El Bombero Resucitado

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1 Dic 2010
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Chile
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Héctor Ricardo Uribe Carrasco

También llamado cariñosamente el "Fonola", como así muy bien lo apodara por primera vez nuestro recordado gran amigo Alamiro Mondaca, se pasea molesto por el salón de sesiones de la Sexta. Camina con toda propiedad por el salón y, que otra cosa podía ser si, en algún momento de la vida, esta gran habitación fue acomodada para recibir su cuerpo como el quinto mártir de la Compañía.



Ricardo se ve molesto, pues tiene algunas aprensiones de acuerdo con la distribución de los retratos de los voluntarios insignes de la Compañía en los muros del salón. Qué hablar entonces, del pobre y criticado equipo de aire acondicionado instalado en el fondo del salón que Uribe sencillamente odia. Ricardo viste desordenadamente una polo color verde a rayas, y noto que gusta de molestar a cuanto voluntario se le ocurre cruzarse inocentemente por su camino. No acepta le discutan en su opinión relativa a los retratos y promete hablar seriamente con el Director al respecto. Hoy será una entretenida tarde de Enero junto a Fonola, así lo presiento.



Era 1980 cuando el adolescente Héctor Ricardo Uribe vivía junto a sus padres y hermanos en los hermosos barrios de la Avenida Manuel Antonio Matta en Santiago. Un día decidió ir al Cuartel de la Séptima para ingresar como voluntario, sin embargo su corta edad no se lo permitió. Aconsejado por el Cuartelero don José ILabacca (gran cuartelero y aún mejor persona, tristemente desaparecido) a ingresar a la Sexta en donde había Brigada Juvenil, formada hacía tan solo un año, Ricardo comienza de esa forma a escribir uno de los capítulos más importantes de su vida, el Ser bombero, y de la Sexta.



Un día se declara una alarma de incendio en calle Bascuñán Guerrero esquina de Maquinista Escobar. Uribe trabaja en el techo del inmueble afectado junto a otros voluntarios. Aparentemente, su pantalón de trabajo, completamente mojado, pasó a llevar unos cables energizados, recibiendo una fuerte descarga eléctrica. No contento con ello el cruel destino, el cuerpo de Uribe cae desde una altura considerable. Su castigado cuerpo, tendido en el pavimento, carece de signos vitales y un médico de la Fach que afortunadamente se encontraba en el lugar efectúa al instante las maniobras de reanimación. La oportuna acción tiene un momentáneo éxito durante el traslado de urgencia pero, lamentablemente sufre dos paros cardiorespiratorios. Llega sin signos vitales al servicio de urgencias de la Posta Central cuando el equipo médico realiza una tras otra las acciones para salvarlo.

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Ante un inminente desenlace fatal, se inicia una cadena de oración y su señora Madre, encomienda el destino de su hijo a la carmelita Teresa de los Andes. Milagrosamente y contrario a cualquier pronóstico médico, Uribe sale de su estado de coma con mínimas secuelas. Su memoria se ve deteriorada al no reconocer a sus familiares ni nada de lo ocurrido previo al incendio. Olvida palabras y una voz ronca, que hasta hoy conserva, son las tímidas secuelas de alguien que clínicamente estuvo muerto por varios minutos. Este evento, sin explicación científico-médica, fue uno de los dos hechos milagrosos que el Vaticano considero como: Obra Divina, necesarios como también imprescindibles para llevar a cabo el proceso de santificación de la religiosa carmelita chilena, Juanita Fernández Solar o, mejor conocida como Santa Teresa de los Andes.



Héctor Ricardo Uribe, "El Fonola", viste orgulloso en su cotona de parada azul, la medalla Cruz de Hierro, presea otorgada sólo a aquellos voluntarios de la Sexta que han logrado graves lesiones o mutilaciones en actos del servicio. En ocasiones no la usa quizás, en señal de humildad o simple timidez. El puede hacerlo si así lo quiere. Tiene licencia además, para criticar y molestar a quién quiera, como también hacer las modificaciones que él estime necesarias en el salón y cualquier sala de la Compañía. Como sea, quiso el Gran Hacedor no privarnos de la presencia de Ricardo y dejarlo con nosotros para disfrutar de sus bromas, sus quejas, y de su siempre linda presencia entre nosotros, hasta cuando él disponga llamarlo nuevamente.