No solo en la Guerra : Un heroe de Nueve años.

Nacho

Comandante de Guardia
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Mientras buscaba la famosa estatua del Bombero y el aguila, aquella que da origen al Aguila en los soportes de frontal de los cascos de Gringolandia, llamados "Hojarascas" "y "Sobreos Mexicanos" hoy por hoy, encontre una estatua y este folleto, debo reconocer que de un tiempo a esta parte me he vuelto mas emocional, el dibujo me sobrecogio.. ahora habi que saber de que se trataba la historia que los inspiro.


Sucedió en Uruguay La noche del 9 de mayo de 1929 a Dionisio Díaz lo despertó un ruido. Caminó a oscuras hacia la pieza de su madre y tropezó con su cuerpo en el suelo. Bajo el parral del patio oyó a dos personas luchando. Desde las sombras su tío Eduardo le pidió que le trajera un cuchillo y, cuando se lo alcanzaba, el niño sintió un dolor en el abdomen: alguien lo había apuñalado.

Dionisio entonces comprendió lo que sucedía. Sus temores se habían confirmado y trató de impedir que el abuelo hiriera más a su madre interponiéndose entre ambos mientras le gritaba: “¡No abuelito, a ella no!”, pero el anciano con su fuerza multiplicada por su estado lo apartó varias veces con manotazos frenéticos , pero el niño volvía a interponerse y a rogarle que no dañara a su madre. La hoja del facón chocó varias veces con su cuerpo y recibió profundas heridas en sus brazos, en su ingle y en una feroz arremetida le abrió su vientre. Bañado en sangre vio como el abuelo destrozaba a puñaladas a su madre que apenas pudo oponer resistencia tratando de cubrir la cunita de la niña.

Mientras el anciano continuaba con su furia sangrienta, Dionisio como pudo logró entre las sombras arrastrarse hasta la cunita de su hermana para protegerla. La madre, aún con un resto de vida trataba de impedir que el viejo siguiera atacándola y en ese intento tomó la hoja del facón para detenerlo con su mano derecha y ésta le fue casi cercenada por el filo implacable del acero alemán. Dionisio logró sacar a la pequeña de la cunita y arrastrándose salió con ella tratando de dirigirse al rancho donde dormía su tío Eduardo quien ante los gritos ya estaba acudiendo sin saber exactamente lo que pasaba, caminando dificultosamente con aquel pie de madera tallado por el mismo. Mientras su tío al descubrir la razón de todo trataba de detener al anciano en su furia demencial, el Niño llegó a la choza, se trancó por dentro con un grueso albardón y envolvió a su hermanita en unos trapos, mientras él con una camisa de se fajó fuertemente el vientre al notar que parte de sus vísceras se le estaban escapando por la profunda herida. Apagó el candil y en silencio se acurrucó debajo del catre con su hermanita apretada entre los brazos.

En ese instante sintió a su tío en el patio clamar por un cuchillo buscó uno en la oscuridad y se lo alcanzó. Volvió a encerrarse. Escuchó a ambos hombres luchando. Maldiciones y quejidos llenaban la noche. En unos instantes sintió unos pasos acercándose a la puerta y a alguien que daba unos fuertes golpes. Era su abuelo que lo llamaba. Guardó silencio. Pocos minutos después escuchó los pasos del viejo alejándose entre maldiciones, hasta que el silencio se apoderó del lugar.


Dionisio, afiebrado, bañado en sangre continuaba taponándose sus heridas con trapos..

El dolor de sus propias heridas parecía vencerlo cuando los primeros resplandores del sol se dejaron ver por debajo de la puerta y decidió emprender viaje. Con una tijera de esquilar cortó parte de sus propios intestinos que al salirse le impedían vendarse fuertemente y aún le quedaron fuerzas para ir hasta el rancho donde estaba el cuerpo sin vida de su madre para juntar unas ropitas de la niña. Hizo un atadito con ellas luego cubrió con una sábana el cuerpo semidesnudo y destrozado de su madre y regresó a buscar la pequeña.

Desde el rancherío del Oro hasta la comisaría de había aproximadamente unos cinco kilómetros a campo traviesa. Lentamente con su hermana en brazos, ardiendo en fiebre y dejando tras de sí un rastro de sangre entre pastos y cardos, avanzó lentamente. Debió cruzar algunas cañadas crecidas, montes y pajonales, caminar por terrenos pedregosos y por bañados traicioneros.

