, casi el 20%, aunque no hay un un recuento seguro. Empezando por el jefe de la Tercera Brigada, el comandante Enrique del Canto, que murio Cayo cuando iniciaban su ataque en apoyo de Uds. Lo reemplaza Ortuzar, de la artillería. Las bajas en tu brigada son, lejos, las mas altas. No son como de ochocientos, escuché© decir. Uno de cada tres, aproximadamente. De ellos, la mitad heridos, y muchos oficiales figurando en la lista fatídica La nomina final nos pondrá¡ enfermos, eso es seguro. Lo que explica el que tu hermano estuviera tan afligido.
El resto de las fuerzas la saco algo mas liviana, entiendo, pero el global será¡ muy doloroso.



- Seguramente el enemigo tuvo muchas mas bajas



- Pero muchas mas, hombre. De 3.500 a 4.000, con muy pocos heridos - percibí la dura sonrisa de mi amigo en la oscuridad - Adema s de que esos gallos se han venido muriendo toda la tarde, con gran facilidad.



Volvía a bajar su voz hasta casi un susurro



- Traje las ultimas instrucciones para Dávila. Queda aun mucho trabajo por hacer, cuando lleguemos al puerto.



- Lo se Y si no nos derrumbamos antes de puro cansados, Manuel. Mi gente esta¡ en pie desde el alba, sin rancho.
Solo aguardiente a destajo, para el frío. Y nada sabemos de rollos ni equipajes.



Iniciando la bajada, podamos percibir claramente los estampidos de fusil que resonaban en las calles del plano de Valparaíso, hacia el sur. Distintos incendios iluminaban el sector de Playa Ancha y los cerros aledaños, poniendo reflejos sangrientos en la baja capa de nubes que cubra la costa.

Yo no había visto las ultimas ordenes enviadas a Dávila, ni tampoco otros oficiales me las habían comentado. No había necesidad. Sabi­a bien que ninguno de nuestros prisioneros vería un nuevo amanecer.



FIN

Jamás Vencidos
Sección Cuatro, Segunda Parte.
Agosto 28 de 1891, batalla de La Placilla.
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción N° 109.662 de 22.07.1999
Del Informe Final y apuntes de Juan Mateo Olmedo E., 1892.
 

Nacho

Comandante de Guardia
Miembro
Miembro Regular
Batalla de Con Con 20 de agosto de 1891

Mi Iquique proporciono una sección por compañía para la gran guardia de esa noche y el resto de la Brigada pasa al reposo sobre las armas. Provisiones frias para dos días nos habian sido entregadas a bordo. De acuerdo a ello, cada cual atendía a su alimentación, aunque los ordenanzas para nada descuidaban a sus oficiales.
Hacia las 3 A.M., mi â cuartea procedía a reemplazar a otra de la 4ta cia , y ocupamos un sector del frente que cubría un amplio arco imaginario entre el mar y el camino ribereño a Colmo. Disperse a mi gente en sitios aparentes, que la claridad lunar permitía distinguir a apreciable distancia.

No había misterio sobre nuestra presencia allã, pero igualmente el alerta se mantuvo con un sistema mãs discreto que el golpe en la cartuchera. habiamos practicado en vallenar un seco palmazo en el costado del mãnnlicher, a la altura del cargador, con el que producíamos un chasquido distinto y audible que nos identificaba.
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La baja temperatura nocturna hacia insuficientes las delgadas mantas de bayeta de la tropa, acostumbrados como venían nuestros organismos a las templadas noches nortinas. Casi todos los pampinos se encogían y tiritaban en el frio inclemente. Pero la prohibición absoluta de beber y de fumar vedaba la posibilidad de buscar calefacción³n por otros medios. El hielo reinante parecía incrementarse con los reflejos de luz lunar, que permitían distinguir separadamente los distintos brazos en que se abría el Aconcagua al verterse flojamente al mar.

Los hombres se encontraban comprensiblemente nerviosos, y los oficiales nos preocupamos esa noche de recorrer todos los puestos y cambiar breves palabras con cada uno. Asi nos habia sido recomendado, y yo sabía por experiencia lo reconfortante que resulta, para un combatiente que se prepara a arriesgar la piel, palpar el interior s de su jefatura por los pequeño os detalles. Varela, mi segundo, repitió la misma ronda a los hombres de mi sección poco mas tarde, y antes del amanecer - en tanto una espesa neblina empezaba a cubrir el rio y su desembocadura - volvía¬ a efectuar similar recorrido, escoltado por Romero. El cabo, relajado, canchero y de excelente humor, constituía por si s³lo un franco refuerzo a la moral de la gente.

