En tiempos de crisis es bueno recordar a los Héroes mas aun ad portas de un CENTENARIO

Nacho

Comandante de Guardia
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En tiempos de crisis es bueno recordar a los Héroes mas aun ad portas de un CENTENARIO de la hazaña de el hombre que rescató a Shackleton

El 30 de agosto de cada año, celebramos el rescate victorioso desde la isla Elefante, de los miembros de la expedición imperial transantártica, al mando de Sir Ernest Shackleton, realizado por la escampavía Yelcho, de la Armada de Chile, al mando del Teniente 2º Piloto Luis Alberto Pardo Villalón. En esta oportunidad, más que del rescate mismo, nos ocuparemos del hombre detrás del héroe. Pardo nació el 20 de septiembre de 1882. Huérfano de madre tempranamente, desde su infancia reveló vocación por las cosas del mar. Estudió en el Colegio Salesianos de San Juan Bosco, en Valparaíso. Con el anhelo de independizarse, en 1900, casi a los 18 años de edad, ingresó a la Escuela Náutica, que en esa época funcionaba en Coquimbo, a bordo de la corbeta Abtao. Esa escuela, dirigida por la Armada, además de oficiales para la marina mercante, formaba Pilotos para la marina de guerra. Pardo terminó sus estudios el 9 de Octubre de 1903 y, hasta 1906, prestó servicios en naves de la marina mercante. El 27 de Junio de 1906 ingresó al servicio de la Armada, como Piloto 3º. Dos meses después, contrajo matrimonio con Elvira Laura Ruiz Gaspar, en la Iglesia de los Doce Apóstoles de Valparaíso. Tuvieron cuatro hijos.

El 13 de septiembre de 1910 ascendió a Piloto 2º y fue transbordado al Apostadero Naval de Magallanes, con base en Punta Arenas, correspondiéndole navegar en las escampavías. Su principal misión era ocuparse del aprovisionamiento de los faros y balizas, lo que le permitió familiarizarse con la intrincada geografía de los archipiélagos australes chilenos, aunque lo mantuvo lejos de su familia por períodos tan prolongados que sus hijos, en su primera infancia apenas tenían oportunidad de alternar con él. Tal es así que, al regresar a su hogar en Valparaíso, en la calle de la Virgen del cerro Merced, después de una larga ausencia, se encontró en la calle con Fernando, el mayor de sus hijos y, advirtiendo que éste no le había reconocido, le tendió una moneda de oro. El pequeño se negó a recibirla, replicándole, con toda la formalidad de sus escasos años: -“gracias; no puedo aceptar dinero de un extraño”-. El padre afectuoso sintió esa contestación como una puñalada, aunque observando que el muchacho se ceñía a los preceptos de buena crianza, reiteró:-“tómala y llévasela a tu mamá. Ella te dirá lo que debes hacer”-. Fernando corrió hasta su casa, a entregar la moneda a su madre, quien en seguida entendió y se abalanzó a recibir a su marido.

El 13 de septiembre de 1915 asumió como Comandante de la escampavía Yáñez, con base en Punta Arenas. En estas circunstancias lo sorprende el año 1916, cuando el mundo no sólo está consternado por la Primera Guerra Mundial, sino también por la suerte que corrían los 22 miembros de la expedición de Sir Ernest Shackleton, abandonados a lafatalidad en la isla Elefante.

Como es sabido, el rescate de esos hombres fue intentado cuatro veces. Primero, en uno de los mayores buques balleneros ingleses, el Southern Sky, que fracasó y regresó a las islas Falkland. Después, en el pesquero uruguayo Instituto de Pesca nº 1, en el que, nuevamente fracasados, regresaron a Puerto Stanley.

En estas dramáticas circunstancias, Shackleton comprendió que debía encontrar una base de operaciones que contara con más recursos que Puerto Stanley, así que resolvió trasladarse a Punta Arenas, con la esperanza puesta en chile. Allí fletó la goleta Emma, tercera nave con la cual intentó el rescate. La Armada permitió que la escampavía Yelcho, al mando del Piloto Miranda, remolcara a la Emma hasta dejarla en aguas libres, para ahorrar combustible y aumentar su distancia franqueable. Pero el invierno estaba bastante avanzado, las condiciones de tiempo eran malas y el hielo se movía rápidamente hacia el norte, siempre cerrándole el paso. En esas condiciones no podrían alcanzar la isla, por lo que la Emma se dirigió a Puerto Stanley una vez más. La autoridad naval de Magallanes dispuso que Pardo tomara el mando de la Yelcho, el domingo 6 de agosto, para dirigirse a Puerto Stanley y traer a remolque la Emma a Punta Arenas.

La Yelcho recaló en Puerto Stanley en la mañana del miércoles 9, Shackleton y sus dos acompañantes subieron a bordo para saludar al Comandante Pardo y felicitarlo por su maniobra de entrada a puerto sin haber solicitado un práctico; hay que considerar que esto ocurría en plena Primera Guerra Mundial, por lo que era muy posible que la entrada al puerto estuviese minada. Así fue como el destino quiso que Shackleton y Pardo concurrieran a su encrucijada; un encuentro incidental que iba a tener primordial trascendencia, puesto que determinaría el destino de muchos.

Sir Ernest era una persona favorecida por una sorprendente perspicacia para calificar a las personas. Le impresionó bien este marino tan valeroso; congenió con él y sintió que podía confiar en este hombre sencillo, al que presintió íntegro. Pronto, al trabar conocimiento con él, lo respetará por su destreza y competencia; luego aprenderá a admirarlo por su sereno coraje, puesto que ocurre una secreta seducción entre los temperamentos bien definidos, si bien distintos, que se complementan en sus carencias y capacidades.

La Yelcho zarpó el jueves 10, con la Emma a remolque, en medio de un fuerte ventarrón. en el puente de mando, Pardo observaba el rumbo y Shackleton estudiaba a Pardo, intuyendo que debajo de ese aspecto afable y casi apacible, se ocultaba un carácter de acero y una conciencia incorruptible. Presintió pues, que había dado con el protagonista exacto.

Durante la travesía, platicaron. Pardo se enteró del tesón de Shackleton y de sus frustraciones; de cada una de las efímeras esperanzas contrariadas por las subsecuentes decepciones que componían su acaecer cotidiano y lo llenaban de aflicción y abatimiento. De este modo fue naciendo en el espíritu altruista del marino chileno, un intenso y noble sentimiento de solidaridad y deseos de apoyarlo. A sus 34 años de edad, Pardo no era un ávido aventurero, ni un renombrado investigador, sino un hombre con intereses personales, su carrera, su matrimonio y sus retoños que lo aguardaban junto a su esposa en el hogar de Valparaíso, del que faltaba hacía tiempo. Recordó nostálgico a los suyos, preguntándose si le asistía el derecho a arriesgarse por entero, en un salto al vacío. Tendría que explicar a su esposa el motivo que lo animaba. Ella, que lo había acompañado hasta ahora, con cariño y abnegación, era capaz de comprender sus sentimientos. El deseaba ser útil, sabía a cuanto se arriesgaría y lo que podría ocurrir, pero arriesgarse por Shackleton no era emprender un viaje turístico sino, uno a muchos sinsabores y grandes sacrificios. No obstante, admitía que, como oficial de la Armada de Chile, había adquirido la competencia necesaria para realizarlo; además, tenía un sólido concepto del cumplimiento del deber, un acentuado espíritu humanitario y un acrisolado espíritu de servicio. había 22 hombres que se encontraban en una penosa condición, extremadamente precaria y angustiosa, colmada de carencias y desesperanzas. sentía que él podía… ¡debía salvarlos!
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Con la Emma a remolque, la Yelcho arribó a Punta Arenas el día 14. Pardo y Shackleton desembarcaron; el primero, para rendir cuenta de su comisión, y el segundo, pa ra solicitar una nave, posiblemente la misma Yelcho, para rescatar a sus compañeros. Pero, ningún buque era apropiado para el viaje a los hielos durante ese crudo invierno.

Todo el mundo estaba preocupado por la ventura que sufrían aquellos desamparados náufragos. Un grupo de personas influyentes de Punta Arenas, encabezado por Francisco Campos Torreblanca, intentaba convencer al gobierno de enviar una nave.

Recordó Shackleton que, a su paso por las islas Falkland, había conocido al Vicealmirante chileno Joaquín Muñoz Hurtado, quien regresaba de una misión en Londres y que ahora era Director General de la Armada de Chile. Recurrió entonces a él. La respuesta fue inmediata; el Almirante dispuso que el Comandante en Jefe del Apostadero Naval de Magallanes,Contraalmirante López Salamanca, le proporcionara un buque a Shackleton.

Había llegado el momento de que la Armada de Chile se hiciera cargo de este rescate. se decidió que fuera la Yelcho.

El Comandante titular de la Yelcho estaba enfermo, por lo que había que reemplazarlo. Considerando lo potencialmente peligrosa que era la misión, el apostadero naval decidió llamar voluntarios.

El primero que se presentó fue el piloto Pardo. tenía 34 años, plenos de energía, modestia y agradable trato. Frente a su determinación inexorable, a la reciedumbre de su expresión y a la seguridad de su voz, el mando naval pudo darse cuenta de que frente a ellos se hallaba un hombre de carácter. Porque, en verdad, el piloto Pardo no sólo se propuso: se impuso. desplegó las cartas de navegación, determinó la ruta y, enseguida, como si ya estuviese aceptado para el mando de la Yelcho, manifestó que él escogería a los hombres que habían de acompañarlo. No procedía sino transbordarlo a la Yelcho.

La noticia se propagó rápidamente por toda la ciudad. Di la contingencia de socorrer a los náufragos se veía tan incierta y la eventualidad de tener éxito, tan remota, en la misión en la que otras tres naves en mejores condiciones de tiempo ya habían fracasado: ¿qué probabilidad podría tener la Yelcho? En el ambiente marinero del puerto se dudaba, especialmente entre los cazadores loberos, pues era la temporada en que los hielos sitiaban totalmente a la isla Elefante; también se intentaba disuadir, argumentando que la situación meteorológica era más mala que nunca.

Pardo los escuchaba, reflexionando que en esa región las condiciones siempre son las peores y, de tener que aguardar su conformidad, nunca se haría nada. Tenía que sacar prestamente de la isla a esos desdichados.
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Antes de zarpar, Pardo dejó una emotiva carta para su padre, en la que le decía: la obra es grande, pero nada me arredra: soy chileno. Dos consideraciones me hacen afrontar dichos peligros: salvar a los exploradores y darle renombre a mi patria. Me consideraría feliz si consiguiere, como creo, hacer lo que otros no han podido. si fracaso y muero, usted cuidará de mi Laura y de mis hijos, que quedarían desamparados y sin más apoyo que el suyo. Si salgo avante, habré cumplido con mi deber humanitario como marino y como chileno. Cuando usted esté leyendo esta carta, o su hijo ha muerto o ha llegado con los náufragos a Punta Arenas. Solo, no volveré…

El viernes 25, a las 00:15 horas, la Yelcho zarpó. No nos vamos a extender en la navegación misma, en la que Pardo era un técnico y todo lo hizo bien,
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Cuando el 30 de agosto llegaron a la isla y ubicaron el lugar donde se encontraban los náufragos en la playa, Shackleton y Pardo se miraron en silencio, con los labios apretados, pues hay ocasiones en que más vale no hablar. Era el cuarto intento y Shackleton temía lo peor: - “¡están todos!”, le confirmó el Capitán Worsley, llorando.

Mientras Pardo hacía su aproximación, podía escucharse el rumor de las expresiones de regocijo y los jubilosos ¡hurra! de los náufragos. Pardo acercó su nave a menos de un cable de la costa, donde el hielo la detuvo, y allí se mantuvo sobre las máquinas. Ordenó arriar inmediatamente una chalupa, que mandó a tierra con Shackleton, el teniente Crean y cuatro tripulantes chilenos. En su trayecto hacia la playa, la embarcación debió navegar por las grietas que dejaban las resquebrajaduras de la banquisa.

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Antes de llegar al buque, Sir Ernst avisa que no hay novedades en su gente, a lo que la tripulación de la Yelcho contesta con gritos de ¡hurra!, los que a su vez son respondidos con alegría por los náufragos aclamando a Chile, a la Yelcho y al comandante Pardo.

Cuando Pardo llegó a Punta Arenas con su pequeña y frágil pero, avezada nave, ésta era esperada por las autoridades, las organizaciones locales y toda la población de Punta Arenas, que se había volcado hacia el muelle y las calles colindantes para ovacionar a los que llegaban, demostrando a los rescatados su cordialidad y a los valerosos tripulantes de la Yelcho su admiración y aprecio. Hubo formación de las instituciones públicas y privadas que querían demostrar su alegría. La colonia británica en masa aclamaba con cariñosa admiración a los salvadores de los hombres del Endurance, que tan en alto habían dejado el nombre de Chile y de su Armada. Las familias se disputaban a los náufragos, para vestirlos y agasajarlos.


El piloto Pardo, con su acostumbrada sencillez, parecía dudar de merecer los justos agasajos con que la población de recibiera tan triunfalmente.

El martes 5, Pardo presentó su parte de viaje. En su texto, con la lealtad propia de un líder, Pardo atribuía el éxito parte, Shackleton escribirá en su libro “South”: Finalmente, el gobierno chileno fue el responsable directo por camaradas. Esta República austral fue infatigable en sus esfuerzos para hacer un rescate victorioso y a ellos les debemos todo nuestro grupo. Menciono especialmente la benévola actitud del Almirante Muñoz Hurtado, Jefe de la Armada capitán Luis Pardo, quien comandó a la Yelcho en nuestra última y victoriosa aventura.

Por sus servicios distinguidos, Pardo recibió varias medallas. Fue publicado que, con cortesía pero con firmeza, rechazó 25.000 libras esterlinas que le habría ofrecido el gobierno británico, pues estimó que no era acreedor a ese premio, marino de Chile, sólo había cumplido con su deber en una misión que le había sido encomendada.

