Misterio en Los Canales Australes Hundimiento del rastreador A.R.A. "Fournier"1949

Nacho

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Misterio en Los Canales Australes Hundimiento del rastreador A.R.A. "Fournier"

A mediados de septiembre de 1949 , el patrullero Lautaro regresaba a su base en Punta Arenas, después de una comisión de reabastecimiento de faros en la parte oriental del estrecho de Magallanes. Al atracar al muelle, llamó la atención que el propio Almirante, Comandante en Jefe de la III Zona Naval, estuviese, en persona, esperando a la pequeña nave, junto a dos camiones cargados con víveres y elementos de auxilio y rescate. El Almirante subió rápido a bordo y se reunió con el Comandante en su camarote: ... ¿Qué pasaba? Poco después se supo. Una nave de guerra argentina, el aviso Fournier, había zarpado hacia una semana desde Puerto Belgrano, en la parte argentina de la Patagonia, con destino a Ushuaia y no se tenían noticias de él y la Armada de ese país pedia auxilio para encontrarlo.
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La misión asignada al Lautaro era aprovisionarse y zarpar de inmediato en busca del buque perdido, lo que se hizo en el brevísimo lapso de tan sólo una hora, sin tener tiempo la tripulación de ir a sus casas o siquiera avisar a sus familias de las cuales ya estaban ausentes largos dias.

Todas las consultas hechas a las autoridades navales argentinas, sobre la ruta que se suponía que habría debido seguir el buque, fueron infructuosas. Nadie decía nada. Ni siquiera informaron si es que el buque había dado alguna posición después del zarpe. La Armada Argentina estaba hermética.

El zarpe del Lautaro fue tan rápido y urgente, que apenas alejados algunas millas del puerto, el buque paró sus máquinas y todos los oficiales, 3 en total, nos reunimos para evaluar la situación, analizar las alternativas y determinar un plan de rebusca bien concebido. Este análisis de la situación dio el siguiente resultado: la ruta desde puerto Belgrano hasta cabo Dungeness, en la boca oriental del estrecho de Magallanes era una sola y bordeaba la costa argentina, por lo que no se justificaba un pedido de auxilio si el siniestro se hubiera producido en esa parte.
 
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Nacho

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Desde la latitud de punta Dungeness, el Comandante del Fournier pudo tomar dos rutas: una interior, por el estrecho de Magallanes, siguiendo los canales Magdalena, Balleneros y Canal del Beagle, hasta Ushuaia, y la otra, la ruta oceánica, bordeando por el Este de la isla grande de [[Tierra del Fuego; estrecho Le Maire entre la Isla de los Estados y la isla grande y Canal Beagle Oriental, hasta Ushuaia.

Se concluyó que lo más probable era que hubiera seguido la ruta interior. Como el Lautaro acababa de aprovisionar todos los faros del sector oriental del Estrecho, desde Punta Arenas hasta el faro Punta Dungeness, sin encontrar ninguna novedad y como además en esa zona existen numerosos faros y estancias con pobladores a los que nada pasa inadvertido, se descartó la posibilidad de encontrar la nave perdida, en esa zona. Por lo anterior, y resuelta ya la idea de maniobra a seguir, el Lautaro puso proa al sur, para explorar ambas orillas del Estrecho de Magallanes entre Punta Arenas y el faro Anxious, a la entrada del Canal Magdalena.

En los siguientes dias se continuó la exploración de los canales Balleneros; O'Brien, paso Timbales y Brazo Norweste del Canal Beagle, hasta la isla del Diablo, zona bien conocida por la tripulación del patrullero, pues desde su llegada, el año anterior, había hecho varios viajes a la Isla Navarino, donde comenzaba a nacer Puerto Williams.

Los dias pasaban y no aparecía ninguna pista que permitiera dar con la nave perdida. Se exploraron todas las salidas desde los canales al océano, tales como bahía Desolada, bahía Cook y ... nada. En forma muy inusual, a medida que el Lautaro avanzaba por el estrecho de Magallanes, iba encontrándose con buques de guerra argentinos, -algunos fondeados y otros navegando-. Al ser interrogados, pedían autorización y se unían al Lautaro, con lo que se fue conformando una verdadera flotilla que comenzó con tres naves, llegando a juntar un total de 8.