Al alba todo el regimiento estuvo en pie©, y un piquete de caballería fue enviado a buscar, por segundo día consecutivo, medios de transporte en los campos y localidades aledaños. Se intentará también, de acuerdo al rumor general, cortar la vía farrea a la altura de Limache. Toda la Primera Brigada se reagrupo rápidamente, a la espera de instrucciones. La Segunda Brigada Vergara no estaba a la vista. La suponíamos avanzando para cubrir otros vados del rio en algún lugar impreciso para nosotros, más al interior. No obstante, dos regimientos de la Tercera Brigada del Canto habían pernoctado a pasos nuestros, y sus comandantes tenían, aparentemente, instrucciones de actuar en conjunto con nuestras fuerzas. Eran el Taltal y el Tarapaca, y estaban armados de los nuevos Grass de un tiro incluidos en el embarque del Maipo. Se nos reunieron también allᬠlos Fusilero de Padilla, asi como los cuerpos de caballería ,Carabineros del Norte y Escuadrón Libertad. Sumábamos, nos pareció entonces, algo más de 4.000 hombres, agrupados frente al vado de Con Con Bajo en esos momentos previos a la batalla.

El tiempo pasaba y el sol, pálido y sin fuerzas, asomaba en un cielo nuevamente azul. No cabía duda alguna de que Íbamos a combatir esa mañana, y los hombres se preparaban a jugarse la vida en su curiosa manera. Con la ayuda de sus compañeros, se ocupaban en ceñir apretadas fajas o bandas de género a sus cinturas, directamente sobre el cuerpo, vistiendo luego encima sus camisas de algodón y blusas grises, entre alegres y soeces comentarios. Otros reforzaban además sus muñecas y antebrazos, mediante piezas de cuero o badana, que ajustaban luego con cordones o tiras de cuero. Y todos repasaban el filo de sus mangarros y bayonetas a lima o a molejón.

Serían ya las 7 A.M., y no lográbamos entibiar nuestros cuerpos ateridos. Desde nuestra posición distinguíamos, a unos mil quinientos pasos, en la orilla opuesta del Aconcagua, a la descubierta balmacedista - una o dos compañías - que guarnecía el vado. Habíamos estado cambiando con ellos fuego de fusilería - sin ningún efecto, desde luego - durante el ocaso anterior. Repentinamente nuestra artillera - la batería Hurtado, que había tomado posición a retaguardia - abría fuego sobre esa tropa. Observábamos caer los tiros con creciente precisión, y a la infantería enemiga correr en busca de refugio. Sin alternativa, desaparecían a toda prisa en los accidentes del terreno. Nada se ordenó a continuación, sin embargo, y tan pronto cesó el fuego artillero vimos como esa tropa asomaba de sus resguardos y retomaba sus posiciones.

La hora avanzaba, y los oficiales, habiéndonos preocupado de revisar el amunicionamiento y el equipo de la tropa, consultábamos inútilmente a nuestros jefes sobre los pasos a seguir. Pasadas las 8 A.M. nuevo fuego de artillería, ahora lejano, procedente de la Brigada Vergara - hacia el oriente de nuestra posición - empezó a batir la ribera sur del río. Minutos más tarde las piezas del Ejército de Chile, mucho más numerosas, iniciaban la respuesta a ese fuego, y un recio duelo de artillería se trabo³ por ambas partes. La excitación y aceleramiento del pulso que provocaban las descargas en nuestros hombres se traducía, de momento, en mucho patear el suelo y un apremio general por orinar. Alejados como estábamos, solo nos alcanzaba el ruido, sin posibilidad de observar el efecto de los tiros.
Deducíamos que la Brigada Vergara se ubicaba ya también con frente al río, aguas arriba en relación a la nuestra, en la orilla norte del Aconcagua. Deberá estar amagando, calculaba nuestra jefatura, los vados de Concón Alto y de Verdejo, preparándose para pasarlos. Pero si así¬ ocurría, ello quedaba de momento fuera de nuestro campo de visión, que se circunscribía a unas chatas colinas arenosas y matorrales, enfrentando el río y con el mar a nuestra derecha. Estaba claro, no obstante, que la Segunda Brigada se las veía con el grueso de las fuerzas enemigas. En cambio, en frente de nuestra Brigada no se advertía oposición estimable, dado que el costado sur del río se veía apenas guarnecido.