En abril de 1930, el gobierno chileno nombró a Luis Pardo en el cargo de cónsul adscrito de chile en Liverpool. en su misión consular, resultó ser un agente de lujo para el país, aunque no pudo gozar de la estadía. Estaba angustiado por la salud de su esposa que, a pesar de las atenciones de los mejores especialistas consultados en Europa, declinaba sensiblemente. Ella era su apoyo moral. Este matrimonio tan unido resolvió regresar a chile, para que Laura Ruiz pudiera morir en paz, cerca de sus seres queridos. No obstante, en 1934 ella fue intervenida quirúrgicamente en Chile y, aunque siempre delicada, llegaría a vivir dieciocho años de inconsolable viudez, junto a sus hijos, pues el 21 de febrero de 1935, a los 54 años de edad, víctima de una bronconeumonía de la cual no pudo recuperarse, falleció en Santiago el Teniente 1º piloto Luis Alberto Pardo Villalón.
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Nacho

Comandante de Guardia
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Shackleton y el Endurance: una historia de liderazgo , que sin la participación de LUIS PARDO VILLALON seria liderazgo fallido.

"Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito".

Éste fue el anuncio de prensa que puso en 1914 Sir Ernest Shackleton para reclutar tripulación para ir a la Antártida. Éste fue el comienzo de una peligrosa aventura que terminó convirtiéndose en una de las mayores lecciones de liderazgo, supervivencia y superación humanas que se recuerdan.

El explorador británico Ernest Shackleton hizo planes para ser el primero en liderar una expedición en trineo a través de todo el continente de la Antártida. El 5 de diciembre de 1914, partió en el barco Endurance. Sin embargo el Endurance chocó contra un gran bloque de hielo. Para el 27 de enero de 1915, el Endurance había quedado completamente varado y, durante dos años, el mundo no tuvo noticias de Shackleton ni de su tripulación. Parecía que hubiesen desaparecido de la faz de la Tierra. Sin embargo, en una increíble hazaña de supervivencia, los miembros de la expedición sobrevivieron en el hielo sin perder ni a un solo hombre.
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Aunque Ernest Shackleton nunca alcanzó el polo sur y no logró atravesarlo cuando se lo propuso, su capacidad para sobrevivir a lo imposible es un modelo de liderazgo de éxito. El objetivo de la misión tuvo que ser abandonado cuando el barco Endurance quedó atrapado en el hielo cerca de su destino en la Bahía Vahsel. Más tarde quedaría destrozado, aplastado por los bloques de hielo que lo aprisionaban, lo que obligó a la tripulación del barco y los miembros de la expedición a realizar un viaje épico en trineo atravesando el helado Mar de Weddell y posteriormente en bote hasta la Isla Elefante, en el archipiélago de las Islas Shetland del Sur. Una vez allí, reconstruyeron uno de sus pequeños botes y Shackleton acompañado de otros cinco hombres navegó hasta la isla Georgia del Sur en busca de ayuda.

Este viaje, realizado a finales del otoño Antártico (abril-mayo), embarcados en un bote de tan sólo 6,7 metros de eslora, a través del Paso Drake hasta Georgia del Sur, era arriesgadísimo y posiblemente no tenga rival en la historia de la navegación. Tocaron tierra en la costa sur de la isla Georgia del Sur y atravesaron la cordillera que recorría la isla como si fuera su espina dorsal, en 36 horas en un igualmente notable viaje (habría que destacar que el interior de la isla aún no había sido cartografiado) que permitió iniciar los planes para el rescate de sus hombres en la isla Elefante.

Los 22 hombres que habían permanecido en la Isla Elefante fueron rescatados por el buque chileno Yelcho, comandado por Luis Pardo Villalón, el 30 de agosto de 1916, tras otros tres intentos fallidos a causa de las pésimas condiciones meteorológicas. Dado que toda la tripulación del Endurance sobrevivió, las decisiones de Shackleton en esta ocasión continuan siendo puestas como modelo de liderazgo en condiciones extremas.

El hecho no haber perdido una sola vida da testimonio de su habilidad como líder. Dennis Perkins en su libro "Las 10 estrategias de Shackleton en su gran expedición antártica " describía las que a su juicio fueron sus diez estrategias clave en esos momentos extremos:

Estrategia 1

Nunca pierda de vista la última meta y concentre su energía en objetivos a corto plazo. Liderar al límite significa buscar cualquier oportunidad para realizar acciones decisivas, y rechazar el desanimo que se produce cuando algunos esfuerzos resultan infructuosos…

"Estoy seguro de que intentar una marcha es lo correcto… Será mucho mejor para todo el grupo sentir que, aunque progresamos lentamente, vamos hacia tierra, que quedarse sentado esperando una deriva hacia el noroeste que nos saque de esta extensión de hielo.”
Ernest Shackleton

Estrategia 2

De ejemplo personal con símbolos y conductas visibles y fáciles de recordar.

“Shackleton recalco, hablando con suma convicción, que ningún objeto tenía valor alguno si se compara con la supervivencia y exhortó a los expedicionarios a que fueran implacables deshaciéndose de cualquier peso innecesario, independientemente de su valor. Después de hablar, saco de su chaqueta una caja dorada de cigarrillos y varios soberanos de oro y los tiro a la nieve”.
Alfred Lansing

Estrategia 3

Inspire optimismo y autoconfianza, pero aférrese a la realidad.

Una inteligencia aguda, ser competente en el negocio y fuertes habilidades interpersonales son cualidades primordiales para el liderazgo…

“Shackleton tenía una comprensión maravillosa y peculiar de las actitudes y las relaciones de las personas entre sí y de la expedición como un todo. Percibía cuán profundamente una persona o un grupo de personas podían afectar a la psicología de los demás. …Insistía mucho en la cortesía y en el optimismo y, de hecho, su actitud era: “Tienes que ser condenadamente optimista”.
Frank A. Worsley

Estrategia 4

Cuide de sí mismo: mantenga su resistencia y déjese de complejos de culpa.

Quienes han elegido dirigir al límite son, con frecuencia, individuos dotados de gran energía y empuje. Al mismo tiempo, la persecución de metas nobles implica fuertes exigencias físicas y psicológicas…

“No había dormido durante ochenta horas… Había estado gobernando el timón durante nueve horas, mientras dirigía a los otros botes, y casi no podía mantenerme despierto. Greenstreet, que es un buen marino, me decía continuamente que dejara el timón y durmiera algo, pero yo estaba tan obsesionado con llegar a la isla (…) que seguí, cuando debiera haber cedido el gobierno a otro. La consecuencia fue que me quede dormido unos segundos y el Docker… cambio de rumbo. Todos estábamos cansados y faltos de sueño habíamos perdido algo el juicio.
Frank A. Worsley

Estrategia 5

Refuerce constantemente el mensaje de grupo: “somos uno, viviremos y moriremos juntos”.

No había duda alguna en la mente de Shackleton de que la supervivencia del grupo dependía de un trabajo en equipo excepcional… una división del grupo hubiera implicado desperdiciar energía, y esa falta de armonía hubiera supuesto la diferencia entre la vida y la muerte.

“Shackleton siempre se opuso a dividir el grupo, y muy sensatamente rehusó considerar tal opción (…) aunque la tentación de explorar (…) era casi irresistible”.
Frank A. Worsley

Estrategia 6

Minimice las diferencias de estatus e insista en la cortesía y el respeto mutuo.

A Scott le gustaba hacer inspecciones con todos los hombres formados en cubierta. Estaban firmes hasta que se les congelaban los pies… era un mal comunicador, y en vez de usar la información para reforzar los vínculos de unión del equipo, se guardaba la información más elemental. Incluso los oficiales desconocían los destinos y la duración de las estancias en los mismos.

“Shackleton, en privado, me forzó a aceptar la galleta de su desayuno, y me hubiera dado otra esa noche si yo lo hubiera permitido. No creo que nadie en el mundo pueda valorar cuanta generosidad y empatía ha mostrado con este gesto: yo sí, y juro por Dios que nunca lo olvidare. Miles de libras no hubieran podido comprar esta galleta”.
Frank Wild

Estrategia 7

Domine el conflicto. Maneje el enfado en dosis pequeñas, atraiga a los disidentes e impida luchas de poder innecesarias.

Conflicto: solo la mención de la palabra puede levantar sentimientos de ansiedad. Los ejecutivos competentes que entran sin miedo en el mercado de trabajo hacen lo que sea para evitar las fricciones interpersonales. Pero el conflicto es un componente predecible en la volátil mezcla de actitudes y emociones que se encuentra en las organizaciones al límite. El conflicto llega de diversas maneras: discusiones directas, desacuerdos, sabotaje y agresión pasiva.

“(…) tales eran los peligros psicológicos de una comunidad aislada. Las peleas y la tensión estaban siempre como telón de fondo. Había irritabilidad entre caras demasiado familiares, y no había modo de escapar (…). Sobre todo, era fundamental pensar en el líder, y Shackleton tenía el poder de adelantarse a los problemas sin hacer nada aparente”
Roland Huntford

Estrategia 8

Encuentre algo que celebrar y algún motivo con el que reír.

En circunstancias de estrés, cuando los tiempos son difíciles, hacer una fiesta es lo que menos se le pasa a uno por la cabeza. En condiciones de supervivencia, la risa es un acto antinatural, y en situaciones difíciles de negocio, el humor puede parecer frívolo, improcedente y fuera de lugar. En condiciones de presión extrema, la capacidad de relajarse, festejar y reír puede marcar la diferencia, romper una espiral de depresión y estimular la creatividad… puede permitir al personal coger perspectiva y tomar distancia psicológica respecto a sus problemas.

“La desaparición del sol es un acontecimiento depresivo en las regiones polares, donde los largos meses de oscuridad implican presión mental y física. Pero la tripulación del Endurance no renuncio a abandonar su alegría cotidiana, y un concierto por la tarde hacia del Ritz una escena de ruidoso jubilo que contrastaba extremadamente con el fio y silencioso mundo del exterior.”
Ernest Shackleton

Estrategia 9

Este dispuesto a asumir el gran riesgo.

El riesgo innecesario es una forma de insensatez que pone en peligro la estabilidad de la organización o, incluso, vidas humanas. Hay momentos en los que, claramente, hay que dejarse llevar, y hay situaciones en las que hay que minimizar el riesgo. Por desgracia, también hay momentos en los que mantener lo que parece el rumbo seguro es un movimiento peligroso.

“Shackleton era (paradójicamente) un hombre muy prudente. Puede parecer producto de la fantasía decir que un explorador antártico de su calibre era cauto, pero era así. Era valiente, el hombre más valiente que he visto nunca, pero no era insensato. Cuando era necesario, asumía las tareas más peligrosas y lo hacía sin miedo, pero siempre se aproximaba de forma reflexiva y realizaba las tareas de forma segura. Estaba orgulloso de su reputación de prudente y, por eso, el apodo que se había ganado en su primera expedición era Jack el prudente, lo que le halagaba mucho”.
Frank A. Worsley

Estrategia 10

Nunca abandone, siempre hay otro movimiento.

Encontrar soluciones creativas para grandes problemas es una tarea difícil, incluso en las mejores circunstancias, pero en situaciones al límite es aun más costosa. El miedo, el cansancio físico y el hastió psicológico son parte integrante de la travesía que afrontaron aquéllos que han estado expuestos a los limites de la supervivencia, o bien las organizaciones que intentan lograr los máximos niveles posibles de realización. La capacidad para resolver problemas se vuelve crítica, y la necesidad de innovación es vital precisamente en estos momentos de estrés.

Cuando los movimientos obvios están agotados, es necesario buscar otros. Tampoco hay que desechar ninguna idea, por estrafalaria que parezca, sin antes considerarla detenidamente. Piense lo impensable y anime a los demás a hacer lo mismo. La creencia inquebrantable en que siempre habra otro movimiento le dará energía para buscar soluciones, y la creatividad le proporcionara la capacidad para encontrarlas.

“Sin un ancla, el bote se escurría, balanceaba y hacia mucho agua. El vidrio de la brújula estaba roto, pero lo reparamos con escayola del botiquín”.
Frank A. Worsley

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Nacho

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Las diez claves que convirtieron a Shackleton en ejemplo de líder
24/01/2013 - T.I.

  • El enemigo de Shackleton en su expedición a la Antártida no fue el hielo, sino la moral de sus tripulantes.
  • Ejerció de líder pero con respeto, estableció rutinas diarias y elevó el optimismo al lema de sus meses atrapados en el hielo.
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    Ernest Shackleton

La autoridad, determinación y lealtad a sus hombres han llevado a Ernest Shackleton a convertirse en uno de los ejemplos de liderazgo. Cómo actuó ‘El Jefe’, nombre con el que sus hombres le conocían, en la Antártida ha dado lugar a múltiples interpretaciones sobre cómo debe ser el liderazgo.

Una de ellas fue la que recogió en 2003 Dennis Perkins en su libro“Lecciones de liderazgo. Las 10 estrategias de Shackleton en su gran expedición antártica”. Y es que, del objetivo inicial de ser la primera persona que cruzaba a pie la Antártida, el irlandés pasó a marcarse como objetivo devolver a toda su tripulación con vida a casa.

Y no fue fácil: las extremas condiciones, las privaciones inimaginables, el no tener un refugio adecuado y los casi dos años que pasaron en la Antártida habían mermado sus capacidades físicas y, sobre todo, emocionales. De hecho, se ha dicho que el enemigo de Shackleton en la Antártida no fue el hielo, sino la moral de sus hombres; tenía que impedir que se hundieran.

La frase de Frank Wild, uno de los miembros de la tripulación, lo resume todo: “Shackleton pronunció un discurso para alentar al grupo, un discurso que sólo él podía pronunciar. Nos dijo, con sencillez y frases breves, que no nos alarmásemos por la pérdida del barco y nos aseguró que con esfuerzo, trabajo duro y cooperación leal podríamos abrirnos camino hasta tierra firme. Este discurso tuvo un efecto inmediato, pues se elevaron nuestros espíritus y contemplamos la situación con más ánimo”.

Y el propio Shackleton escribió: “Agradecí a todos la firmeza y buena moral que demostraban en estas circunstancias desafiantes, y les dije que no dudaran de que, si trabajaban bien y confiaban en mí, llegaríamos todos salvos a nuestro destino”.

