
(O la narración de las 51 horas que se tardaron los vecinos de Antofagasta para organizar una institución de actuales 138 años de existencia)
El incendio de ese viernes 2 de abril de 1875 ocurrido a las 11 de la mañana en la actual calle Prat, llamada en ese tiempo “La Mar” entre Latorre y Condell, que afecto la casa y el almacén de un connotado vecino, había reducido a escombros una parte de la naciente ciudad, aunque pasaban las horas, los vecinos estaban desbastados con semejante tragedia que nunca antes se había ocurrido en tal magnitud en la naciente Antofagasta. Los vecinos más curiosos , iniciando una tradición Antofagastina que se ha mantenido hasta nuestros días, habían venido a ver el incendio primero y ahora desde todos los puntos de la pequeña ciudad llegaban a ver los maderos humeantes y calaminas retorcidas que aún eran removidas por sus dueños para ver que se podía salvar de entre tanta destrucción.
Los propietarios y dependientes de las casas incendiadas no podían ocultar su pena y amargura ante tremenda tragedia que había devorado en pocas horas una manzana completa del centro de Antofagasta. Sus primeros esfuerzos fueron para tratar de apagar las llamas, pero cuando estas tomaron una fuerza avasalladora solo se limitaron a impedir su propagación en compañía de muchos hombres y mujeres de buena voluntad que ayudaron desinteresadamente a su extinción. Ahora los dueños buscaban y rebuscaban en los escombros para ver que podían salvar, pero nada quedaba, solo maderas, latas y fierros retorcidos esperaban el anochecer del puerto bajo una humareda blanca que se levantaba suavemente al cielo costero de Antofagasta que a esa hora comenzaba a llenarse de estrellas.
Un informe de mediados de la década de 1870, evacuado por Matías Rojas Delgado, alcalde de la ciudad desde 1879 hasta 1888, describía el crecimiento de Antofagasta poniendo de relieve la fuerte ascendencia del ciudadano chileno en la construcción de la urbe: “La población actual de Antofagasta, tomando en cuenta solo los nombres anotados en los registros sube a 5.384 habitantes; pero tomado en cuenta el cálculo general de un 10% sobre el total que deja de anotarse, por causas que no es necesario apuntar. Y calculando que solo cincuenta operarios hayan en las minas de los alrededores, tendremos que la población total será de 5.972 habitantes. Hay una particularidad que debo hacer notar a usted respecto a la nacionalidad de los habitantes, y es que sobre el total de 5.384, existen en este puerto 4.530 chilenos. Habiéndose formado un cuadro aparte de los nacionales, resulta de él que el total es de 419, siendo de éstos, niños nacidos en este puerto 260. En un puerto de reciente creación, no pueden encontrarse monumentos u obras públicas que llamen la atención; sin embargo, puede indicarse que cuenta con una Iglesia que si no es de lujo, satisface perfectamente las necesidades de la población. Una Aduana, que llena las necesidades del comercio… un Hospital y Lazareto perfectamente atendidos por la Junta de Beneficencia; un Cementerio que fue declarado en su origen Laico por esta Municipalidad… un edificio dedicado a Recova, un Matadero público… El Teatro también es un establecimiento que llama la atención sino por su solidez a lo menos por su sencillez y elegancia… La plaza tiene una reja elegante de madera. El Muelle no es de la mejor construcción, y sirve solo para el desembarque de pasajeros… Como establecimientos particulares que llaman la atención se cuentan dos: la máquina de amalgamación perteneciente a la Sociedad Beneficiadora, que en su género puede considerarse como el primero de la América del Sur… y el del salar del Carmen, perteneciente a la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta. Existen dos Clubs sociales y un Cuerpo de Bomberos. En cuanto a establecimientos de instrucción pública hay dos, uno para cada sexo: éstos corren bajo la vigilancia inmediata de la Municipalidad”
Durante las horas de la remoción de escombros, los mineros de Caracoles, son despertados a la fuerza de su fiesta estridente y explosiva que ante tanta calamidad candente y humeante son devueltos a la realidad. Cada uno de ellos es sacudido abruptamente de su alegría embriagada de licores traídos a la pampa para secar la sed del desierto y refrescar el cuerpo y el alma de las largas jornadas en los cerros perdidos en el desierto, solo en la compañía de sus palas y picotas que levantaban el caliche al sol del desierto. Son los gritos y lamentos de los vecinos de la ciudad los que sirven de furioso reclamo a su conducta irresponsable y dispersa que los lleva a alejarse rápidamente del puerto y volver al mineral de Caracoles en la primera carreta que encuentran a continuar su dura faena que han seguido todos los hijos del norte por tiempos inmemoriales.
Estos hombres del desierto ocultan sus rostros curtidos por el sol y ahora por la culpa que sienten, bajan sus miradas al piso, ellos cansados de juerga y fiesta no quieren enfrentar a sus inquisidores que los miran con rabia y dolor, haciéndoles un juicio público con sus miradas y palabras de ira. Estos pirquineros conocedores de la pampa, estos herederos de Juan López y ahora mineros de Caracoles y piques aledaños, con sus cartuchos de pólvora y fuego han provocado el primer fuego de Antofagasta y ahora deben pagar por ello con una culpa histórica que los seguirá por siempre.
Para darnos una idea fue tal la afluencia de gente que desde un principio acudió al mineral de Caracoles, que en poco tiempo su población alcanzó a más de 20.000 habitantes. Un considerable número de carretas, que no bajaría de 1.500, hacia el tráfico entre Antofagasta y el mineral. La gente vivía allí, al principio, de cualquier manera, la mayor parte en carpas de sacos; pero luego los comerciantes de mayores recursos empezaron a construir casas de madera y calaminas. Fue tal la importancia del comercio que había en el mineral, que dos años después del descubrimiento las existencias de los negocios establecidos se calculaban en más de seis millones de pesos de la época.
En las conversaciones que se empezaron a dar entre la muchedumbre qué miraba asombrada tanta devastación, comenzó a surgir un sentimiento de vulnerabilidad que en pocas horas se había instalado en todas las esferas sociales del puerto. La sentencia y conclusión era una, Ese nefasto día 2 de abril a las 11 de la mañana la ciudad quedo sin nadie que defendiera a sus habitantes, sus enceres y a las débiles maderas de las aterradoras y avasallantes llamas que podían consumir en fracción de minutos lo construido en años con tanto esfuerzo y sacrificio de nortinos.