Eran casi las 10 A.M. cuando el coronel Koerner, jinete en un caballo enorme y seguido de un corto número de oficiales, se hizo presente en el lugar. Casi de inmediato se ordeno a mi Brigada cruzar el Aconcagua, y los tres regimientos de infantería franqueamos, con toda facilidad, los distintos cauces de la real en menos de 20 minutos. El agua alcanzaba apenas a la ingle en su parte mas profunda, pero su gélida temperatura hacia resoplar a los hombres. Recibamos en tanto fuego de fusilera débil y mal dirigido de las escasas fuerzas enemigas que guardaban el paso. Una compañía del Constitución N° 1° intento aferrarlas, pero se retiraron de inmediato, prácticamente sin combatir. Realmente, el Ejército de Chile no nos estaba dando gran trabajo hasta allá¬.

Se ordena³ entonces botarollos, y procedimos a acomodar ordenadamente en el húmedo suelo nuestros morrales y equipajes, separando por secciones las improvisadas mochilas y mantas enrolladas de los soldados. Atareados furrieles aprovechaban el minuto para distribuir generosas raciones de aguardiente a los comandantes de escuadra, y estos a cada combatiente. Las sedientas bocas de las caramayolas hacían desaparecer rápidamente el licor. Todo el mundo bebía algo de alcohol en esos momentos, y se aprovechaba el apresto para despachar las necesidades fisiológicas, ajustando enseguida nuevamente los arreos y equipos. Los hombres cambiaban encargos de viva voz, o bien notas con saludos o despedidas a los familiares. El ordenanza de Delano pasa recogiendo las cartas que quisieran entregar los oficiales. Yo, estúpidamente, no había escrito nada, y opte por no entregar tampoco mi libreta de apuntes. De salir todo bien, nada me indicaba como podría recuperarla. Y si la muerte me tenía señalado para ese da - lo que bien podía ocurrir – confiaba en que alguien se preocupará de revisar mis bolsillos antes de darme tierra.

A punto de dar las 11 A.M. el segundo Batallón de mi regimiento fue dejado en retaguardia junto a la caballería, y el resto de la brigada - el “Constituciónâ€, el Antofagasta asÃi como el primer batallón del Iquique - recibimos la orden de avanzar hacia el sur, en dirección a la quebrada de Reñaca, moviéndonos en forma paralela a las alturas de una quebrada que seguía aproximadamente la línea de la costa. Irrumpíamos, consecuentemente, por el ala izquierda desguarnecida de la línea enemiga, tendida con frente al río un poco mas al interior. Por las crestas orientales de la quebrada se precipitaban en esos momentos, retrocediendo desde el Aconcagua para cubrir nuestro avance, unas cuatro o cinco unidades del Ejército de Chile, que ya iniciaban su fuego de fusilería a distancia.

En la cubierta de la Chacabuco yo había aprendido - doce años antes - que las balas de fusil realmente silban. Emiten una especie de gemido agudo y corto, producido por el plomo deformado cortando el aire a gran velocidad. Cuando han errado el blanco, naturalmente. Uno nunca va a escuchar el sonido de la bala que lo hiere. Ahora silbaban en profusion a nuestro alrededor, y un gusanito rebelde insistía en revolverse inquietamente en mi estómago. Aunque había cuidado de vaciar mi vejiga minutos antes, nuevas ganas de orinar me recordaron todas las humanas debilidades en combate. Opte por el simple expediente de desentenderme del asunto.
Bernales había acompañado a mi primer Batallón, y tomo el mando de la 1ª y 2ª compañías. Delano asumió el de las otras dos, y nos condujo casi al trote en línea recta, buscando cubrir la mayor distancia hacia el sur. Luego de contar unos mil quinientos pasos, toda nuestra fuerza realizo una amplia conversión hacia la izquierda, para quedar de espaldas al mar, encarando a la masa enemiga que corría por la parte alta de los cerros en la misma dirección³n, determinada a encararnos. Habíamos, pues, conseguido flanquear sus posiciones, que enfrentaban a nuestra Segunda Brigada más al norte, en la ribera del Aconcagua.
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En tanto nuestros adversarios tomaban posiciones en las laderas de los cerros que les respaldaban, el Constitución y el Antofagasta cubrieron todo su frente, mientras nosotros - mi mitad del Iquique - continuábamos abriéndonos hacia el sur. Bernales intentaba estirar al máximo las líneas de nuestro batallón, que en ese momento constituía la extrema derecha del Ejército Constitucional. Parecía claro que nuestra táctica en ese punto será intentar envolver y aniquilar la recién formada ala izquierda enemiga, que ahora daba frente a la costa.
En los instantes en que empezábamos a recibir un fuego más organizado de su parte, entra³ súbitamente en acción la artillería naval de la O'Higgins y el Esmeralda, que observaban todas estas evoluciones desde el mar. El ruido atronador de las salvas, y en especial el aullido de los obuses que zumbaban por sobre nuestras cabezas - a bastante altura, por fortuna - resultaban impresionantes. También las explosiones de las gruesas granadas que, a unos 1.000 o 1.200 metros, habrían enormes boquetes en el cerro y disgregaban las filas enemigas. Vimos inmediatamente como vacilaban y buscaban cubrirse en las pequeñas quebradillas y otros accidentes del terreno.
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Mi Batallon aprovechó el momento para continuar su marcha oblicua, cargándose siempre a la derecha y apuntando a una batería enemiga que se estaba instalando en su extrema izquierda. En cambio el Constitucin y el Antofagasta se trenzaron de inmediato, de frente y reciamente con el enemigo que aún recibía el castigo de la artillería naval. Distinguíamos claramente los estandartes que mantenían ondeando porfiadamente a media ladera de los cerros, como facilitando o desafiando el fuego de nuestros barcos. Vaya bestias.
Al estrecharse las distancias entre las infantería, y disminuir consecuentemente el Ángulo de tiro, nuestros barcos de guerra cesaron en sus descargas. Al instante, el crepitar de la fusilería crecia y se hizo constante. El chasquido seco, restallante y continuo de nuestros Mannlicher apagaba casi el estampido más ronco y retumbante, mucho más espaciado, de los Comblain enemigos.