En su libro, Dennis Perkins expone las siguientes estrategias de liderazgo:

- Nunca pierda de vista la última meta y concentre su energía en objetivos a corto plazo. Shackleton fue capaz de cambiar su objetivo inicial, atravesar a pie la Antártida, a otro más imperante: que toda su tripulación sobreviviera tras la pérdida de su barco. Cuando el Endurance fue definitivamente aplastado por toneladas de hielo, el jefe dijo a sus chicos: “Ahora nos vamos a casa”. Estableció rutinas, objetivos mínimos y concretos, que obligaban a concentrar esfuerzos en esas pequeñas cosas, a mitigar la ansiedad y a dar sensación de estabilidad. Por ejemplo, cazar pingüinos y focas se convirtió en algo habitual.

- Dé ejemplo personal con símbolos y conductas visibles y fáciles de recordar. Shackleton fue capaz de mostrar con sus palabras que era líder, y fue el primero en deshacerse de cosas superfluas cuando la tripulación se vio sin barco, como su tabaco. Fue capaz de reforzar en sus hombres la creencia de que su supervivencia dependía de ellos mismos.

- Inspire optimismo y autoconfianza, pero aférrese a la realidad. “Shackleton tenía una comprensión maravillosa y peculiar de las actitudes y las relaciones de las personas entre sí y de la expedición como un todo. Percibía cuán profundamente una persona o un grupo de personas podían afectar a la psicología de los demás. Insistía mucho en la cortesía y en el optimismo y, de hecho, su actitud era: “Tienes que ser condenadamente optimista”. (Frank Worsley, capitán del Endurance).

- Cuide de sí mismo: mantenga su resistencia y déjese de complejos de culpa. Los complejos de culpa sólo llevan a que un líder se centre en sí mismo y abandone a su equipo, pierda el objetivo y haga frente a los retos.

- Refuerce constantemente el mensaje de grupo. "Somos uno, viviremos y moriremos juntos”. El trabajo en equipo es fundamental. La tripulación de Shackleton era muy heterogénea, pero logró crear un equipo con un sentimiento de identidad compartida. El jefe de la expedición siempre se opuso a dividir el grupo, supo valorar las capacidades de cada uno y supo transmitir el cometido que tenía cada uno de los miembros y la importancia para la consecución de la supervivencia de todos.

- Minimice las diferencias de estatus e insista en la cortesía y el respeto mutuo. Shackleton consideraba que había que eliminar la jerarquía innecesaria; supo admitir sus debilidades y disculparse, era uno más del equipo y reconocía sus equivocaciones. Era el primer que se sacrificaba, y entre otras cosas, esto contribuyó a generar un importante sentimiento de lealtad. “Shackleton, en privado, me forzó a aceptar la galleta de su desayuno, y me hubiera dado otra esa noche si yo lo hubiera permitido. No creo que nadie en el mundo pueda valorar cuanta generosidad y empatía ha mostrado con este gesto: yo sí, y juro por Dios que nunca lo olvidare. Miles de libras no hubieran podido comprar esta galleta” (Frank Wild, miembro de la tripulación).

- Domine el conflicto. Maneje el enfado en dosis pequeñas, atraiga a los disidentes e impida luchas de poder innecesarias. Shackleton siempre animaba a sus hombres a que le informaran de los conflictos, para estar al tanto y evitar tensiones. Supo mantener cerca y controlar a los elementos que pudieran socavar su liderazgo.

- Encuentre algo que celebrar y algún motivo con el que reír. Desde el principio, Shackleton instauró en su grupo un ambiente jovial y creó un espíritu optimista que les ayudó a enfrentarse a lo insoportable del día a día en el hielo. “La desaparición del sol es un acontecimiento depresivo en las regiones polares, donde los largos meses de oscuridad implican presión mental y física. Pero la tripulación del Endurance no renuncio a abandonar su alegría cotidiana, y un concierto por la tarde hacia del Ritz una escena de ruidoso jubilo que contrastaba extremadamente con el fio y silencioso mundo del exterior" (Ernest Shackleton).

- Esté dispuesto a asumir el gran riesgo. Shackleton era un hombre prudente. Aunque su tripulación era consciente de su valentía, los riesgos que tomaba siempre habían sido sopesados y reflexionados. Es lo que sucedió con la última expedición a Georgía del Sur, un viaje de más de 1.400 kilómetros en mar abierto a temperaturas bajo cero… Pero era la única forma de lograr un rescate. Las provisiones y el ánimo se estaban acabando en isla Elefante.

- Nunca abandone, siempre puede haber otra alternativa. El éxito de la expedición de Shackleton se debió no sólo a su perseverancia, sino también a su capacidad de encontrar soluciones creativas
 

Nacho

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Hoy 30 de Agosto de 2015 se cumplen 99 años de la Hazaña de rescate en territorio antártico liderada por el Piloto 2do. de la Armada de Chile don Luis Pardo Villalón al mando del escampa vía " Yelcho" con una dotación de 23 marinos.

Poco conocido es que El Piloto Pardo con cortesía, pero con firmeza, rechazó un obsequio de veinticinco mil libras esterlinas que le fue ofrecido el gobierno británico por salvar a los miembros de la "Expedición Imperial Transantártica" o "Expedición Endurance" . Estimó que no era acreedor a ese premio, porque como marino de Chile,solo había cumplido una misión que le había sido encomendada.
Hoy 30 de Agosto de 2015 se cumplen 99 años de la Hazaña de rescate en territorio antártico liderada por el Piloto 2do. de la Armada de Chile don Luis Pardo Villalón al mando del escampa vía " Yelcho" con una dotación de 23 marinos.

Poco conocido es que El Piloto Pardo con cortesía, pero con firmeza, rechazó un obsequio de veinticinco mil libras esterlinas que le fue ofrecido el gobierno británico por salvar a los miembros de la "Expedición Imperial Transantártica" o "Expedición Endurance" . Estimó que no era acreedor a ese premio, porque como marino de Chile,solo había cumplido una misión que le había sido encomendada.

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Nacho

Comandante de Guardia
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Miembro Regular
Hoy 30 de Agosto de 2015 se cumplen 99 años de la Hazaña de rescate en territorio antártico liderada por el Piloto 2do. de la Armada de Chile don Luis Pardo Villalón al mando del escampa vía " Yelcho" con una dotación de 23 marinos.

Poco conocido es que El Piloto Pardo con cortesía, pero con firmeza, rechazó un obsequio de veinticinco mil libras esterlinas que le fue ofrecido el gobierno británico por salvar a los miembros de la "Expedición Imperial Transantártica" o "Expedición Endurance" . Estimó que no era acreedor a ese premio, porque como marino de Chile,solo había cumplido una misión que le había sido encomendada.
Hoy 30 de Agosto de 2015 se cumplen 99 años de la Hazaña de rescate en territorio antártico liderada por el Piloto 2do. de la Armada de Chile don Luis Pardo Villalón al mando del escampa vía " Yelcho" con una dotación de 23 marinos.

Poco conocido es que El Piloto Pardo con cortesía, pero con firmeza, rechazó un obsequio de veinticinco mil libras esterlinas que le fue ofrecido el gobierno británico por salvar a los miembros de la "Expedición Imperial Transantártica" o "Expedición Endurance" . Estimó que no era acreedor a ese premio, porque como marino de Chile,solo había cumplido una misión que le había sido encomendada.

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El equivalente a $ 264.385.741 pesos al cambio actual fue la recompensa que rechazo el Piloto Luis Pardo Villalon..
 

kamakura

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23 Jun 2006
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Santiago
Se trata de una de las historias más extraordinarias de sobrevivencia en los anales de la exploración. Sir Ernest Shackleton, después que el hielo aplastó a su barco Endurance en el mar de Weddell de la Antártida, llevó a sus hombres a un lugar seguro a través de una serie de viajes imposibles por tierra y por mar, una proeza que, más de 80 años después, aún lo deja a uno boquiabierto. En la época en que leía South (Sur), el relato que Shackleton hizo de su aventura, un día, al anochecer, me encontraba en una parada de autobús de la calle 79 de la ciudad de Nueva York, con el libro bajo el brazo. Al sentir que me tiraban con insistencia de la manga, me volví y me encontré con la mirada de un hombre que tenía fijos en mí los ojos delirantes de un fanático. “Shackleton”, dijo en voz un poco baja, con expresión de complicidad, pues sabía que aunque yo hubiera leído sólo una parte del libro, ahora sería un converso.


La expedición Imperial Trasantártica partió de Plymouth, Inglaterra, el 8 de agosto de 1914, en el momento en que estallaba la Primera Guerra Mundial. La embarcación de Shackleton era un velero de madera de tres mástiles – un bergantín-, concebido especialmente para resistir la fuerza del hielo. De nombre Polaris, el buque se había construido en el astillero más famoso de Noruega, empleando para ello roble, abeto de ese país y bebeerú, una madera tan compacta que es necesario trabajarla con herramientas especiales. Shackleton le cambió el nombre por el de Endurance, (Entereza), de acuerdo con el lema de su familia: Fortitudine vincimus, es decir, “vencemos con nuestra entereza”


Al dirigirse hacia el sur, el último lugar donde hizo escala la expedición fue la isla de Georgia del Sur, un desolado puesto de avanzada subantártico perteneciente al Imperio Británico y habitado por una pequeña comunidad de balleneros noruegos. Desde allí el Endurance zarpó hacia el mar de Weddell, el peligroso océano cubierto de hielo que colinda con el continente antártico. Después de seis semanas de abrirse paso a lo largo de más de 1,500 kilómetros de icebergs, el Endurance se encontraba a unos 150 kilómetros de su destino, es decir, a un día de viaje. Pero el 18 de enero de 1915 el hielo rodeó el barco. Un descenso drástico de la temperatura provocó que el agua del mar se congelara, convirtiéndose en cemento. El Endurance quedó atrapado.

Para entonces, Shackleton era ya un famoso explorador del polo; había viajado al sur por primera vez con el capitán Robert Falcon Scott en 1901. Pero, la expedición se convirtió en fracaso para sir Ernest cuando le dieron de baja por enfermar de escorbuto después del primer invierno. Cinco años más tarde, a la cabeza de propia expedición, obtuvo renombre al llegar a 160 kilómetros del polo Sur, un punto que nadie había alcanzado hasta ese momento. En diciembre de 1911 Roald Amundsen reivindicó el Polo Sur para Noruega, después de lo cual sólo quedaba una proeza por realizar: cruzar caminando el continente antártico. En tal hazaña puso la mira Shackleton.


Por ahora, al quedar el Endurance atrapado en el hielo, su aventura más audaz se había frustrado. Y algo muy importante: era responsable del cuidado de 27 hombres, así como de los 60 perros que tiraban de trineos, dos cerdos y la gata del barco, “Mrs. Chippy”. Durante los diez meses siguientes el Endurance recorrió en zigzag más de dos mil kilómetros, arrastrado hacia el noroeste por la masa flotante de hielo. A medida que pasaban los días, Shackleton y la tripulación se dieron cuenta de que el continente antártico quedaba cada vez más lejos.

Algunos de los miembros de la tripulación eran marineros profesionales de la armada británica; otros eran rudos marineros que habían trabajado en el frío terrible del Antlántico norte; otros más eran graduados de la Universidad de Cambrigde y lo acompañaban en calidad de científicos. Uno de ellos, el hombre más joven a bordo, Perce Blackborow, se había embarcado como polizón en Buenos Aires. Todos abrigaban esperanzas distintas, las cuales se habían desvanecidos.


La desilusión resultó particularmente amarga para Shackleton: tenía 40 años de edad y había centrado gran parte de sus energías en preparar la expedición. Puesto que la guerra devastaba a Europa, era poco probable que se le volviera a presentar esa oportunidad. Sin embargo, sabía que sus hombres acudirían al “Jefe”, como lo llamaban, en busca de orientación y de confianza. Shackleton ocultó sus emociones y dio la impresión de sentirse seguro de sí mismo y relajado. Los largos meses que duró el viaje a bordo del Endurance casi resultaron placenteros.


Todos a bordo sabían que tarde o temprano ocurriría una de dos cosas: al llegar la primavera, el hielo se derretiría y desaparecería, dejándolos libres; o la presión ejercida por los témpanos aprisionaría al pequeño buque y los aplastaría como una cáscara de huevo. En octubre de 1915, la situación no auguraba nada bueno.


En su diario, Frank Hurley, fotógrafo de la expedición, escribió el 26 de octubre: “A las 6 p.m., la presión adquiere una fuerza arrolladora. El barco cruje y se estremece, las portillas se hacen pedazos, mientras que las cuadernas de cubierta se parten y se retuercen. En medio de esas potentes y arrolladoras fuerzas, somos la personificación de la inutilidad absoluta. Esta espantosa presión dobla todo el casco unas 10 pulgadas (25 centímetros) a lo largo”.


Al día siguiente, Shackleton dio la orden de abandonar el barco. Los hombres pasaron su primera noche sobre el hielo en tiendas de lino tan delgado que la luz de la luna atravesaba la tela. La temperatura era de –27°C.


“Fue una noche terrible – escribió en su diario Reginald James, el físico de la expedición -. La lúgubre silueta del barco se perfilaba contra el cielo y se escuchaba el ruido del hielo que lo presionaba... Era como oír lamentos.”


La mayor parte de los víveres se encontraba aún en el Endurance. La indumentaria más abrigadora era la ropa interior de lana y las chaquetas impermeables, más o menos del peso de la tela para paraguas. No disponían de un sistema de radiocomunicación y nadie en el mundo sabía dónde se encontraban. Para llegar a un lugar seguro una vez que el hielo se rompiera sólo contaban con tres botes salvavidas que habían recuperado...y con Shackleton para que los guiara.


EN LA REAL SOCIEDAD GEOGRÁFICA, en Londres, una institución venerable que ha subvencionado un sinfín de expediciones de descubrimiento, el archivista me llevó una Biblia. Fui al capítulo 38 del Libro de Job, o, más exactamente, a donde se encontraba antes el capítulo 38 de Job. Tal como sabía: faltaba la página que buscaba.