De a ratos se detenía para tomar aliento y luego continuaba, siempre con la niña apretada entre los brazos. Algunos vecinos aseguran que se encontraron restos de sus vísceras enganchados en algunos alambrados.

Finalmente llegó hasta la comisaría. Tiempo después algunos de aquellos curtidos milicos de campaña recordarían la escena manifestando que la imagen de Dionisio con su cuerpo destrozado y la pequeña en brazos, cuando irrumpió en el rancho de la seccional diciendo: “Abuelito está loco… anoche mató a mamita y a mi tío… yo salvé a mi hermanita y la traje pa’ que ustedes la cuiden… estoy cansado… quiero agua…” jamás podrían olvidarla.

Inmediatamente llamaron al médico más cercano -cercano en aquellos tiempos y parajes significaba varias leguas- y cuando al fin llegó, milagrosamente el niño aún estaba con vida y en su afiebrado delirio solamente repetía: “¡salven a la gurisa… que el viejo no toque a mi nena…!”.Cuando decidieron llevarlo hasta Treinta y Tres ya era tarde. Dionisio murió apenas iniciado el viaje hacia la ciudad.


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Nacho

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¿Y que paso con la Hermana?

MARINA GABINA RAMOS DÍAZLa única sobreviviente de la tragedia
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Nació el 19 de febrero de 1928 en Treinta y Tres. Sus padres fueron Luis Ramos y María Luisa Díaz.Casada con Alfredo Ferreira Chávez Fernández tiene tres hijos: Charisse, Rolando Dionisio y Marinoel.Según relatos extraídos del libro "Ser humano: ¿Héroe o Santo?", "luego de la tragedia, Dionisio la rescata y la deja el 10 de mayo en la casa del Alcalde Adelaida González y su esposa Braulio Miraballes. Su padre, Luis Ramos se encontraba en Yaguarón.A su regreso, el 13 de mayo luego de enterarse de todo lo sucedido, decide llevarse a su hija para la casa de sus padres en Costa de Corrales, pero su madre era anciana y enferma.""Poco más de un mes y debió buscar nuevo hogar para la niña: el de Quintín Nuñez y Felicia Fasciolo, que ya estaban en la Estancia "La Mini" en la tercera sección del departamento de Treinta y Tres. Allí quedó meses y años", según relata el Maestro Ariel Pinho en el libro "El Pequeño Dionisio".La propia Marina contaría años después: "Me crié en El Oro con mi abuela Felicia y el esposo Quintín Nuñez, fui a la escuela N° 4 de allí. Recuerdo que un día los niños me dijeron que ellos no eran mis padres, enojadísima por lo que me habían dicho. Cuando llegué a casa les pregunté si eso era verdad y me respondieron que allí, en aquella casa no se hablaba de ese tema.Muy obediente, bajé la cabeza y no dije nada.Al otro día al llegar a la escuela, como toda niña curiosa, le pregunto a la maestra si era verdad lo que mis compañeros me habían dicho. Entonces la maestra comprendiendo mi angustia y mis derechos me narra toda la historia.Al principio me sentía muy mal, porque mi hermano había entregado su vida a cambio de la mía."Con frecuencia iban excursiones a Treinta y Tres a conocerla y ella se sentía como "bicho raro". Entonces se escondía en un galponcito.Marina contó cierta vez: "Fui criada por familiares quienes me recibieron de inmediato a la tragedia. Estaba presentada por mi padre Luis Ramos y consta en la partida de nacimiento "de madre desconocida". De hecho legalmente no hay ningún antecedente que determine que soy hija de María Díaz, nieta de Juan Díaz y lo que es más importante, nada prueba que soy hermana de Dionisio.Solamente el hecho que la historia sea reciente y el testimonio de personas que saben lo sucedido demuestran que soy hermana de Dionisio.Este hecho comenzó a preocuparme. Es mi deseo que en mis documentos lleve el apellido Díaz. Yo soy Mariana Ramos Díaz y por lo tanto quiero llevar el apellido de mi madre y de quien dio la vida por mí: Dionisio. Soy la única sobreviviente de aquella familia que vivió a orillas del Arroyo El Oro y también procuro que aquellas cuadritas de campo, en donde en una noche oscura el viento sopló fuerte y en las que campeó la valentía de un niño que fue hombre, estén bajo mi responsabilidad".
 