Mi batallón recibía en esos momentos un fuego de fusil intermitente de enfilada, bastante mal dirigido, que no estorbaba nuestra marcha. Ello me permitía dar rápidos vistazos al campo de batalla que se establecía a mi izquierda, sin descuidar poner a mis hombres a cubierto y mantenerlos cohesionados en su avance en dispersión. La diferencia de tácticas destacaba ya, tan nítidamente como en un pizarron. El enemigo, claramente agrupado por unidades en derredor de sus mandos y banderas, a una distancia de 800 a 900 metros, y en un frente de unos 1.000 a 1.200, hacia fuego rodilla en tierra o tendidos, presentando una masa compacta de torsos, estorbada por el humo de sus propios disparos. Nuestros Constitucion y Antofagasta, por su parte, diseminados en una amplia extensión, se confundan a tal punto con el terreno, que prácticamente habían desaparecido. Sus uniformes color gris, sucios ahora y manchados de fango, les hacían invisible entre las rocas, el fango y la verde vegetación de la quebrada. Aun desde mi posición favorable, algo mas elevada que la de ellos como producto de nuestra progresión, lo divisaba los cañones y los fogonazos de sus fusiles, que vomitaban su mensaje de muerte a un ritmo impresionante. Nada de estandartes, ni jinetes, ni oficiales arengando, ni fuente alguna de atracción del fuego adversario. El conjunto daba la impresión de una enorme ola de humo y chispazos, que se mantenía y mantenía, interminable mente. Era de imaginar la intensidad de la lluvia de proyectiles que en esos momentos azotaba al enemigo.
Bernales había acompañado a mi primer Batallón, y tomo el mando de la 1ª y 2ª compañías. Delano asumió el de las otras dos, y nos condujo casi al trote en línea recta, buscando cubrir la mayor distancia hacia el sur. Luego de contar unos mil quinientos pasos, toda nuestra fuerza realizo una amplia conversión hacia la izquierda, para quedar de espaldas al mar, encarando a la masa enemiga que corría por la parte alta de los cerros en la misma dirección³n, determinada a encararnos. Habíamos, pues, conseguido flanquear sus posiciones, que enfrentaban a nuestra Segunda Brigada más al norte, en la ribera del Aconcagua.
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En tanto nuestros adversarios tomaban posiciones en las laderas de los cerros que les respaldaban, el Constitución y el Antofagasta cubrieron todo su frente, mientras nosotros - mi mitad del Iquique - continuábamos abriéndonos hacia el sur. Bernales intentaba estirar al máximo las líneas de nuestro batallón, que en ese momento constituía la extrema derecha del Ejército Constitucional. Parecía claro que nuestra táctica en ese punto será intentar envolver y aniquilar la recién formada ala izquierda enemiga, que ahora daba frente a la costa.
En los instantes en que empezábamos a recibir un fuego más organizado de su parte, entra³ súbitamente en acción la artillería naval de la O'Higgins y el Esmeralda, que observaban todas estas evoluciones desde el mar. El ruido atronador de las salvas, y en especial el aullido de los obuses que zumbaban por sobre nuestras cabezas - a bastante altura, por fortuna - resultaban impresionantes. También las explosiones de las gruesas granadas que, a unos 1.000 o 1.200 metros, habrían enormes boquetes en el cerro y disgregaban las filas enemigas. Vimos inmediatamente como vacilaban y buscaban cubrirse en las pequeñas quebradillas y otros accidentes del terreno.

