La Peste Negra

Nacho

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En los Cuento infantiles esta se toca esta pesadilla
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En 1348, una enfermedad terrible y desconocida se propagó por Europa, y en pocos años sembró la muerte y la destrucción por todo el continente

A mediados del siglo XIV, entre 1346 y 1347, estalló la mayor epidemia de peste de la historia de Europa, tan sólo comparable con la que asoló el continente en tiempos del emperador Justiniano (siglos VI-VII). Desde entonces la peste negra se convirtió en una inseparable compañera de viaje de la población europea, hasta su último brote a principios del siglo XVIII. Sin embargo, el mal jamás se volvió a manifestar con la virulencia de 1346-1353, cuando impregnó la conciencia y la conducta de las gentes, lo que no es de extrañar. Por entonces había otras enfermedades endémicas que azotaban constantemente a la población, como la disentería, la gripe, el sarampión y la lepra, la más temida. Pero la peste tuvo un impacto pavoroso: por un lado, era un huésped inesperado, desconocido y fatal, del cual se ignoraba tanto su origen como su terapia; por otro lado, afectaba a todos, sin distinguir apenas entre pobres y ricos. Quizá por esto último, porque afectaba a los mendigos, pero no se detenía ante los reyes, tuvo tanto eco en las fuentes escritas, en las que encontramos descripciones tan exageradas como apocalípticas.

Sobre el origen de las enfermedades contagiosas circulaban en la Edad Media explicaciones muy diversas. Algunas, heredadas de la medicina clásica griega, atribuían el mal a los miasmas, es decir, a la corrupción del aire provocada por la emanación de materia orgánica en descomposición, la cual se transmitía al cuerpo humano a través de la respiración o por contacto con la piel. Hubo quienes imaginaron que la peste podía tener un origen astrológico –ya fuese la conjunción de determinados planetas, los eclipses o bien el paso de cometas– o bien geológico, como producto de erupciones volcánicas y movimientos sísmicos que liberaban gases y efluvios tóxicos. Todos estos hechos se consideraban fenómenos sobrenaturales achacables a la cólera divina por los pecados de la humanidad.

De las ratas al hombre
Únicamente en el siglo XIX se superó la idea de un origen sobrenatural de la peste. El temor a un posible contagio a escala planetaria de la epidemia, que entonces se había extendido por amplias regiones de Asia, dio un fuerte impulso a la investigación científica, y fue así como los bacteriólogos Kitasato y Yersin, de forma independiente pero casi al unísono, descubrieron que el origen de la peste era la bacteria yersinia pestis, que afectaba a las ratas negras y a otros roedores y se transmitía a través de los parásitos que vivían en esos animales, en especial las pulgas (chenopsylla cheopis), las cuales inoculaban el bacilo a los humanos con su picadura. La peste era, pues, una zoonosis, una enfermedad que pasa de los animales a los seres humanos. El contagio era fácil porque ratas y humanos estaban presentes en graneros, molinos y casas –lugares en donde se almacenaba o se transformaba el grano del que se alimentan estos roedores–, circulaban por los mismos caminos y se trasladaban con los mismos medios, como los barcos.
La bacteria rondaba los hogares durante un período de entre 16 y 23 días antes de que se manifestaran los primeros síntomas de la enfermedad. Transcurrían entre tres y cinco días más hasta que se produjeran las primeras muertes, y tal vez una semana más hasta que la población no adquiría conciencia plena del problema en toda su dimensión. La enfermedad se manifestaba en las ingles, axilas o cuello, con la inflamación de alguno de los nódulos del sistema linfático acompañada de supuraciones y fiebres altas que provocaban en los enfermos escalofríos, rampas y delirio; el ganglio linfático inflamado recibía el nombre de bubón o carbunco, de donde proviene el término «peste bubónica». La forma de la enfermedad más corriente era la peste bubónica primaria, pero había otras variantes: la peste septicémica, en la cual el contagio pasaba a la sangre, lo que se manifestaba en forma de visibles manchas oscuras en la piel –de ahí el nombre de «muerte negra» que recibió la epidemia–, y la peste neumónica, que afectaba el aparato respiratorio y provocaba una tos expectorante que podía dar lugar al contagio a través del aire. La peste septicémica y la neumónica no dejaban supervivientes.

Origen y propagación
La peste negra de mediados del siglo XIV se extendió rápidamente por las regiones de la cuenca mediterránea y el resto de Europa en pocos años. El punto de partida se situó en la ciudad comercial de Caffa (actual Feodosia), en la península de Crimea, a orillas del mar Negro. En 1346, Caffa estaba asediada por el ejército mongol, en cuyas filas se manifestó la enfermedad. Se dijo que fueron los mongoles quienes extendieron el contagio a los sitiados arrojando sus muertos mediante catapultas al interior de los muros, pero es más probable que la bacteria penetrara a través de ratas infectadas con las pulgas a cuestas. En todo caso, cuando tuvieron conocimiento de la epidemia, los mercaderes genoveses que mantenían allí una colonia comercial huyeron despavoridos, llevando consigo los bacilos hacia los puntos de destino, en Italia, desde donde se difundió por el resto del continente.

Una de las grandes cuestiones que se plantean es la velocidad de propagación de la peste negra. Algunos historiadores proponen que la modalidad mayoritaria fue la peste neumónica o pulmonar, y que su transmisión a través del aire hizo que el contagio fuera muy rápido. Sin embargo, cuando se afectaban los pulmones y la sangre la muerte se producía de forma segura y en un plazo de horas, de un día como máximo, y a menudo antes de que se desarrollara la tos expectorante, que era el vehículo de transmisión. Por tanto, dada la rápida muerte de los portadores de la enfermedad, el contagio por esta vía sólo podía producirse en un tiempo muy breve, y su expansión sería más lenta.

Los indicios sugieren que la plaga fue, ante todo, de peste bubónica primaria. La transmisión se produjo a través de barcos y personas que transportaban los fatídicos agentes, las ratas y las pulgas infectadas, entre las mercancías o en sus propios cuerpos, y de este modo propagaban la peste, sin darse cuenta, allí donde llegaban. Las grandes ciudades comerciales eran los principales focos de recepción. Desde ellas, la plaga se transmitía a los burgos y las villas cercanas, que, a su vez, irradiaban el mal hacia otros núcleos de población próximos y hacia el campo circundante. Al mismo tiempo, desde las grandes ciudades la epidemia se proyectaba hacia otros centros mercantiles y manufactureros situados a gran distancia en lo que se conoce como «saltos metastásicos», por los que la peste se propagaba a través de las rutas marítimas, fluviales y terrestres del comercio internacional, así como por los caminos de peregrinación. Estas ciudades, a su vez, se convertían en nuevos epicentros de propagación a escala regional e internacional. La propagación por vía marítima podía alcanzar unos 40 kilómetros diarios, mientras que por vía terrestre oscilaba entre 0,5 y 2 kilómetros, con tendencia a aminorar la marcha en estaciones más frías o latitudes con temperaturas e índices de humedad más bajos. Ello explica que muy pocas regiones se libraran de la plaga; tal vez, sólo Islandia y Finlandia.

A pesar de que muchos contemporáneos huían al campo cuando se detectaba la peste en las ciudades (lo mejor, se decía, era huir pronto y volver tarde), en cierto modo las ciudades eran más seguras, dado que el contagio era más lento porque las pulgas tenían más víctimas a las que atacar. En efecto, se ha constatado que la progresión de las enfermedades infecciosas es más lenta cuanto mayor es la densidad de población, y que la fuga contribuía a propagar el mal sin apenas dejar zonas a salvo; y el campo no escapó de las garras de la epidemia. En cuanto al número de muertes causadas por la peste negra, los estudios recientes arrojan cifras espeluznantes. El índice de mortalidad pudo alcanzar el 60 por ciento en el conjunto de Europa, ya como consecuencia directa de la infección, ya por los efectos indirectos de la desorganización social provocada por la enfermedad, desde las muertes por hambre hasta el fallecimiento de niños y ancianos por abandono o falta de cuidados.

Las cifras del horror
La península Ibérica, por ejemplo, pudo haber pasado de seis millones de habitantes a dos o bien dos y medio, con lo que habría perecido entre el 60 y el 65 por ciento de la población. Se ha calculado que ésta fue la mortalidad en Navarra, mientras que en Cataluña se situó entre el 50 y el 70 por ciento. Más allá de los Pirineos, los datos abundan en la idea de una catástrofe demográfica. En Perpiñán fallecieron del 58 al 68 por ciento de notarios y jurisperitos; tasas parecidas afectaron al clero de Inglaterra. La Toscana, una región italiana caracterizada por su dinamismo económico, perdió entre el 50 y el 60 por ciento de la población: Siena y San Gimignano, alrededor del 60 por ciento; Prato y Bolonia algo menos, sobre el 45 por ciento, y Florencia vio como de sus 92.000 habitantes quedaban poco más de 37.000. En términos absolutos, los 80 millones de europeos quedaron reducidos a tan sólo 30 entre 1347 y 1353.

Los brotes posteriores de la epidemia cortaron de raíz la recuperación demográfica de Europa, que no se consolidó hasta casi una centuria más tarde, a mediados del siglo XV. Para entonces eran perceptibles los efectos indirectos de aquella catástrofe. Durante los decenios que siguieron a la gran epidemia de 1347-1353 se produjo un notorio incremento de los salarios, a causa de la escasez de trabajadores. Hubo, también, una fuerte emigración del campo a las ciudades, que recuperaron su dinamismo. En el campo, un parte de los campesinos pobres pudieron acceder a tierras abandonadas, por lo que creció el número de campesinos con propiedades medianas, lo que dio un nuevo impulso a la economía rural. Así, algunos autores sostienen que la mortandad provocada por la peste pudo haber acelerado el arranque del Renacimiento y el inicio de la «modernización» de Europa.



PARA SABER MÁS

La Peste Negra (1346-1353). La historia completa. Ole Benedictow. Akal, Madrid, 2011.

A juzgar por la inflamación de los ganglios linfáticos que producía, se trató de una epidemia de Peste Bubónica.

Para algunos tratadistas antiguos existieron desde el punto de vista médico otras variantes: La peste septicémica, que dejaba sentir sus efectos sobre la sangre, y la neumónica, que producía inflamación pulmonar.


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Si bien era posible que en algunas ocasiones el enfermo se recuperase de la primera, las otras resultaban casi siempre mortales.

La peste es causada por la bacteria Yersinia pestis que se contagia por las pulgas con la ayuda de la rata negra (Rattus rattus) - que podríamos llamar hoy la rata de cloaca.


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Muchos creen que las ratas proliferaron debido a la mala fama que poseian los gatos como animales del demonio que acompañaban a las brujas.


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Eso provoco que los gatos fueran perseguidos y ahuyentados con la consecuente desaparicion del principal controlador de la poblacion de ratas.
Miles de gatos fueron quemados en las hogueras, algunos junto sus dueñas al considerarlos sus servidores y la encarnación del Maligno



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La peste pulmonar es una de varias formas de peste, que pueden ocurrir de manera separada o en combinación, dependiendo de las circunstancias:

La peste pulmonar ocurre cuando la Yersinia pestis infecta los pulmones.

Este tipo de peste puede propagarse de persona a persona a través del aire.

La peste pulmonar también puede propagarse al inhalar la Yersina pestis suspendida en las gotas minúsculas que se forman en las vías respiratorias de una persona (o animal) que sufre de peste pulmonar.

Para infectarse de esta manera, por lo general se requiere que una persona esté en contacto directo y cercano con una persona o animal enfermo.

La peste pulmonar también puede darse si una persona que sufre de peste bubónica o peste septicémica no recibe el tratamiento pertinente y la bacteria entra a los pulmones.

La peste bubónica es la peste más común . Esto ocurre cuando una pulga infectada pica a una persona o cuando ésta se infecta con materiales contaminados que entran por algún corte en la piel.


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A los pacientes se le hinchan y duelen los ganglios (llamados bubones), tienen fiebre, dolor de cabeza, escalofríos y se sienten débiles.
La peste bubónica no se propaga de una persona a otra.

La peste septicémica ocurre cuando la bacteria de la peste se multiplica en la sangre por sí sola o a consecuencia de una complicación de la peste pulmonar o bubónica.

Cuando ocurre pos sí sola, se da de la misma manera como se da la peste bubónica, pero, no se forman bubones. Los pacientes presentan fiebre, escalofríos, postración, shock y hemorragia en la piel o en otros órganos. La peste septicémica no se propaga de una persona a otra.


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No está enteramente claro dónde comenzó la mayor epidemia del siglo XIV, quizá en algún lugar por el norte de la India, pero más probablemente en las estepas de Asia central, desde donde fue llevada al oeste por los ejércitos mongoles.

La peste fue traída a Europa por la ruta de Crimea, donde la colonia genovesa de Kaffa (Feodosiya) fue asediada por los mongoles.

La Historia dice que los mongoles lanzaban con catapultas los cadáveres infectados dentro de la ciudad.

