Chernobil, el "terremoto" nuclear contado por un testigo de excepción

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El joven operario Vladímir Evdóchenko estaba de turno en la central nuclear de Chernóbil en la madrugada del 26 de abril de 1986, cuando a la 1.23 horas sintió una terrible sacudida, "como un terremoto", según cuenta a Efe.

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El joven operario Vladímir Evdóchenko estaba de turno en la central nuclear de Chernóbil en la madrugada del 26 de abril de 1986, cuando a la 1.23 horas sintió una terrible sacudida, "como un terremoto", según cuenta a Efe.

Aun no lo sabía, pero había explotado el reactor número 4, lo que había elevado la temperatura del núcleo a más de 2.000 grados centígrados, hecho saltar por los aires el techo de la central, de 1.200 toneladas de peso, y dejado escapar a la atmósfera radiación superior a 500 bombas como la de Hiroshima.

"Yo tenía 33 años. Como todos los días, un autobús me recogió en mi casa, en Chernóbil, a 18 kilómetros de la planta, y me llevó a mi puesto con mis dos compañeros, Alexander Agulov y Vladimir Palkin", señala mientras nos muestra una foto de los tres amarilleada por el paso del tiempo.

Se realizaba un experimento para comprobar la capacidad del turbogenerador de seguir abasteciendo el sistema de refrigeración en caso de un corte de energía exterior.

"Era un programa que se había propuesto a todas las centrales nucleares de la URSS, pero solo la nuestra lo había aceptado, y hubo una cadena de fallos de seguridad", afirma.

Durante dos días se redujo al mínimo la potencia del reactor 4 y luego había que esperar la orden de remontarla, pero "se fue acumulando yodo radiactivo bajo el reactor, y cuando llegó la orden todo se descontroló", señala.

"Todo tembló, como un terremoto. Abrí la puerta y miré hacia el reactor número 4, a unos 50 metros, y vi que allí no había luz y del techo caían gotas de agua, había vapor".

Luego un ingeniero le dijo "hay un accidente" y le encargaron ir al reactor 4 en busca de Valeri Jodemchuk, el único trabajador de la planta que murió esa noche y cuyo cuerpo jamás fue encontrado, pero el camino estaba inaccesible por escombros y restos de la explosión.

Un sencillo memorial levantado en el interior de la central, con una lápida y una placa, recuerda a ese trabajador, la primera víctima del accidente.

Vladímir recuerda que dos trabajadores de reparaciones, de apellidos Golovotiuk y Kornienko, "salieron al exterior a inspeccionar alrededor del reactor, donde había trozos de grafito y una altísima radiación".

"Uno de ellos ya no está con nosotros y el otro tampoco sé si sigue vivo", afirma.

La madrugada fue caótica en espera de instrucciones, les dijeron que tomaran pastillas de yodo para proteger el tiroides pero no las había.

"Así que saqué del botiquín de yodo para las heridas y puse varias gotas en un vaso de agua. Era un líquido horrible, pero nos lo bebimos, y quizás por eso durante 20 años no he tenido problemas con el tiroides, solo recientemente han empezado", afirma Vladímir.

Antes de irse a casa por la mañana les hicieron análisis de sangre unas enfermeras llegadas de Pripiat y todavía recuerda a los trabajadores haciendo cola, algunos aún sin ducharse, contaminados y vomitando por los efectos de la radiación.

Solo al alejarse en el autobús fue consciente de la destrucción del bloque número 4: "Me di cuenta de que nos iban a evacuar de toda la zona".

Vladímir llegó a su casa, se duchó y cambió en el jardín para no contaminar a sus hijos de 9 y 3 años, durmió unas horas y por la noche volvió al punto de recogida porque tenía otro turno en la central, pero el autobús nunca llegó.

"Advertí a los vecinos de que no sacaran a los niños a la calle, y el lunes 28 tomé el coche y llevé a la familia a Kiev. Luego regresé a Chernóbil para volver al trabajo, pero no me dejaron, me dijeron que había recibido mucha radiación", recuerda.

En el hospital en Kiev constataron que había recibido 150 roentgen, cuando lo aceptable es 5, y varios años después le concedieron la incapacidad laboral.

La ciudad de Chernóbil, que contaba con 12.000 habitantes, solo fue evacuada el 5 de mayo y para la fiesta del 1 de mayo incluso se hizo el tradicional desfile.

"Es una ciudad muy bonita, con su río, muchos peces, setas, y mis padres están enterrados ahí y por eso voy cada año. Pero está cerca de la central. Hubiera sido mucho mejor que allí hubiera un campo verde en vez de un reactor, mucho mejor", señala.



