
Un aspecto desconocido de la colonización alemana y europea del siglo XIX es que su líder, Vicente Pérez Rosales, quemó amplios terrenos de selva valdiviana virgen para preparar la zona para la llegada de los colonos. El diplomático fue el responsable de alguno de los incendios forestales más grandes de la época, como fue el caso de la selva de Chan Chan, ubicada entre La Unión y Osorno, que ardió por más de tres meses y produjo que las ciudades cercanas estuviesen bajo una capa gris de ceniza y humo.
Paradójicamente, la mañana del 13 de enero pasado, la calle Pérez Rosales de Valdivia amaneció en llamas. En la esquina con Yerbas Buenas, en el número 787, la imponente y querida casona que albergaba al famoso Café La Última Frontera se había reducido a cenizas.
La casona estaba pintada de color azul y con los años se había ido destiñendo con grandes números amarillos que informaban la numeración. El edificio hospedaba a la Cooperativa La Manzana, las productoras Valdivia Films y La Jirafa, y el Centro de Promoción Cinematográfica de Valdivia, encargado de la organización del Festival de Cine de la ciudad.
Todo el patrimonio que guardaba la casona fue consumido por las llamas, responsabilidad de un ex empleado descontento.
Lo que perdimos en el fuego

El Café La Última Frontera ocupaba toda la esquina que daba a la avenida Yerbas Buenas, y estaba escondido entre varios árboles que ocultaban la fachada del conocido restaurante. Tenía dos entradas ubicadas en cada calle de la intersección, una de ellas adornado con una arco del mismo metal que separaba la propiedad del exterior.
Adentro, el café vibraba de vida: un azul marino más potente adornaba las paredes exteriores del primer piso, habían luces cálidas colgadas entre las mesas que se ubicaban en el exterior y la banca donde acostumbraban a esperar los clientes que no habían alcanzado mesa. La música sonaba con el volumen suficiente para agregar al ambiente sin amortiguar las conversaciones. Y si entrabas al local te encontrabas con una caja llena a rebosar de diversos cuadros, botellas de vidrio, fotografías y otros recuerdos.
Cada habitación que era ocupada por el local estaba a rebosar de adornos que te hacían imposible olvidar que te encontrabas en Valdivia, la misma infraestructura era un recuerdo constante del pasado colono de la ciudad.
Leyla Sade, directora de Patrimonio de la Asociación Patrimonial Cultural de la Región de Los Ríos, explicó que “la Casona 787 tenía una tipología arquitectónica muy característica de la ciudad, destacando su construcción en madera con revestimiento metálico, bastante propias de la inmigración alemana”.
Marisol Cumsille, dueña del café La Última Frontera, se había encargado de sacar el máximo provecho a esta fachada histórica. Si bien los colores de las paredes diferenciaban el edificio de otras estructuras con pasado colonial, los techos y puertas altas hacían innegable ese historial europeo.
— LEYLA SADE, DIRECTORA DE PATRIMONIO DE LA ASOCIACIÓN PATRIMONIAL CULTURAL DE LA REGIÓN DE LOS RÍOS“La Casona 787 tenía una tipología arquitectónica muy característica de la ciudad, destacando su construcción en madera con revestimiento metálico, bastante propias de la inmigración alemana”
La Última Frontera era una parada obligatoria para cualquier turista, el panorama ideal para cualquier valdiviano que quería disfrutar de un buen ambiente y un refrescante shop de cerveza artesanal, el trago por excelencia de la ciudad.
El local había aprovechado todos los componentes históricos de una de las localidades más antiguas de Chile y había adornado sus paredes con el pasado: cisnes de cuello negro, remanentes de una de las movilizaciones sociales medioambientales más importantes de la década pasada; botellas de vidrio que revelaban la tradición cervecera y de sidrera de colonos que habían llegado a poblar la localidad el siglo XIX; artesanías en maderas nativas con trabajos de artesanos que en la capital regional había por montón.