Al día siguiente de haber abandonado el Endurance, Shackleton reunió a sus hombres y con calma les dijo que iban a tratar de avanzar sobre el hielo en dirección a la isla Paulet, a unos 650 kilómetros hacia el noroeste. Sólo podían llevar lo imprescindible, de modo que tenían que sacrificar las pertenencias personales.


A modo de ejemplo, Shackleton tomó la Biblia que llevaban en el buque y, luego de arrancar una página de Job, depositó el libro sobre el hielo. Los versículos que conservó decían:


¿De qué seno sale el hielo?

¿Quién da a luz la escarcha de cielo,

cuando las aguas se aglutinan

como piedra y se congela la superficie

del abismo?


Lo que Shackleton nunca supo es que uno de los marinos llevó a escondidas la Biblia, creyendo que dejarla sería como tentar a la mala suerte.


Shackleton y su gente tuvieron que desistir, a su pesar, de realizar la marcha. Tirar de los botes cargados, cada uno de los cuales pesaba al menos una tonelada, por encima de los enormes fragmentos de hielo y a través de la espesa nieve resultó imposible. La expedición se reagrupó y Shackleton decidió que no tenían más remedio que acampar en la masa de hielo a la deriva y ver a dónde la corriente y los vientos los llevarían antes de que el estado del tiempo les permitiera utilizar los botes.


Una singular provisión de víveres se rescató del Endurance, ya medio hundido: los cajones de embalaje que primero aparecieron flotando en la superficie- carbonato de sodio, nueces, cebollas – no eran precisamente lo que hubieran escogido como alimentos. Las provisiones destinadas originalmente para llevar en trineos durante el viaje trascontinental se habían guardado en los botes para consumirse después.


Ahora era verano en el hemisferio austral y las temperaturas ascendieron hasta 1°C, el aguanieve dificultaba caminar y la ropa que llevaban estaba siempre mojada. Además, la temperatura descendía cada noche, congelando las tiendas y la vestimenta empapadas. La dieta principal era a base de pingüino y foca, y como combustible sólo contaban con grasa de foca.


Los hombres pasaban la mayor parte del tiempo analizando la dirección de la masa de hielo a la deriva. Su mayor esperanza era que la corriente continuara en dirección nor-noroeste, acercándolos lo más posible a la isla Paulet, frente a la punta de la Península Antártica, donde se encontraba una cabaña con suministros de una expedición sueca anterior. Lo que más le preocupaba a Shackleton no eran los alimentos ni tener un refugio, sino dar confianza a su gente. Le tenía tanto miedo a la depresión como el escorbuto, que solía ser la ruina de las expediciones al Polo. La enfermedad podía evitarse comiendo las vísceras de animales recién sacrificados, pero el desánimo requería de un mayor cuidado.


“El optimismo es el verdadero valor moral”, decía a menudo Shackleton. Se preocupaba sobre todo por los marineros, quienes más que nadie habían quedado deshechos después de la pérdida del Endurance. Como lo reconoció el expedicionario: “Para un marinero su barco representa algo más que una casa flotante”. Desde sus inicios como explorador, Shackleton se había llevado bien tanto con los marineros como los oficiales, lo que ahora rendía frutos. También estaba muy en sintonía con el temperamento de sus hombres y complacía a cada uno de ellos. Hurley era un poco vanidoso, y Shackleton lo halagaba haciendo como si lo consultara en privado sobre todos los asuntos de importancia. A uno que se quejaba y deseaba estar muerto, rápidamente se le asignaron tareas en las galeras para distraerlo. Y dos de los hombres más solitarios y vulnerables de la tripulación fueron asignados a la propia tienda del Jefe.


Otras tácticas fueron más controvertidas. Los científicos y otras personas instruidas creían que el peligro más grave que enfrentaba el grupo era la falta de alimento, de modo que deseaban sacrificar y almacenar cualquier animal salvaje que se encontraran. Por otra parte, para los marineros que habían sido acuartelados en el castillo de proa, la peor desgracia era permanecer largos meses sobre el hielo antes de poder subir a los botes. Cuando Lionel Greenstreet, el primer oficial, urgió a Shackleton a acumular más carne, la respuesta de éste resulto ilustrativa.


“Eres muy pesimista – dijo -. Eso inquietaría a la gente que está en el castillo de proa y pensaría que nunca vamos a salir de aquí.”


A mediados de enero, se dio muerte a cuatro equipos de perros para trineos. El hielo se había vuelto muy peligroso como para emplear sin riesgo a los animales y la carne necesaria para alimentarlos escaseaba cada vez más.


“Me tocó a mí realizar esa tarea, y fue lo peor que haya tenido que hacer en mi vida”, informó Frank Wild, el leal segundo al mando de Shackleton, en sus memorias, las cuales se encuentran también en la Biblioteca Estatal de Nueva Gales del Sur. “He conocido a muchos hombres a los que habría preferido matar antes que al peor de los perros.”


Para marzo la corriente que avanzaba hacia el norte los había puesto en línea con la isla Paulet... pero lejos, al este de la misma.


“Cruzar por encima de la masa de hielo flotante desde donde nos encontramos ahora sería como tratar de cruzar de Ostend a Dover sobre hojas de lirio”, escribió Thomas Orde Lees, el pañolero de la expedición, “Lo que va a pasar está por verse.”


Marzo fue un mes sombrío. Se sacrificó al resto de los perros...y esta vez se comió su carne. Los hombres permanecían en las tiendas, acurrucados en sus congeladas bolsas de dormir. Hacía demasiado frío como para leer o jugar a las cartas.


En abril el hielo empezó a resquebrajarse en todo el campamento. Shackleton comprendió que el tan esperado deshielo era inminente. El 9 de abril dio la orden de echar al agua los tres botes – el James Caird, el Dudley Docker y el Stancomb Wills, apenas en condiciones de navegar-, los cuales llevaban el nombre de patrocinadores de la expedición. Veintiocho hombres atiborraron las embarcaciones con su equipo y provisiones. Entonces la temperatura descendió a –23°C y el agua del mar embravecido penetró a raudales en los botes abiertos y empapó a los hombres, que no llevaban ropa impermeable.

Día y noche, a través del campo minado en que se había convertido el hielo, cruzando luego las violentas olas del mar abierto, el timonel de cada bote trataba de mantener el rumbo, mientras que sus compañeros de tripulación achicaban las embarcaciones, que eran demasiado pequeñas para maniobrar en medio de vientos de fuerza huracanada. Después de varios cambios de dirección, Shackleton dio la orden de navegar, con el viento en popa, directamente hacia el norte, rumbo a un pedazo de tierra llamado isla Elefante.


Durante siete días en blanco y de pesadilla y siete noches espantosas y negras, los hombres soportaron un frío que congelaba su ropa, convirtiéndola en una fuerte y gélida armadura. Del oscuro mar y con exhalaciones explosivas y rítmicas, ballenas asesinas de cuello blanco surgían junto a los botes y los evaluaban con sus pequeños e inteligentes ojos. Ernest Holness, quien había desafiado al Atlántico norte, se cubrió el rostro con las manos y lloró. Blackborow, el popular joven polizón a quien Shackleton había convertido en administrador de la cocina del barco, señaló en voz baja que “sentía los pies raros”. Y Huberht Hudson, inclinado sobre la barra del timón con las manos sin guantes, al fin se desmayó. Shackleton se sentía sumamente agotado.

“Prácticamente desde que iniciamos el viaje, Sir Ernest se había mantenido firme día y noche en la bovedilla de popa del Caird”, escribió Orde Lees. Shackleton sabía que era importante para sus hombres que lo vieran al frente.


Por fin, el 15 de abril los botes llegaron a los peñascos de la isla Elefante y desembarcaron. “Muchos presentaron síntomas de aberración mental temporal”, anotó Hurley al describir el estado psíquico de sus compañeros. Varios se tendieron en el suelo y ocultaron el rostro entre las piedras o caminaron por la pequeña playa tambaleándose, riendo a carcajadas. Habían pasado 497 días desde la última vez que pisaron tierra. Pero, como pronto descubrieron, era difícil que existiera en el planeta un lugar más desolado y arrasado por las borrascas. Vientos de 130 kilómetros por hora provenientes de las cimas heladas hicieron trizas sus tiendas y se llevaron algunas valiosas pertenencias que les quedaban: mantas, alfombras impermeables, utensilios de cocina. Los marinos se arrastraron hasta los botes para ponerse a cubierto; otros permanecieron tendidos con la lona de la tienda de campaña húmeda y fría en el suelo, a su alrededor y sobre sus rostros.

Shackleton sabía que el mundo exterior nunca visitaría la isla Elefante. Sólo existía una línea de acción remotamente posible, pero resultaba aterradora. Escogería el bote salvavidas más grande, el James Caird, y con una pequeña tripulación navegaría 1,300 kilómetros a través de algunas de las aguas más peligrosas del planeta, el Atlántico sur, en invierno, hacia las estaciones balleneras de Georgia del Sur. Era posible que se encontraran con olas de hasta 15 metros de alto, las famosas aguas turbulentas del Cabo de Hornos. Navegarían mediante sextante y un cronómetro cuya precisión desconocían y dependerían de la observación del sol, aunque sabían que, en estas latitudes, semanas de tiempo nublado podrían impedirles ver por completo nuestra estrella.


El James Caird era un bote salvavidas de madera de siete metros de largo, cuyas bordas eran resultado de la habilidad del talentoso carpintero escocés de Shackleton, Henry “Chippy” McNish. Al aire libre y con las manos cortadas por el frío de las tormentas de nieve que asolaban la isla, McNish rescató toda la madera que pudo de cajas de embalaje y viejos patines de trineo. Construyó la “cubierta” con lona, la cual fue deshelada con mucha dificultad quemando grasa y luego cosida con agujas quebradizas; los clavos eran de segunda mano, extraídos de cajas de embalaje; para calafatear, en lugar de cáñamo y alquitrán, Chippy empleó mechas de lámpara usadas, sangre de foca y los óleos del pintor del barco. El lastre consistía en dos toneladas de piedra áspera de la playa de la isla Elefante.


Shackleton eligió a cinco hombres en cuya fortaleza y pericia como navegantes podía confiar. Dos de ellos – McNish y John Vincent, un marinero pendenciero que había trabajado en barcos pesqueros- eran individuos “difíciles” y deseaba tenerlos a bordo y vigilarlos muy de cerca. Su oficial de derrota sería Frank Worsley, un neozelandés alegre y un poco bravucón cuya habilidad para la navegación en condiciones imposibles ya les había permitido llegar sin ningún percance a la isla Elefante. Tim McCarthy era un joven y animado marinero irlandés a quien toda la tripulación le tenía afecto. La identidad del sexto hombre, Tom Crean, podía definirse como un irlandés de aspecto indestructible que había participado en las dos expediciones de Scott. En la última de éstas le habían concedido la medalla Albert a la valentía cuando recorrió 56 kilómetros solo a través de terreno nevado, provisto únicamente de tres panecillos y dos pedazos de chocolate, a fin de ayudar a un compañero en problemas.


En una excepcional tarde de relativa calma, el Caird partió el 24 de abril de 1916. “¡Bravo! ¡Que líder tan valiente!”, exclamó en el momento de la salida Orde Lees en su diario, que ahora se encuentra en la Biblioteca Nacional de nueva Zelanda. Los hombres que Shackleton dejó enfrentaron sus propias dificultades y sobrevivieron alimentándose de pingüinos y focas, y viviendo en un refugio improvisado bajo los dos botes restantes volteados. Frank Wild, teniente de Shackleton, estaba a cargo de los hombres afectados y desmoralizados, algunos de los cuales – Blackborow, Hudson y Rickinson, el ingeniero, que había sufrido un infarto – tenían una gran necesidad de atención médica.


Al día siguiente de la partida, la terrible experiencia del Caird se inició de veras. De los 17 días que duró el viaje, habría diez de tempestades. Las heladas olas mantuvieron empapada a la tripulación. Bajo la cubierta de lona, el vigía en descanso permanecía horas sobre un lastre de piedra, metido en bolsas de dormir hechas de piel de reno húmeda y en descomposición; el espacio oscuro entre los bancos de remo era tan estrecho que los marineros tenían la sensación de estar enterrados vivos. Una noche despertaron y descubrieron que la embarcación se bamboleaba en el agua. Hielo de hasta 38 centímetros de espesor cubría palmo a palmo todo lo que era madera y velas. A pesar del peligrosos cabeceo y balanceo del bote, los hombres tuvieron que trepar a la lisa cubierta y quitar el hielo.


Si Shackleton se daba cuenta de que cualquiera de los hombres parecía sufrir más de “lo normal”, pedía bebidas calientes preparadas por todos los marineros en su hornillo de queroseno.


“Nunca dejaba que el hombre supiera que se hacía por él – anotó Worsley-, pues temía que se pusiera nervioso.” Los seis descubrieron que sus pies, que siempre se encontraban húmedos, estaban blancos e hinchados y habían perdido sensibilidad, mientras que la ropa helada, impregnada de sal, les había excoriado cruelmente la piel. Sin embargo, con denuedo, mecánicamente, a pesar de toda la agitación causada por el viento y el oleaje, hacían guardia, preparaban sus comidas, se turnaban para trabajar en la bomba improvisada, cosían las velas y mantenían el rumbo.


Como se temía, Worsley pudo utilizar muy poco el sextante que Hudson le había prestado. Recurriendo a su experiencia y a un instinto asombroso para sondear el viento y la marea, navegó sobre todo mediante corazonadas, el cálculo que el marino hace sobre rumbos y distancia. La recalada que proponía, en Georgia del Sur, representaba tan sólo un punto en miles de kilómetros de océano. De mala gana, la tripulación decidió dirigirse hacia la despoblada costa suroeste de la isla. Si no llegaban allí, los vientos preponderantes los llevarían hacia el este, hacia otra tierra. Si navegaban hacia la costa noreste, también habitada, y no lograban fondear, caerían en la nada.


Cerca del crepúsculo del 7 de mayo, el decimocuarto día, un pedazo de alga marina pasó flotando. Cada vez más emocionados, navegaron hacia el este- nordeste durante toda la noche y al amanecer del decimoquinto día divisaron algas marinas. En medio de la espesa bruma aparecieron aves de tierra, y justo después del mediodía, cuando la niebla se disipó, McCarthy proclamó a gritos haber visto la costa.