Vladímir Evdóchenko, que estaba de turno en la central nuclear de Chernóbil en la madrugada del 26 de abril de 1986, cuando a la 1.23 horas sintió una terrible sacudida, "como un terremoto", posa con una foto suya trabajando en la central durante una entrevista con Efe

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Batallón Especial 731, los "robots humanos" que limpiaron Chernóbil

Tras el accidente nuclear del 26 de abril de 1986 en Chernóbil, los militares del Batallón Especial 731 trabajaron como "robots humanos" para retirar los escombros radiactivos, cuenta a Efe el único subcomandante que sigue vivo.
"Teníamos que retirar escombros y restos con altos niveles de radiación, con las manos o con palas. Podíamos recibir un máximo de 2 roetngen cada vez, y esto ocurría en solo 15 minutos. Por eso había que correr, retirar algo y volver atrás corriendo", recuerda Vladímir Gúdov, subcoronel del Ejército en la reserva, vicejefe del Batallón Especial 731 enviado a Chernóbil a tratar de contener la radiación.

"Pero en realidad la irradiación no estaba bien calculada, porque no se contaba el tiempo que tardábamos en correr cientos de metros. Nos llamaban los robots humanos", asegura.

Gúdov es una de las 260.000 personas que tienen el estatus de "liquidadores" en Ucrania, aunque en total unas 800.000 personas participaron en estas tareas, contando a bomberos, mineros y otros que contribuyeron las primeras semanas a paliar las consecuencias de la catástrofe, muchas veces a costa de sus vidas.

"Para la liquidación del accidente llamaron a miles de militares en la reserva. Nuestro batallón trabajó en zonas particularmente peligrosas de los reactores 3 y 4. Yo estuve allí 42 días", cuenta Gúdov.

Los primeros días la tarea era cargar en un paracaídas arena, dolomita, plomo y otros materiales para lanzarlos desde un helicóptero que sobrevolaba el reactor número 4 para extinguir el incendio de grafito.

"Mientras tanto, bajo el reactor trabajaban los mineros de Donetsk. Con temperaturas de 35 grados construían un túnel, tenían que reforzar el propio reactor para que no se derrumbara, y después, lograr su enfriamiento para evitar una nueva explosión", dice.

Y agrega que "ni nosotros ni los mineros conocíamos el nivel real de radiación, el medidor que teníamos solo marcaba hasta 50 roentgen e imaginen que incluso ahora hay lugares donde es superior a mil".

"Lo hacíamos a toda prisa porque después de nosotros venían los constructores del sarcófago. Ellos no podrían trabajar mientras nosotros no elimináramos la basura nuclear", agrega.

También tuvieron que subir al techo del reactor porque "los tractores teledirigidos quedaban fuera de servicio debido a la altísima radiactividad, más de 10.000 roentgen. Allí solo se podía trabajar 30 segundos y salir corriendo".

De los cuatro subcomandantes del batallón solo él sigue vivo. En torno al 75 % de los miembros han ido muriendo. "De los 800 militares de los dos turnos del batallón solo quedan unos 120".

Gúdov subraya que "éramos verdaderos patriotas y está convencido de que la labor de su batallón evitó que se produjera una nueva explosión nuclear aún más dramática.

"Según Vasili Nestrenko, director del Instituto de Radiología de la Academia bielorrusa, si se hubiera registrado una nueva explosión en la planta nuclear -y para esto solo se necesitan 1.400 litros de agua, grafito y urano- se habría destruido la ciudad de Minsk, a 320 kilómetros, Kiev, y en general, no sería posible vivir en Europa", enfatiza.

"Más de 90.000 personas trabajaron en los primeros meses en la zona del desastre, sabían el riesgo al que se enfrentaban", cuenta a Efe Yulia Marusich, especialista del departamento internacional de la planta de Chernóbil.

Desde su puesto junto a la obra donde se construye el segundo sarcófago para enterrar el siniestrado reactor 4 de la central, Yulia explica que la radiación los primeros días tras la explosión "era mortal, la gente solo podía trabajar 3 o 4 minutos cada día y ya acumulaban la dosis anual".

Por ello, en las primeras semanas murieron cerca de 50 personas, y otras 300 en los siguientes meses, muchos de ellos ya en hospitales de Kiev y Moscú.

Con ayuda de una maqueta, Yulia recrea el momento de la explosión en el reactor número 4.

"El reactor quedó totalmente destruido, todas las barreras de seguridad saltaron por los aires, la cubierta superior del reactor, que pesaba 2.000 toneladas, voló 30 metros y rompió el techo, imaginen la intensidad de la explosión".