Mi Batallon aprovechó el momento para continuar su marcha oblicua, cargándose siempre a la derecha y apuntando a una batería enemiga que se estaba instalando en su extrema izquierda. En cambio el Constitucion y el Antofagasta se trenzaron de inmediato, de frente y reciamente con el enemigo que aún recibía el castigo de la artillería naval. Distinguíamos claramente los estandartes que mantenían ondeando porfiadamente a media ladera de los cerros, como facilitando o desafiando el fuego de nuestros barcos. Vaya bestias.
Al estrecharse las distancias entre las infantería, y disminuir consecuentemente el Ángulo de tiro, nuestros barcos de guerra cesaron en sus descargas. Al instante, el crepitar de la fusilería crecia y se hizo constante. El chasquido seco, restallante y continuo de nuestros Mannlicher apagaba casi el estampido más ronco y retumbante, mucho más espaciado, de los Comblain enemigos.

Mi batallón recibía en esos momentos un fuego de fusil intermitente de enfilada, bastante mal dirigido, que no estorbaba nuestra marcha. Ello me permitía dar rápidos vistazos al campo de batalla que se establecía a mi izquierda, sin descuidar poner a mis hombres a cubierto y mantenerlos cohesionados en su avance en dispersión. La diferencia de tácticas destacaba ya, tan nítidamente como en un pizarron. El enemigo, claramente agrupado por unidades en derredor de sus mandos y banderas, a una distancia de 800 a 900 metros, y en un frente de unos 1.000 a 1.200, hacia fuego rodilla en tierra o tendidos, presentando una masa compacta de torsos, estorbada por el humo de sus propios disparos. Nuestros Constitucion y Antofagasta, por su parte, diseminados en una amplia extensión, se confundan a tal punto con el terreno, que prácticamente habían desaparecido. Sus uniformes color gris, sucios ahora y manchados de fango, les hacían invisible entre las rocas, el fango y la verde vegetación de la quebrada. Aun desde mi posición favorable, algo mas elevada que la de ellos como producto de nuestra progresión, lo divisaba los cañones y los fogonazos de sus fusiles, que vomitaban su mensaje de muerte a un ritmo impresionante. Nada de estandartes, ni jinetes, ni oficiales arengando, ni fuente alguna de atracción del fuego adversario. El conjunto daba la impresión de una enorme ola de humo y chispazos, que se mantenía y mantenía, interminable mente. Era de imaginar la intensidad de la lluvia de proyectiles que en esos momentos azotaba al enemigo.
Mi seccion inicia un nuevo cambio de posición en el ahora lento avance del Primer Batallon, trepando siempre hacia el sudeste. Se advertía que la acción de los Mannlicher de nuestras otras unidades se estaba haciendo sentir lenta y efectivamente. Las distancias entre las fuerzas se habían estrechado un poco, y podíamos notar desde nuestra ubicación, de una simple ojeada, los amplios sectores en las filas enemigas de los que ya no se disparaba. Muchos bultos, que desde la distancia adivinábamos eran cuerpos humanos, yacían tirados cual manchas informes, y otros rodaban por la ladera a cada minuto. En poco más de una hora de combate, el fuego adversario no era ni la mitad de intenso que al comienzo de la accion. Nuestros regimientos a mi izquierda, por su parte, ya no avanzaban, sino que apegados al terreno continuaban su labor de desgaste al mismo ritmo, manteniendo constante el chaparron de balas sobre el enemigo.

Súbitamente, una unidad enemiga proveniente del sur - del camino a Viña del Mar probablemente - corono la cumbre de la cerrillada que repechaba mi Batallon, enfrentándonos directamente para cubrir a su artillería amagada. De inmediato, Bernales brama una orden, repetida al punto por Delano y confirmada por agudos toques de silbato. Todo el primer batallon del Iquique se sumergió en el terreno, iniciando un fuego furioso contra la masa enemiga que recortaba sus figuras a menos de 500 metros. Casi al instante cayo su abanderado, y quizás si un tercio de su fila frontal, que nos hacia fuego rodilla en tierra, fue barrida en los primeros diez minutos. Yo sentía la boca seca, y mi corazon batiendo a zafarrancho, queriendo escapar del cerco de mis costillas. No obstante, la excitación del momento resultaba exquisita, embriagadora. El olor de la pólvora dilataba las fosas nasales y hacia fulgurar los ojos de mis hombres mas cercanos, y supuse que yo también estará mostrando los mismos signos de arrebato.