Era un triunfo tanto del arte de navegar como de la pericia y la entereza. Incluso las cinco observaciones del sol que Worsley había podido hacer implicaron cierto grado de conjetura, pues el bote había cabeceado mucho, dificultándole establecer con seguridad la posición del sol. Como por despecho, un verdadero huracán apareció con estrépito y frustró cualquier intento por desembarcar ese día. Por si fuera poco, la tripulación descubrió que el agua que les quedaba tenía un sabor salino, así que la sed los atormentó. Pero el 10 de mayo, al anochecer, cuando Shackleton y su gente ya no podían resistir más, el Caird alcanzó una playa de grava en Georgia del Sur.


Las Estaciones Balleneras se encontraban más o menos a 240 kilómetros de distancia por mar, demasiado lejos para la deteriorada nave y su debilitada tripulación. En vez de ello, Shackleton decidió que dos de sus compañeros – Worsley y Crean- y él cruzarían por tierra hacia las estaciones de la bahía de Stromness. La distancia era tan sólo de 35 kilómetros en línea recta, pero atravesando un caos de levantamientos rocosos y grietas traicioneras. Si bien las costas de la isla figuraban en los mapas, nadie había cruzado el interior, que en su mapa aparecía como una zona en blanco.


Lo que más le preocupaba a Shackleton era el tiempo, pues una borrasca en las montañas podía acabar con ellos. Pero a las 3 a.m. del 19 de mayo las condiciones eran apropiadas y – como si fuera un obsequio de la providencia- la luna llena podría guiarlos.


Las montañas más altas de la isla medían menos de tres mil metros y, según las normas estrictas del montañismo, el ascenso no era técnicamente difícil. “Decidimos... hacer la expedición muy ligera – escribió Shackleton-. Llevaríamos provisiones para tres días en forma de ración para transportar en rineo y panecillos. El alimento debía guardarse en tres calcetines, así que cada integrante del grupo podría llevar sus propios víveres.” También iban equipados con cerillos, una olla, dos brújulas, binoculares, 15 metros de cuerda, un hornillo de queroseno lleno de suficiente combustible para preparar seis comidas calientes y una azuela de McNish también puso tornillos del James Caird en la suela de sus botas. Sus pies quemados por el frío no habían recuperado la sensibilidad durante los nueve días posteriores al desembarco.


Mientras la luz de la luna se reflejaba en los glaciares, Shacleckton, Worsley y Crean dejaron a sus compañeros y partieron de la punta de la bahía del Rey Haakon en dirección a las montañas. Guiados sólo por el sentido común, fracasaron tres veces en su intento de salvar los peñascos rocosos que se interponían en su camino. Lo lograron la cuarta vez, cuando empezaba a oscurecer. Después de una escarpada pendiente inicial, el terreno del otro lado se convertía en una extensa ladera inclinada cubierta de nieve y cuyo fondo permanecía oculto bajo la neblina.


“No me gusta nada nuestra situación”, dijo Shackleton, según la afirma Worsley. Al aproximarse a esa altitud, Shackleton guardó silencio durante algunos minutos. "Nos deslizaremos", dijo al fin. Los tres hombres se enrollaron en la cuerda y se sentaron, uno detrás del otro. Cada uno rodeó con los brazos al que estaba delante de él. Con Shacleckton a la cabeza y Crean cubriendo la retaguardia, de un empujón se dirigieron hacia el pozo de oscuridad que se encontraba abajo.


“Parecía que nos precipitábamos hacia el espacio sideral”, escribió Worsley. “Por un momento se me pusieron los pelos de punta. Luego, de pronto, experimenté una sensación agradable, y ¡me di cuenta que estaba sonriendo! Lo disfrutaba de verdad. Grité, emocionado, y entonces también escuché que Shacleckton y Crean gritaban.”


La velocidad disminuyó y se detuvieron lentamente en un banco de nieve. Una vez de pie, los tres se dieron la mano. En cuestión de minutos habían descendido 460 metros.


Medio dormidos, siguieron avanzando durante toda la noche. Cometieron más errores, pues al aumentar su cansancio, les costaba trabajo determinar la configuración del terreno; pero al romper el alba, pasaron por encima de una cumbre y a sus pies divisaron la característica formación rocosa arqueada que distingue a la bahía de Stomness. Permanecieron en silencio; luego, por segunda vez, se estrecharon las manos.


A las 6:30 a.m. a Shackleton le pareció escuchar el sonido de un silbato de vapor. Sabía que más o menos a esa hora los hombres que laboraban en las estaciones balleneras tenían que levantarse. Si había escuchado bien, debería oírse de nuevo el silbato a las siete, al iniciarse el trabajo. Con emoción intensa, Shackleton, Crean y Worsley aguardaron mientras veían cómo se movían las manecillas del cronómetro de este último. A las siete en punto volvió a sonar el silbato. Comprendieron que habían conseguido su propósito.


A las tres de la tarde del 20 de mayo, después de 36 horas sin haber descansado, llegaron a las afueras de la estación Stomness. Sucios, con la cara ennegrecida por el humo de la grasa y con el pelo hasta los hombros, enmarañado y lleno de sal, ofrecían un aspecto espantoso. Dos niños pequeños- su primer contacto con seres humanos – huyeron asustados al verlos.


Finalmente, se encontraron con el capataz de la estación. Shackleton le pidió que lo llevara con el administrador. Discreto, el capataz condujo al trío a la casa de Thoralf Sorlle, a quien habían conocido cuando el Endurance llegó a Georgia del Sur, casi dos años antes.


Estupefactos al escuchar el relato de los tres hombres, los balleneros noruegos recibieron a los náufragos con admiración y el corazón abierto. Se envió un barco para rescatar a los otros tres miembros de la tripulación del James Caird...y la embarcación misma, que, como si se tratara de una reliquia sagrada, los balleneros llevaron al interior de la estación en hombros.




El amanecer estaba despejado y frío en la Isla Elefante. Era el 30 de agosto de 1916, casi cinco meses después de la partida del Caird. En secreto, Frank Wild había iniciado los preparativos para planear su propio rescate.


Las reservas de alimentos habían empezado a escasear de manera alarmante. Los dos cirujanos de la expedición habían operado el pie de Perce Blackborow quemado por el frío, pero se le había infectado el hueso, de modo que su estado de salud era grave. Desde su llegada a la isla, había permanecido metido, sin quejarse, en su bolsa de dormir empapada.


A la una de la tarde, Wild estaba sirviendo un hoosh, guiso a base de lapas recogidas de pozos con régimen de marea, cuando George Marston, el dibujante de la expedición, asomó la cabeza, emocionado, en el refugio que había construido debajo de los botes que quedaban.


“Wild, divisamos un barco- dijo -. ¿Encendemos una fogata?”


“Antes de que hubiera tiempo para responder, se produjo una aglomeración en la que los miembros de la tripulación caían uno encima del otro- informó Orde Lees-, todos en desorden y con tazones de comida se lanzaron al mismo tiempo hacia el agujero que hacía las veces de puerta y al que de inmediato hicieron trizas.”


Afuera, el barco misterioso se acercaba. Los hombres se asombraron al ver que izaba la bandera chilena. A menos de 150 metros de la costa, el buque bajó un bote. Entonces la gente reconoció la figura robusta de Shackleton, y luego la de Tom Crean.


“En seguida se escucharon algunos verdaderos vítores”, recordó Williams Bakewell, uno de los marineros. Era el cuarto intento de Shackleton por llegar a la isla Elefante, pues la masa de hielo que la rodeaba había frustrado los planes en tres ocasiones anteriores.


Para el cuarto viaje, el gobierno chileno le había permitido a Shackleton utilizar el Yelcho, un pequeño remolcador de casco de acero que había servido de transbordador de faro, y su tripulación. En ese navío tan inapropiado, habían hecho el viaje Worsley, Crean y él.


Una hora después, toda la tripulación que se encontraba en la isla Elefante, así como sus pocas pertenencias, estaban a bordo del Yelcho. Hurley llevaba los botecitos con placas y película que había ocultado en la nieve.


“2.10. ¡Todo bien!, anotó Worsley en su cuaderno de bitácora. Había estado observando desde el puente. “¡Al fin! 2.15, ¡adelante a toda máquina!”


Durante los largos meses de su terrible experiencia, Shackleton no perdió ni a un solo hombre.


-Dígame ¿cuándo terminó la guerra? – preguntó Shackleton a Sorlle al llegar a la estación Stromness después de haber cruzado Georgia del Sur.


-La guerra no ha terminado – respondió Sorlle-. Se asesina a millones. Europa se volvió loca. El mundo está loco.


Shackleton y sus hombres regresaron a un mundo distinto del que habían partido. Todo había cambiado, incluso los ideales de heroísmo. Con millones de jóvenes europeos muertos, a Inglaterra no le interesaban mucho las historias de sobrevivencia.


Muy escaso de dinero, sin empleo y frustrados ya sus sueños más ambiciosos, en 1921 Shackleton se dirigió de nuevo al sur. Un viejo y comprensivo compañero de escuela de Dulwich financió esta expedición en un barco un poco frágil llamado Quest. No estaba claro cuál era el propósito de la expedición, pues los planes iban de circunnavegar la Antártida hasta buscar el tesoro del capitán Kidd. No importaba, lo que interesaba era volver al sur.


El 4 de enero de 1922, después de una etapa tormentosa, el Quest llegó a Georgia del Sur. Allí los balleneros noruegos recibieron calurosamente a Shackleton. Después de un tranquilo día en tierra, el viajero regresó a su barco para cenar, le dijo buenas noches a sus amigos, se retiró a su camarote...y murió. La causa fue un infarto masivo. Tenía 47 años de edad.


“La popularidad de Shackleton entre aquéllos a los que guió se debió al hecho de que no era la clase de hombre que sólo es capaz de realizar cosas asombrosas y espectaculares – escribió Worsley -. Cuando era necesario, se ocupaba personalmente de los detalles de menor importancia. Además, mostraba una paciencia y una perseverancia infinitas, que ponía en práctica en todos los asuntos que tuvieran que ver con el bienestar de su gente. “Shackleton pensaba que los hombres comunes y corrientes son capaces de realizar hazañas heroicas si las circunstancias lo requerían. Para él, los débiles y los fuertes deben sobrevivir juntos.


Al enterarse de la muerte de su esposo, Emily Shackleton pidió que se le enterrara en Georgia del Sur. Su cuerpo aún descansa en el pequeño cementerio de la isla, entre los balleneros fortalecidos por el mar, los cuales fueron, talvez quienes mejor apreciaron sus logros. Las montañas y el mar rodean su tumba...también la rústica belleza del paisaje escarpado que forjó su grandeza.
 

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SHACKLETON VERSUS PARDO
Alfonso M. Filippi Parada

Una de las más excepcionales proezas de supervivencia y rescate que consignan los anales antárticos, es aquella ocurrida a la fracasada Expedición Imperial Transantártica, la que, después de varios fallidos intentos, fue exitosamente rescatada por un buque de la Armada de
Chile. Si bien esta epopeya ha sido narrada por diversas plumas, con merecidos elogios para Shackleton y sus hombres, no deja de parecer curioso el comprobar que la contundente participación chilena en el rescate, haya sido sistemáticamente ignorada o, cuando más,
minimizada a no más de un par de mezquinas líneas de equívoca redacción.

En un principio se pensó que esa postura obedecía a una política de negación de cualquier merecimiento que mejorara la posición chilena en cuanto al reconocimiento de sus derechos en la Antártica. Sin embargo, el mantenimiento de la misma postura con posterioridad al
Tratado Antártico, lo que no tendría ningún sentido, nos lleva a pensar que ella no haya sido la verdadera causa. Tal vez haya sido un no muy bien entendido orgullo británico o tan sólo un tratamiento que se ha venido haciendo tradicional hacia sus eventuales amigos.
En el ánimo de contribuir a reparar esta omisión, repasemos la historia, colocando el énfasis en aquella parte que las narraciones sajonas omiten.

Los protagonistas.
Luis A. Pardo Villalón nació el 20 de septiembre de 1882. Desde su niñez, siempre manifestó interés por las cosas del mar y, en julio de 1900, ingresó a la Escuela de Pilotines, que en esa época funcionaba a bordo de la vieja corbeta a vapor Abtao. En junio de 1906, ingresó a la Armada, como piloto 3°. El 13 de septiembre de 1910 ascendió a piloto 2° y fue transbordado al Apostadero Naval de Magallanes, siendo nombrado comandante de la escampavía Yáñez.

Sir Ernest Henry Shackleton nació en Kilkee, Irlanda, en 1874, y tomó parte en cuatro expediciones polares antárticas. La primera vez, entre 1901 y 1904, a bordo del Discovery, con el capitán Robert Falcon Scott, RN, llegó a 178 kilómetros del polo Sur, aunque con la mala suerte de haber sido afectado por el escorbuto. La segunda, entre 1907 y 1909, como teniente de la real reserva naval, al mando de su propia expedición, a bordo del Nimrod, llegó a 160 kilómetros del polo Sur, cercanía que nadie había alcanzado hasta ese momento.

La Expedición Imperial Transantártica.
Con posterioridad a diciembre de 1911, cuando el noruego Roald Amundsen llegó al polo Sur, sólo quedaba una proeza por realizar, la cual era cruzar el continente antártico caminando. Shackleton lo intentaría en su tercera expedición, la Expedición Imperial Transantártica, patrocinada por Sir James Caird y otros donantes privados, con la ayuda del gobierno británico y de la Real Sociedad Geográfica. La expedición salió de Plymouth, Inglaterra, el 8 de agosto de 1914, en el bergantín Endurance, un buque de madera mixto, velero de tres palos con máquina a vapor, de 300 toneladas, construido en Noruega. Como en esos momentos estallaba la Primera Guerra Mundial, Shackleton reunió a toda la dotación en la cámara del Endurance y, por unanimidad, se resolvió enviar un telegrama al Almirantazgo ofreciendo la nave, sus provisiones y, en particular, los hombres de la expedición, para el esfuerzo bélico. La respuesta de Winston Churchill, entonces primer lord del Almirantazgo, fue tan expresiva como lacónica: “proseguid”.