En ese momento se produjo una emisión masiva de radiactividad, de más de 50 millones de curies, que solo pudo ser aplacada hacia el 13 de mayo, después de días de sacrificado trabajo de bomberos y liquidadores.

"Cerca de la central el nivel de radiación era de 2 a 4 roentgen por hora. Cerca del reactor destruido era de 400 r/hora, en la zona norte el nivel subía hasta 2.000, en el techo hasta 4.000 y cerca del núcleo era de 5.000 r /hora", señala.

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Un agente que limpió Chernóbil recuerda la catástrofe 30 años después

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Publicado : Hoy 03:37 h.

Un agente que limpió Chernóbil recuerda la catástrofe 30 años después
Los trabajos de reparación en la central nuclear de Chernóbil, en Ucrania, el 1 de octubre de 1986 Foto: Zufarov, -/afp.com
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Igor Magala todavía recuerda el gusto metálico que sintió en la boca a medida que se acercaba a la planta nuclear de Chernóbil en la mañana del 26 de abril de 1986, pero ese día no logró vislumbrar la magnitud de la catástrofe a la cual se enfrentaba.

Magala, subdirector de construcciones en la planta, recibió una llamada por la noche para informarlede que se acababa de producir un accidente en el reactor. "No había información, todo estaba clasificado. Yo pensaba que podía ir por una semana y al final me quedé un año", contó a la AFP.

A medida que se acercaba a la planta, se encontró con que en las instalaciones estaban desplegados una gran cantidad de soldados. Entonces, ignoraba que el reactor número cuatro de la planta en la que trabajaba desde 1980, y que había ayudado a construir, había explotado a las 01H23 de la madrugada.

El accidente, que se debió a un error humano y a un defecto en el diseño de la planta del reactor soviético, provocó la mayor catástrofe nuclear civil de la historia. El balance de víctimas sigue siendo objeto de controversia, pero algunos estiman que miles o decenas de miles de personas murieron.

"El panorama era deprimente", contó el constructor, de 78 años, que ahora vive en Vychgorod, a unos 100 kilómetros al sur de Chernóbil.

En la primera noche después del accidente, notó un extraño resplandor, que se elevaba al cielo encima del reactor. "Era un destello rojo, que sobre todo era visible de noche. Esta columna roja siguió brillando durante varios días", recordó.

El combustible nuclear ardió durante más de diez días, liberando al aire elementos radioactivos con una intensidad equivalentes a 200 bombas de Hiroshima.

- La amenaza de otra explosión -

Igor formó parte del equipo que se conoce como los "liquidadores", principalmente trabajadores ucranianos, rusos y bielorrusos, que participaron con trajes de protección deficientes e inadecuados en la construcción del sarcófago del reactor accidentado.

En cuatro años, un total de 600.000 soviéticos, entre soldados, policías, bomberos y funcionarios, fueron desplegados en la zona. "No teníamos ninguna protección. Todo eso apareció después", cuenta. "Teníamos el sentido del deber", dijo para explicar el valor que tenían estos hombres.

Para Igor, los que se llevaron la peor parte fueron los bomberos, pero también quienes subieron al techo del reactor accidentado para barrer con palas los bloques de grafito radioactivos que quedaron dispersados por la explosión. En el suelo, los bloques de grafito eran recuperados por un equipo de 'bulldózer' controlados por radio. "La maquinaria se averiaba, pero los hombres resistían", recordó.

"A los chicos movilizados les decíamos los partisanos. Les daban un casco y un delantal de plomo", dijo Igor.

Hasta hoy, guarda el mayor de los respetos por quienes se movilizaron e hicieron frente a los mayores riesgos para limpiar la zona. "Cinco años después, los soldados comenzaron a caer como moscas", se lamentó. "Cada uno cumplió con su destino. Muchos ya no están. Muchos murieron", dijo.

Igor, por su parte, tuvo suerte. Nunca tuvo ningún problema de salud ligado a la radiación, pese a que, junto a otros diez voluntarios, entró a verificar en mayo de 1986 que ni el agua ni el magma formado por el combustible radioactivo hubieran penetrado en la piscina del reactor accidentado. "Existía este riesgo de que si entraba agua en la piscina, podría haber una explosión termonuclear, que transformaría Pripyat (la pequeña localidad situada a tres kilómetros de la central) en un gran cráter y que terminaría con una evacuación urgente de todo Kiev", explicó.

Después de trabajar durante cuatro días, el equipo constató con alivio que sus peores miedos eran infundados. "No era necesario evacuar Kiev", dijo.