El Lautaro tomó el control de la operación de rebusca y distribuyó las zonas de exploración de acuerdo a las condiciones marineras de cada nave. Así pasaron varios dias más -14 desde el zarpe de Punta Arenas-sin que se hubiera encontrado el menor indicio del buque perdido. Es difícil describir la enorme frustración que se experimenta en tales casos. No es frecuente que una nave con 69 tripulantes a bordo desaparezca sin dejar ningún rastro. Todo lo que se podía hacer era esperar ayuda divina ... y la ayuda, ¡por fin llegó!

Muy desmoralizados, los 5 buques de la flotilla, el Lautaro y 4 naves argentinas, fondearon ese anochecer en puerto Morris. Al comentar los sucesos del dia, antes de planificar el trabajo para el día siguiente, en reunión de Comandantes con sus Oficiales de Operaciones, el Comandante del buque argentino Spiro, gemelo del Fournier, sorprendido comentó que navegando frente a caleta Zig-Zag, a la altura de puerto Cono, -a la entrada del canal Gabriel-, había visto a un poblador tan despistado, que en su bote tenía izada la Bandera de Chile al revés, es decir con la estrella hacia abajo y el color rojo hacia arriba.

Los chilenos saltamos en el acto y le explicamos al argentino que esa acción del poblador no era descuido ni ignorancia, sino que al izar la bandera en esa forma el hombre estaba pidiendo auxilio. Como la noche estaba ya muy avanzada y el tiempo tampoco era bueno, se acordó que los zarpes del día siguiente se harían una hora más temprano y que el Spiro se dirigiría de inmediato a Caleta Zig-Zag, para ver qué es lo que requería el poblador, lo que informaría de inmediato a todos los buques de la flotilla. Esta fue la primera señal útil que se obtuvo para empezar a desentrañar el misterio, hasta ahora insoluble, de un barco perdido sin dejar rastro. Aún no comenzaba a amanecer cuando los buques tocaron repetido y zarparon a sus zonas asignadas de rebusca.

El Spiro se dirigió a todo andar a caleta Zig-Zag, donde fondeó y envió un bote a tierra al mando de un Teniente. En tierra el poblador, hijo de chilote y yagana, le informó que unos 20 días atrás, había visto pasar un bote, llevado por la corriente. Echó su chalana al agua y lo alcanzó, encontrando dentro de él a dos cadáveres de marinos. Remolcó el bote hasta la orilla y para evitar que los cuerpos fuesen comidos por los perros, procedió a enterrarlos en la playa de arena y al ver pasar las naves frente a su casa, les izó la bandera al revés para pedir auxilio. El velo que cubría el enigmático episodio empezó a descorrerse. El Spiro llamó por radio al resto de los buques y todos concurrimos velozmente al lugar del hallazgo.

La noticia fue transmitida a la III Zona Naval y de ahí a las autoridades navales argentinas, las que ordenaron el despacho de tres naves más, para proseguir la búsqueda, entre ellos una nave de la Flota de Mar. Era un hecho que no había sobrevivientes; que el Fournier había violado la soberanía chilena entrando sin permiso a sus aguas interiores, y que se había hundido totalmente en un punto cercano a caleta Zig-Zag, en el llamado seno Magdalena. El área de rebusca se reducía ahora a una de 20 por 25 millas solamente, lo que facilitaba mucho nuestro trabajo.

La III Zona Naval pidió apoyo aéreo al mando de la Fuerza Aérea de Chile en Punta Arenas, el que dispuso la instalación de una cámara filmadora en un avión de caza A-24 para fotografiar toda la costa en busca de restos o de más cadáveres. Dos naves argentinas fueron enviadas a recorrer el canal Gabriel, el Cascada y el Seno Almirantazgo, en busca de restos náufragos. En la orilla del canal Gabriel fueron encontrados los cuerpos sin vida de dos marineros más, y como el invierno austral aún no terminaba y el clima en general continuaba frío y seco, los restos estaban en buen estado de conservación, pero con su piel ennegrecida, quemada por el frío.