Los refugiados de Kaffa llevaron después la peste a Messina, Génova y Venecia, alrededor de 1347/1348. Algunos barcos no llevaban a nadie vivo cuando alcanzaron puerto.

Desde Italia la peste se extendió por Europa afectando a Francia, España, Inglaterra (en Junio de 1348) y Bretaña, Alemania, Escandinavia y finalmente el noroeste de Rusia alrededor de 1351.


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Se pensaba entonces que los monjes mendicantes, los peregrinos, los soldados que regresaban a sus casas eran el vehículo para la introducción de las grandes epidemias de un país a otro.

Esto pudo ser en parte cierto, pero sin duda el comercio fue más peligroso ya que los barcos llegaban a puerto y descargaban junto con las mercancías las ratas infectadas procedentes de países donde la enfermedad era endémica.
Este fue sin duda el medio mayor de difusión.


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Médico alemán con vestimenta para prevenir el contagio de la peste (siglo XVII).
El pico es una máscara de gas primitiva, rellena con sustancias aromaticas que se pensaba alejaban la peste


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Según las fuentes se hablan de una mortandad de incluso 3/4 partes de la población a consecuencia de la peste y es que se estima murieron más de 25 millones de personas solo en Europa.

La información sobre mortalidad varía ampliamente entre las fuentes, pero se estima que alrededor de un tercio de la población de Europa murió desde el comienzo del brote a mitad del siglo XIV.


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Aproximadamente 25 millones de muertes tuvieron lugar sólo en Europa junto a muchas otras en África y Asia. Algunas localidades fueron totalmente despobladas con los pocos supervivientes huyendo y expandiendo a enfermedad aún más lejos.

El descenso demográfico fue en algunas zonas realmente terrorífico.


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En China y en la India por ejemplo, la peste produjo entre los enfermos que la contrajeron una mortandad que iba del 60 al 90%, los índices de la pulmonar fueron prácticamente del 100%, de ahí que los cronistas de la época nos hablen de que desapareció una cuarta parte, la mitad, o incluso nueve décimas partes de la población.

La gran pérdida de población trajo cambios económicos basados en el incremento de la movilidad social según la despoblación erosionaba las obligaciones de los campesinos (ya debilitadas) a permanecer en sus tierras tradicionales.


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Muchos creían que la peste bubónica no era sino una especie de plaga bíblica que se abatía sobre los hombres para castigarlos por sus pecados.

Este clima de histeria y fanatismo religioso provocó que muchas personas comenzaran a automutilarse como forma de redención y penitencia.


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Se hicieron muy populares las llamadas procesiones de flagelantes, que recorrían ciudades y pueblos azotándose con varas y látigos cual si del mismísimo Juicio Final se tratase, desgarrando sus carnes e implorando el perdón entre charcos de sangre.


La repentina escasez de mano de obra barata proporcionó un incentivo para la innovación que rompió el estancamiento de las épocas oscuras y, algunos argumentan, causó el Renacimiento, a pesar de que el Renacimiento ocurriera en algunas zonas (tales como Italia) antes que en otras.

A causa de la despoblación, sin embargo, los europeos supervivientes llegaron a ser los mayores consumidores de carne para una civilización anterior a la agricultura industrial.


Recientemente, los científicos Susan Scott y Christopher Duncan de la Universidad de Liverpool han propuesto la teoría de que la peste negra pudo haber sido causada por un virus similar al del Ébola, y no una bacteria.


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Argumentan que esta plaga se extiendió mucho más deprisa y el periodo de incubación fue más largo que en el caso de las plagas causadas por Yersinia pestis. (Un periodo de incubación más largo permite que los portadores de la enfermedad puedan viajar más lejos e infectar a más personas que un periodo de incubación más corto.

Los estudios realizados a partir de los documentos en iglesias inglesas indican un largo periodo de incubación, de más de 30 días, y que pudo haber contribuido a la rápida propagación de la enfermedad, de hasta 5 km al día.

La peste negra se propagó por zonas donde no hay ratas, como Islandia, fue transmitida entre personas (lo que ocurre raramente con Yersinia pestis) y algunos genes que determinan la inmunidad a virus parecidos al Ébola están mucho más extendidos en Europa que en otras partes del mundo.


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En una línea similar de pensamiento, el historiador Norman F. Cantor, en su libro In the Wake of the Plague (En el despertar de la peste, 2001), sugiere que la Peste Negra pudo haber sido una combinación de pandemias entre las que se podría encontrar una forma de ántrax.

Cita, entre otras cosas, informes sobre los síntomas de la enfermedad que no concuerdan con los efectos conocidos de las pestes bubónica y neumónica; el descubrimiento de esporas de ántrax en un cementerio de víctimas de la Peste Negra en Escocia y el hecho de que se sabe que se vendió carne de ganado infectado en muchas áreas rurales de Inglaterra poco antes del comienzo de la peste.


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Más aún, lo que fue considerado previamente la evidencia definitiva a favor de la teoría de la Yersinia pestis, tejido de pulpa dental tomado de un cementerio en Montpellier de la epidemia del siglo XIV, que contenía DNA de Y. pestis, nunca fue confirmado en ningún otro cementerio.

Hay, sin embargo, contra argumentos para esta teoría.
Ejemplos históricos de pandemias de otras enfermedades en poblaciones no expuestas previamente, tales como viruela y tuberculosis entre Indios Americanos, muestran que debido a que no hay una adaptación heredada a la enfermedad, su curso en la primera epidemia es más rápido y mucho más virulento que posteriores epidemias entre los descendientes o supervivientes.


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El Oriente Medio y el Oriente lejano fueron afectados igualmente mal (como testifica la Rihla de Ibn Battuta), así que es curiosa la prevalencia de genes de inmunidad específicamente en europeos.

Además, la peste volvió repetidamente y fue considerada como la misma enfermedad a través de los sucesivos siglos hasta los tiempos modernos cuando fue identificada la bacteria Yersinia.


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En Septiembre de 2003, un equipo de investigadores de la Universidad de Oxford reveló los sorprendentes resultados de pruebas hechas sobre 121 dientes de 66 esqueletos encontrados en fosas comunes del siglo XIV.

Los restos no mostraron traza genética alguna de Yersinia pestis, y los investigadores sugieren que el estudio de Montpellier podría haber sido defectuoso.
 
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Nacho

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En el año 1346 llegaron a Europa rumores de una terrible epidemia, supuestamente surgida en China, que a través del Asia Central se había extendido a la India, Persia, Mesopotamia, Siria, Egipto y Asia Menor. Se habla de regiones enteras que habían quedado despobladas, de forma que hasta el Papa Clemente VI en Avignon se muestra interesado por el tema, y reuniendo los informes que van llegando, calcula que el número de victimas de be ascender a casi veinticuatro millones de personas. Sin embargo, como en aquel entonces se desconocía el concepto de contagio, no hubo ninguna alarma en Europa hasta que la peste fue introducida en Italia por los barcos genoveses y venecianos que venían del mar Negro; La peste aparece en Italia en octubre de 1347, Y para enero del año siguiente ya ha penetrado en Francia, vía Marsella, y ha llegado hasta el Norte de Africa. La rata negra, buena pasajera de los barcos, la va extendiendo a lo largo de las costas y ríos navegables. Al mismo tiempo que penetra en España, en Italia alcanza Roma y Florencia, y llega a Paris en junio de 1348, pasando poco más tarde a Inglaterra a través del Canal de la Mancha. Ese mismo verano llega a Suiza y por el Este se extiende hasta Hungría.

En 1349 la peste reaparece en Paris, se extiende por Picardia, Flandes y los Países Bajos; de Inglaterra pisa a Escocia e Irlanda, asi como Noruega donde, procedente de Inglaterra, llega un barco fantasma con un cargamento de lana y toda la tripulación muerta, que embarranca cerca de Bergen. Desde Noruega se extiende la epidemia a Suecia, Dinamarca, Prusia e Islandia, llegando incluso hasta Groenlandia. Deja una extraña bolsa de inmunidad en Bohemia y alcanza Rusia en 1351, aunque el primer brote ya había remitido en casi toda Europa a mediados de 1350.



La gran mortandad

Aunque el número de víctimas varió desde un quinto de la población en algunos lugares hasta la casi total exterminación en otros, los investigadores modernos han llegado a aceptar como estimación más aproximada la cifra que nos da Froissart en su crónica, es decir, un tercio de la población, aproximadamente, desde la India hasta Islandia. En realidad Froissart tomó esta cifra del Apocalipsis de San Juan, la lectura preferida en aquellos duros tiempos.

Un tercio de la población de Europa en aquella época equivaldría a unos veinte millones de personas. En realidad es imposible saber el número de víctimas con exactitud, porque en este tema los cronistas de la época no son de fiar y hay que recurrir a otras fuentes, como recaudaciones de impuestos, censos o los escasos documentos que se conservan de las iglesias en los que se recogen nacimientos y defunciones. Tomemos como ejemplo Avignon, sede de la corte papal; se calcula que morían diariamente unas cuatrocientas personas y que unas síete mil casas quedaron deshabitadas. Los cronistas, impresionados sin duda por la acumulación de cadáveres, dan cifras exorbitantes al elevar el número total de muertos a sesenta y dos mil o incluso a ciento veinte mil, cuando la población total de la ciudad no pasaba seguramente de cincuenta mil habitantes.

Conviene recordar que las mayores ciudades de Europa, con una población de unos cien mil habitantes, eran París, Florencia, Venecia y Génova. Después venían Gante, Brujas, Milán, Palermo, Bolonia, Roma. Nápoles y Colonia, con más de cincuenta mil. Londres se acercaba a esta cifra junto con Burdeos, Tolousse, Montpellier, Lyon, Barcelona, Sevilla, Toledo, Siena y Pisa. Por todas estas ciudades la peste pasó matando de un tercio a dos tercios de los habitantes.

Italia, con una población de diez u once millones de personas, fue la que padeció más duramente sus efectos. En Florencia podemos decir que «llovía sobre mojado»; como consecuencia del inicio de lo que sería la Guerra de los Cien Años, las principales casas bancarias florentinas, los Bardi y Peruzzi, fueron a la bancarrota cuando Eduardo III de Inglaterra no pudo devolver los empréstitos que le habían concedido para la primera campaña (años 1343-44). Siguieron años de malas cosechas y con ellos apareció el hambre y se produjeron revueltas de campesinos y trabajadores; después la peste mató de tres a cuatro quintos de la población de esta ciudad, una de las más importantes de Italia. Venecia perdió dos tercios de sus habitantes y en Pisa morían quinientas personas al día.

Además, la primera aparición de la peste coincidió con un terrible terremoto que asoló Italia desde Nápoles a Venecia, dejando un rastro de destrucción que colaboró a aumentar la psicosis de fin del mundo.

En general la mortandad fue enorme en toda Europa; las ciudades estaban más expuestas a la epidemia, por ser centros de comunicación y dado el hacinamiento en que se vivía, sobre todo en los barrios pobres. París, por ejemplo, perdió a la mitad de sus habitantes. De todas maneras, se ha comprobado que el índice de mortandad en las aldeas, una vez que aparecía en ellas la peste, era igualmente alto.

En los sitios cerrados, tales como los monasterios o las prisiones, la infección de una persona normalmente significaba la de todos, como ocurrió en los conventos franciscanos de Carcasona y Marsella, en los cuales toda la comunidad murió. De los 140 frailes dominicos que había en Montpellier sólo sobrevivieron siete. El hermano de Petrarca, Gerardo, miembro de un monasterio de cartujos, enterró a su prior y a treinta y cuatro compañeros, uno por uno, hasta que se quedó solo con su perro y huyó a buscar refugio en otra parte. En Kilkenny, Irlanda, el hermano John Clyn de los frailes Menores también se encontró solo, rodeado de compañeros muertos, pero escribió una crónica de lo que había sucedido para que no ocurriera que «...las cosas que deben ser recordadas parezcan con el tiempo y sean borradas del recuerdo de quienes vendrán tras nosotros». Creía que el mundo entero estaba en poder del demonio y, esperando morir a su vez, escribió: «Dejo pergamino para continuar este trabajo, por si alguien sobrevive y cualquiera de la raza de Adán escapa a la peste y continúa la labor que yo he comenzado». El hermano John, tal como escribió otra mano, murió de la peste, pero escapó al olvido.



La peste y la escala social

En todas partes se observó que la peste afectaba más a los pobres que a los ricos. El cronista escocés John de Fordun afirma llanamente que la peste «atacaba especialmente a las clases humildes y raramente a los magnates». La misma observación hace Simón de Covino en Montpellier. Este aumento de la mortandad se debia, además de la penuria de medios de subsistencia, al hacinamiento y a la completa ausencia de medidas sanitarias en las viviendas de las clases más humildes.

Aunque la tasa de mortandad fuese mayor entre los pobres, los grandes también sufrieron el azote de la peste. El rey Alfonso XI de Castilla, el vencedor de Salado, fue el único monarca reinante que murió de la peste, pero su vecino Pedro de Aragón perdió a su mujer Leonora, a su hija y a una sobrina, en el espacio de seis meses. El emperador de Bizancio, Juan Cantacuzeno, perdió a su hijo. En Francia murieron la reina coja Juana y su nuera, la esposa del Delfin, ambas en 1349.