A finales de 1986, después de que se completara la construcción de un sarcófago gigante sobre el reactor, Igor volvió a Kiev y siguió trabajando en el sector energético. Nunca más volvió a trabajar en Chernóbil.


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Para Igor, los que se llevaron la peor parte fueron los bomberos, pero también quienes subieron al techo del reactor accidentado para barrer con palas los bloques de grafito radioactivos que quedaron dispersados por la explosión.

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"La guerra termina, el desastre nuclear permanece para siempre"
Hablamos con Svitlana Shmagailo, testigo del accidente nuclear de Chernóbil hace 30 años

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El 26 de abril de 1986, Svitlana Shmagailo estaba plantando patatas con su madre y sus hermanas en una pequeña aldea a 35 kilómetros de Chernóbil. Era sábado y la vida de esta humilde familia ese día no se diferenciaba de cualquier otro día de la Primavera.

Sin embargo, aquella noche, comenzaron a pasar por el pueblo convoyes militares a toda velocidad. En aquel entonces Shmagailo apenas tenía 12 años y no entendía nada. “Pasaron vehículos militares durante toda la noche. En los vehículos asomaban soldados con máscaras anti-gas y nosotras estábamos en bañador. No entendíamos qué estaba sucediendo”, asegura.

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Lo que estaba sucediendo llegaría a entenderlo con el paso de los años: aquel día, la central nuclear Vladimir Ilich Lenin de Chernóbil sufrió la explosión del núcleo de su reactor número 4, provocando el mayor accidente nuclear que se había conocido hasta entonces.

“En la primera semana nos dijeron que era un incendio”, recuerda Shmagailo. Pero para ser un incendio, la actividad que presenciaron los ojos de Shmagailo era del todo inusual.

Los convoyes militares seguían pasando por su pequeña aldea y los soldados establecieron allí un campamento. Con el paso de los días, las autoridades pidieron a la población local que preparara sus casas para acoger a personas evacuadas del radio de 30 kilómetros del accidente.

Finalmente, no acogieron a nadie: también tuvieron que evacuarlas a ellas.

Pero hasta que eso sucedió, Shmagalio y sus amigas seguían correteando con bicicleta por la zona, con la curiosidad de la infancia de enterarse de qué pasaba. Más tarde les dijeron que no podían salir de sus casas, que tenían que cerrar las ventanas y ducharse con frecuencia. También les dieron unas pastillas. Eran pastillas de yodo para evitar los efectos de la radiación.



"Para ser un supuesto 'incendio', la actividad que presenciaron los ojos de Shmagailo era del todo inusual: los convoyes militares seguían pasando por su pequeña aldea y los soldados establecieron allí un campamento"

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La reacción fue tardía. El esfuerzo de las autoridades para ocultar la verdad a la población y evitar la alarma social provocaron lo peor: la hermana menor de Shmagalio, entonces de 4 años, registró en su cuerpo 240 unidades de radiación. Lo mismo pasó con otros muchos cientos de ciudadanos de la zona.

Toda la familia de Shmagalio y el resto de los habitantes de la aldea fueron evacuados a la cercana ciudad de Vorzel, que tenía un sanatorio. Ahí comenzaron a hacerse chequeos médicos periódicos y a tratarse con medicamentos.



"Los bomberos que acudieron el primer día a la zona del accidente murieron al cabo de un mes. En los meses posteriores, el resto de la población comenzó a tener problemas"



Sabían que habían sido víctimas de un accidente nuclear. Pero las autoridades no las informaron de la gravedad de a lo que habían estado expuestos. “Nunca nos dijeron qué era. Me enteré después, a raíz de la presión internacional por el accidente”, asegura.

Las celebraciones del 1 de mayo en la zona se celebraron con normalidad. Y el Día de la Victoria, el 9 de mayo, también, con grandes desfiles. “A pesar de los riesgos para las grandes aglomeraciones, las autoridades cumplieron con lo previsto”, dice.

Los mayores se quedaron en la aldea. Muchos de ellos trabajaron como “liquidadores”. Es decir, voluntarios que se prestaron para limpiar los efectos tóxicos del accidente. Los había de toda Ucrania y establecieron un campamento. Shmagalio recuerda que su vecino era uno de ellos. Al cabo de 4 años murió.

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Los bomberos que acudieron el primer día a la zona del accidente tuvieron una suerte aún peor. En ese mismo verano, al cabo de un mes, comenzaron a morir por los efectos de la radiación. En los meses posteriores, el resto de la población comenzó a tener problemas.