En estas rebuscas el aviso Spiro tocó fondo en una roca y dado el estado de ansiedad y nerviosismo de su tripulación, el buque fue abandonado por algunos minutos. Al comprobarse que el buque no se hundía, la tripulación volvió a bordo y el buque flotó con la marea. Otra de las naves argentinas, el buque hidrográfico Bahía Blanca también chocó con una roca, pero la reacción de su tripulación fue menos dramática.

La base de la FACH, en bahía Catalina, llamó por telefonía al patrullero Lautaro y le comunicó que una vez revelada la película había aparecido una imagen, algo difusa, que parecía ser una balsa con varias figuras humanas en su interior. Dada la premura con que se había hecho la filmación y lo precario del sistema, informaban que no les era posible ubicar con exactitud el lugar de este nuevo hallazgo.
 
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Nacho

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Utilizando un método poco científico pero efectivo, el Lautaro zarpó y se ubicó frente a un punto conocido, donde se iniciaba la filmación, y desde allí navegó la costa siguiendo una ruta paralela a la que había hecho el avión, comparando los accidentes de la costa con las imágenes de la película. El método era lento pero seguro, faltaba alrededor de una hora para llegar a la probable ubicación de la balsa, cuando se agotó la luz diurna. La expectación era tan grande que la rebusca no se suspendió, continuándose con la luz del proyector del buque. Al llegar al punto estimado, se mandó a tierra una chalupa ballenera, a cargo de un Teniente.

La noche estaba clara, había luna llena pero negros nubarrones la cubrían por momentos, dándole al escenario un macabro dramatismo. El teniente, a su regreso, muy emocionado, relató un hallazgo dantesco. A unos 20 m de la playa, medio iluminada por la luz azuleja del proyector apareció ante sus ojos un cuadro terrible: una balsa con cinco cuerpos sentados en la borda, con los pies hacia adentro, abrazados y acurrucados unos contra otros. Todos llevaban capotes o gruesas ropas de abrigo. La piel de todos ellos estaba ennegrecida por efecto del intenso frio. Era evidente que murieron antes de llegar a la orilla; la causa: el frío austral.

El traslado de los restos mortales de estos marinos fue largo y penoso. Fueron embarcados en una chalupa y llevados a bordo del Lautaro, donde fueron colocados respetuosamente en toldilla, cubiertos con pabellones chilenos, excepto el Comandante, que fue cubierto con la única Bandera de Argentina existente a bordo.

Una primera identificación, por sus prendas e insignias, indicó que se trataba del Comandante de la nave, su Segundo Comandante, el Oficial de Guardia, un Sargento enfermero y un Cabo, posiblemente el timonel de guardia.

Todos los relojes marcaban la misma hora, las 5 h y 25 min, lo que nos hace suponer que a esa hora se produjo el naufragio o que por lo menos a esa hora los hombres cayeron al agua.

Sin duda el accidente fue repentino y su desenlace rápido, ya que el buque no tuvo tiempo para lanzar un S.O.S. marítimo.

El día del naufragio fue también determinado y fue el mismo día en que el chilote encontró el bote con los dos primeros cadáveres. Lo anterior coincide con un avistamiento nocturno que comunicó el faro de punta Delgada, en la primera angostura del Estrecho de Magallanes, informando el paso de un buque oscurecido y que no respondió a las llamadas de identificación que se le ordenaron. Con todos estos datos sólo faltaba identificar el lugar exacto del naufragio y su causa.

La III Zona Naval envió a la barcaza Isaza a puerto Morris con un grupo de expertos en identificación y 9 ataúdes para trasladar los restos de los náufragos fallecidos a Punta Arenas y luego repatriarlos a Argentina. La rebusca continuó diez días más y cuando el tiempo mejoró, se solicitó exploración aérea, la que ahora se efectuó con un hidroavión Catalina, el que tras varias horas de vuelo avistó una mancha de petróleo que desaparecía con el oleaje y el viento y que reaparecía con la calma, en el mismo sitio.

No cabía duda, bajo esa mancha y a 250 m de profundidad se encontraba el casco del infortunado Fournier y buena parte de su tripulación. Ahora sólo faltaba determinar la causa del accidente. El Fournier era una nave tipo "aviso", buque ligero de poco tonelaje, de casco fino y alto, de poca manga, lo que lo hacía un barco "celoso", de poca estabilidad transversal. Además el buque venía con bastante carga en cubierta, lo que aumentaba su inestabilidad.