También murió la reina de Navarra. La segunda hija de Eduardo III de Inglaterra, que iba a casarse con el heredero de Castilla -el futuro Pedro el Cruel-, murió en Burdeos cuando se dirigía hacia su boda. Las mujeres parecen haber sido más vulnerables que los hombres, quizá porque al estar más recluidas en el hogar estaban más expuestas a las pulgas. Así murió la amante de Boccaccio, hija ilegítima del rey de Nápoles; y también Laura, la amada real o imaginaria de Petrarca.

En Florencia, el gran historiador Giovanni Villani murió a los sesenta y ocho años en medio de una frase inacabada mientras escribía: « ... en el curso de esta peste fallecieron ... » También desaparecen de las crónicas, a partir de 1348, Ambrosio y Pietro Lorenzetti, maestros pintores de Siena, así, como Andrea Pisano, arquitecto y escultor de Florencia, por lo que es de suponer que también ellos fueron víctimas de la peste.

Entre los médicos la mortaridad fue naturalmente más alta: de veinticuatro médicos que había en Venecia, veinte fueron víctImas de la epidemia, aunque las malas lenguas murmuraron que algunos de estos supuestos mártires de su deber habían huido de la ciudad o se habían escondido en sus casas. En Montpellier, sede de la principal escuela médica de la época, Simón de Cavino testifica que a pesar del gran número de médicos y estudiantes que allí había, muy pocos sobrevivieron al azote de la peste.

En cuanto al clero, la mortandad varió según el rango. La única excepción a esta regla fue la muerte de un tercio de los cardenales, pero ello se debió más bien a que se encontraban concentrados en la corte papal en Avignon. Entre los obispos se calcula que murió uno de cada veinte; en cambio los sacerdotes sufrieron igual que el pueblo llano, aunque en muchos lugares abandonaron sus deberes y huyeron por miedo al contagio. Por una extraña y siniestra coincidencia, en Inglaterra murieron sucesivamente el arzobispo de Canterbury, en agosto de 1348, su sucesor en mayo de 1349, y el siguiente candidato tres meses más tarde. Suponemos que pocos estarían dispuestos a ocupar el más alto cargo eclesiástico de Inglaterra después de esta cadena de muertes.

Los funcionarios públicos y las personas con cargos en el gobierno tampoco se vieron perdonados por la peste y su pérdida contribuyó a generalizar el caos. En Siena murieron cuatro de los nueve miembros de la oligarquía gobernante. En Francia murieron un tercio de los notarios reales y como resultado la recogida de impuestos se vio afectada de tal manera que Felipe VI sólo pudo recaudar una parte del subsidio que le habían concedido los Estados Generales en el invierno de 1347-48.

Los campesinos caían muertos en los campos, en los caminos o en sus casas, y los que sobrevivían se hallaban presos de una apatía total, dejando el trigo maduro sin segar y el ganado desatendido. Esto ponía en peligro la economia del siglo, que dependía de la cosecha de cada año para comer y para hacer la siembra del año siguiente. La disminución alarmante de la mano de obra bien pronto se hizo patente y acarrearía graves problemas que examinaremos más adelante. «Quedaron tan pocos siervos y trabajadores que nadie sabía a quien pedir ayuda» escribió Knigbton. La idea de . un futuro sin futuro -valga la redundancia- creó un sentimiento de demencia y desesperación. Un cronista bávaro cuenta que «los hombres y las mujeres deambulaban como si estuviesen locos y dejaban que su ganado se perdiese porque ya nadie quería preocuparse por el futuro».

En cierto modo la respuesta emocional de la gente se vio embotada ante tanto horror y, tal como escribió otro testigo de la catástrofe: «En aquellos días había entierros sin pena y matrimonios sin amor».
 
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Intentos de explicación de la peste
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Se desconoce qué fue lo que causó esta epidemia, la más terrible de la historia, pero ahora se cree que su origen geográfico no estuvo en China, sino en algún lugar de Asia Central y que desde allí se extendió por la ruta de las caravanas hasta llegar al mar Negro y luego a Europa. El origen chino fue una noción equivocada del siglo XIV, basada en informes verdaderos pero retrasados que se referían a las grandes calamidades ocurridas en China -peste, hambre e inundaciones- a principios de la década de 1330, demasiado pronto por tanto para estar relacionadas con la peste que aparece en la India en 1346. El enemigo fantasma no tenía nombre y sólo empezó a conocérsele como la peste negra en citas posteriores. Durante la primera eclosión de la epidemia se le nombra como la gran mortandad o la peste a secas. Para empeorar las cosas llegaban a los oídos de los atemorizados europeos relatos desde Oriente en los que se hablaba de furiosas tempestades de fuego que arrasaban todo lo que encontraban a su paso, yse decía que los vientos provocados por estas lluvias de fuego eran los que habían traído la peste a Europa. También se culpó al terremoto antes mencionado de liberar gases pestilentes y sulfurosos del interior de la tierra; o bien se decía que la epidemia era la evidencia de una lucha titánica entre los planetas y los océanos, cuyo resultado había sido la evaporación de grandes masas de agua, lo que había hecho morir millones de peces que con su olor putrefacto habían corrompido el aire. Como se ve, todas estas explicaciones tenían en común el factor del aire envenenado, de las espesas nieblas y de las malignas influencias de los planetas.

El misterio del contagio era el más temible de los terrores. La gente se dio cuenta rápidamente de que la enfermedad se propagaba por el contacto con los enfermos, con sus ropas o sus cadáveres y también con sus casas. ¿Cómo? y ¿por qué? eran las preguntas claves que nadie acertaba a responder.

Gentile da Foligno, doctor en Medicina por la Universidades de Bolonia y Padua, se aproximó al concepto de infección respiratoria cuando afirmó que mediante la respiración se introducía materia venenosa en la persona. Pero al desconocer la existencia de los microbios, dedujo que el aire estaba envenenado por influencias planetarias. La desesperada búsqueda de explicaciones dio lugar a teorías tan peregrinas como la del contagio por la vista; pero tampoco debemos reír demasiado si pensamos solamente en los intentos que recientemente se han llevado a cabo para explicar el envenamiento del aceite de colza. Los médicos medievales, luchando con la evidencia, no podían desdeñar los términos y límites de la astrología, a la que creían estaba sujeto todo ser humano. La medicina era quizás el único aspecto de la vida medieval que escapaba al dominio de la doctrina cristiana, en parte debido a la gran influencia a que sobre ella tenía el mundo árabe. Guy de Chauliac, que fue médico de tres papas, practicaba de acuerdo con el Zodíaco.

En octubre de 1348, Felipe VI pidió a la Facultad de Medicina de París que se definiese sobre las causas que habían provocado la temible epidemia de la peste, que parecía amenazar con el exterminio de la Humanidad. Con cuidadosas tesis, antítesis y pruebas, los doctores dictaminaron que su origen se debía a una triple conjunción de Saturno, Júpiter y Marte en el grado cuarenta de Acuario, ocurrida el veinte de marzo de 1345. Este veredicto se convirtió en la versión oficial y fue reproducido y traducido a diversos idiomas, llegando a ser aceptado incluso por los médicos árabes de Córdoba y Granada.

Naturalmente se intentaron llevar a cabo algunas medidas destinadas a la curación de los enfermos, pero casi todas ellas iban muy mal encaminadas. Los médicos efectuaban tratamientos destinados a sacar veneno e infección del cuerpo, sangrando, purgando con lavativas, cortando o cauterizando los bubones o aplicando compresas calientes. Se recetaban también pócimas que contenían especias raras y polvo de esmeraldas o perlas, siguiendo la teoría, no desconocida en la medicina moderna, de que la sensación de curación de un paciente es directamente proporcional al coste del tratamiento. El único caso de medicina preventiva lo tenemos en la manera en que Guy de Chauliac, médico de Clemente VI, aisló al supremo pontifice en sus apartamentos del palacio papal de Avignon, prohibiéndole terminantemente que recibiera visitas y haciéndole sentar en medio de dos grandes fuegos durante' todo el caluroso verano provenzal. El aislamiento y el calor infernal que reinaba en las habitaciones papales contribuyeron sin duda a. espantar las pulgas.

A nivel popular se aconsejaba a diestro y siniestro, desde lavarse la boca y nariz con vinagre y agua de rosas, hasta frecuentar las letrinas, siguiendo la teoría de que los malos olores eran eficaces contra la peste. En una aldea se podia ver a sus habitantes danzando y cantando continuamente al son de flautas y tambores. Si se les preguntaba que por qué lo hacían, respondían que confiaban en mantenerse inmunes a la peste mediante la alegría que demostraban con el baile. No sabemos si realmente lo consiguieron.

La psicosis del «Castigo de Dios» y sus consecuencias

Para la gente en general sólo podía haber una explicación para la peste: la ira de Dios. Los planetas podían satisfacer a los doctores cultos, pero Dios estaba más cerca de la mente del hombre normal. Marco Villani comparó la peste con el Diluvio, y en realidad estaba convencido de que se trataba del fin del mundo. El mismo Papa contribuyó a fomentar esta creencia del castigo divino cuando en una bula de septiembre habló de la «Pestilencia con la que Dios está castigando a sus gentes». Era lógico que la ausencia aparente de una causa material diese a la epidemia una cualidad siniestra y sobrenatural, de modo que por toda Europa surgieron leyendas que simbolizaban a la peste en la forma de una doncella que entraba en las casas para llevarse a sus habitantes.

Por otro lado, la aceptación general de que se trataba de un castigo divino creó un extenso sentido de culpabilidad, porque para recibir tamaño castigo se tenía que haber cometido un crimen horrible. ¿Qué pecados habia en la conciencia del hombre del siglo XIV? En realidad, todos -codicia, avaricia, usura, materialismo, adulterio, blasfemia, falsedad, lujuria, etc.- porque cuando más se acercaba el final de la Edad Media, anunciándose el hombre moderno, más se alejaban las personas de las doctrinas cristianas.

Los esfuerzos para apaciguar la ira divina tomaron muchas formas, como cuando la ciudad de Ruan decidió prohibir todo aquello que pudiese ofender al Señor, como el juego, la bebida y las blasfemias. En todas partes se organizaron procesiones de penitencia, algunas de las cuales reunían a miles de personas y duraban hasta tres días. Estas procesiones acompañaron el avance de la peste, al tiempo que servían para aumentar el contagio. Cuando se hizo evidente esto último, fueron prohibidas por el Papa.

Algunos cronistas de la época se vieron desilusionados, pues creían que con el castigo divino de la peste mejoraría el comportamiento moral de las gentes. En general ocurrió todo lo contrario. Tal y como había ocurrido en la epidemia que asoló Atenas en el 430 a. C., según la narración de Tucídides, la gente se volvió más amoral como consecuencia del sufrimiento, y el comportamiento más licencioso. La anécdota de los fabricantes de dados para el juego, que a raíz de la peste se dedicaron a fabricar cuentas para rosarios, fue sólo eso, una anécdota.



El miedo al contagio

Existen cierto tipo de calamidades -terremotos, incendios- que parecen sacar a flor de piel los mejores sentimientos de las personas hacia sus semejantes. No es éste el caso de una enfermedad contagiosa como la peste, que no favorece en modo alguno la solidaridad. La gente tendia a evitar el contacto con sus semejantes.

Agnolo di Tura, un cronista de Siena, recoge magistralmente este miedo que se apoderó de todos anulando cualquier otro instinto; «El padre abandona al hijo» -nos cuenta-, «la mujer al marido, un hermano a otro, porque esta plaga parecía comunicarse con el aliento y la vista. Y asi morían. Y no se podía encontrar a nadie que enterrase a los muertos ni por amistad ni por dinero ... Yyo, Agnolo di Tura, llamado el Gordo, enterré a mis cinco hijos con mis propias manos, como tuvieron que hacer muchos otros al igual que yo».

"E non sonavano campane, e non si piangeva persona, fusse che danno si volesse, che quasi ogni persona aspettava la morte; e per sì fatto modo andava la cosa, che la gente non credeva, che nissuno ne rimanesse, e molti huomini credevano, e dicevano: questo è fine Mondo". (Agnolo di Tura)

Citemos también el testimonio de un monje franciscano en Sicilia quien dice: «Los magistrados y notarios se niegan a venir a hacer el testamento de los agonizantes, y ni siquiera los sacerdotes quieren acudir a escuchar confesión», También encontramos parecidos testimonios en Inglaterra, donde para aliviar las perspectivas de una muerte sin los últimos ritos -no sólo por causa de negligencia del sacerdote, sino porque muchas muertes eran repentinas- un obispo dio permiso a los laicos para que se confesasen entre si, «como hacían los apóstoles», y si ningún hombre estaba presente, incluso podía efectuar la confesión una mujer, y si no encontraba a ningún sacerdote para administrar la Extremaunción, «entonces la fe debe bastar», El mismo Papa Clemente VI se vio obligado a garantizar el perdón de los pecados a los que morían de peste, dado que tantos fueron desatendidos por los sacerdotes, «Y no doblaban las campanas» cuenta un cronista de Siena, «y nadie lloraba, no importa cuán grande su perdida, pues todos esperaban la muerte». Guy de Chauliac, observador serio y meticuloso, nos confirma la misma opinión: «El padre no visitaba al hijo, ni el hijo al padre. La caridad había muerto».