"Al principio, los médicos no querían reconocer que muchas de esas enfermedades podían tener relación directa con el accidente nuclear"



“Muchos niños han tenido afecciones, las mujeres han tenido problemas de reproducción y los casos de cáncer se han multiplicado”, dice Shmagalio. “Al principio, los médicos no querían reconocer que muchas de esas enfermedades podían tener relación directa con el accidente nuclear. Con el paso de los años fueron más los médicos que señalaron que muchas enfermedades estaban relacionadas con la explosión de Chernóbil”, continúa.

Hasta la catástrofe de Fukushima, Shmagalio continuó con su actividad de maestra para niños en la aldea en la que nació. Después de un período con su familia en los Cárpatos, regresó por el trabajo de su marido. El desastre de Chernóbil siempre lo asoció a las deficiencias técnicas de una estructura mal mantenida, llevada al extremo por las autoridades negligentes del régimen soviético. Pero en 2011, cuando veía por televisión el accidente nuclear de Fukushima, algo cambió.

“Pensaba que Chernóbil había sido culpa de nuestro sistema, pero con Fukushima me di cuenta de que podía pasar en cualquier sitio”, asegura.

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“Los efectos de un desastre nuclear son muy dolorosos, porque el daño es progresivo. Las enfermedades vienen con los años y nunca te libras de ellas. Las nucleares son peores que la guerra porque una guerra, al fin y al cabo termina. Pero el desastre nuclear permanece”, añade.



"En la zona se desactivan los contadores de radiación cuando la contaminación supera los límites. De alguna manera, se sigue viviendo de espaldas al problema"



En 2001, con su marido, se adentró por primera vez en la zona prohibida de 30 kilómetros. Es una zona deshabitada, donde reina el pillaje y la desolación. “No me gustaría que los extranjeros visitaran esa zona de mi país”, asegura. “Es desolador”.

En el pueblo de Shmaglio apenas viven 600 personas. La situación actual no es más esperanzadora. Los afectados por la catástrofe dejaron de recibir la raquítica ayuda estatal el año pasado. Shmaglio también afirma que en la zona se desactivan los contadores de radiación cuando la contaminación supera los límites. De alguna manera, se sigue viviendo de espaldas al problema.

Por esto, Shmaglio se ha convertido ahora en una incansable activista en contra de las nucleares. Actualmente se encuentra en España en el marco de una campaña de Greenpeace para concienciar sobre este problema energético. 30 años después de la catástrofe que cambió su vida y la de su comunidad para siempre.



"Pensaba que Chernóbil había sido culpa de nuestro sistema, pero con Fukushima me di cuenta de que podía pasar en cualquier sitio"

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Chernobyl: “La planta que los destruyó hoy les da de comer”
La planta está en pleno proceso de desmantelamiento. Una inversión de 2,500 millones de euros se dispuso para instalar una cubierta de protección sobre la central accidentada en 1986

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la catástrofe de la central de Chernobyl. La madrugada del 26 de abril de 1986 un aumento súbito de potencia en el reactor 4 produjo el sobre calentamiento del núcleo, lo que provocó la explosión del hidrógeno acumulado en su interior. Fue el peor accidente nuclear de la historia”.

Así recuerda este martes una crónica del diario español El Mundo, el 30° aniversario de la recordada tragedia que golpeó a la Unión Soviética, que provocó que “miles de personas fueran evacuadas, que contaminó amplias zonas de Ucrania, Rusia y Bielorrusia y sigue causando muertes por cáncer”.

El medio destaca que, actualmente, “en el lugar de los hechos cada jornada comienza con un ajetreo similar al de antes de la catástrofe” y “miles de operarios siguen acudiendo cada día a la central”.

La central de Chernobyl, ubicada en Ucrania, “se encuentra en proceso de cierre y desmantelamiento desde 2000” y por estos días se trabaja afanosamente en la instalación de un “arco” que protegerá al “sarcófago” construido sobre el reactor accidentado de cualquier posible fuga radioactiva, coincide en recoger el diario El País.

A los trabajadores de la zona “el gigante nuclear que les estropeó la vida hoy les sigue dando de comer”, puesto que alrededor de 1,500 operarios trabajan “en el desmantelamiento definitivo de los reactores 1, 2 y 3” y en la instalación de la “nueva cubierta” que comenzará a operar en 2017, explica El Mundo.

El proyecto “arco”, consigna El País, cuesta 2,500 millones de euros y en él participan 28 países, además del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, puesto que “cuando se tomó la decisión de parar la central de Chernobyl, Ucrania no estaba preparada para ello ni desde el punto de vista organizativo ni técnico ni financiero”.

