
Es bombero voluntario en Tanti desde los 12 años. Sólo una vez acudió a un incendio: el que hace un año destrozó su casa y mató a su papá y su hermanito en Parque Síquiman.
Esto es tierra de contrastes.
Como ser: las monedas del cofre quemado tienen el color de la muerte, y el que las levanta para mostrarlas es un chico que recién se lanza a la vida.
Desde esta pendiente de Villa Parque Síquiman se respira un aire cristalino y el cielo tiene un tono azulado, y un año atrás era imposible acercarse por el humo negro que todo lo pudría.
Donde hay escombros amuchados antes hubo una casa con una historia de familia, y ahora lo que queda de esa familia se mudará de casa para que su vida tenga otra historia.
No hay otro modo de relatar esto que no sea con contrastes: la oposición entre la vida de Franco Muñoz (18), un muchacho que quiso ser bombero voluntario para ayudar a la gente, y la voracidad del único incendio al que acudió hasta ahora y que destruyó su casa y se llevó a su papá y su hermanito.
El contraste más primitivo, ese parecido al claroscuro, es también el más esperanzador.
14 de julio de 2015. Paola Muñoz (36) despertó sobresaltada con ese olor. Era agrio, denso. Codeó a su marido, Gastón Fernández (45), y le dijo que algo se quemaba en la casa. El hombre se levantó de un tirón y enfiló para el lado del garaje. “¡Es el auto, se quema el auto, traeme baldes de agua, dale que esto va a explotar!”, gritó.
Ella, lentificada por el miedo y el humo tóxico, alcanzó a reaccionar por Facundito (10), su hijo más chico que dormía en la habitación pegada. Salió al living, que ya no era living sino una masa de veneno caliente y negra. “¡Facundito, salí, salí de la habitación, Gastón, vení a sacar al nene, Gastóooon!”, alternó ella los gritos a dos destinatarios que no respondían.

Días después, ya extinguido ese momento, Paola contó a la prensa que esa noche su marido había llegado tarde y todo embarrado porque se quedó ayudando a un policía que tuvo problemas con su auto. “Le pedí que se fuera a bañar. Le busqué ropa, se abrigó y prendió el aire acondicionado. Lo puso en unos 22 grados”, dijo.
El aire acondicionado lo es todo en esta historia, porque ahí empezó el cortocircuito que se alimentó de un colchón colocado en el techo del Renault Clio que Gastón le había regalado a Paola para su cumpleaños. Cortocircuito, colchón, humo y después.
En la casa, la mujer gritó por su hijo, gritó por su marido, gritó por ayuda y gritó por su propia vida, que ya casi no era vida porque no había más aire en ese living así que ella salió por la puerta trasera, derribó un alambrado, corrió al frente y trató de arrancar las rejas de la ventana de la pieza de Facundito.
Como no podía, hizo lo que sí pudo y destrozó los vidrios para que entrara el aire frío y saliera el humo.
Pero no pasó nada de eso, o a ella le pareció que no pasó nada de eso, que viene a ser lo mismo.
El acceso principal era todo fuego. Esa madrugada de neblina helada, Paola subió en su motocicleta y aceleró a buscar a la Policía. Estaba descalza.
En primera persona (I). Soy Franco Muñoz. Hijo de Paola Muñoz y Gastón Fernández (uso el apellido de mi mamá). Hermano mayor de Facundo. Ayer, viernes 8 de julio de 2016, cumplí 18 años y obtuve lo que quería desde los 12: el certificado de bomberos.
Desde chico me gustaba la acción, moverme, todo lo fuera de común. Siempre fui muy inquieto y me mandaron a practicar muchos deportes, pero no me alcanzaba. Quería hacer algo que me sirviera a mí y que también fuera para ayudar a la gente.

Nací y me crié acá donde hablo, Parque Síquiman. Mi papá era el dueño de la verdulería “Siempre Verde”, muy conocida en Carlos Paz, y yo me pasaba los veranos ayudándolo. Hasta que cumplí 12 y de regalo me llevaron a conocer el cuartel de Bomberos Voluntarios de Tanti, y ya nunca me fui.
Los bomberos son mi segunda familia; con ellos cambié mi comportamiento, tuve otra educación, aprendí a ser mejor persona, aprendí una manera de ayudar a la gente y aprendí muchas cosas más que en general no se saben.
Como que, cuando hay un incendio, jamás se debe abrir o romper una ventana para buscar aire, porque justamente el oxígeno aviva el fuego y hace que las llamas sean más grandes y avancen más rápido. Mi mamá no lo sabía.
Detrás del mueble. “Un bombero acudió al incendio de su propia casa donde murieron su padre y su hermano”, fueron algunos titulares de prensa el 14 de julio del año pasado. No eran ciertos del todo, pero lastimosamente lo correcto estuvo en “murieron su padre y su hermano”.
Aún no amanecía cuando desde la Policía de Síquiman dieron el alerta a los cuarteles de bomberos de Villa Carlos Paz, Bialet Massé y Tanti. En éste se encontraban Franco y siete voluntarios más. Hasta ese momento era una alarma más de un incendio equis: quién podía sospechar que ese fuego tenía la forma de un demonio en la vida de los Fernández.
Fue una de esas madrugadas en las que todo debía salir mal: la neblina encegueció las cosas y ya ningún bombero iba a poder encontrar a tiempo esa casa que ardía en las calles Las Cascadas y Los Alazanes de Síquiman.
Quedaban por supuesto los abuelos y los tíos de Franco y Facundo, que viven en casas vecinas y arrancaron a mazazos la ventana para buscar al niño. Estaba desmayado, con los pulmones llenos de hollín, acurrucado detrás de un mueble contra la pared.
Eso que Franco le había explicado tantas veces. Le había dicho que en caso de incendio había que correr, buscar una salida, escapar hasta que los pies dejaran de arder. Pero Facundo le temía a la oscuridad, y quizá por eso se metió detrás del mueble y se quedó tan quieto como fuera posible hasta que el humo lo durmió y el fuego alcanzó su cuerpito.
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