Pero también hubo excepciones. En Paris, según Jean de Venette, las monjas del Hotel Dieu, «no teniendo miedo a la muerte, atendían a los enfermos con toda dulzura y humildad». Las que morían eran sustituidas por otras, hasta que la mayoría «descansaron en paz con Cristo».

Las manifestaciones de insolidaridad se produjeron no solamente entre las personas sino entre regiones y países. Así cuando la plaga entró en el norte de Francia, asentándose en Normandía, y, frenada por el invierno, concedió una falsa tregua a Picardía. Un monje de la abadía de Fourcament cuenta que «entonces la mortandad era tan grande entre las gentes de Normandía que los de Picardía se burlaban de ellos». Fue por poco tiempo, desde luego. La misma reacción la encontramos en los escoceses, que también gracias al invierno gozaban de una tregua frente a la peste que provenía de Inglaterra. Encantados de saber que una enfermedad misteriosa estaba diezmando a las gentes del sur, reunieron un ejército para invadirles. Pero antes de que se pusiesen en movimiento la peste cayó sobre ellos, matando a la mayoría mientras que los supervivientes huían del pánico, diseminando la enfermedad por toda Escocia.

En muchas ciudades se ordenaron estrictas. medidas de cuarentena para evitar el contagio. Tan pronto como Pisa y Lucca fueron infectadas, la vecina ciudad de Pistoia prohibió que ninguno de sus ciudadanos que estuviese de viaje en las ciudades afectadas volviese a casa, y asimismo prohibió la importación de lino y de lana. El Dux y el consejo de Venecia ordenaron que se enterrase a los muertos en las islas y a una profundidad mínima de cinco pies, y organizaron un servicio de barcazas para transportar los cadáveres. Polonia estableció la cuarentena en sus fronteras, lo que proporcionó una relativa inmunidad. En Milán el arzobispo Giovanni Visconti tomó medidas draconianas de acuerdo con el estilo de su familia; ordenó que las tres primeras casas en las que apareció la peste fueran tapiadas con sus ocupantes dentro, quedando sanos, enfermos y muertos encerrados en una misma tumba común. No se sabe si por la prontitud de sus medidas o por fortuna, Milán escapó con pocas muertes a la plaga.

Por otra parte se tuvieron que tomar medidas para paliar en lo posible la desmoralización de la gente, de manera que muchas ciudades prohibieron que tocasen las campanas en señal de duelo o que se pregonasen los fallecimientos como era costumbre. La ciudad de Siena impuso multas a todo aquel que llevase luto, con la única excepción de las viudas.
 

Nacho

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La persecución de los judíos

Es una gran verdad en la Historia que las desgracias nunca vienen solas. Bien pronto la hostilidad del hombre presionado por la peste se volvió contra los judíos.

Los primeros linchamientos comenzaron en la prima vera de 1348, justo después de las primeras muertes producidas por la peste. El cargo contra ellos era que estaban envenenando los pozos. Estos ataques tuvieron lugar en Narbona y Carcasona, donde los judíos fueron sacados de sus hogares y arrojados a enormes hogueras. El judío como eterno extranjero era el blanco más obvio. Era el fuera de la ley que se había separado voluntariamente del mundo cristiano, y a quien durante siglos se había hecho objeto de odio. . En cuanto a la acusación de envenenamiento de los pozos, también era antigua; aparece en la plaga de Atenas, mencionada más arriba, . cuando se dijo que el envenenamiento era obra de los espartanos. También se contaba con el ejemplo más reciente de la plaga de 1320-21, en la que se culpó a los leprosos, creyéndose que actuaban instigados por los judíos y el Rey de Granada en una gran conspiración para destruir a los cristianos. Cientos de leprosos fueron atrapados y quemados en Francia durante 1322, y los judíos fueron también duramente multados.

De manera que con la Peste Negra, los judíos fueron de nuevo la cabeza de turco. En 1348 el Papa, viendo el sesgo que tomaba la situación, publicó una bula prohibiendo la matanza, el saqueo o la conversión forzosa de los judíos sin juicio previo, lo cual frenó los ataques en Avignon y en los estados papales, pero no en el norte. Las autoridades, en la mayoría de los casos, intentaron proteger a los judíos al principio, pero acabaron sucumbiendo a la presión popular.

En Saboya, donde se celebraron los primeros juicios formales en septiembre de 1348, se confiscó la propiedad de los judíos mientras estos permanecían en prisión esperando que se probasen las acusaciones que contra ellos se levantaron. Naturalmente las acusaciones fueron comprobadas mediante el método medieval a base de confesiones obtenidas mediante tortura. Existía una conspiración judía internacional con base en Toledo, de donde partían emisarios que llevaban el veneno escondido en pequeñas bolsas, así como instrucciones rabínicas sobre la forma de envenenar pozos y manantiales. Los judíos fueron encontrados culpables; once de ellos fueron quemados vivos y el resto de la comunidad judía tuvo que pagar un impuesto de ciento sesenta florines al mes durante seis años para seguir residiendo en la ciudad.

Las confesiones obtenidas en Saboya, distribuidas por carta de ciudad en ciudad, formaron la base para una serie de ataques a lo largo y ancho de Suiza, Alsacia y Alemania. De nuevo el Papa intentó frenar la histeria con otra bula en la que decía que aquellos cristianos que inculpaban a los judíos de la peste habían sido seducidos y engañados por el diablo. Señalaba que la peste afectaba por igual a todo el mundo, incluidos los judíos, y que lugares donde no vivía ninguna comunidad judía la plaga era tan terrible como en el resto del mundo. Animó además al clero a acoger a los judíos bajo su protección, pero desgraciadamente su voz no fue oída. En Balisea, el nueve de enero de 1349, toda la comunidad judía, de varios cientos de personas, fue quemada en una casa de madera construida especialmente al efecto en una isla del Rin, y se emitió un decreto por el cual ningún judío podía volver a la ciudad en doscientos años. En Estrasburgo, el consejo municipal, que se oponía a la persecución, fue depuesto por el voto de los gremios y se eligió otro dispuesto a cumplir la voluntad popular. En febrero de 1349, antes de, que la peste alcanzase la ciudad, los judíos de Estrasburgo, en número de dos mil, fueron conducidos a un camposanto donde todos aquellos que no aceptaron la conversión fueron quemados en hogueras.



Las sectas flagelantes

Para entonces otra voz se estaba alzando contra los judíos. Los flagelantes habían hecho acto de aparición. Como súplica desesperada a la piedad de Dios, su movimiento surgió en un espasmo repentino que recorrió Europa con la misma rapidez que la peste.

La autoflagelación pretendía expresar remordimiento y expiar los pecados de la comunidad. Como forma de penitencia era muy anterior a la peste, pero nunca había tenido el auge que consiguió gracias a la plaga.

Organizados en grupos de doscientos o trescientos y a veces más -los cronistas mencionan hasta mil- iban de ciudad en ciudad, desnudos hasta la cintura, azotándose con látigos de cuero que acababan en púas de hierro. Mientras gritaban pidiendo perdón a Dios y piedad a Cristo y a la Virgen, las gentes de la ciudad en cuestión lloraban y se lamentaban con ellos. Estas bandas hacían funciones regulares tres veces al día, dos en público en la plaza de la iglesia y otra en privado. Organizados bajo el mando de un maestro laico durante un período de tiempo prefijado, que normalmente era de 33 días y medio para representar los años de Cristo en la Tierra, a los participantes se les exigía obediencia al maestro y mantenerse a sí mismos mediante el pago de una cantidad de dinero fijada de antemano.

Tenían prohibido bañarse, afeitarse, cambiarse de ropa, dormir en camas y hablar o tener relaciones sexuales con mujeres sin el permiso del maestro. Evidentemente esto último no se cumplía ya que los flagelantes fueron acusados más tarde de celebrar orgías en las que se mezclaban los azotes con el sexo; un buen caldo de cultivo para sadomasoquistas. Las mujeres acompañaban a los grupos en secciones separadas, a la retaguardia. Si una mujer o un sacerdote entraban en el círculo donde se estaba celebrando la ceremonia de la flagelación, el acto de penitencia se consideraba nulo y debía comenzar de nuevo.

El movimiento era básicamente anticlerical, porque los flagelantes estaban usurpando el papel de los sacerdotes como intermediarios ante la justicia divina. Extendiéndose a través de los estados alemanes, esta nueva plaga avanzó hacia Flandes, los Países Bajos y Picardía, llegando hasta Reims. Centenares de bandas vagaban por estas tierras, entrando en nuevas ciudades cada semana. Los habitantes les recibían con reverencia, doblando las campanas de las iglesias y les ofrecían alojamiento en sus casas. Les llevaban a los niños enfermos para que los curasen y empapaban paños en la sangre de los flagelantes que después se aplicaban en los ojos y que conservaban como reliquias. Muy pronto los flagelantes marcharon tras magníficas enseñas bordadas en terciopelo y oro por mujeres entusiastas.

Creciendo en arrogancia, se mostraron en abierto antagonismo con la Iglesia. Los maestros asumieron el derecho de oír confesión ya conceder la absolución e imponer penitencia, lo cual amenazaba la autoridad eclesiástica. Los sacerdotes que intervenían oponiéndose a ellos eran lapidados y se incitaba al populacho a que tomase parte en estas lapidaciones. Empezaron a ser temidos como una fuente de fermento revolucionario y una amenaza a la clase propietaria, tanto laica como religiosa. El emperador Carlos IV pidió al Papa que suprimiese a los flagelantes y a ello se sumó la petición de la Universidad de París. Sin embargo, incluso en Avignon, varios cardenales se oponían a que se tomasen medidas contra ellos, quizá porque no estaban completamente seguros de si el movimiento recién surgido tenía el respaldo divino o no. Mientras tanto los flagelantes habían encontrado una nueva víctima. En cada ciudad donde entraban se dirigían al barrio judío seguidos por el populacho, aullando venganza contra los «envenenadores de pozos». En Friburgo, Augsburgo, Nüremberg, Munich, Könisberg, en otros centros los judíos fueron masacrados con una meticulosidad que parecía buscar el total exterminio de la raza. En Worms, en marzo de 1349, la comunidad judía, compuesta por unas cuatrocientas personas, volvió a una antigua tradición quemándose dentro de sus hogares, antes que ser muertos por sus enemigos. La comunidad más numerosa de Frankfurt am Maine siguió el mismo ejemplo, propagándose el incendio a gran parte de la ciudad. En Colonia, el consejo de la ciudad repitió el argumento del Papa de que los judíos eran víctimas de la peste como todo el mundo, pero los flagelantes reunieron una muchedumbre «de esos que no tienen nada que perder» y se entregaron a su labor de matanzas y saqueos. En Maínz, que contaba con la comunidad judía más importante de Europa, sus miembros se decidieron por fin a defenderse. Con armas recogidas de antemano mataron a doscientas personas del populacho, un acto que sólo sirvió para aumentar la matanza por parte de los ciudadanos, enfurecidos por la muerte de cristianos. Los judíos lucharon hasta que se vieron perdidos. Entonces se encerraron en sus casas y les prendieron fuego. Se dijo que seis mil perecieron en Mainz aquel 24 de agosto de 1349. Pero el exterminio total es raro en la Historia. Algunos grupos se salvaron mediante la conversión y el principe Ruperto del Palatinado, junto con otros príncipes, protegió a grupos de refugiados. El duque Alberto II de Austria fue uno de los pocos gobernantes que tomó medidas eficaces para proteger a los judíos en su territorio. Los últimos progroms tuvieron lugar en Antwerp y en Bruselas, donde toda la comunidad judía fue exterminada en diciembre de 1349. Cuando acabó la peste quedaban muy pocos judíos en Alemania y los Países Bajos.

Por esas fechas la Iglesia ya estaba decidida a asumir el riesgo de actuar contra los flagelantes. Los magistrados ordenaron que se les cerrasen las puertas de las ciudades. Clemente VI, en una bula de octubre de 1349, pedía que se les dispersase o detuviese; la Universidad de París negó su pretensión de inspiración divina y Felipe VI rápidamente prohibió la flagelación en público bajo pena de muerte. Las autoridades locales persiguieron a los «maestros del error» atrapándolos, colgándolos y decapitándolos .. Los flagelantes se desbandaron y huyeron «desapareciendo tan rápidamente como habían surgido», escribió Enrique de Hereford, «como fantasmas nocturnos o espíritus burlones». En algunas partes quedaron algunas bandas, no siendo suprimidas totalmente hasta 1357.