El homenaje de Putin

En Rusia varios cientos de personas se congregaron en el cementerio de Mítino, a las afueras de Moscú, para rendir homenaje a los 28 bomberos que dieron su vida para sofocar el incendio provocado por el accidente nuclear, las primeras víctimas de la catástrofe.

Según los datos de la Unión Chernobyl de Rusia, una treintena de operarios y bomberos murieron en los primeros días tras el accidente, provocado por una cadena de errores en el curso de un experimento, a causa del fuego y las dosis letales de radiación que recibieron. En años posteriores, otros 100,000 “liquidadores” de la antigua URSS fallecieron a causa de la radiación.

“Chernobyl fue una gran lección para la humanidad, y sus consecuencias hasta hoy tienen impacto en la naturaleza y la salud de las personas”, escribió el presidente Vladimir Putin en un mensaje publicado en la página web del Kremlin.

“La magnitud de la tragedia pudo ser inconmensurablemente mayor de no haber sido por el valor ejemplar y sacrificio de los bomberos, militares y médicos que cumplieron con honor su deber profesional y ciudadano. Muchos de ellos sacrificaron sus vidas en aras de la salvación de otros”, agregó Putin.

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Chernobyl, 30 años de la noche del fin del mundo

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Alexey Breus se resiste a esbozar una sonrisa. El recuerdo lo atormenta. De pie, con sus potentes ojos azules, contempla silencioso los vestigios de su evaporada vida próspera. Una existencia plasmada en un museo del centro de Kiev, Ucrania, cuyo eslogan reza: “Hay un límite de tristeza. La ansiedad no tiene límites”. Él no se puede desprender de aquella frase. Tampoco de la memoria, anclada en la misma fecha, el aciago 26 de abril de 1986, la noche del fin del mundo.


Quiso escapar de su pasado. Dejó la ingeniería nuclear para convertirse en artista, aunque su obra emblemática, Titanic, lo delata: un mar pintado de rojo. En medio del cuadro, una embarcación en llamas, que se parece en sombras a su antiguo lugar de trabajo, la planta de Chernobyl. “La silueta de la central se refleja en el agua. Tal vez no es agua, sino sangre. Sin embargo, el humo y las llamas no cubren todo el cielo: hay manchas azules, un ápice de esperanza”. Fue el último en salir del reactor IV, epicentro del peor desastre radioactivo de la historia, 200 veces más letal que las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.





Alexey tenía 27 años, un lujoso apartamento, buen salario y una hija por nacer. Vivía en Prípiat, símbolo del ideario socialista: ciudad de 50 mil habitantes, la más nueva y elegante de la Unión Soviética, a 110 kilómetros de Kiev. Prípiat, adonde los expertos nucleares querían llegar, porque a pocos pasos se erigía The Chernobyl Nuclear Power Station o la Central Eléctrica Nuclear Memorial Vladímir Ilich Lenin, el orgullo soviético.


El proyecto empezó en los años 70 y el plan era operar allí ocho reactores. El IV iba a cumplir dos años. El V y VI estaban en construcción avanzada. De haberse completado, el complejo de Chernóbil hubiese sido la mayor central nuclear del planeta. “Era mi aspiración y la de mis compañeros de la Universidad de Bauman, Moscú. Llegué a Prípiat en 1980. Conocía la tecnología de los reactores porque los diseñadores que los crearon habían sido mis profesores”.



Una ilusión que terminó cuando explotó el reactor IV. La radiación se extendió al 40 % de Europa y tuvieron que ser evacuadas medio millón de personas de 500 pueblos.


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El primer sarcófago se diseño para contener la contaminación radiactiva y proteger el recinto de las condiciones metereológicas


Apocalipsis nuclear

Alexey Breus, cabello rojizo, espigada figura y rostro enjuto, residía en la avenida Lenin de Prípiat, flanqueada por edificios de apartamentos. Muy cerca estaban el centro cultural, el polideportivo con piscina olímpica, el restaurante exclusivo que recién había abierto; las 15 escuelas, los 5 colegios, las guarderías. Y, por doquier, la hoz, el martillo y la estrella, la marca comunista que en la noche se iluminaba. La última novedad era el parque de diversiones, con noria y carros chocones, que los niños esperaban estrenar el 1 de mayo de 1986. Faltaban solo cinco días.

“Pensar que todo se acabó en un pestañeo”. El ingeniero nuclear rumea las palabras, porque 36 horas después tuvieron que irse a la fuerza, sin tiempo para empacar. Vidas arrancadas para siempre, huyendo de un enemigo invisible, la radiación. El régimen soviético puso 4300 buses, tres trenes y miles de militares para evacuar Prípiat, al igual que la vecina ciudad de Chernobyl y cientos de poblados de Ucrania y Bielorrusia, cuya frontera está a solo 16 kilómetros de la planta nuclear.