El Café La Última Frontera era un reflejo de la comunidad valdiviana: dispersa, llena de historia, con tradición huilliche, española y alemana en cada esquina posible, bohemio y bueno para la cerveza.
Y de un momento a otro, todo se quemó en un arrebato de un ex empleado de Marisol Cumsille, dueña del local que este año cumplía un cuarto de siglo.
Todo comenzó el jueves 11 de enero, cuando vieron a un ex empleado de La Última Frontera, identificado con las iniciales B.M.P.B., de 33 años y de nacionalidad brasileña, bebiendo café y cerveza sin alcohol. Cuando comenzó a tomar bebidas alcohólicas y ponerse problemático, le pidieron que se retirara, pero este no quiso.
“Comenzó a discutir con una compañera de trabajo a la que insultó, amenazó con pegarle y matarla”, relató Marisol Cumsille, propietaria del local comercial, “la niña se asustó tanto que fue a poner una denuncia por amenazas a la comisaría”.
B.M.P.B. se enteró de la acción de su ex compañera, y llegó el viernes en la noche a hacer escándalo al local. “No conversó con nadie, llegó como un demonio de Tasmania: una máquina de combos y patadas, insultos y gritos”, contó Cumsille, quien se niega a revelar más datos del presunto responsable mientras la investigación avance

“El café estaba lleno y él se paró encima de una mesa y comenzó a gritar que quería venganza, que iba a quemar el café”, explicó la empresaria valdiviana. La voz no le tiembla a pesar de estar relatando cómo su fuente de trabajo quedó reducida a cenizas.
Lograron retener al hombre, pero cuando llegó Carabineros él había logrado escapar.
Cerraron el local, encendieron las cámaras y Marisol se dirigió a su hogar con el estómago revuelto, recordando las amenazas de quien había sido su empleado por poco más de tres años. Durante la madrugada, la compañía de seguridad le notificó varias veces que había movimiento en el patio, pero cada vez que ella revisaba las cámaras no veía algo extraño.
Al lado de la casona del 787 hay un hostal, y fue uno de los pasajeros quien le avisó a su dueña que consideraba que los perros estaban ladrando demasiado. Eran las seis de la mañana cuando la dueña del hospedaje revisó la propiedad vecina, vio fuego y llamó a los bomberos.
“Cuando las unidades de Bomberos llegaron, cuando se dio el primer despacho, ya la estructura estaba totalmente envuelta y comprometida en fuego”, indicó el segundo comandante del cuerpo de Bomberos de Valdivia, Francisco Pino.
— MARISOL CUMSILLE, DUEÑA CAFÉ LA ÚLTIMA FRONTERA“No conversó con nadie, llegó como un demonio de Tasmania: una máquina de combos y patadas, insultos y gritos”
“Fue premeditado. Lo hizo protegido por la oscuridad, creyéndose impune. Comenzó un fuego pequeño para que nadie lo viera”, aseguró Marisol a Súbela News, aun en shock.
B.M.P.B. había trabajado en La Última Frontera alrededor de dos años antes del inicio de la pandemia de coronavirus en 2020, que provocó que el mundo se paralizara por un año y medio. En 2022 volvió a su antiguo empleo, hasta que en octubre de 2023 presentó licencia por problemas relacionados a su salud mental. No volvió más. “Nosotros ya le teníamos hecho el papel para decir que había abandonado su trabajo”, dijo Marisol.
Antes de que el autor confeso del incendio presentara la licencia médica, otro compañero de trabajo falleció. “Todos queríamos un montón al chico que murió, fue una crisis difícil para todos, por lo que aguantamos (la actitud) de B.M.P.B. un tiempo”, explicó Cumsille.
A las horas después del incendio, se detuvo a B.M.P.B y quedó en prisión preventiva mientras la investigación avanza.
“La verdad es que nunca pensamos que él podía llegar a hacer esto”, dijo abatida Marisol. “Él es una persona tímida, pero me dicen que cuando toma se transforma”, describe la dueña del local.
“Siempre he tenido una intuición con él, nunca me gustó, pero tú no puedes despedir un empleado por intuición”, reveló la empresaria.