Como espíritus sin hogar los judíos fueron regresando lentamente desde el Este de Europa donde se habían refugiado, pero volvieron en peores condiciones y más segregados que antes. El mito del envenenamiento y sus masacres habían convertido la imagen del judío malvado en un estereotipo. El período de florecimiento medieval de los judíos había acabado y las murallas del «ghetto» aunque no físicas, ya se habían levantado.

(Más información sobre los flagelantes en http://www.vallenajerilla.com/berceo/florilegio/inquisicion/flagelantes.htm



Repercusiones sociales y económicas de la peste

¿Cuál era la condición humana después de la peste? Simón de Covino creía que la peste había tenido un efecto lamentable sobre la moral, «disminuyendo la virtud en todo el mundo». Gilles li Muisis por el contrario, pensaba que se había mejorado la moral pública porque muchas parejas que antes vivían en concubinato ahora estaban casadas, aunque esto se debió en realidad a las nuevas ordenanzas municipales. La tasa de matrimonios creció indudablemente, aunque no por amor. Muchos aventureros se aprovecharon de las huérfanas para ganar inmensas fortunas en forma de dotes, de tal manera que la oligarquía de Siena prohibió el matrimonio de las huérfanas sin el consentimiento de la familia. En Inglaterra Piers Plowman se lamentaba de la gran cantidad de parejas que se habían casado desde la peste «por ansias de riquezas y contra los sentimientos naturales» uno de cuyos resultados, según él, fue el gran número de matrimonios estériles. Quizá esta conclusión de Plowman es la moraleja de un moralista más que la realidad, puesto que otro cronista, Jean de Venette, afirma exactamente lo contrario, que los matrimonios que siguieron a la plaga tuvieron descendencia muy numerosa. Esto también puede ser un intento de buscar un alivio a la merma de población tras la peste.

La gente no mejoró a consecuencia de la epidemia. tal como hubiese esperado Matteo Villani, quien decía que la ira de Dios debía convertirles en «mejores hombres, humildes, virtuosos y católicos». En lugar de ello «olvidaron el pasado como si nunca hubiese existido y se entregaron a una vida más desvergonzada y desordenada que la que llevaban antes».

Debido a la abundancia de bienes y alimentos y a la escasez de consumidores los precios se hundieron y los supervivientes de la peste se entregaron a una orgía salvaje de despilfarro. Los pobres se mudaron a casas abandonadas, dormían en camas y comían en servicio de plata; los campesinos se apoderaban de las tierras que nadie reclamaba, así como del ganado, incluso de lagares, forjas o molinos que habían quedado sin dueño y de muchas otras cosas que nunca antes habían poseído. El comercio se había reducido pero había aumentado el nivel de líquido dado que había menos personas para repartirlo.

El comportamiento de las personas se volvió más despiadado y cruel, como ocurre a menudo tras un período de violencia y sufrimiento. Se culpó de ello a los advenedizos y nuevos ricos que presionaban desde abajo. Siena renovó sus leyes suntuarias en 1349 porque muchas personas aparentaban mayor rango del que les correspondía por nacimiento u ocupación. Un estudio de las recaudaciones de impuestos después de la peste nos indica que aunque la población estaba diezmada, las proporciones sociales seguían siendo las mismas.

Debido a los intestatos, las propiedades sin herederos, y las disputas en torno a tierras y edificios, se levantó una furiosa tormenta de litigios, agravada por la escasez de notarios. Los colonos o la Iglesia se apoderaron de los terrenos y propiedades abandonadas. El fraude y la extorsión practicada por los tutores sobre los huérfanos se convirtió en un escándalo generalizado.

El resultado más obvio e inmediato de la peste negra fue naturalmente la disminución de la población, que debido a las guerras, el bandolerismo y nuevos brotes de la plaga, declinó todavía más hacia finales del siglo XIV. La peste en sí fue una maldición para el siglo, que bajo la forma de su bacilo almacenado en los transmisores -ratas y pulgas- surgió seis veces más en los siguientes sesenta años. Después de matar a los más susceptibles de contagio, con un considerable aumento de la mortandad infantil en las últimas fases, remitió por fin, dejando a Europa con una población reducida en casi un cincuenta por ciento para finales del siglo. Baste decir, como ejemplo, que la ciudad de Beziers, en el sur de Francia, contaba con catorce mil habitantes en 1304 mientras que un siglo más tarde sólo tenía cuatro mil. Las florecientes ciudades de Carcasona y Montpellier quedaron reducidas a sombras de su prosperidad pasada, al igual que Ruan, Arrás, Laon y Reims en el norte. Al disminuir el número de personas que podían pagar impuestos, los gobernantes aumentaron su cuantía, lo que provocó el resentimento popular, que iba a estallar repetidas veces en las décadas posteriores a la peste.

Los valores relativos de tierra y trabajo se vieron completamente alterados. Los terratenientes, en un intento desesperado de mantener sus tierras cultivadas, reducían las rentas que debían pagar los campesinos o incluso llegaban a anularlas totalmente. Más valía no tener beneficios que no ceder de nuevo los terrenos a la Naturaleza. Pero a pesar de todo, dada la gran mortandad, las tierras cultivadas disminuyeron forzosamente, y los terratenientes empobrecidos desaparecieron abandonando sus mansiones y castillos para unirse a las bandas de mercenarios que iban a ser la maldición de los años siguientes.

Cuando debido a la disminución en la población activa, disminuyó también la producción, los bienes y alimentos de todo tipo comenzaron a escasear y los precios se dispararon. En Francia se cuadruplicó el precio del trigo en 1350. Al mismo tiempo, con la escasez de la mano de obra vino el mayor malestar social bajo la forma de demandas concertadas de aumentos salariales. Tanto los campesinos como los obreros, artesanos, escribas y sacerdotes descubrieron el valor de ser pocos. En el curso del año que siguió al primer gran brote de la peste, los trabajadores textiles de St. Omer habían conseguido tres aumentos de sueldo seguidos, y los alfareros de Amiens reclamaban subidas por el estilo. En muchos gremios los artesanos se declararon en huelga pidiendo más dinero y menos horas de trabajo.

En una época en la que el orden social se consideraba inamovible, acciones de ese tipo eran revolucionarias. La respuesta de los gobernantes fue la represión instantánea. En un esfuerzo por mantener los salarios al mismo nivel que antes de la peste, los ingleses promulgaron una ley en 1349 ordenando a todo el mundo trabajar por los mismos salarios que regían en 1347. Un estatuto francés de 1351, más realista, y aplicado a la región de Paris, permitía una subida de los salarios que no excediese en más de un tercio al nivel anterior; se fijaron además los precios y se regularon los beneficios de los intermediarios, y para aumentar la producción se ordenó que los gremios no fuesen tan estrictos en las restricciones acerca del número de aprendices y que se acortase el período de tiempo necesario para llegar a ser maestro artesano. Pero aun así, los conflictos laborales habían comenzado y los viejos lazos de unión medievales entre señor y campesino, noble. y artesano, se empezaban a aflojar y se irían repitiendo las luchas a lo largo de lo que quedaba del malhadado siglo XIV. Por un lado la educación sufrió seriamente debido a las pérdidas que la peste produjo en el clero, que como se recordará, constituía la casi totalidad de la clase docente en la Edad Media. En Francia, de acuerdo con Jean de Venette, «pocos se encontraban en las casas, villas o castillos que pudiesen enseñar gramática a los niños». Para ocupar los puestos vacantes la Iglesia ordenaba sacerdotes a mansalva; muchos de ellos, hombres que habían perdido a sus familias en la epidemia y que buscaban en los hábitos un refugio y que apenas sabían leer y escribir.

Por un impulso contrario, se estimuló la creación de universidades como medio para conservar los conocimientos y la cultura, gravemente amenazados por la peste. Especialmente el emperador Carlos IV, un intelectual, se preocupó de la posible desaparición .del saber debido a la «loca rabia de la muerte pestilente» -según sus palabras- que había asolado al mundo. Fundó la Universidad de Praga en el año 1348, el mismo de la peste, y en los cinco años siguientes dio el respaldo imperial a las universidades de Orange, Perugia, Siena, Pavía y Lucca. En estos mismos años tres nuevos colegios universitarios fueron creados en Cambridge -Gonville Hall, Trinity Hall y Corpus Christi- aunque la causa de estas fundaciones no siempre fuese el amor a la cultura. El Corpus Christi fue creado en 1352 porque las tarifas de las misas de difuntos habían subido de tal modo después de la peste que dos gremios de Cambridge decidieron establecer un colegio universitario cuyos doctores se encargasen, en su calidad de sacerdotes, de orar por los difuntos de ambas corporaciones.

De todas maneras, las universidades también sufrieron el peso de la epidemia y en Oxford se escuchaban lamentaciones en los sermones por la falta de alumnos, mientras que en Bolonia, veinte años después de la plaga, el gran Petrarca se dolía en una serie de cartas tituladas «Sobre cosas viejas»: donde antes no había «nada más alegre en el mundo ni más libre», ahora casi ninguno de los antiguos grandes maestros quedaba con vida, y en lugar de tan grandes genios «una ignorancia universal se había apoderado de la ciudad». Aunque hay que reconocer que de esto no sólo era culpable la peste, sino también la guerra y otros problemas.



El jubileo de 1350 y la Iglesia tras la peste

El sentimiento de pecado producido por la peste encontró alivio en la indulgencia plenaria ofrecida en el año del Jubileo de 1350 para todos aquellos que emprendiesen la peregrinación a Roma. El Jubileo, establecido por Bonifacio VIII en 1300, en principio estaba destinado a tener lugar cada cien años, pero el primero constituyó un éxito. tan grande -visitaron, según las crónicas, dos millones de peregrinos la Ciudad Santa- que Roma, empobrecida por la marcha de la corte papal a Avignon, rogó a Clemente VI que acortase el intervalo a cincuenta años. El Papa era de la opinión de que «un pontífice debe hacer feliz a sus súbditos» y les concedió lo que pedían. Así en 1350 los peregrinos se agolparon en los caminos que llevaban a Roma y se dijo que cada día entraron o salieron de la ciudad cinco mil personas. En cuanto a la Iglesia, emergió de la peste más rica y mas impopular que antes. Cuando todos estaban amenazados por la muerte repentina y con la perspectiva de irse al otro mundo en estado de pecado, el resultado fue un flujo de donaciones a instituciones religiosas tal y como no se había conocido hasta entonces. El convento de St. Germain L'Auxerrois, por ejemplo, recibió cuarenta y nueve herencias en seis meses, comparadas con las setenta y ocho de los ocho años anteriores. En Florencia la Compagnia de San Michele recibió trescientos cincuenta mil florines en concepto de limosnas para los pobres, aunque en este caso se acusó a los dirigentes de la compañía de usar el dinero para sus propios fines, a lo que ellos alegaron que los pobres y necesitados ya no necesitaban el dinero porque estaban muertos.

Enriquecidas por los donativos, las órdenes religiosas levantaron más animadversión de la que ya había contra ellas. Cuando Knighton se hace eco del fallecimiento de ciento cincuenta franciscanos, víctimas de la peste, en Marsella, añade «bene quidem» (buena cosa); y de los siete frailes que sobrevivieron de ciento sesenta que había en Maguelonne escribió «y con esos hubo bastante». Las órdenes mendicantes no podían ser perdonadas por abrazar el culto al dinero. Así la peste aceleró el descontento con la Iglesia, en el momento en que la gente necesitaba más apoyo espiritual. Clemente VI, al que no podemos llamar un hombre espiritual, se impresionó lo bastante con el mal comportamiento del clero durante la peste como para estallar furioso contra sus prelados. que le pedían en 1351 que aboliese las órdenes mendicantes. «Si lo hiciese» -replicó el Papa- «¿Qué podríais predicar a la gente? Si es sobre humildad, vosotros sois los más orgullosos del mundo, creídos y pomposos. Si es sobre pobreza, sois tan codiciosos que todos los beneficios os parecen poco. Si es sobre la castidad -pero no hablaremos de esto, porque Dios sabe lo que hace cada hombre y cómo algunos de vosotros satisfacéis vuestros deseos.» Con esta triste opinión de sus clérigos falleció el Papa un año después. «Cuando los que tienen el título de pastores hacen el papel de lobos, la herejía crece en el jardín de la Iglesia», escribió Lothar de Sajonia.



Tras la peste

Los supervivientes de la peste negra se encontraron con que no habían sido exterminados, pero tampoco habían mejorado, y por ello no podían encontrar un propósito divino en todo lo que habían sufrido. Si un desastre de esa magnitud era un pacto caprichoso de Dios o sencillamente no era obra divina, entonces todos los valores absolutos del hombre medieval se tambaleaban. Las mentes que se atrevían a hacerse estas reflexiones no podían volver atrás. El giro hacia la conciencia individual. Quedaba en el horizonte. En este punto la peste puede haber sido uno de los precipitantes del nacimiento del hombre moderno.

Pero entonces sólo dejó miedo, tensión y tristeza. Aceleró la conmutación de los servicios laborales en las tierras y profundizó el antagonismo entre ricos y pobres. Aumentó la hostilidad humana.