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Ingresar a Prípiat, 30 años después, estremece. Señalética de radiación por todos lados, aquel símbolo en rojo, sobre fondo amarillo, de lo que parecen aspas de un ventilador. Los visitantes deben ir con un guía que lleva un dosímetro, un medidor que comienza a emitir un sonido cuando se atraviesa por las zonas más peligrosas.

Prípiat es una ciudad fantasmagórica, devorada por la vegetación, con árboles que crecen fuera y dentro de las edificaciones. En las guarderías, cunas vacías y juguetes esparcidos. En las escuelas, libros envejecidos con la imagen del camarada Lenin, cuadernos a medio llenar, máscaras anti-gas, mapas del poderoso imperio soviético. En las casas vidrios rotos, portarretratos quebrados, cajones revueltos por los saqueadores que llegaron tras la evacuación y se aprovecharon de la desgracia. Hay una imagen icónica: la noria que se oxida, con sus asientos de amarillo intenso. El nunca inaugurado parque de diversiones es la postal que resume el apocalipsis radioactivo. Resquicios de un soñado sistema comunista.

“Se ahogaba en sus vísceras”

Alexey tenía un vecino bombero, Vasili Ignatenko, que acudió a sofocar el incendio, que empezó a las 1:26 am de ese negro 26 de abril de 1986. Su esposa, Liudmila, recuerda: “Se fueron sin los trajes de lona; se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les avisó; los llamaron a una emergencia normal”. No lo era. Ella estaba embarazada de seis meses. Y su marido, de inmediato, moría extrañamente. “Le salían por la boca pedacitos de pulmón, de hígado. Se ahogaba con sus propias vísceras”. La primogénita de ambos, Natasha, murió a las cuatro horas de nacida, así como cientos de bebes cuyas madres embarazadas, o que se embarazaron después, absorbieron la radiación.

Alexey Breus no solo conoce esta historia, sino cientos. Ha visto agonizar a vecinos y amigos. Él mismo es una víctima. No pudo tener más hijos. Hoy, a los 57 años, está obligado a tomar un coctel diario de drogas para aliviar los problemas en la sangre, corazón, tiroides, sistema nervioso, articulaciones, estómago… “Nada es lo mismo. Cargo un peso eterno”.

El último apaga el reactor

Él llegó a la planta nuclear seis horas después de la explosión, cuando ya habían muerto 15 de sus compañeros operadores y seis bomberos. “Ayudé en la emergencia todo el día. Trataba de tirar agua al reactor. Sentí náuseas, otros vomitaban a mi alrededor. Era el ingeniero jefe del lugar. El último botón del reactor IV lo presioné yo. Eso fue 14 horas y 20 minutos después del accidente”. Un tiempo letal: recibió 120 REM (unidad de medición de radiación), cuando el máximo anual que un humano puede soportar es 5.

Aún se desconoce el número exacto de muertos: 31 reconoció la Unión Soviética, aunque 400 mil es la cifra más difundida por organismos internacionales. Greenpeace calculó 90 mil. Los soviéticos ocultaron información. “Todo marcha bien”, obligaron a decir a los medios. Los datos reales pueden resultar monstruosos. Estudios científicos determinan que “en pleno fragor de la batalla contra el reactor, cayeron nueve mil liquidadores en Chernobyl”.

Liquidadores: así bautizaron a quienes remediaron el desastre.

“Los mandaban a morir”

“Tuve suerte, sigo vivo. Mi esposa, Galina, estaba en San Petersburgo cuando ocurrió esto. Mi hija Anna nació sana”, repite Alexey mientras observa las imágenes de sus compañeros fallecidos que cuelgan en el Museo de Chernobyl, en Kiev. Entre 1986 y 1987 fueron convocados cien mil soldados y oficiales reservistas. Tenían 28 años en promedio. Les decían que iban a ser héroes, que les darían la medalla “al valor”. Y ellos creían en la URSS. Así, el Ejército de Chernobyl fue mayor que el de Napoleón. Los mandaban a morir.

En dos años los liquidadores se dedicaron a exterminar a los animales del área para que no esparzan la contaminación; eliminar el polvo radiactivo casa por casa, calle por calle. Una misión clave fue, en seis meses, cubrir al reactor IV bajo una improvisada estructura de concreto llamada sarcófago. Una labor asignada inicialmente, en 1986, a robots japoneses, pero la radiación fundió sus sistemas electrónicos, así que las manos obreras soviéticas debieron ser sacrificadas para enfrentarse a la bestia.