En su desplazamiento hacia el sur, el buque hizo escalas, entre otras, en Buenos Aires, donde completó su aprovisionamiento, y en la isla Georgia del Sur, una posición subantártica del Reino Unido habitada por una comunidad de balleneros noruegos.

La expedición zarpó, el 5 de diciembre de 1914, desde la estación ballenera noruega Grytviken, en la Georgia del Sur, hacia el mar de Weddell. El día 7 entró en los hielos. Después de seis semanas de navegación entre los hielos, la nave había avanzado más de 800 millas hacia el sur y sólo le faltaba una singladura para llegar a su destino, la bahía Vahsel.

El año 1915 fue extremadamente frío en la Antártica, con la consiguiente mayor intensidad glaciar, por lo que para el 18 de enero los hielos ya tenían rodeado al barco. Un descenso drástico de la temperatura congeló el agua y el buque quedó aprisionado por los hielos. A partir de ese instante y llevada por los hielos, la nave inició un desplazamiento, inicialmente hacia el occidente y luego hacia el norte.

El 27 de octubre, la masa congelada aplastó al Endurance, por lo que la tripulación debió abandonar la nave, quedando las 28 personas sobre el hielo, a la deriva, junto con 60 perros, dos cerdos y una gata. Shackleton comunicó a su gente que intentarían avanzar hacia la isla Paulet, a unas 350 millas hacia el norte, frente al extremo de la península antártico, donde se encontraba una cabaña con suministros dejados por una expedición sueca anterior. No obstante, muy a su disgusto, debieron desistir de realizar la marcha, ya que tirar de los botes cargados, cada uno de los cuales pesaba al menos una tonelada, resultaba irrealizable. No tenían más recurso que acampar sobre el hielo y observar hacia dónde los llevaría la deriva provocada por la corriente y los vientos, hasta que el estado del tiempo les permitiera usar los botes. El Endurance se hundió, definitivamente, el 21 de noviembre.

Finalmente, el 9 de abril de 1916, pudieron lanzar al agua los tres botes: el James Caird, el Dudley Dockery el Stancomb Wills, que llevaban los nombres de los patrocinadores de la expedición. En ellos se embarcaron los 28 hombres y las provisiones, y pusieron proa hacia la isla Elefante.

El 15 de abril, los botes llegaron a los roquedales de la isla Elefante, en el extremo oriental de las islas Shetland del Sur, y allí desembarcaron, después de 497 días en los que no habían pisado tierra firme, y establecieron su campamento en el lado norte de la isla.

El viaje del James Caird.
Pero, aún no estaban a salvo. Shackleton orden al carpintero Henry “Chippy” McNish que preparara uno de los tres botes, el James Caird, bote salvavidas de siete metros de eslora, para una travesía hasta la Georgia del Sur.

El 24 de abril, en la tarde, el James Caird zarpó desde la isla Elefante hacia la Georgia del Sur, ubicada a unas 800 millas más al norte; iba tripulado por Shackleton y otros cinco hombres: el ex comandante del Endurance, capitán de fragata Frank Worsley, neozelandés, como navegante; el ex segundo oficial, el irlandés Tom Crean; el carpintero escocés Henry McNish, el marinero John Vincent y el marinero irlandés Tim McCarthy. El resto de los náufragos quedó en la isla Elefante a cargo del subjefe de la expedición, el australiano Frank Wild.

El viaje del James Caird fue todo lo penoso que se pueda imaginar. El 10 de mayo, después de 17 días y 10 tempestades, arribaron a la bahía del Rey Haakon, en la Georgia del Sur, aunque aún estaban a unas 130 millas por mar de su destino, las plantas balleneras noruegas.

Shackleton decidió que Worsley, Crean y él cruzarían la isla por tierra, hasta la bahía Stromness, a tan sólo 35 kilómetros en línea recta. Partieron el 19 de mayo, a las 03:00 horas. El 20 de mayo, a las 06:30 horas, escucharon el silbato de la factoría ballenera. Siguieron caminando y a las 15:00 horas llegaron a las afueras de la estación ballenera Stromness. El capataz que los recibió, los llevó a la casa del administrador, el noruego Thoralf Sørlle, a quien habían conocido dos años antes. Al mismo tiempo, enviaron a buscar a McNish, Vincent y McCarthy.

El primer intento, con el ballenero Southern Sky.
En la Georgia del Sur, Sir Ernest consiguió arrendar un pequeño vapor ballenero, el Southern Sky, y lo equipó para viajar a la isla Elefante. Esta fue la primera nave con la cual intentó el rescate de su gente, aunque fracasó al tratar de cruzar el pack. Varias veces trató de penetrarlo, pero en cada una volvió a fracasar. Lo más cercano a la isla que logró llegar, fue a 70 millas. Agotado el combustible, la nave debió regresar a la Georgia del Sur, donde no quedaba más carbón.

Arrendó entonces un cúter y en él se dirigió a las Falkland. Desde Puerto Stanley, Sir Ernest lanzó su desesperado pedido de auxilio, tanto a su patria como a los países americanos. A su angustioso cablegrama de socorro, respondió el propio rey Jorge V, con flema muy británica: “Encantado de saber que llegó sano y salvo a las islas Falkland. Espero que sus camaradas de la isla Elefante serán pronto socorridos”. En realidad, el Reino Unido poco podía auxiliar, así como estaba de agobiado por el tremendo peso de su compromiso bélico.

El segundo intento, con el pesquero Instituto de Pesca N° 1.
Sin embargo, el pedido fue escuchado en Montevideo; el gobierno uruguayo, en un gesto que lo honra, colocó a disposición de Sir Ernest un pequeño buque pesquero arrastrero, de apenas 80 toneladas, el Instituto de Pesca N° 1, al mando del teniente Ruperto Elichiri Behety. Esta fue la segunda nave con la cual intentó el rescate. Con ella, zarpó desde Puerto Stanley hacia el sur y, a 30 millas de su destino, el pack, como un muro infranqueable, le impidió seguir. Nuevamente fracasado, y sin poder vencer al continente helado, se vio obligado a regresar a las Falkland.

Apremiado por el tiempo, Shackleton no dejó resorte sin tocar. El cable y el telégrafo sin hilos vibraron con su patético llamado. El gobierno inglés determinó alistar el Discovery, el mismo de Scott; el gobierno noruego ofreció el Fram, el mismo de Amundsen; el gobierno estadounidense preparó el Roosevelt. Pero no había tiempo para esperar por esas naves, ya que antes llegaría el invierno austral. Hasta la corbeta Uruguay fue solicitada al gobierno argentino, pero la vieja nave ya había sido dada de baja y eliminada del servicio.

El tercer intento, con la goleta lobera Emma.
En estas dramáticas circunstancias, Sir Ernest, infatigable e irreductible ante el infortunio, comprendió que debía encontrar una base de operaciones que contara con más recursos que puerto Stanley, así que resolvió trasladarse en un cúter a Punta Arenas, con la esperanza
puesta en Chile.

En Punta Arenas, con la ayuda de la colonia británica residente, Shackleton contrató a la goleta lobera chilena Emma, de 70 toneladas, tercera nave con la cual intentó un nuevo, aunque también infructuoso, viaje de rescate. La Emma, gobernada por el piloto 2° León Aguirre Romero, chileno, zarpó desde Punta Arenas al mediodía del 16 de julio, llevando a Shackleton, Worsley y Crean. En la primera parte de su viaje, la Emma fue escoltada y remolcada por la Yelcho, al mando del piloto 2° Luis Pardo y con el piloto 2° Onofre García como guardiero. El objetivo de este remolque, que se extendió hasta dejar a la goleta en aguas libres, cerca de la latitud 60° S, fue ahorrar combustible, para así aumentar la distancia franqueable de la nave.

La Emma tampoco tuvo éxito en su misión. Al acercarse a la isla Elefante, empezó a encontrar una gran cantidad de témpanos, entre los cuales le fue cada vez más difícil gobernar. No pudo evitar algunos choques y, en su obstinada lucha, resultó averiada por el hielo, que finalmente la detuvo, teniendo que soportar, además, el temporal más fuerte que Shackleton conociera en toda su carrera de navegante y explorador, debiendo regresar a Punta Arenas.

El cuarto intento, con la escampavía Yelcho.
Recordó Sir Ernest, que a su paso por Puerto Stanley había conocido al vicealmirante chileno don Joaquín Muñoz Hurtado, quien regresaba de una misión en Londres y que ahora era Director General de la Armada de Chile. Recurrió entonces a él. El Almirante Muñoz Hurtado dispuso prontamente que el comandante en jefe del Apostadero Naval de Magallanes, Contraalmirante don Luis Víctor López Salamanca, le proporcionara a Shackleton un buque.

En esa fecha, sólo se encontraban en Punta Arenas dos de las cuatro escampavías con que contaba el Apostadero Naval: la Yáñez y la Yelcho. Aún cuando ambas naves eran absolutamente inapropiadas para realizar en condiciones de invierno una empresa de esta suerte, debiendo optarse por una de ellas, se prefirió a la Yelcho. Esta era una nave relativamente vieja, construida en Glasgow en 1906, que había sido adquirida a la "Compañía Yelcho y Palena" en 1908. Tenía un porte de 480 toneladas, con una máquina con fuerza nominal de 64 HP y efectiva de 300 HP, que la impulsaba a 11 nudos, con una caldera cilíndrica a carbón, de 120 libras, que no había sido recorrida desde diciembre de 1913; no tenía calefacción, ni alumbrado eléctrico, ni radio, ni doblefondos y tenía las bordas bajas. Enviarla a la Antártica era, simplemente, una audacia. El único atributo que podía exhibir para cumplir su misión, era la calidad, pericia y coraje de su gente. El buque fue alistado con la mayor urgencia posible, con lo que había disponible.

El comandante titular de la Yelcho, era el piloto 1° Francisco Miranda B., quien se encontraba enfermo, por lo que fue necesario reemplazarlo. Considerando lo potencialmente peligrosa que era la misión, el Apostadero Naval decidió llamar voluntarios. El primero que se presentó, fue el piloto Pardo. Frente a su determinación inexorable, a la reciedumbre de su expresión y a la seguridad de su voz, el mando naval pudo darse cuenta de que en presencia de ellos se hallaba un hombre de carácter. Porque, en verdad, el piloto Pardo no se propuso: se impuso. Desplegó las cartas de navegación, determinó la ruta y, enseguida, como si ya estuviese aceptado para el puesto de comandante de la Yelcho, manifestó que él escogería a los hombres que habían de acompañarlo en la aventura. No procedía sino transbordarlo, desde la Yáñez a la Yelcho. Lo secundaba el piloto Aguirre, que acababa de regresar del viaje de la goleta Emma. También se reforzó la marinería, reemplazando, el día 24, con sus similares de la Yáñez, que voluntariamente quisieron formar parte de la expedición, a tres cabos primeros fogoneros y cuatro guardianes primeros, todos del Territorio Marítimo, y agregando a un mecánico primero, procedente del pontón. Finalmente, se embarcaron Shackleton, Worsley y Crean, quedando todo listo para zarpar.

El viernes 25 de agosto, a las 00:15 horas, la Yelcho zarpó desde Punta Arenas hacia la isla Picton. En los rostros endurecidos de sus tripulantes se adivinaba la certidumbre del triunfo. Al amanecer, se tomó el canal Magdalena y luego los demás canales y pasos, hasta fondear en el puerto Burne, a las 17:00 horas.

El sábado 26, a las 06:30 horas, se retomó el viaje, en buenas condiciones de tiempo hasta fondear en Ushuaia, a las 17:00 horas. En ese puerto, desembarcó Sir Ernest con sus dos compañeros, Worsley y Crean, los que recibieron muchas atenciones en tierra y regresaron
muy satisfechos a bordo.

El domingo 27, a las 06:30 horas, la Yelcho zarpó con rumbo a la isla Picton, donde fondeó sin novedad a las 11:15 horas. Se desembarcó una partida de hombres a cargo de un guardián, comenzando de inmediato la faena de carbón desde la carbonera de la Armada; se
embarcaron 300 sacos de carbón, con los que se rellenaron las carboneras del buque, dejando el resto en cubierta. La capacidad de carbón de la nave era de 52 toneladas en carboneras y 20 toneladas en cubierta.

El lunes 28, a las 03:30 horas, se puso término a la faena de carbón, zarpando inmediatamente hacia alta mar, aprovechando que el tiempo era muy bueno y que el barómetro se mantenía muy alto y firme. Durante el día se navegó a diez nudos constantes, con tiempo inmejorable; el barómetro continuó alto y el viento fresquito del SW. Al medio día se hicieron las observaciones astronómicas correspondientes a la meridiana, y se continuó el viaje sin necesidad de alterar el rumbo. A unas 60 millas del cabo de Hornos, se encontraron con los primeros grandes témpanos. La noche se presentó estrellada y el horizonte bastante claro; la lectura del barómetro se mantuvo por sobre los 762 milímetros, la del termómetro en los 3° C. y la corriente estable del SE.

El martes 29, la navegación se continuó desarrollando en las mismas condiciones de tiempo que el día anterior. Después de las observaciones astronómicas del mediodía, comprobaron que no era necesario alterar el rumbo. A las 17:00 horas, la nave entró en la
peligrosa zona de las neblinas, las que por lo general son permanentes en esa región, aunque se corren según la dirección del viento, dejando siempre algunos minutos de claridad, con lo cual el horizonte visible puede llegar a ser de 2 a 5 millas. Los ojos de Pardo, como el filo de
una navaja, cortaban la neblina para adentrarse en los dominios del horizonte. A unas 150 millas de la isla Elefante, la pequeña nave se vio envuelta en una neblina tan espesa, que tuvo que seguir navegando a ciegas, en inminente peligro de ser aplastada por los gigantes de
hielo. Pardo gobernó guiado solamente por su instinto de avezado marino, aunque no pudo impedir que algunos témpanos golpearan a su buque. Pero, como no era cosa de preocuparse de planchas más o planchas menos estropeadas, Pardo siguió adelante. Hasta que la niebla se disipó. Entonces, pudo darse cuenta de que el pack había retrocedido, dejando expedita la ruta hacia el sur. Sin embargo, como en el invierno antártico todo es inseguro, nuevas nieblas no tardaron en envolver a la audaz navecilla. A las 23:30 horas, la niebla era espesa y
constante, por lo cual hubo de disminuir el andar a tres nudos y establecer vigilancia especial. La temperatura fue bajando continuamente, a la media noche era de 9° a 10° C bajo cero; por su parte, la corriente se mantenía en la misma dirección.
 