El informe obtenido de las anotaciones en el bitácora del Lautaro, coincidentes con los registros del Servicio Meteorológico de Punta Arenas, indicaban que ese día hubo un fuerte temporal de viento del norweste en esa parte del estrecho de Magallanes, y nuestra experiencia nos indicaba que en el seno Magdalena -lugar del accidente-, con esos vientos, el mar se torna excepcionalmente violento debido a la configuración de la costa y de los cerros que encajonan el viento. Cerca del lugar del naufragio, existe un bajo fondo de 7 m. En bajamar el Fournier calaba unos tres metros y medio, pero con un oleaje fuerte, como el de esa siniestra noche de tormenta, en una cabezada dura bien pudo haber golpeado su casco en la roca y haber sufrido una avería mayor que causara su hundimiento. Esta última hipótesis, aunque posible, fue descartada, ya que una nave, por muy grande que sea la vía de agua, tarda algunos minutos en hundirse y da tiempo suficiente para transmitir una señal de auxilio, lo que en este caso no ocurrió.

El análisis completo, documentado y ponderado, concluyó en que el aviso Fournier se dio vuelta de campana por la banda de babor, golpeado por una sucesión de olas de gran tamaño, generadas por la fuerte tormenta del noroeste, en el seno Magdalena, peligro conocido por los marinos chilenos que navegan esas aguas, pero ignorado por los infortunados argentinos. Al volcarse la nave, sólo pudieron saltar o cayeron al mar los hombres que iban de guardia en el puente y que fueron los encontrados en la balsa; algunos tripulantes que estaban en pie a esa hora pudieron echar un bote al agua, que fue el encontrado por el poblador de Caleta Zig-Zag, más los otros que cayeron al agua y que fueron encontrados en el canal Gabriel, suman 9, de los 60 tripulantes restantes no se encontró nada, a pesar de una meticulosa rebusca efectuada por naves chilenas y argentinas durante unos 10 dias. Solo se encontraron restos de la carga que iba en cubierta y algunos elementos de la estructura del buque, semidestrozados por la fuerza de la olas.

Mientras se efectuaba la rebusca final, se desató otro temporal de gran intensidad. El Lautaro aprovechó para hacer una interesante experiencia: lanzó al agua una balsa similar a las del Fournier, con un peso equivalente al de las 5 personas, en el supuesto lugar del hundimiento, para estudiar su comportamiento. Esta balsa demoró una hora y media en llegar a la costa y arribó a un punto muy cercano del que se encontró la balsa del Fournier. Esto terminó por corroborar toda la hipótesis del naufragio, como también el hecho de que todos los tripulantes cuyos restos fueron encontrados, cayeron al mar y que después se subieron a la balsa y al bote, donde murieron de frió, en menos de 90 minutos, por el enfriamiento resultante del efecto de la evaporación del agua de sus ropas, causado por el viento.

En el intertanto, la Prensa escrita, tanto chilena como argentina, cubria las noticias del naufragio a grandes titulares. No faltaron las especulaciones ... el aspecto ennegrecido de la piel de los cuerpos encontrados se habría debido a la explosión de una bomba atómica que trasladaba el Fournier hasta Ushuaia. Cabe recordar que en esa época Argentina anunciaba importantes experimentos atómicos -Proyecto Huemul- en Lago Nahuel Huapi, cerca de Bariloche.

Primó la cordura y esta audaz suposición fue descartada. La esforzada labor de los buques chilenos fue ampliamente reconocida por la armada y gobierno argentinos, tanto que su Presidente, Juan Domingo Perón, extendió una invitación especial para que el patrullero Lautaro fuera a Buenos Aires a recibir los agradecimientos del pueblo argentino por un trabajo sin descanso e ininterrumpido de más de un mes, en una zona inhóspita y de clima muy duro, sin volver a sus hogares que se encontraban a pocas millas de distancia.