Los más expuestos, sin embargo, fueron los diez mil mineros que llenaron con cemento la sala subterránea para evitar que el magma radioactivo se filtrara hacia el subsuelo y contamine las aguas que desembocan en los principales ríos de Ucrania. Todos ellos murieron.

Eran tiempos de Guerra Fría. La KGB –agencia de inteligencia- le prohibió a Alexey Breus hablar sobre las causas del accidente. Un silencio que rompió en 1991, cuando cayó la URSS. “Los reactores tenían defectos, fallas en los diseños. Ese día estaban haciendo una prueba de seguridad y los controles no respondieron adecuadamente. Eso sirvió para cambiar los reactores soviéticos que usaban esta tecnología”.

El ingeniero nuclear escarba en los álbumes. Muestra fotos de él en la otrora animada Prípiat. De fiesta. Con sus amigos. Él casándose, allí, en la ciudad de la perfección comunista. “Dos de los operadores que estaban en el reactor IV eran amigos míos y fueron a mi boda. Ambos murieron aquella madrugada.”.

Desde la terraza del deshabitado edificio donde vivía se puede ver el arca, que reemplazará al viejo sarcófago. Es una gigante y billonaria construcción que protegerá desde 2017 al reactor IV por al menos un siglo. La humanidad debe seguir a salvo, porque dentro del epicentro de aquel desastre hay todavía 200 toneladas de material nuclear, que, de liberarse, puede dejar inhabitable toda Europa.

Alexey Breus siente tristeza, a veces ansiedad. Vuelve a hablar de su pintura llamada Titanic. Destaca los breves trazos azules. “Hay esperanza. El mundo debe conocer del peligro nuclear. En 1986 fue Chernobyl; en 2011, Fukushima. Ninguna muerte más por la radiación”.

1a parte
 

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2a parte

El Arca


30 países financian los $2500 millones que cuesta el arca para proteger el reactor IV. Debe estar listo en 2017. Tendrá 110 m de alto, 160 delargo y 260 de ancho, más alto que la Estatua de la Libertad y más pesado que la Torre Eiffel. En su interior cabe un estadio de fútbol.

Bajo extremas medidas de seguridad, 2500 trabajadores del consorcio francés Novarka se encargan de construir el arca, cuyo propósito es cerrar herméticamente, por al menos un siglo, el reactor que explotó en 1986.

Para ingresar a la zona de exclusión se debe pagar US$400. Se requiere una serie de autorizaciones del gobierno ucraniano y también firmar documentos que responsabilizan al visitante si los niveles de radiación causan efectos en la salud. El recorrido puede tomar unas nueve horas, siempre pasando controles en unas máquinas, así como presentar papeles en cada uno de los 12 puestos policiales y militares.

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En la actualidad se está construyendo un nuevo sarcófago con el objetivo de eliminar de por vida toda la emisión radioactiva procedente del antiguo sarcófago ya que aún hay 200 toneladas de material radioactivo dentro del reactor.

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¿Lo Sabias?
La lluvia nuclear llegó hasta Irlanda. Los devastadores efectos del accidente no sólo tuvieron lugar en Europa del Este. La nube cargada de radiación se expandió por todo Europa y parte de Asia provocando niveles leves de radiación.
upload_2016-5-3_1-42-19.jpegEl desastre de Chernobyl es el único accidente nuclear nivel 7. La escala Ines (International Nuclear Event Scale) mide la gravedad de los accidentes nucleares. Toma valores de 0 a 7, y sirve para prever medidas de seguridad en caso de un accidente.
Liberó 100 veces más radiación que las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Las bombas lanzadas por Estados Unidos en territorio japonés hubiesen obtenido una calificación de 4 en la escala Ines.
Actualmente 5 millones de personas viven en áreas contaminadas. Aunque resulte sorprendente, aún hoy viven millones de personas en estas regiones.
Todavía queda mucho material radiactivo. Aún hay 200 toneladas de material radiactivo dentro del reactor.
Aún falta mucho para terminar con la contaminación. Puede tomar 100 años más terminar de descontaminar la zona.
Murieron 25.000 personas a causa del accidente de Chernobyl. Se estima, además, que en el entorno de las 70.000 personas sufrieron enfermedades relacionadas al accidente.
El 20% de las muertes fueron suicidios. El accidente no sólo provocó enfermedades y todo tipo de problemas de salud. La dimensión psicológica y social del problema también provocó muertes.

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