Nuevas ordenes de silbato llevaron a mi sección, con otra de la 4a compañia, a tomar repentinamente y de carrera posiciones aún mas a la derecha. La sorpresiva aparicion de tantos blancos origino una nutrida descarga adversaria, que tumbo a dos de mis hombres en plena carrera. Mis primeras bajas. Pero la orden perentoria era desentenderse de los heridos durante el combate, y continuó guiando a mi cuarta en su apresurado desplazamiento hasta cubrir el tramo asignado. Yo había estado pensando en la forma de poner a Nacho a resguardo antes del choque frontal que, más tarde o mas temprano, decidirá la acción. El muchacho no se me había despegado en toda la mañana, y ahora, tendido bajo un espino, con la cara sucia de tierra y transpiración, me miraba sonriente, con los labios temblándole un poco de coraje, temor, o lo que fuere.

- Reptando como una culebra - le ordeno, comprobando con satisfaccion que mi voz surgía firme - devuélvete a ver a los que cayeron y a prestarles ayuda. Quédate con ellos. ¿Tienes pañuelo y aguardiente? ¿Agua?

Me dijo que si con la cabeza.

- Vete allá¡ y dales una mano hasta que te ayude la ambulancia. Déjame tu fusil y cargadores - y como el chico no atinara de inmediato

- Muévete! - le gritó. Y en tanto se alejaba arrastrándose - Y sin levantar el culo, porque te lo vuelan..... !

Yo no había desenvainado mi espada. ¿Para que? De hecho, hubiera preferido no llevarla, pero Bernales había sido inflexible: los oficiales deberían dirigir a sus hombres espada en mano en tanto no recibiéramos fuego directo. Asi es que durante la fase inicial de nuestro avance, al vocear mis órdenes, yo había estado blandiendo por su parte media la hoja aun envainada - como si se tratara de un bastón - y a nadie pareció importarle. Ahora, con el Mannlicher a mi disposición, y luego de verificar su carga completa de cinco tiros y el alza, me acomoda como en un polígono entre unas piedras, poco mas arriba del mismo espino que habìa cobijado a mi ordenanza. Asomando mi ojo y el cañón del fusil, vacío con calma dos cargadores sobre la masa densa del enemigo difusamente recortada contra el cerro. Se les veía rodar, o desplomarse en su sitio al recibir los impactos, pero difícilmente podría afirmar que alguno correspondiera a un blanco de mi fusil.

Delano se materializo súbitamente de la nada, dejándose caer con brusquedad a mi lado. Cid, sin kepi¬, sangrando del cuero cabelludo, y su ordenanza - el robusto Cariz, que no se le despegaba - se tendieron en ese momento al otro costado de mi posición de tiro.

- ¿Tienes muchas bajas?

- No. Solo dos. Quedaron un poco mas abajo. Estamos consumiendo municion a un ritmo loco, mi mayor...

Yacente, Jose Luis saco su reloj con toda parsimonia.

- Pues ya ha de venir apoyo, por ahí ¬. ¿Adivinas que hora es ?

- Ni idea.

- Pasadas las 2 P.M. Diria que no cuentes con tu almuerzo por hoy mi jefe se chanceaba como en plena tertulia. , más encima - Mira hacia atras, Mateo. ¿Que ven tus ojos revolucionarios?

Asomando apenas la nariz, echo un ansioso vistazo a nuestra izquierda, abajo.

El avance cauto del Constitucion y el €œAntofagasta era ahora apoyado por el fuego de dos ametralladoras, que habían sido transportadas - Dios sabe como - hasta los flancos de la infantería. Su ronco tableteo sobresalía distintamente por sobre las ráfagas constantes de la fusilería. Casi se podía sentir el ruido de sus pesados proyectiles hendiendo la tierra y la carne enemiga. Poco más atrás, el Taltal, el Tarapacá y el 2º batallón del Iquique se precipitaban a la lucha. Aún desde la distancia se podía advertir que, de acuerdo al plan tantas veces practicado, cada ocho hombres transportaban, turnándose en distancias cortas, una caja de munición para nuestros Mannlicher. Munición que venía, en parte, ya instalada en los cargadores de reposición. Cerrando el avance, los Fusileros también se apresuraban al combate, y la caballería iniciaba un arco amplio hacia el sur, buscando abrazar la izquierda adversaria por nuestro flanco derecho.