El gobierno chileno declinó la invitación. No se podía dejar de lado el hecho de que el accidente se había producido mientras se llevaba a cabo una acción no autorizada por parte de la Armada Argentina. Pese a lo anterior, el Gobierno argentino, por intermedio de su Armada, decidió condecorar a los oficiales y algunos tripulantes del patrullero Lautaro, distinción que se entregó, tiempo más tarde, en la Embajada Argentina en Santiago de Chile.

Este relato está basado en hechos reales y auténticos, en los cuales su autor participó como 2° Comandante y Oficial de Operaciones del patrullero Lautaro, con el grado de Teniente 2°.

Hugo Alsina Calderón, Capitán de Navio de la Armada de Chile.

Nota Mía de Mi: El aspecto negro y quemado de los cuerpos encontrados, hizo especular que habían muerto por explosión de material relacionado con el programa nuclear de Argentina
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"Toda acción humanitaria implica riesgos", Paradoja en el Beagle.

Es diciembre de 1978 y el comandante Adolfo Cruz Labarthe navega a bordo del crucero "Prat", buque insignia de la Escuadra, como jefe de Artillería y Misiles. ¿Su misión? Hacer blanco en la Flota de Mar de Argentina si es que la disputa por las islas Picton, Nueva y Lennox termina en la guerra que nadie quiere. Cuatro años después, el 4 de mayo de 1982, el oficial está otra vez en el canal del diferendo, ahora al mando del "Piloto Pardo". Su objetivo es encontrar a la dotación del crucero "Belgrano", ícono de la flota trasandina, hundido hace dos días por el submarino inglés "Conqueror". Cruz y sus 87 chilenos van por eventuales sobrevivientes a una porción del Atlántico Sur donde, ahora, la guerra es real.
La orden del almirante José Toribio Merino sorprendió a Cruz en el canal Wakefield, al suroeste de Punta Arenas, donde el "Pardo" hacía trabajos hidrográficos. De inmediato fijaron rumbo al este, embarcaron personal médico de Puerto Williams y se pusieron a disposición de los argentinos.
La búsqueda era apremiante. Antes de que el "Belgrano" zozobrara al sur de las islas Malvinas -fuera de la Zona de Exclusión de 200 millas fijada por Londres-, los sobrevivientes abordaron 50 balsas salvavidas.
Afuera, el escenario era adverso. Marejadas, vientos, frío, neblina y poca visibilidad complicaban el trabajo de los destructores "Piedrabuena" y "Bouchard", escoltas del "Belgrano", más el patrullero "Gurruchaga" y el buque polar "Bahía Paraíso", todos argentinos, a cargo del salvamento. El paso de las horas y la dispersión de las balsas por las corrientes marinas hacían necesario el apoyo del "Pardo".
A esas alturas faltaba ubicar 11 de las 50 balsas.
"El comandante del 'Bahía Paraíso' -que había asumido el mando y control de la búsqueda-, Ismael Jorge García, me recomendó expresamente no sobrepasar el límite de la Zona de Exclusión que había anunciado el Reino Unido", recuerda el capitán (r) Adolfo Cruz, quien 30 años después relata episodios desconocidos de la única misión que llevó a una dotación chilena al teatro de guerra de las islas Malvinas.