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El rescate de los náufragos.

El miércoles 30 amaneció con la niebla en las mismas condiciones anteriores, situación que prevaleció hasta las 05:00 horas; en ese instante se hizo menos espesa, dejando un horizonte visible de una milla, por lo que nuevamente se puso la máquina a toda fuerza. Aunque la Yelcho se encontraba en una zona muy peligrosa, tanto por los rompientes y bajofondos, como por los témpanos y la niebla, Pardo decidió correr el riesgo de continuar navegando en esas desventajosas condiciones, antes que el de no poder llegar ese día al campamento de los náufragos.


Mientras tanto, en la isla Elefante, casi cinco meses después de la partida del James Caird, el amanecer de ese 30 de agosto estaba despejado y frío. La reserva de alimentos había empezado a disminuir de manera inquietante. Los dos cirujanos de la expedición habían

operado el pie, quemado por e frío, del polizón Perce Blackborow, y se le había infectado el hueso, de modo que su estado de salud era grave. Desde el arribo a la isla, Blackborow se había mantenido, sin lamentarse, dentro de su empapado saco de dormir. Con discreción, Frank Wild había empezado los preparativos para planear su propio rescate.


Navegando con precauciones extremas, el piloto Pardo pudo al fin abordar los hielos que cercaban a la isla. Se reforzó la vigilancia en todo el buque para avistar a tiempo los témpanos, que en forma de neblina negruzca y con doble altura se vislumbraban por la proa y el costado, debido a la neblina y a la refracción solar combinadas. A las 08:00 horas se toparon con los primeros témpanos, pequeños; a las 09:30 horas con los grandes témpanos; y a las 10:40 horas distinguieron los primeros rompientes del extremo norte de la isla Elefante; a las 11:10 horas, reconocen las rocas Seal -rocas Lobo, como se les llamaba en la época- a 2,5 millas de distancia aproximadamente. A las 12:30 horas, llegaban a la isla Elefante.


En el campamento terrestre, a las 13:00 horas, Frank Wild se estaba sirviendo un hoosh, guiso en base de lapas recogidas en los pozos durante la bajamar, cuando George Marston, el dibujante y pintor de la expedición, asomó su cabeza, excitado, al interior del refugio que

habían establecido debajo de los dos botes que quedaban.


“Wild, divisamos un barco -dijo-. ¿Encendemos una fogata?”


Antes de que Wild pudiera contestar, se produjo una estampida en la que los náufragos caían unos encima de los otros -como testimonió Orde-Lees-, debido a que cada cual, en completo desbarajuste y con sus pocillos de comida en las manos, se abalanzaron a un mismo

tiempo hacia el boquete que hacía las veces de entrada, el que ciertamente arrasaron.


Los hombres pudieron observar que el misterioso barco se estaba aproximando. Y se asombraron al ver que izaba la bandera chilena. La Yelcho continuó rodeando la isla, navegando entre muchos témpanos, con neblina arrastrada y refracción solar, con un horizonte visible de 1 a 1,5 millas, todos los tripulantes vigilando a proa, oteando por el campamento de los náufragos. A las 13:30 horas, con gran regocijo de todos, se avistó a los náufragos, que estaban ubicados en una depresión, teniendo por un lado un gran ventisquero y, por el otro, unos notables picos nevados, muy característicos en esa isla.


Al acercarse la Yelcho al punto señalado, podía oírse el ruido de las manifestaciones de regocijo y los gritos de hurra de los náufragos. La Yelcho se mantuvo sobre las máquinas. A menos de 150 metros de la costa, el buque arrió una chalupa, la grande, la que Pardo mandó a tierra con Shackleton, Crean y cuatro tripulantes chilenos. Entonces los náufragos reconocieron, primero, la figura robusta de Shackleton y, luego, la de Crean, que fueron recibidos por ellos con entusiasmo indescriptible y grandes aclamaciones de júbilo, en medio de vivas y de un agitar de trapos de un color indefinible. Al regresar al buque el primer viaje de la chalupa, traía a la mitad de la gente y algunos bultos; los náufragos aclamaron a Chile y a su gobierno. Enseguida se escucharon algunos verdaderos vítores, recordó el marinero canadiense William Bakewell. El segundo viaje de la chalupa, que fue por el resto de la gente, hizo otro tanto, regresando a las 14:25 horas. El fotógrafo Frank Hurley llevaba los botecitos con las placas y películas que había ocultado en la nieve.


Una hora después de haber llegado la Yelcho, toda la tripulación del Endurance que se encontraba en la isla Elefante, así como sus pocas pertenencias, estaban embarcadas a bordo de la nave.


Así registró el piloto Aguirre León, en el libro bitácora de la Yelcho, lo ocurrido en esa hora:


“Se arría la chalupa grande, tripulada con cuatro hombres, en la que van Shackleton y Crean. Va a la isla y regresa a los 15 minutos con doce de los náufragos. Antes de llegar, avisa Sir Ernest que no hay novedad en su gente y la tripulación contesta con hurras, a los cuales responden los náufragos con grandes vivas a Chile, al Yelcho y al comandante. Se nota gran alegría y emoción en los náufragos. Vuelve a regresar la chalupa a tierra a recoger al resto de la gente, regresando a la 1:25 PM. Inmediatamente se iza la chalupa a mano, apegando a las tiras todos los náufragos, que demostraron su buena condición.


“2. 10. ¡Todo bien!”, anotó Frank Worsley en su cuaderno de bitácora. Había estado observando desde el puente. “¡Al fin! 2:15, ¡adelante a toda máquina!”


A las 14:25 horas se dio rumbo al norte. A las 14:45 horas se echó la corredera al agua. La neblina continuaba. A las 16:00 horas, con rumbo N60W y corredera 13, estaban a la cuadra de las rocas Seal y a dos millas de distancia. En el cuarto de guardia de 20:00 a 24:00 horas, navegaron con brisa moderada del NW, marejada del W, cielo despejado y horizonte nebuloso. A las 21:00 horas salieron de la zona peligrosa, siempre con neblina, barómetro alto y temperatura baja.


El piloto Pardo y sus hombres habían rescatado a los 22 náufragos británicos de la isla Elefante, en pleno invierno austral, y con su coraje y pericia, habían escrito una página brillante en la historia de la Armada y de Chile.


El jueves 31 se inició con tiempo claro y despejado, con chubascos de nieve a intervalos. A partir de las 04:00 horas, les acompañó una brisa ligera, nubes bajas y obscuras, neblina a ratos y marejada del W. A las 20:00 horas, el viento rondó al NW y el barómetro comenzó a bajar. Durante la noche, la mar se puso gruesa, resolviéndose en un mal tiempo que molestó bastante y que les acompañó hasta la entrada del estrecho de Magallanes.


El viernes 1 de septiembre, la neblina impidió a la nave tomar el canal Beagle, por lo que Pardo resolvió seguir viaje hacia el norte y tomar el estrecho de Magallanes.


El sábado 2, a las 18:00 horas, avistaron el faro Dungenes y Vírgenes; pusieron rumbo hacia el primero, a fin de anunciar su llegada por telégrafo, aunque una vez cerca del faro vieron que era imposible enviar el bote a tierra, debido al fuerte viento del W y mar gruesa, por lo cual la Yelcho siguió su viaje.


El domingo 3, a las 16:00 horas, la Yelcho fondeó en Río Seco, desde donde pudo anunciar, al comandante en jefe del Apostadero Naval de Magallanes, su arribo sin novedad, trayendo a los 22 náufragos sanos y salvos.


El lunes 4, a las 10:30 horas, la Yelcho zarpó con rumbo a Punta Arenas, fondeando sin novedad a las 11:30 horas.
 

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El recibimiento en Punta Arenas
La llegada de la Yelcho a Punta Arenas, constituyó un acontecimiento popular. En la ciudad se había vivido la tragedia de Shackleton y se conocían los pormenores de las penurias padecidas por aquellos seres, que subsistieron diez meses aguantando las más rigurosas
privaciones. Se había vivido un ambiente de angustia por el desenlace de la expedición de la Yelcho y porque ésta pudiera llegar oportunamente a recuperar a esos náufragos vapuleados por el hambre. Desde que la Yelcho zarpó, como no tenía forma de comunicar su posición ni las experiencias de este periplo, relativamente incierto, la inseguridad era todavía mayor. De suerte que, cuando Pardo llegó con su pequeña y frágil, pero avezada nave a Punta Arenas, todo el pueblo se volcó en el muelle y en las calles colindantes para demostrar a los
rescatados su cordialidad y a los valerosos tripulantes de la Yelcho su admiración y aprecio.

Hubo formación de las instituciones públicas y privadas que querían demostrar su alegría. La colonia británica en masa se agolpó en el muelle, junto a las autoridades. Las familias se disputaron a los náufragos, para vestirlos y agasajarles.

El piloto Pardo, en su acostumbrada sencillez, parecía como temeroso de merecer los justos agasajos con que la población de Punta Arenas lo recibiera triunfalmente.

Luego siguieron las fiestas, incluyendo una de etiqueta que las autoridades ofrecieron en el hotel y en la que los comensales hacían que los expedicionarios les firmaran autógrafos en las pecheras de sus trajes de etiqueta. Todos querían agasajarlos. Shackleton, emocionado por la abnegación y valentía sin igual de sus salvadores, y que el mismo día de la recalada a Punta Arenas envió al Almirante Muñoz Hurtado, el siguiente radiograma: "Me es imposible expresarle mis más profundos sentimientos de gratitud por todo lo que ha hecho por nosotros. Le escribo. Shackleton”. Y el almirante contestó: “Sírvase recibir sinceras congratulaciones por el feliz resultado (de la) empresa debido enteramente a su constancia y decidido empeño. La Armada chilena ha recibido la noticia del salvamento de los marinos ingleses como si se tratara de nuestra propia gente. Muñoz Hurtado”.

La misión se había cumplido con éxito y tuvo un mérito especial, si se tiene en cuenta la fragilidad del buque y sus precarios medios para afrontar una aventura en los mares antárticos en pleno invierno. Pardo obró con tino e inteligencia. Sus determinaciones durante la
navegación, fueron sabias y oportunas, y supo aprovechar las circunstancias favorables del tiempo, con habilidad y decisión.
.
El martes 5, como comandante de la escampavía Yelcho, Pardo cumplió con su deber reglamentario de presentar su parte de viaje al Comandante en Jefe del Apostadero de Magallanes. En él, entre otras cosas, decía: "Me permito hacer presente a US. que esta comisión se llevó a feliz término por la eficaz cooperación de los oficiales que me acompañaban, del encargado de la contabilidad que cooperó con entusiasmo para poder atender debidamente a las 29 personas que se arranchaban en la cámara de oficiales, que por su poca comodidad se hacía difícil su atención, y otro tanto puedo decir a US. del encargado de las máquinas, que en todo momento se encontró en su puesto y cumplía fielmente las órdenes impartidas. Respecto a la tripulación, que en su mayor parte era del “Yáñez” acompañó voluntariamente, su entusiasmo y celo en el servicio es digno de encomio y se ha hecho acreedora a la felicitación de sus jefes”.

El miércoles 6, el comandante en jefe del Apostadero de Magallanes elevó el parte del viaje al Director General de la Armada, diciendo: “me hago un deber en recomendar calurosamente a la consideración de US. la forma altamente satisfactoria en que este oficial ha cumplido tan difícil comisión, demostrando en todo momento gran entusiasmo, energía i una preparación profesional digna de todo encomio, según se ha servido expresármelo verbalmente Sir Ernest Shackleton, quien se muestra agradecidísimo por el auxilio prestado y por la forma en que el piloto Pardo desempeñó su difícil cometido. Al felicitar a US. sinceramente por el feliz éxito de esta expedición, que pone tan en alto, ante el mundo entero, el buen nombre de nuestra Marina, me permito insinuar a US. la idea, que como justo premio a sus servicios, se le conceda al piloto Pardo el ascenso a Piloto 1°, ya que es el primero del escalafón con sus requisitos cumplidos y con seis años en el grado”.

El jueves 7, el Director General de la Armada cursó el decreto de ascenso de Pardo a Piloto 1° le hizo llegar sus felicitaciones. Informado el escalón gobierno, también hizo llegar sus felicitaciones por intermedio del Ministro de Marina.
 

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Santiago
El recibimiento en Valparaíso.
El cable trepidó hacia todas partes del mundo, comunicando este precioso salvamento de vidas humanas ejecutado con escasos elementos y en plena rigurosidad del inclemente invierno polar. Pardo y sus hombres consumaron una hazaña que maravilló a todo el orbe; ellos, disciplinados en los estrictos cánones del sacrificio y del cumplimiento del deber, en verdad no entendían tanta inquietud. La euforia se generalizó y se hizo necesario que los protagonistas fueran llevados al centro del país para rendirles allí el justo homenaje por su notable hazaña. Así que se dispuso que la misma Yelcho embarcara a Shackleton, para conducirlo a Talcahuano y Valparaíso.

La Yelcho llegó a Valparaíso el 27 de octubre y entró con empavesado, siendo saludada por todas las naves de la escuadra, con sus tripulaciones formadas en cubierta, y en medio de un enjambre de embarcaciones menores que la escoltaron hasta el fondeadero y de un ruido ensordecedor de pitos y sirenas.

En el muelle, Sir Ernest y el piloto Pardo eran esperados por el Intendente de la provincia, don Aníbal Pinto, y por el Alcalde, Vicealmirante don Jorge Montt, quienes recibieron a ambos en medio de los vivas populares de una multitud de vecinos. Por último, ambos personajes, de singular celebridad, fueron recibidos por el Presidente de la República, don Juan Luis Sanfuentes. Allí aprovechó Shackleton de agradecer el auxilio prestado por Chile.