Nacho

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Relato de los testigos

Hacía mucho frío: “la helada se había levantado con viento”, dijo uno de los testigos. Dionisio vestía una camisita de percal y pantalones cortos. Nada más. Sólo se había preocupado por la ropa de Marina. La de él, no importada.
Yelós recuerda “que había venido derecho y que en dos cañadas se había detenido porque sentía mucha sed. Sólo allí se había detenido. Se había echado de barriga para tomar agua”.
Pero nuestra emoción es ya incontenible cuando escuchamos este trozo de sus declaraciones: “Sentaba a su hermanita en el suelo, con cuidado para que no llorara, y se acostaba a tomar agua para luego levantarla en brazos. Siempre cuidando que el abuelo no se le apareciera en el camino.”
Tenía su vientre abierto. Y la fiebre le estaba invadiendo. Pero él , “machito y pico él”, solo pensó en salvar a Marina. Abrigándola, cuidándola.
Interrogamos a Luís Ramos, el padre de Marina, sobre la posibilidad de que la hermanita lo hubiera ayudado algo. Ramos fue categórico: “No ¡qué va a caminar! Allí a las cortitas si, pero la debió llevar en sus brazos. Marina pesaba, era gorda…Tenía 15 meses, ella es del 17 de Febrero”.
A Dionisio no le importó. Más allá de la mitad de esa mañana del 10 de Mayo, Dionisio ya estaba frente a los primeros ranchos del pueblo. No perdió tiempo y marchó directo hacia la casa de Adelaida González que era amigo de la familia, había sido policía y ahora era el alcalde. ¡Hasta en eso pensó Dionisio!
Lino Pereira, que era vecino de González, fue testigo del arribo de Dionisio: “El pobre llegó con la hermana. Había una helada que le volaba la pera” . “Menos mal que la gurisita no lloró”. “Yo le vi la herida”. “Vengo herido, el abuelo mató a mamá y al tío”, fue lo primero que dijo. Braulia salió corriendo y agarró a Marina. El Lalo (González) le dijo si quería que lo llevara en brazos y el gurí dijo: “No señor, ahora ya dejé la hijita”. “No don Lalo, ahora voy mejor.”
Dionisio marchó solito para la Comisaría. Allí sorprendió a Yelós y al agente Lemos tomando mate, sacándose el frío atrás de los ranchos.

· Los testigos de la escena.
Yelós escuchó el primer relato del niño. Lo recuerda así: “Apareció por el frente. Vimos que venía un niño y en las manos traía un atadito de ropa. Lo conocimos cuando estaba a unos 15 metros. A la hermana la dejó en la casa de Adelaida González que había sido policía y era alcalde, tenía un ranchito a media cuadra. Sus primeras palabras fueron: “ El abuelo mato a mi madre y al tío Eduardo y me hirió a mí”. No dijo que estaba herido. Lo acosté en mi cama. Mandé buscar a una vecina, pariente del padre de él, Clementina Núñez y le pedí que quedara allí cuidándolo. Venía fajado. Le dolía porque estaba con los intestino de afuera. No se podía apretar. Estaba malo. No se quejaba. Lo único que expresaba era rabia porque le habían matado la madre y al tío Eduardo.”
“Llamé al médico a Vergara y al Juez de Paz que también estaba en Vergara”.
Casi a dos horas de allí, en Vergara, a las 13 y 30 Víctor Prigue recibe un pedido para hacer un viaje. “Uno de los tantos” pensó. ¡Que equivocado estaba!
Aprontó su Ford 4. Levantó al Juez Abelardo Correa. Al médico Antonio Pisano y a los que serían testigos judiciales Salvador Acosta y Vicente Senosiain.
“Primero fuimos a la casa de la tragedia. No sabíamos que un niño había salvado a su hermana. Lo supimos recién por el policía que estaba en los ranchos”.
De acuerdo a lo dicho por Prigue, recién entre las 15 y 30 y 16 horas llegaron a la Comisaría donde el niño rubio de ojos azules esperaba para que lo salvaran desde la mañana.
Prigue relató: “Dionisio era hermoso. ¡Que precioso niño! Quedé muy mal cuando vi que tenía una puñalada por donde le salía un pedazo de intestino. Tenía otra puñalada más pequeña un poquito más abajo. en un brazo tenía un puntazo” Su color, pese a la sangre que había perdido era bueno”