Estaban condenados
El primer contacto ocurrió el 7 de mayo, a las 12:15 horas, cuando se divisó una balsa semihundida. Buzos del "Pardo" la izaron con una grúa, mientras los dos helicópteros del buque despegaban en busca de más botes de emergencia. En total, ubicaron diez. Eran todos los que faltaban. Y estaban dentro de la zona de exclusión británica.
Pero pronto la expectación que se había apoderado de la cubierta del "Pardo" se transformaría en amargura. Al revisar la primera balsa aparecieron dos cuerpos de marinos argentinos. Su estado reveló que incluso a salvo del naufragio del "Belgrano", muchos estaban condenados a perecer.
"Las balsas tipo Beaufort con que contaba el 'Belgrano' permiten mantener hasta 25 personas en su interior por varios días o semanas, si son operadas correctamente", explica Cruz.
Pero con 1.093 hombres a bordo, la guerra había obligado a embarcar en el crucero argentino a gran cantidad de conscriptos a los que nadie enseñó cómo usar los botes de salvamento.
"Nuestro análisis de las balsas rescatadas permite evidenciar que los náufragos no tenían conocimiento de ellas, de su funcionamiento ni de su operación", detalla el oficial chileno.
El error capital fue no preservar su condición hermética. El protocolo indica que los náfragos deben abandonar su buque sin mojarse y permanecer sentados, sin zapatos, en el piso del bote salvavidas, que tiene un doble fondo para aislarlo del frío del océano. Tanto el suelo como la estructura y el techo de la balsa deben ser inflados constantemente con bombines para mantenerlos en forma. Y nadie, salvo el líder, debe asomarse al exterior para evitar que ingrese agua por lluvia u oleaje.
El ruido de los aviones argentinos que buscaban a los náufragos alteró todo a bordo.
"Por desesperación, las balsas habían sido destruidas con cuchillas por los propios náufragos, lo que se pudo comprobar por las rajaduras en los techos. El agua ingresó al piso en que debían estar sentados y se mojaron totalmente", cuenta Cruz. "La mayor cantidad de bajas del 'Belgrano' (323 en total) se produjo por hipotermia después del abandono de la nave, aun dentro de las balsas, por haberse mojado los cuerpos", agrega.
El "Pardo" había recuperado cinco balsas -las demás estaban vacías- e iba por las otras seis cuando Cruz recibió un llamado del comandante del "Bahía Paraíso". "Nos informó que había recibido órdenes superiores de comunicarme que debíamos dar término de inmediato a nuestra cooperación y abandonar la zona, escoltados hasta nuestro ingreso al canal Beagle", recuerda el comandante chileno.
Aunque Cruz insistió porque tenía las seis balsas muy cerca, los argentinos no cedieron. El "Bahía Paraíso" se ubicó a una milla y media de distancia y acompañó al "Pardo" hasta el ingreso al Beagle. En el trayecto el comandante García le explicó que el Reino Unido había ampliado la Zona de Exclusión a sólo 12 millas de la costa argentina. Ahora el bloqueo era total.
"(Los argentinos) tenían el presentimiento de que los británicos podrían atacar al 'Pardo' e involucrarlos a ellos", piensa ahora Cruz para explicarse el súbito giro de los trasandinos.
Un helicóptero del "Pardo" entregó los cuerpos encontrados al "Bahía Paraíso". La misión había terminado.
"Un profundo sentimiento de tristeza se apoderó de toda mi tripulación cuando maniobrábamos para rescatar los dos cuerpos encontrados, por su juventud."
Capitán de navío (r) Adolfo Cruz
COMANDANTE DEL "PILOTO PARDO" EN 1982
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Un aporte salflatystico:

Relato de Solari Parravicini

"Una noche, éramos en mi taller varios amigos en amena charla", en un almuerzo amigo. "Éramos varios y uno de ellos dijo: “Experimento una rara sensación que no puedo explicarla, pero me angustia”.
Entonces, según los presentes, yo exclamé en fuerte grito:
¡Qué terrible! ¿Por qué mi compañero de cabina me mira con un desmesurado ojo abierto? ¿Por qué las almohadas y los objetos flotan contra el techo? ¿Por qué estoy bajo el agua salada del mar? ¡Oh! ¡Qué frío espantoso! ¿Por ello gritan hombres que no veo? Pero ya veo el fondo del mar en noche. ¿Por qué mi cuerpo está en la cama y camino la cubierta entre peces y hombres muertos?".
Alguien dice: "El barco se hundió, fue una explosión de los artefactos ocultos, fue imprevista y lo despedazó."
"El sabio que traía el artefacto con dos personas más, viajan en una chalupa con provisiones hacia la costa, pero morirán de frío; otra chalupa igual va, e igual perecerá.
“Estoy en el mar, estoy en la cabina, soy sin cuerpo, no sé quién soy, mas tengo manos que se crispan; y el que habló, prosigue nombrando en llamado a la tripulación”, “Apunten sus nombres para avisar a las familias, porque todos están ahogados. Nada sabrá nadie hasta dentro de tres días, será necesario que así sea y suceda”
Aquí desperté de un trance que no advertí. Estaba helado como los amigos. ¡Mi estudio olía a mar!
Tres días después los diarios de la mañana anunciaron el "Naufragio del Fournier"