Reconocimientos.
Como ya dijimos, el piloto Pardo fue ascendido inmediatamente al grado de Piloto 1°, aunque esto no debe verse como un premio, sino sólo como un pequeño adelanto en el trámite, ya que Pardo tenía cumplidos todos los requisitos para su ascenso, llevaba seis años en el grado de Piloto 2°, ocupaba el primer lugar en el escalafón y, por lo tanto, de todas maneras iba a ascender de un momento a otro. En reconocimiento de su actuación, se le anotó su proeza como nota de mérito especial en su hoja de vida, así como se le hizo figurar con honor en la orden del día de los buques y reparticiones de la Armada. Además, por una ley de fecha 1 de mayo de 1918, se le concedió por gracia un abono de diez años de servicios, válidos para retiro.

Pardo recibió las siguientes distinciones especiales: medalla de la Ilustre Municipalidad de Punta Arenas; medalla del Cuerpo de Salvavidas de Valparaíso; medalla de la Sociedad de Historia y Geografía; medalla de la Liga Marítima de Chile; y medalla de la Liga Patriótica de
Chile.

Por su parte, la Escuela de Mecánicos entregó una distinción al maquinista de cargo de la Yelcho, maquinista mayor José Beltrán Gamarra, en un acto realizado el sábado 30 de septiembre de 1916.

Pardo sirvió tres años más en la Armada y se acogió a retiro en 1919. Se publicó que con cortesía, pero con firmeza, rechazó un obsequio de 25.000 libras esterlinas, que le habría ofrecido el gobierno británico. Estimó que no era acreedor a ese premio porque, como marino de Chile, sólo había cumplido con su deber en una misión que le había sido encomendada. Aceptó solamente las medallas ya señaladas. El gobierno chileno lo nombró Cónsul de Chile en Liverpool.

Sir Ernest Shackleton, por su parte, fue premiado por la Real Sociedad Geográfica con la medalla especial de oro, de la que fueron concedidos modelos semejantes en lata a varios otros miembros de su expedición. Fue nombrado caballero, con ocasión del cumpleaños del
rey, y se le concedió un premio en efectivo de 20.000 libras esterlinas, que él si recibió. En 1909, publicó una obra titulada “The heart of the Antarctic” y, en 1920, otra titulada “South, the story of Shackletons last expeditíon”.

Carente de dinero, sin empleo y frustrados ya sus sueños, Shackleton partió nuevamente al sur, en 1921. John Q. Rowett, un antiguo y amistoso compañero de colegio en Dulwich, subvencionó esta nueva expedición, en el Quest, un navío algo desmirriado. No estaba claro
cual era la intención de esta expedición, pues los planes iban desde circunnavegar la Antártica, hasta buscar el tesoro del capitán Kidd. No importaba; lo que interesaba a Sir Ernest, era retornar al austro.

El 4 de enero de 1922, el Quest llegó a Grytviken, en la Georgia del Sur. Allí, los balleneros noruegos recibieron calurosamente a Shackleton. Después de un tranquilo día en tierra, el viajero regresó a su barco para cenar, les dio las buenas noches a sus amigos, se retiró a su camarote... y murió, la causa fue un infarto masivo. Tenía 47 años de edad. Fue sucedido en el mando por su inseparable Frank Wild.

Al enterarse de la muerte de su esposo, Emily Shackleton pidió que se le sepultara en la Georgia del Sur. Su cuerpo aún descansa en el cementerio de esa isla, entre los balleneros, que tal vez fueron quienes mejor apreciaron sus logros.

Trece años después, el teniente 1° piloto (R) Luis A. Pardo Villalón falleció en Santiago, víctima de una bronconeumonía, el 21 de febrero de 1935, a los 54 años de edad.

Conclusión.
Sir Ernest Shackleton mismo, fue una persona agradecida de quienes salvaron su vida y la de sus compañeros y dejó testimonios de su reconocimiento, especialmente en su obra “South, the story of Shackleton’s last expedition”: “La República de Chile fue incansable en sus
esfuerzos de socorro y se ganó la gratitud de todos los miembros de la expedición. Mencionó especialmente la simpática actitud del almirante Muñoz Hurtado, jefe de la Marina chilena, y del capitán Luis Pardo, quien comandó la “Yelcho” en nuestra última y victoriosa tentativa”.
El comandante Frank Wild, en cierto modo también lo fue, cuando poco después del rescate haría público en Buenos Aires su reconocimiento a Pardo y a toda la dotación de la Yelcho.

No obstante, los historiadores sajones no han sido equitativos. En vano se buscarán los nombres del piloto Luis Pardo y de su buque, la Yelcho, en las crónicas británicas y estadounidenses de la expedición de Shackleton. En las raras ocasiones en que esos relatos llegan a mencionar el detalle de que fue un buque chileno el que efectuó el salvamento, lo hacen en forma tal, que dejan la impresión de que ese barco habría sido alquilado por Shackleton, quien sin ninguna ayuda chilena habría podido socorrer a sus compañeros; o, que ese buque habría sido facilitado a Shackleton, quien habría dirigido toda la operación.
 
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Durante casi Un Siglo los Ingleses han tratado de opacar la figura del "piloto Pardo"

La desconocida historia del "piloto Pardo", el chileno que lideró el primer gran rescate en la Antártica
Constanza Hola (@constanzahola)BBC Mundo
  • 12 octubre 2016
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Image captionLuis Pardo era teniente segundo cuando lideró el rescate más icónico que se ha realizado en la Antártica, hace 100 años.
"Cuando usted lea esta carta, o su hijo estará muerto o habrá llegado a Punta Arenas con los náufragos. No retornaré solo".

Así remataba la carta que hace 100 años el entonces teniente Luis Pardo le enviaba a su padre en agosto de 1915, cuando estaba a punto de dirigir la misión más importante de su vida. Y de las de muchos otros.

Horas después se lanzaría a las intempestivas aguas antárticas para rescatar a los 22 náufragos británicos que estaban varados en una isla tras el fracaso de la que se convirtió en la última expedición mayor de la era dorada de las exploraciones a la Antártica, liderada por Ernest Shackleton.

Llevaban a la deriva más de un año y medio, y tras tres intentos fallidos de rescate internacional el gobierno británico recurrió al gobierno chileno, que puso a cargo a Pardo, su hombre más experimentado: un marino mercante que navegaba en las aguas australes como si fueran el jardín de su casa.

"La tarea es grande, pero nada me da miedo", aseguraba Pardo en la misiva a su padre.

Una conquista frustrada
Mucho antes de esa carta y en pleno apogeo de las expediciones científicas y su consiguiente competencia entre potencias por conquistar la Antártica, Shackleton había formado parte de la entonces famosa expedición Discovery, que consiguió llegar al Polo Sur… pero tarde.

Un mes antes del arribo británico, una expedición noruega le arrebató a la entonces principal potencia económica del mundo la conquista del Polo Sur.

De vuelta a Inglaterra, Shackleton convenció a la corona británica de que todavía quedaba una hazaña por lograr: cruzar la Antártica de lado a lado.

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Image copyrightPA
Image captionErnest Shackleton, a la derecha, líder de la expedición, tras naufragar, en el campamento improvisado que debió instalar con sus hombres.
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Image copyrightWIKIMEDIA
Propuso entonces navegar por el mar de Weddell, desembarcar cerca de la bahía Vahsel y comenzar una marcha transcontinental hacia el mar de Ross, atravesando el Polo Sur.

La titánica expedición partió con 28 hombres en agosto de 1914, financiada en gran parte por la Sociedad Real de Geografía británica.

Pero al llegar al sur del mundo, el Endurance, un rompehielos ultramoderno para la época en que viajaban, quedó atrapado en el hielo en el mar de Weddel, antes de llegar a la bahía Vahsel.

A la deriva
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Image copyrightROYAL GROGRAPHIC SOCIETY
Image captionHundimiento del Endurance el 21 de noviembre de 1915.
Intentaron de todo para liberar el barco, sin resultados. Durante el invierno antártico de 1915, el bloque de hielo donde estaban se movió hacia el norte.Finalmente y con su tripulación a la deriva, el barco se hundió el 21 de noviembre de ese año.

Pasaron ese verano sobre el hielo, pero en abril, y con el invierno próximo como amenaza, decidieron subirse a los botes y navegar. Lo hicieron hasta llegar a una isla desierta, la Isla Elefante.

Al llegar a la isla y sabiendo que era tiempo de agotar las opciones o morir, la tripulación se separó: 22 hombres se quedaron en la isla mientras seis, liderados por Shackleton, volvieron a navegar. Esta vez no descansarían hasta hacer contacto para un rescate.
 

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Rescate espectacular
Cuando finalmente lograron tocar tierra continental, tres de ellos se fueron directamente a Inglaterra. Los otros tres, liderados por Shackleton, intentaron tres veces un rescate. Primero en un ballenero, luego en un barco de arrastre uruguayo y finalmente en una goleta.

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Image copyrightPA
Image captionLos tripulantes del Endurance navegaron en los botes salvavidas hacia la Isla Elefante.
Cuando la esperanza casi estaba perdida, Shackelton le pidió ayuda al gobierno chileno, quien puso a disposición un pequeño barco a vapor muy resistente, el Yelcho, con un joven pero experimentado teniente: Luis Pardo.

El marino con entrenamiento mercante era "el arquetipo del chileno de fines del siglo XIX, principios del XX, que proviene de una clase media que ha surgido producto de la bonanza económica del salitre, con énfasis en la educación y comprometido con el país", le explica a BBC Mundo Fernando Wilson, historiador y profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.

"El piloto Pardo tenía conocimiento especial, preparación formal y un alto nivel de experiencia en ese tipo de maniobras. Su experiencia en navegación austral era claramente superior", asegura Wilson, que ha estudiado en detalle este episodio de la historia chileno-británica.

Él lo tenía claro. "Estaré feliz si pudiese lograr lo que otros no", le escribió el piloto Pardo en su carta de "despedida" para su padre.

Al contrario de los intentos anteriores, Pardo sabía que era mejor entrar con niebla, lo que era peligroso, pero aseguraba una mejor temperatura y disminuía las posibilidades de lo que había hecho fracasar algunos de los rescates anteriores: una barrera de hielo.

Tenía razón. El 30 de agosto de 1916 y tras dos años de odisea, el piloto Pardo junto a Shackleton y la tripulación llegaron a Isla Elefante.

"Todo resultó perfecto. Indudablemente hay un rol de la suerte, pero también un rol no menor de la habilidad profesional de Pardo de aprovechar las condiciones de clima a su favor", explica Wilson.

El historiador cuenta que el rescate fue rapidísimo. En poco más de una hora estaban todos los náufragos arriba y el barco, zarpando.

Esto porque comenzó a disiparse la niebla, signo indiscutible para Pardo de que venía un frente frío. Si los agarraba allí quedarían atrapados por el hielo y en vez de rescatarlos, duplicarían el número de náufragos.

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Image copyrightJAMES CAIRD SOCIETY
Image captionAlgunos de los 22 náufragos que esperaron ser rescatados en la Isla Elefante.
Pardo tenía razón. No sólo llegó el mal tiempo, sino que los agarró un temporal de proporciones que les impidió volver a través del Canal Beagle. Debieron salir al Atlántico Sur, pero finalmente llegaron sanos y salvos a tierra.

Ovación "apoteósica"
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Image captionEl piloto Pardo se convirtió en un héroe nacional. Aquí junto a su mujer y sus tres hijos.
"La hazaña que él lidero conduciendo el rescate por parte de Chile fue una hazaña inédita para los tiempos. En una embarcación que tenía mínimas condiciones, en un ambiente muy adverso", le dice a BBC Mundo Rolando Drago, embajador de Chile en Reino Unido.

Cuando llegaron a Punta Arenas, en el extremo sur de Chile, la ciudad entera salió a recibirlos. Luego fueron enviados a Valparaíso, por entonces el principal puerto de América Latina, donde la Armada chilena los recibió con honores.

Shackleton volvió a Inglaterra y vivió de contar la hazaña. Por su parte, Pardo dejó la marina chilena tres años después muy enfermo.

"Las condiciones de estos buquecitos pequeños, que apoyaban a los colonizadores, mantenían los faros abastecidos, y realizaban apoyo comunitario en la zona eran espantosas. La mayoría de la tripulación moría joven", asegura Wilson.

Como una forma de reconocimiento, una década después del rescate se le destinó como cónsul en Liverpool, la entonces segunda ciudad más importante de Inglaterra.

Chile, ¿país de rescates?
En octubre de 2010, Chile saltó a las portadas de los diarios internacionales por un famoso rescate. 33 mineros eran sacados ilesos de una mina tras estar 70 días encerrados luego de que esta se derrumbara.

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Image copyrightAP
Image captionEl rescate de los 33 mineros chilenos en 2010 acaparó portadas a nivel internacional. Casi un siglo antes pasó lo mismo con la hazaña del Piloto Pardo.
Lo que pocos de la nuevas generaciones saben es que casi un siglo antes el país experimentaba su primer gran rescate, con proporcionalmente el mismo alcance mediático.

Según información de la Embajada Británica en Chile, tras el rescate y en pleno apogeo de la Primera Guerra Mundial, la hazaña de Pardo y Shackleton apareció en 95 artículos de prensa en Reino Unido.

Pardo murió a los 52 años, pero su hazaña marcó un antes y un después en la cooperación Antártica en dos ámbitos.

"Marca el inicio de las cualidades de Chile en las operaciones de salvamento y rescate en la Antártica, las que lidera hasta hoy", asegura el embajador Drago.

"Y, en segundo lugar, esa empresa fue un hito para la cooperación científica entre Chile y Reino Unido. Trabajamos iniciativas comunes, puntos de vista similares".

"Si tengo éxito, habré cumplido con mi deber humanitario, como marino y como chileno", escribió Pardo hace 100 años sin saber cuál sería su destino.

Hoy tanto chilenos como británicos coinciden en que lo logró.