- Mi comandante Frías ha dispuesto mantener estas posiciones hasta ser reforzados - escupio Cid - Sobre todo, espere las municiones, Olmedo.

- Esas fuerzas nos acompañaran a presionar sobre su ala izquierda - me explico Jose Luis - Luego que lleguen a esta altura e inicien su fuego, vamos a mantenernos todavía a distancia y a seguir liquidándolos desde lejos. Se están desmoronando. Parece que es el Buin el que enfrenta al Constitución, allá ¡ en el centro, y es el pívot, el eje en que se apoyan. Y mira, les tenemos medio regimiento en el suelo.

- Está atento a la orden - continuo Cid - Iremos a la carga, todas las unidades, cuando empiecen a retirarse. No antes. Entretanto, entregue municion a su gente apenas lleguen hasta aquí¬ esas cajas, y mantenga un fuego graneado sobre el batallon que tenemos en frente. Puede autorizar a todos unos tragos de aguardiente. Lo van a necesitar muy pronto. No es nada - agrego, atendiendo a mi consulta sobre su herida - Una esquirla de roca, o algo así. Pasará solo.

Y los tres desaparecieron entre las piedras y los arbustos, tal como habían llegado.

Llama© a Varela a mi lado y le respeta¬ la orden. Luego ambos recorrimos las posiciones o nos pusimos de viva voz en comunicación con mis restantes 17 o 18 comandados. Romero se me pegó a la pasada, y sus ojos relampaguearon a la voz de controlar la ingesta alcohólica.

- Que todos se pongan un par de tragos, Froilán. Pero solo lo justo para afirmar el pulso. No se me vayan a curar ahora, estos carajos, porque al que me falle lo volteo yo mismo. Vamos a ir a la carga, con seguridad, pero dentro de un rato, y necesitará entonces cada brazo disponible. Mantener el fuego constante, ya viene más munición. Lo están haciendo muy bien y vamos a ganar esta pulseada.

- Si, mi teniente. ¿Sabe que tienen un estandarte r'encachao estos gallos que tenimos al frente? Varias veces le hemos volteao al embanderao, y lo guelven a levantar. Es azulino entero, y como con golillitas de oro - Romero se revolvía, codicioso - Pa' esta sección no mas va a tener que ser cuando les dentremos de cerca con los fierros.

Semi agachado, el cabo se perdio entre la alta maleza y zarzales que verdeaban toda la quebrada. Entretanto, las fuerzas de apoyo se habían desplegado a lo largo del frente, abriendo de inmediato un fuego vivísimo. La munición llegó, oportuna y bienvenida.
El escuadron Libertad arriba como una tromba, al galope, hasta una posición imposible por nuestra derecha, casi envolviendo la artillera enemiga. Y luego, en maniobra simultánea y precisa, sus jinetes armados de Grass desmontaron para actuar como infantería, en tanto los caballos eran retirados velozmente de la línea de fuego. Nuestro cerco de fusiles, entretanto, vomitaba sin pausa la muerte, en una lluvia aplastante, y percibamos claramente como el enemigo, apabullado, vacilaba. Pocos de sus oficiales, reconocibles por sus uniformes azules y el batir de sus espadas, se mantenían aun en pie. En mi Batallon, así¬ como en los dos regimientos que lideraban el choque desde haci¬a ya tres horas, procedimos expeditamente con el vital reamunicionamiento. Concluido este, proseguimos, durante otra media hora larga, al fusilamiento sistemático de las figuras agrupadas contra el fondo de la ladera. Y entonces, se quebraron.

- Ya aflojan - sentí¬ la voz de Cid

Podíamos ver, en efecto, como se retiraban. Algunos lo hacían dejándonos cara, retrocediendo con sus fusiles en ristre, casi a la fuerza. Pero los mas, volviendo la espalda, corrían a perderse entre las barrancas. Una cantidad impresionante de cuerpos tendidos marcaba la posición que abandonaban.

Casi al instante, los potentes silbatos que en nuestras filas habían reemplazado a la antigua corneta, nos ordenaban el equivalente al toque de calacuerda.

- Calar la bayoneta ! - brama Cid. Y yo lo repetía, así¬ como Varela y Romero. Todos vociferábamos como posesos.