El estado de la Europa medieval después de la peste queda reflejado en el caso particular de Siena, que perdió la mitad de su población y donde se abandonaron las obras de la Gran Catedral -que iba a ser la mayor del mundo- para no reanudarse nunca más debido a la falta de mano de obra, de maestros masones y a la melancolía y pena de los supervivientes.
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Milobombero

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Muy interesante la historia.

Recomiendo estudiar este tema a los integrantes de cias HazMat, uno nunca sabe en el tema de las epidemias, como reaccionar.
 

Nacho

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Plaga de Justiniano | Origen e Historia.

En el articulo anterior se menciono "la mayor epidemia de peste de la historia de Europa, tan sólo comparable con la que asoló el continente en tiempos del emperador Justiniano (siglos VI-VII)." Durante el reinado del emperador Justiniano I (527-565 dc), uno de los peores brotes de la plaga tuvo lugar, cobrando la vida de millones de personas. La plaga llegó a Constantinopla en 542 CE, casi un año después de la enfermedad primero hizo su aparición en las provincias exteriores del imperio. El estallido siguió a barrer en todo el mundo mediterráneo 225 años, desapareciendo finalmente en 750 CE.

Justiniano I
Transmisión y originación de plaga
Originarios de China y el noreste de la India, la peste (Yersinia pestis) fue llevada a la región de los grandes lagos de África vía terrestre y rutas marítimas. El punto de origen para la plaga de Justiniano era Egipto. El historiador bizantino Procopio de Cesarea (500-565 CE) identifica el comienzo de la plaga en Pelusium en orillas septentrional y orientales del río Nilo. Según Wendy Orent, autor de la peste, la enfermedad se extiende en dos direcciones: del norte a Alejandría y Oriente a Palestina.
Los medios de transmisión de la peste fue la rata negra (Rattus rattus), que viajaron en las naves de grano y carros enviados a Constantinopla como tributo. África del norte, en el siglo VIII CE, era la fuente primaria del grano para el Imperio, junto con un número de diferentes productos como papel, aceite, marfil y esclavos. El grano almacenado en grandes almacenes, proporcionó un caldo de cultivo perfecto para las pulgas y las ratas, cruciales para la transmisión de la peste. William Rosen, en pulga de Justiniano, sostiene que mientras que las ratas son conocidas por comer cualquier cosa (incluyendo materia vegetal y pequeños animales), grano es su comida favorita. Rosen además observa que las ratas generalmente no viajan más de 200 metros desde su nacimiento en el transcurso de sus vidas. Sin embargo, una vez a bordo de los barcos del grano y los carros, las ratas se llevaron por todo el imperio.
Según el historiador Colin Barras, Procopio registró los cambios climáticos tienen lugar en el sur de Italia durante el período: incidentes inusuales de nieve y heladas en el medio de verano; por debajo de las temperaturas medias; y una disminución de la luz del sol. Así comenzó una ola de frío durante décadas acompañado de trastornos sociales, guerra y el primer brote registrado de la peste. El más frío que el tiempo habitual afectaron las cosechas de cultivos, llevando a la escasez de alimentos que resultó en los movimientos de personas en toda la región. Acompañando a estos migrantes renuentes fueron infectados con peste, llenos de pulgas de las ratas. Personas frías, cansada y hambrienta en el camino, combinado con la enfermedad y la enfermedad en medio de la guerra, así como una población creciente rata llevando una enfermedad altamente infecciosa, crea las condiciones perfectas para una epidemia. Y lo que una epidemia sería: nombrado en honor del emperador bizantino Justiniano I (482-565 CE, CE emperorship 527-565), plaga de Justiniano afectó a casi la mitad de la población de Europa.
TIPOS DE PLAGA Y SÍNTOMAS
Basado en el análisis de ADN de huesos encontrados en las tumbas, el tipo de plaga que asoló el Imperio Bizantino durante el reinado de Justiniano fue peste (Yersinia pestis), aunque era muy probable que los otros dos tipos de peste neumónica y septicémica, también estuvieron presentes. También fue la peste bubónica que devastaría del siglo XIV CE Europa (mejor conocida como la peste negra), matando a más de 50 millones de personas o casi la mitad de la población del continente. Plaga no era nuevo a la historia, incluso en la época de Justiniano. Wendy Orent sugiere que la primera cuenta registrada de peste bubónica es narrada en el antiguo testamento en la historia de los filisteos que robó el Arca de la Alianza de los israelitas y sucumbió al "inflamiento".
Procopio, en su Historia secreta, describe a las víctimas que sufren de alucinaciones, pesadillas, fiebres e inflamaciones en la ingle, las axilas y detrás de las orejas. Procopio relata que, mientras algunos enfermos cayó en coma, otros se convirtieron en muy delirantes. Muchas de las víctimas sufrieron durante días antes de la muerte, mientras que otros murieron casi inmediatamente después de la aparición de los síntomas. Descripción de Procopio de la enfermedad casi ciertamente confirma la presencia de la peste bubónica como la principal culpable del brote. Puso la culpa por el brote en el emperador, declarando Justiniano para ser un demonio o que el emperador estaba siendo castigado por Dios por sus malos caminos.
La propagación de la plaga a través del imperio bizantino
Guerra y comercio facilitan la propagación de la enfermedad a través del imperio bizantino. Justiniano pasó los primeros años de su reinado derrotar a una gran variedad de enemigos: luchando contra ostrogodos control de Italia; lucha contra los vándalos y bereberes para el control del norte de África; y defenderse de otras tribus bárbaras, Franks, eslavos y ávaros implicado en ataques contra el imperio. Los historiadores han sugerido que soldados y los trenes de suministro apoyando sus esfuerzos militares, actuaba como medio de transmisión para las ratas y pulgas llevando la peste. Por 542 CE, Justiniano había reconquistado la mayor parte de su imperio pero, como señala Wendy Orent, paz, prosperidad y comercio también proporcionó las condiciones apropiadas para facilitar un brote de la plaga. Constantinopla, la capital política del imperio romano oriental, doblado como centro de intercambio comercial para el imperio. Ubicación de la capital a lo largo de los mares negro y Egeo hizo el cruce ideal para rutas de comercio de China, Medio Oriente y África del norte. Donde fueron y el comercio, así fui ratas, pulgas y la plaga.

Imperio de Justiniano I
Wendy Orent relata el curso de la enfermedad. Siguiendo las rutas del comercio establecidas del Imperio, la plaga se propagó de Etiopía a Egipto y luego en toda la región mediterránea. La enfermedad penetró en Europa del norte ni el campo, sugiriendo que la rata negra es el principal portador de la pulga infectada como las ratas mantenidas cerca de los puertos y buques. El brote duró unos cuatro meses en Constantinopla pero continuaría persistir durante aproximadamente los tres siglos próximos, con el último brote reportado en 750 CE. No habría no más grandes brotes de la plaga hasta el episodio de peste negra CE del siglo XIV.
La plaga fue tan difundida que nadie estaba a salvo; incluso el emperador había cogido la enfermedad, aunque no murió. Cadáveres cubrían las calles de la capital. Justiniano ordenó a las tropas para ayudar en la eliminación de los muertos. Una vez que se llenaron los cementerios y tumbas, trincheras y fosas fueron cavados para manejar el desbordamiento. Cuerpos fueron arrojados en edificios, vierte en el mar y colocados en barcos para entierros en el mar. Y no sólo los seres humanos que se vieron afectados: los animales de todo tipo, incluidos los gatos y perros, perecieron y requiere la eliminación adecuada.
Tratamiento de la plaga
Una vez afectada, la gente tenía dos cursos de acción: tratamiento por personal médico o remedios caseros. William Rosen identifica al personal médico como principalmente los médicos capacitados. Muchos de los médicos que participan en un curso de cuatro años de estudio impartido por profesionales capacitados (iastrophists) en Alejandría, entonces el centro principal para el entrenamiento médico. La educación recibida por los estudiantes centrados principalmente en las enseñanzas del médico griego Galeno (129-217 CE), que fue influenciado por el concepto de humorismo, un sistema médico que se basaba en el tratamiento de la enfermedad basándose en los fluidos corporales, conocidos como "humores" en su comprensión de la enfermedad.
Carecen de acceso a uno de los tipos de médicos--court, público, privado--la gente a menudo se dirigió a remedios caseros. Rosen identifica diversos enfoques personas tomaron hacia el tratamiento de la plaga como baños de agua frías, polvos "bendecidos" por Santos, amuletos mágicos y anillos y diversos fármacos, especialmente alcaloides. Fallando todos los enfoques anteriores al tratamiento, las personas se dirigió a los hospitales o se encuentran sujetas a cuarentena. Aquellos que sobrevivieron fueron acreditadas, según Rosen, con "buena suerte, subyacen en salud y un sistema inmunológico fuerte".
Efectos sobre el imperio bizantino
El episodio de peste contribuyó a un debilitamiento del imperio bizantino en aspectos políticos y económicos. Como extensión de la enfermedad en todo el mundo mediterráneo, capacidad del Imperio para resistir a sus enemigos debilitados. Por 568 CE, los lombardos invadieron el norte de Italia y derrotaron a la pequeña guarnición bizantina con éxito, llevando a la fractura de la península Itálica, que permanecía dividida y divide hasta la reunificación en el siglo XIX CE. En las provincias romanas del norte de África y el Cercano Oriente, el imperio fue incapaz de frenar la invasión de los árabes. La disminución del tamaño y la incapacidad del ejército bizantino para resistir fuera de las fuerzas, era en gran parte debido a su incapacidad para reclutar y entrenar a nuevos voluntarios debido a la propagación de la enfermedad y la muerte. La disminución de la población había afectada no sólo los militares y las defensas del Imperio, pero las estructuras económicas y administrativas del imperio empezaron a derrumbarse o desaparecer.
Comercio en todo el Imperio llegó a ser interrumpido. En particular, el sector agrícola fue devastado. Menos gente significó menos agricultores que producen menos grano causando que los precios se disparan y gravar los ingresos a declinar. El casi colapso del sistema económico no disuadió a Justiniano de exigir el mismo nivel de los impuestos de su población diezmada. En su determinación para recrear el antiguo poder del Imperio Romano, el emperador continuó librar guerras contra los godos en Italia y los vándalos en Cartago para que su imperio se desintegran. El emperador también permaneció comprometido con una serie de obras públicas y proyectos de construcción de esta iglesia en la capital, incluyendo el edificio de la Hagia Sophia.
Procopio informó en su Historia secreta de casi 10.000 muertes por día que aflige Constantinopla. Su precisión ha sido cuestionada por los historiadores modernos que estiman 5.000 muertes por día en la ciudad capital. No obstante, 20-40% de los habitantes de Constantinopla eventualmente iba a morir de la enfermedad. Durante el resto del Imperio, casi el 25% de la población murió con estimaciones que van desde 25 millones de personas en total.

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Nacho

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¿Podría resurgir la peste negra?
Melissa HogenboomBBC
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Primero fue la plaga de Justiniano y -siglos más tarde- la peste negra. Las dos plagas más devastadoras que el mundo haya conocido. Ahora, científicos han descubierto pistas de las bacterias que causaron estas enfermedades pero, ¿estamos en peligro de volver a sufrir una pandemia de esas dimensiones?

Investigadores en Canadá compararon los genomas de la plaga de Justiniano con la de la peste negra y descubrieron que las dos fueron causadas por distintas cepas de la bacteria Yersinia Pestis.

Si bien la cepa de la plaga de Justiniano se extinguió, el patógeno que causó la peste negra evolucionó y mutó en uno que todavía hoy en día causa muertes.

Los expertos explicaron en el estudio publicado en The Lancet Infectious Diseasesque saber cómo ocurrió esa evolución era crucial para entender las posibles futuras cepas de la plaga.

En el siglo XIV, la peste negra mató a más de la mitad de la población europea; y unos 800 años antes, otra plaga ocasionaba una devastación similar en el imperio bizantino del emperador Justiniano.

Ahora, el equipo se preguntó el motivo por el cual la cepa más antigua había muerto, mientras que su prima, la de la peste negra, había logrado en extenderse por todo el mundo y resurgir en el siglo XIX en Asia.

Árbol familiar de la plaga
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Para responder a esta pregunta, los científicos secuenciaron el genoma de la plaga de Justiniano a partir de fragmentos del ADN de esta enfermedad que obtuvieron de los dientes de dos de sus víctimas.

El siguiente paso fue comparar esta cepa ancestral con la de la plaga actual para construir un "árbol familiar".

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La bacteria que causó la peste negra fue secuenciada por primera vez en 2011.
El equipo concluyó que la plaga de Justiniano llegó a lo que llaman un "callejón sin salida" pero no están muy seguros de los motivos.

El autor que lideró el trabajo, David Wagner, dijo que era poco probable que volvamos a ver una plaga tan mortífera como las que se vivieron en el pasado.

"Siempre están surgiendo cepas de la peste de reservas de roedores que causan enfermedades a humanos. Pero lo que no vemos son pandemias debido a que ahora la respuesta de salud pública es muy rápida".

Wagner agregó que las cepas de hoy en día son tan mortíferas como las del pasado, son "los humanos quienes han cambiado".

"Hemos reducido las poblaciones de ratas y ahora tenemos antibióticos que se pueden usar para combatir brotes humanos antes de que empiecen a extenderse a gran escala".

Humanos desafortunados
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La peste negra mató a millones de personas en el siglo XIV.
Sin embargo, Hendrick Poinar, de la Universidad McMaster de Canadá, quien además formó parte del equipo de investigación, advirtió que hay que seguir vigilantes.

"Esta enfermedad puede continuar emergiendo y causar terribles epidemias, por lo que uno debe estar constantemente atento a las fuentes".

El experto agregó que la evolución de Y. Pestis claramente ha crecido con el tiempo, generando mutaciones nuevas en la medida que los roedores se están convirtiendo inmune a ellas.

Poinar le dijo a la BBC que a pesar de nuestra medicina moderna y sanidad, los frecuentes viajes globales podrían esparcir con rapidez cepas futuras.

Por su parte, Helen Donoghue, de la University College London, considera que es imposible saber si la peste puede algún día resurgir a gran escala. Aunque concedió que sería poco probable.

"Los humanos son sólo huéspedes accidentales para este organismo. Son los roedores y los animales que se alimentan de ellos (como las pulgas)" los que son vulnerables.

"Es sólo cuando las pulgas están hambrientas o cuando se quedan sin ratas ni roedores -debido a fuertes lluvias o cuando no hay cosecha- que las pulgas buscan huéspedes alternativos. Los humanos sencillamente fueron desafortunados".

La especialista agregó que actualmente hay tantos roedores en el mundo que las pulgas no tendrían una presión de selección.

No obstante, Poinar señala que tras los últimos hallazgos queda la duda sobre las razones por la cual la peste negra fue mucho más exitosa que la plaga de Justiniano.

Y es ahondando en el ADN ancestral de estos patógenos del pasado que los investigadores pueden empezar a entender su evolución y porqué fueron tan mortíferos.
 

Nacho

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La peste negra, la plaga que EE.UU. no ha podido erradicar
RedacciónBBC Mundo
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Image copyrightGetty
"Esta mortandad devoró tal multitud de ambos sexos que no había quien cargara los muertos a enterrarlos, pero hombres y mujeres llevaron en hombros los cuerpos de sus pequeños hasta la iglesia y los arrojaron en una fosa común, de la cual se levantó tal hedor que era casi imposible pasar por el camposanto".

Así describe una crónica de la catedral de Rochester, Inglaterra, los efectos de la Peste Negra entre 1314 y 1350.

700 años después, sigue matando gente en Estados Unidos y en algunas regiones de América Latina.

Lea: ¿Por qué sigue muriendo gente de peste bubónica?

La peste, algunas veces conocida como peste bubónica (la variedad más común), es considerada como la pandemia más devastadora del historia.

En el siglo XIV dejó unos 50 millones de muertos en África, Asia y Europa. En este último continente arrasó con la mitad de la población.

Estalló otra vez en Londres en 1665 y, luego, una pandemia en China e India en el siglo XIX mató a más de 12 millones.

Cifras alarmantes
A pesar de los adelantos científicos, de mejores niveles de sanidad y de conocerse el medio de transmisión, la enfermedad no ha sido erradicada.

Es endémica en Madagascar, República Democrática del Congo y Perú. Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), también persiste en Ecuador, Bolivia y Brasil.

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Image copyrightSPL
Image captionLa gangrena es una de las manifestaciones de la peste.
Más sorprendente aun es que se encuentre en EE.UU., donde ha ido en aumento.

Allí se han dado 15 casos en lo que va de este año, comparados con un promedio de siete anuales, según los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), con sede en Atlanta.

Las cuatro muertes resultantes por la enfermedad es una cifra más alta que en cualquier otro año de este siglo.

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La bacteria responsable, yersinia pestis, fue introducida en EE.UU. por barcos infestados de ratas que llegaron de Europa alrededor de 1900, según Daniel Epstein, de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

"La peste era bastante prevalente, con epidemias en las ciudades portuarias en el oeste. Pero la última peste urbana fue en Los Ángeles, en 1925. Se difundió entre ratas y ratones rurales, y así fue como se arraigó firmemente en partes de EE.UU.", dice.

La enfermedad es típicamente transmitida de animales a humanos a través de pulgas.

La mayoría de los casos ocurren en el verano, cuando la gente pasa más tiempo afuera.

"El consejo es, tomar precauciones contra las picaduras de pulgas y no tocar animales muertos en áreas endémicas", advierte Epstein.

Casos de peste en humanos
América Latina de 2000 a 2012
105

PERÚ

  • 10 BOLIVIA

  • 4 ECUADOR

  • 2 BRASIL
Fuente: OPS
BBC
Esas áreas son Nuevo México, Arizona, California y Colorado, informa CDC.

Todos los casos de este año se originaron es esos estados o en otros lugares al oeste del meridiano 100, donde la geografía y el clima son ideales para los animales que portan las pulgas infectadas.

Endemia en América Latina
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Image copyrightThinkstock
Image captionLa peste negra es considerada la pandemia más devastadora de la historia.
En América Latina, la OPS considera cuatro países endémicos para peste:Bolivia, Brasil, Ecuador y Perú.

Allí, los casos humanos que todavía persisten están muy localizados, en general ocurren en poblaciones rurales que viven en extrema pobreza y cerca de los focos de la enfermedad, expresó un informe de 2013.

El informe documentó que en los primeros 12 años de este siglo, cerca de120 casos humanos de peste fueron reportados en la región, siendo 87% de ellos en Perú.

Particularmente, en el departamento peruano de La Libertad fueron reportados 33 casos, con cinco defunciones, entre 2009 y 2012.

Lea: Tres muertos en dos meses por la peste bubónica y neumónica, en Perú

La OPS opina que aunque es "considerada una enfermedad desatendida (es) posible de eliminar como problema de salud pública en la región".

Pero algunos expertos consideran que la existencia de una "reserva animal" que porta los trasmisores de la enfermedad hace muy difícil, si no imposible, la erradicación.

La viruela, la única enfermedad humana erradicada hasta ahora, no existe en animales.

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Image copyrightSPL
Image captionLa peste bubónica es la variedad más común de la enfermedad y de la que más casos se han registrado en América Latina.
Lo mismo sucede con la polio, contra la cual la OMS tiene un programa de erradicación, aunque sigue endémica en Nigeria, Afganistán y Pakistán, y acaba de resurgir en Siria desde la guerra civil.

"A no ser que exterminemos los roedores, la peste siempre estará con nosotros", opina Epstein.

La peste negra tiene una tasa de mortalidad de 30% a 60% si no se trata.

Sin embargo, el tratamiento con antibióticos es efectivo si el diagnóstico se hace temprano.

Recientemente, la investigación se ha intensificado con científicos tratando de mejorar el diagnóstico y desarrollar una vacuna humana efectiva.

No sólo para bajar el promedio de siete casos al año en EE.UU., sino para combatir el remoto riesgo de que la peste se utilice como un arma biológica.
 

Nacho

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El pueblo cuyo sacrificio logró parar la epidemia de peste negra más devastadora de la historia
Eleanor RossBBC Travel
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Image copyrightEleanor Ross
Image captionLas lápidas en Eyman son testimonio del heroico sacrificio de un pequeño pueblo del norte de Inglaterra.
En ocho escasos días, en Agosto de 1667, Elizabeth Hancock perdió a su marido y a sus seis hijos.

Cubriendo su boca con un pañuelo para disimular el hedor de la descomposición, arrastró sus cuerpos hasta un campo cercano y los enterró.

Los seres queridos de Hancock fueron víctimas de la peste negra, también conocida como peste bubónica o muerte negra, una plaga mortal que asoló Europa de forma intermitente entre el siglo XIII y el XVII, matando a 150 millones de personas.

La epidemia que tuvo lugar entre 1664 y 1666 fue particularmente notoria, el último gran brote de la enfermedad en Inglaterra.

Sólo en Londres fallecieron 100.000 personas, una cuarta parte de la población de la capital.

En medio de esa devastación, en el Distrito de los Picos de Eyam, donde vivían Hancock y su familia, tuvo lugar el más heroico de los sacrificios de la historia de Reino Unido.

Gracias a ese acto la peste negra dejó de propagarse.

Lee: La peste negra, la plaga que EE.UU. no ha logrado erradicar

Telas infestadas
Hoy todo parece estar bien en Eyam.

Los niños recolectan gruesas moras en las zarzas de las afueras del pueblo.

Los ciclistas aminoran la marcha en sus empinadas calles, haciendo a las hojas secas crujir bajo las ruedas.

Situada a 56 kilómetros al sureste de Manchester, es una tranquila ciudad dormitorio de 900 habitantes.

Y cuenta con todos los elementos presentes en cualquier localidad inglesa: pubs, acogedores lugares para tomar el té y una idílica iglesia.

Lea: ¿Por qué sigue muriendo la gente de peste bubónica?

Pero hace 450 años el panorama era muy distinto.

Las calles estaban vacías, las puertas de las casas habían sido pintadas con cruces blancas y sólo se escuchaban los lamentos de los moribundos, infectados por la peste bubónica.

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Image copyrightEleanor Ross
Image captionLas lápidas Riley marcan el lugar donde Elizabeth Hancock enterró a siete miembros de su familia.
La plaga llegó a Eyam en el verano de 1665, cuando un comerciante de Londres envió muestras de tela infestadas de pulgas al sastre local, Alexander Hadfield.

En cuestión de una semana el asistente de Hadfield, George Vickers, murió tras una larga agonía.

En poco tiempo el resto de su familia se puso también enferma y falleció.

Hasta entonces la epidemia se había limitado al sur de Inglaterra.

Y los habitantes de Eyam solo vieron una opción para frenar el avance de la enfermedad hacia el norte: ponerse en cuarentena.

Operación logística
Así, guiados por el pastor William Monpesson, decidieron aislarse del mundo.

Para ello establecieron un perímetro que no podían cruzar alrededor del pueblo.

Ni siquiera aquellos que no tenían ningún síntoma podrían pasar al otro lado.

"Con ello no pudieron evitar estar en contacto con la enfermedad", explica Catherine Rawson, la secretaria del Museo de Eyam, en el que se detalla cómo la localidad lidió con la peste.

Supuso una cuidadosa planificación.

No solo tuvieron que desarrollar estrategias para lograr que nadie saliera, sino también para que los habitantes siguieran recibiendo alimentos y otros suministros.

Por ejemplo, marcaron el perímetro con hitos, hicieron agujeros en las piedras con las que rodearon el pueblo, y depositaron en ellas monedas impregnadas en vinagre.

Se creía que la sustancia actuaba como desinfectante.

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Image copyrightEleanor Ross
Image captionEdificaciones como ésta son conocidas como como "casas de la peste", por haber pertenecido a las familias que sufrieron en la epidemia.
Así, los comerciantes de los alrededores podían recolectar el dinero con la tranquilidad de no contagiarse, y dejar a cambio sacos con carne, cereales y utensilios varios.

Aceptación estoica
Los hitos o mojones siguen en pie.

Están situados a 0,8 kilómetros a la redonda, y son una de las principales atracciones turísticas del pueblo.

Aún conservan los agujeros, pero con los bordes pulidos tras ser manoseados por los niños durante siglos.
 

Nacho

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Hoy los turistas colocan monedas en ellos, en honor a las víctimas de la peste negra.

La reacción de los residentes ante la noticia de la cuarentena sigue siendo materia de debate.

Pero la tradición oral dice que aunque algunos trataron de huir, al parecer la mayoría aceptó la medida estoicamente.

Y es que de huir, en ningún pueblo recibirían una calurosa bienvenida.

Así le ocurrió a una mujer que escapó y acudió un día al mercado de Tideswell, una localidad contigua.

Cuando la gente se dio cuenta de que venía de Eyam, le arrojaron comida y gritaron: "¡La plaga, la plaga!".

Mientras, a medida que los muertos se multiplicaban, las ruinas se iban apoderando de Eyam.

Las carreteras comenzaron a desmoronarse y las plantas empezaron a hallar su camino más allá de los desatendidos jardines.

Los habitantes dejaron de recoger los cultivos, dependiendo enteramente de los paquetes que les entregaban los comerciantes de los alrededores.

Convivían literalmente con la muerte, sin saber quién sería el próximo en sucumbir a una enfermedad que no entendían.

Unos pocos sobrevivientes
Para la primera mitad de 1666 ya habían fallecido 200 personas.

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Image copyrightEleanor Ross
Image captionLos hitos, que sigue en pie, marcaban el límite que los habitantes de Eyman no podían cruzar.
Cuando el cantero murió, los vecinos no tuvieron otra opción que grabar sus propias lápidas.

La mayoría, como Elizabeth Hancock, tuvieron que enterrar a sus propios muertos.

Arrastraban los cuerpos calle arriba, tirando de una cuerda que habían atado a sus pies, para evitar cualquier contacto.