Advertí¬ con furia que el yatagán del fusil que yo empuñababa debía estar aún en el cinturón de Nacho. Que burrada. Tiro el arma y también mi espada, empuñando el pesado corvo curicano en la diestra y el Smith & Wesson amartillado en mi mano izquierda. Avance a la carrera, gritando a mi gente para que hiciera fuego de penetración. Pero no logre ponerme a la par de Romero, quien aullaba embistiendo al enemigo cerro arriba. En pocos saltos se perdió entre el humo y los bajos matorrales, seguido por unos cuantos locos a los que lideraba en su frenética carrera, entre alaridos. El tramo era largo y la pendiente algo pesada. Tardo algunos minutos en alcanzar el sitio en que el enemigo se había hecho fuerte para combatirnos.

No había adversarios en pie que batir allá¬. lo una enorme cantidad de cuerpos tirados de cualquier forma, y sangre por todas partes. Muertos y moribundos que aún boqueaban y también un número considerable de heridos, tumbados y alejados de sus armas, que nos veían llegar aterrados. Buena parte de ellos fueron repasados en los siguientes minutos.
Una especie de vaho o neblina, y un acre olor a sangre y a humo de polvora cubría el lugar. Entre los caídos reconocí¬ los cadáveres de varios niños no mayores de 10 o 12 años, que aferraban aún en la muerte los palillos de un tambor o el bronce de una corneta.
El grueso del batallon que nos había combatido huían en desorden hacia el oriente, entre las quebradas que corren paralelas al río Aconcagua. Sus artilleros, embestidos por los jinetes desmontados del Libertad y por los jinetes del Fusileros, que habían llegado hasta allᬠa toda carrera, abandonaban con prisa las piezas en su ala izquierda, montando las mismas bestias de traccion para ponerse a salvo. No ocurría lo mismo con las fuerzas que enfrentaban al Constitucion y al Antofagasta, advertia¬ de inmediato. Aunque gran parte de ellas corrían en desbandada, pequeños núcleos organizados habían calado también sus bayonetas, y encaraban con decisión a nuestros regimientos que les caían encima con un chivateo aturdidor. El ruido del choque me llegó apenas, amortiguado por la distancia, y en instantes la ola gris barrosa engullà las isletas gris-grana casi sin detenerse.
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En mi sector, los comandantes de nuestras unidades y batallones procuraban a grandes voces organizar la persecucion. Parecía al punto claro que era imposible realizarla con infantería en esos terrenos. Los Carabineros del Norte se hicieron entonces presentes, siempre por nuestra derecha, y al trote largo se perdieron por los accidentes del terreno, pisando los talones al enemigo en fuga. Los jinetes del Libertad , nuevamente montados, les siguieron poco después.

El Taltal y el Tarapaca, así¬ como el segundo batallon del Iquique, que habían cubierto nuestro asalto con sus fuegos, tenían sus fuerzas casi intactas. Fueron enviados a apoyar el hostigamiento que se hacia a los pocos núcleos organizados que se veían hacia el norte, entre el río y nuestra posición, y que aún mantenían cierta cohesión. Repentinamente se advirtia que esas tropas eran embestidas por la espalda, y a poco se les vio emprender la huida, con rumbo también hacia el oriente. Las unidades de nuestras Segunda Brigada, y parte de la Tercera, habiendo forzado el paso del río y luego de horas de combate en los cerros, vencían también en toda la línea y hacían contacto con las nuestras.

Algunas de esas Últimas fuerzas del Ejército de Chile presentes en el campo de batalla alcanzaron a ser cortadas por nuestra caballería, y fueron al punto rodeadas con presteza por el Taltal†y el Tarapaca. Podíamos distinguir desde lejos como botaban sus armas y se rendían. En eso se me presenta Romero, eufórico, acompañado por unos cuantos de los hombres de su escuadra. Sus ojos desorbitados y las caras congestionadas, resollando a todo pulmon y bañados en transpiración, revelaban que, aparte del inmenso esfuerzo físico desplegado, algo más que aguardiente habían puesto en sus tachos.

- Le dije qera pa nosotros, mi teniente - jadea el cabo, feliz, en tanto me pasaba un estandarte de raso azul turqui¬, algo desgarrado y manchado. El paño, de una vara por lado, teni¬a una gran estrella en su centro, y sobre ella se leÃia en letras de tres pulgadas, bordadas en semicirculo con hilo dorado: “Batallon Inf. Mov. Mulchen”

Jamás Vencidos
Sección Cuatro, Primera Parte.
Agosto 21 de 1891, batalla de La Placilla.
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción N° 109.662 de 22.07.1999
Del Informe Final y apuntes de Juan Mateo Olmedo E., 1892.
 
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