Pero a pesar de estas precauciones, para finales de año habían muerto 267 de los 344 habitantes de Eyam.

La peste bubónica en 1665 fue similar al ébola en 2015, solo que con menos conocimientos médicos y sin ninguna vacuna disponible.

Decían que quienes sobrevivieron tenían una ventaja –hoy se cree que fue un cromosoma- que impidió que cayeran enfermos.

Otros creyeron que los rituales supersticiosos, como fumar tabaco por ejemplo, además de rezar con fervor fue lo que los salvó.

Un olor "dulzón"
Jenny Aldridge, gerente de operaciones para visitantes de la mansión Eyam Hall, perteneciente al National Trust, una organización dedicada a preservar el patrimonio histórico, cuenta cómo identificaban las víctimas que acaban de sucumbir ante la enfermedad.

Según la experta, percibían un olor dulzón.

Así le ocurrió a la esposa de William Mompesson, Katherine.

Notó ese aroma dulce la noche antes de caer enferma, y así supo que había sido tocada por la peste.

Lo horrible es que el olor provenía de su interior, de la descomposición de sus propios órganos, y que sólo sus glándulas olfativas podían captar.

Pero en aquél entonces no se sabía.

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Image captionPara mediados de 1666, 267 personas habían muerto en el pueblo... de una población total de 344.
Así que como consecuencia "la gente comenzó a llevar máscaras rellenas de hierbas", para escapar de oler esa dulce esencia, cuenta Aldridge.

"Algunos incluso se sentaban sobre las alcantarillas, pensando que, como el olor era tan malo, la peste no se iba a acercar hasta allí".

Catorce meses después la plaga desapareció, casi tan repentinamente como había llegado.

La vida volvió a la normalidad y el comercio se reanudó con relativa rapidez, porque la minería del plomo, la principal riqueza de Eyam, era demasiado valiosa para ser ignorada.

Hoy es sobre todo una ciudad dormitorio entre Sheffield y Manchester.

Pero la plaza sigue estando en el mismo sitio en el que se ubicó el pueblo original.

Y la señorial casa Eyam Hall, una mansión de estilo jacobino del siglo XVII, sigue recordando la época de la peste.

Aunque más dramáticas son la placas verdes que adornan las haciendas que sucumbieron a la epidemia, en las que se incluyen los nombres de las víctimas de la familia.

Estas señales son para los habitantes de hoy un recuerdo de que siguen existiendo gracias al sacrificio de sus ancestros.

Lee la historia original en inglés en BBC Travel


Acerca de compartir[/paste:font] http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/11/151106_vert_tou_pueblo_salvo_peste_negra_yv
 

Nacho

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Londres, 1665: “La peste nos está volviendo crueles”
Lucy Burns
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Image copyrightTHINKSTOCK
Image captionTantos morían tan rápido que los enterraban en fosas comunes.
Era verano y Londres estaba asolada por una enfermedad que por mucho tiempo había aparecido y desaparecido en Asia, África y Europa sembrando muerte por doquier.

En años recientes había visitado a Milán, donde arrasó con el 25% de la población (1629-1631); en Sevilla, se estimó que mató a 150.000 de los 600.000 andaluces que vivían ahí en 1647.

En 1665 le tocó el turno a Londres.

¿Cómo era vivir en medio de ese horror en esa época, en la que no se sabía ni la causa ni había remedio para una epidemia que no respetaba edades ni clases sociales y que te convertía en su cómplice para infectar a tus seres cercanos?

La BBC buscó testimonios que sobrevivieron el paso del tiempo que nos dan una idea del día a día en una ciudad en la poco se podía hacer para evitar ser una víctima.

Calor y pestilencia
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Image copyrightHULTON ARCHIVE GETTY
Image captionLa enfermedad mataba a familias enteras.
Ese verano, la peste bubónica se había apoderado de la ciudad.

"Hay un gran temor a la enfermedad. Se dice que algunas casas ya fueron cerradas".

Así plasmaba lo que ocurría un testigo: el conocido diarista inglés Samuel Pepys, uno del medio millón de londinenses aterrados por la propagación de la plaga.

"Esta tarde vi dos o tres casas marcadas con una cruz roja y con las palabras 'Que Dios se apiade de nosotros" en sus puertas. Fue triste pues eran las primeras que veía".

Suenan las campanas
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Image copyrightTHINKSTOCK
Image caption"El fatal efecto de la peste" dice esta ilustración.
"La peste es una enfermedad epidémica que se propaga rápidamente de persona a persona y mata a la mayoría de los contagiados", le dijo a la BBC Vanessa Harding, profesora de Historia de Londres de la Universidad de Londres.

Como no era la primera vez que llegaba a la ciudad, "las autoridades tomaron medidas inmediatamente. Ordenaron limpiar las calles, sacrificar a los perros y los gatos, encerrar a los infectados, prohibir reuniones multitudinarias. Además, le pedían a la gente que no fuera al teatro o a funerales o asambleas públicas".

"No eran regulaciones de higiene, más bien de orden público".


Curas para la peste
  • * Escribir las letras de 'abracadabra' en un triángulo.

  • * Presionar un pollo desplumado contra las llagas hasta que éste muera.

  • * Una pata de conejo de la suerte; un sapo seco

  • * Fumar tabaco

  • * Sanguijuelas

"La gente se está muriendo y ahora parece que tienen que cargar los muertos al lugar donde los entierran también durante el día, pues no alcanzan las noches. Hace 3 o 4 días vi un cadáver en un ataúd en la calle sin enterrar... la peste nos está volviendo crueles", escribió Pepys.

Y el reverendo John Allin, otro londinense, también consignó sus impresiones ante el rápido aumento de muertes.

"Me temo que, a juzgar por el casi continuo y universal tañer de las campanas, la enfermedad está en aumento. Estoy seguro de que se me está acercando, pues se llevó al mejor amigo que tenía en el mundo. Peter Smith, estuvo un poco mal en la tarde, luego tomó algo para sudar, lo que esa noche le produjo una hinchazón bajo su oreja que no se podía romper y lo ahorcó. Murió el jueves por la noche".

Soledad y melancolía
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Image captionEl ángel de la muerte preside Londres durante la Gran Peste, con un reloj de arena en una mano y una lanza en la otra.
Londres estaba desierta. Los que podían, se habían ido de la ciudad.

"Caminé hasta la Torre -escribió Pepys-; ¡Dios mío, cuán vacías y melancólicas están las calles! Tanta gente pobre enferma llena de llagas; tantas historias tristes que escuchas al pasar, de alguien muerto, otro enfermo; no hay botes en el río y el pasto crece descuidado en el palacio de Whitehall".

El palacio de Whitehall fue la residencia principal de los reyes de Inglaterra desde 1530 hasta 1698. En ese entonces, era el más magnífico de Europa, con 1.5000 habitaciones, más grande que Versalles y el Vaticano.

Pero estaba desierto pues el rey Carlos II con su familia y su corte se habían trasladado a Oxford.

Para algunos, como el reverendo John Allin, escapar no era una opción.

"La enfermedad está ahora muy cerca de mí; está en donde mis vecinos de ambos lados, bajo el mismo techo... pero no tengo un lugar para retirarme, ni en la ciudad ni en el campo; no tengo a dónde ir ni en el cielo ni en la Tierra, sólo Dios. Creo que no hay escape del deseo de Dios y esta enfermedad es tan pestilente en algunos lugares que parece más un juicio que otra cosa, y el arrepentimiento sincero es el mejor antídoto, y el perdón de los pecados, su mejor remedio".

"Ciertamente, muchos lo consideraban como un juicio divino", señala Vanessa Harding.

"Es un período en el que la gente creía mucho en la divina providencia. Creían que las cosas venían de arriba. Y había varios pecados esperando sentencia. ¿Sería por la restauración de la monarquía? ¿O por la ejecución del rey en 1649? Siempre hay alguien a quien culpar y, con tal de que no seas tú o tu grupo social, es satisfactorio".

Lo peor antes del alivio
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Image captionPortada del documento con las estadísticas de las muertes.
La peste llegó a su peor momento en septiembre, con más de 7.000 muertes por semana.

En otoño, el número de víctimas empezó a decrecer. Para finales de diciembre, Samuel Pepys ya sonaba más optimista.

"Es cierto que hemos pasado por una profunda melancolía por la Gran Peste, pero ya disminuyó a casi nada. Para nuestra gran alegría, la ciudad recuperó su ritmoy las tiendas volvieron a abrir sus puertas".

70.000 personas fueron registradas como víctimas de la peste, aunque se estima que la cifra real fue de más de 100.000.

Las tribulaciones de Londres, no obstante, no habían terminado.

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Image captionTras la peste, el fuego, que consumió vastas extensiones de la ciudad.
El año nuevo traería consigo el Gran Incendio de 1666, que incineró vastas extensiones de la ciudad.

Para muchos londinenses, era otra señal de Dios.

Guerra, plaga y fuego: los clásicos... y los habían sufrido todos en rápida secuencia.

Después del incendio, la peste también se apagó, pero Vanessa Harding cree que tratar de vincular estos dos hechos probablemente es impreciso.

"Es tentador pensar que el fuego limpió a la ciudad, pero los hechos no respaldan esa teoría pues lo que ardió fue el centro de la ciudad, que no había sido casi afectada por la epidemia. Ésta estaba en los suburbios, que no se quemaron".

Con fuego o no, la epidemia había llegado a su fin, y ese fue el último gran brote de peste bubónica en Reino Unido.
 

Nacho

Comandante de Guardia
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Miembro Regular
Inglaterra y la gran plaga de 1665



"La gran plaga" o la "peste bubónica" es una epidemia que se extendió por toda Inglaterra entre 1665-1666. Relativamente menos generalizada y destructiva que la pandemia de "peste negra" de 1350, el brote, sin embargo, resultó en la muerte de más de 100.000 ingleses, que representaban el 15% de la población del país.

La Gran Plaga comenzó en Londres, más precisamente en St. Giles-in-the-Field, una parroquia superpoblada. Durante el siglo 17, la ciudad de Londres fue rodeada por una "muralla de la ciudad", que fue construido para mantener a raiders en el pasado. Fuera de este muro, los pequeños suburbios estaban creciendo rápidamente en población, mientras que dentro de las puertas de la ciudad, las partes más pobres de Londres estaban cayendo en la ruina. Antihigiénicas y superpobladas, se cree que estas ciudades han dado lugar a la Gran Plaga mediante la cría de sus portadores; 'pulgas de rata'.

No fue hasta 2016 que el agente causal real de la peste, una bacteria llamada 'Yersinia pestis', se confirmó a través de pruebas de ADN, después de su identificación por 'Alexandre Yersin' en 1894. La enfermedad se dirige al sistema linfático. Los ganglios linfáticos infectados, agrandados y dolorosos, que también eran llamados bubones, fueron el principal indicador de la peste. Otros síntomas notables incluyen el ennegrecimiento de los dedos del pie, los dedos y la nariz, también se conoce como "gangrena", vómitos continuos y dolor de cabeza. Se dice que los que contrajeron la enfermedad murieron dentro de diez días.

Tan pronto como se difundió la noticia de una creciente plaga, los afluentes huyeron de la ciudad mientras los pobres se quedaban atrás sin otra opción que quedarse. El rey Carlos II, los reyes y la corte tomaron el santuario en Oxford. Cuando un miembro de una familia contrajo la plaga, toda la casa fue sellada inmediatamente. Los restantes miembros de la familia finalmente murieron también. Los hogares afectados fueron marcados con una cruz roja en la puerta y la declaración "Señor tenga piedad de nosotros" escrito en él. Los muertos fueron sacados de la noche siguiente al grito 'Trae a tus muertos'. Luego fueron llevados a las plagas de la peste fuera de la muralla de la ciudad en carros. Dos de los "Great Pits" en Inglaterra estaban en 'Aldgate' y en 'Finsbury Fields'. York fue severamente afectada por la Gran Plaga. Los verdes fuera de la muralla de la ciudad permanecieron sin ser molestados, para que otra endémica pudiera estallar.

Una historia de gran valentía, en estos tiempos trágicos, viene de la pequeña aldea de Eyam. Una caja de lavandería, infestada de pulgas de rata, expuso a los aldeanos de Eyam a la plaga. Cuando el endémico comenzó a extenderse, a través de las conversaciones persuasivas pronunciadas por el rector del pueblo William Mompesson, los aldeanos de Eyam tomaron la valiente decisión de permanecer dentro de los límites del pueblo. Al decidir contra huir como la mayoría de los demás, evitaron un brote masivo de la Gran Plaga en Derbyshire, la ciudad más cercana. 80% de los aldeanos cayeron presa de la enfermedad, incluida la esposa del rector. El último domingo de cada agosto, se realizó un servicio en la Iglesia Eyam en reconocimiento a su sacrificio.

La Gran Peste se extinguió en el invierno de 1666 con el frío que alejaba las pulgas infestadas.
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https://tv-english.club/articles-en/discover-great-britain-en/england-and-the-great-plague-of-1665/