Un fin del mundo: Incendio de Santa Olga

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Chile
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Santa Olga, Chile – Es el paisaje del fin del mundo. Santa Olga ya no existe tras ser arrasada por las llamas. El poblado quedó literalmente carbonizado. Ya cubrimos grandes incendios en Chile, pero nunca uno como este.

Las llamas se desataron a mediados de enero, en el centro-sur del país, ni bien terminó otro que arrasó parte de la ciudad costera de Valparaíso. Las temperaturas de 38 grados, los vientos violentos y algunos actos malintencionados causaron que los bosques se cubrieran de fuego.

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El humo de los incendios en el centro de Chile, llegan a la capital Santiago, el 20 de enero de 2017. (AFP / Martin Bernetti)


La magnitud del desastre

Después de una primera incursión de un día, decidimos regresar al lugar con un equipo conformado por la reportera Giovanna Fleitas, el fotógrafo Martín Bernetti y la videasta Mathilde Bellenger. Estábamos listos para la aventura, en un poderoso vehículo 4x4, con cascos, máscaras de gas, grandes cantidades de agua y cientos de kilómetros por recorrer.

En el camino, el espeso humo a lo largo de la zona nos concientizó sobre la magnitud del desastre.

Partimos de Santiago temprano en la mañana. Nuestra primera etapa del viaje fue en la pequeña localidad de Hualañé, donde los habitantes rociaban agua a sus casas, esperando la llegada del fuego. El cielo amarillo y las cenizas volando en el aire eran señal de que las llamas estaban cerca.

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Un incendio en un bosque de la localidad de Llico, a 250 km al sur de Santiago, el 27 de enero de 2017. (AFP / Martin Bernetti)

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La localidad Pumanque, a 140 km al sur de Santiago, el 21 de enero de 2017. (AFP / Martin Bernetti)

Después llegamos a Llico, donde bomberos y pobladores corrían con cubos de agua, intentando frenar el incendio que amenazaba a sus casas. El zumbido de un helicóptero yendo y viniendo del fuego a un lago completaba la escena. En San Ramón vimos un aserradero en llamas y al final Santa Olga, reducida a un montón de ruinas carbonizadas y el suelo todavía humeante.



Al caer el sol en Constitución, a 250 km al sur de la capital, el cielo se tornó rojo. Con el humo anaranjado cubriendo los bosques y las casas destruidas en el horizonte, era una escena Dantesca. El infierno estaba ahí.

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Los restos de Santa Olga, el 26 de enero de 2017, tras ser arrasada por un incendio. (AFP / Pablo Vera Lisperguer)

Estudiamos este trayecto en Santiago, pero la naturaleza cambió nuestros planes en el camino. Un colega de la oficina nos mantuvo al tanto del desplazamiento del incendio. También estaban las redes sociales, aunque la fiabilidad era relativa.

Mientras más incendios, más oportunidades había de equivocarse en la ruta. En estas condiciones, Twitter puede ayudar y, a veces, inducirte al error. A menudo, los bomberos nos ayudaban a orientarnos.

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El poblado de Constitución, el 26 de enero de 2017. (AFP / Martin Bernetti)

La buena voluntad de los empleadores

Había un cuerpo nacional de soldados del fuego, pero no son parte de ningún ministerio. Está financiado en gran medida por donaciones. Todos los bomberos son voluntarios que se organizan en unidades. La mayoría cuenta con buenos equipos, pero no reciben ninguna remuneración por su trabajo. La disponibilidad de voluntarios, cuando son asalariados, depende de la generosidad de sus empleadores.

Una noche, acompañamos a dos bomberos. Las autoridades nos dejaron pasar una barraca porque así los llevaríamos hasta Constitución. Nosotros íbamos a dormir en esa localidad y ellos iban a tomar un autobús para volver a Santiago. Regresaban a sus trabajos habituales, un poco temerosos de perderlos por estar ausentes mucho tiempo.

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Habitantes de Hualqui -cerca de Concepción- intentan contener un incendio con baldes de agua, el 27 de enero de 2017. (AFP / Guillermo Salgado)

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Una mujer bombero es consolada luego de que muriera uno de sus colegas en Llico, el 26 de enero de 2017. (AFP / Martin Bernetti)

En Chile hay una cultura del voluntariado muy marcada, tal vez para compensar la ausencia del Estado en varias áreas. Nos encontramos con voluntarios de todas partes, incluidos de las grandes ciudades. Su aporte es esencial, ya sea para limpiar las zonas siniestradas o para ayudar a proteger a los habitantes, por ejemplo, ayudando a desbrozar los cortafuegos.

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Jóvenes voluntarios, llegados de una comunidad vecina, tratan de frenar el avance del fuego en Concepción, el 28 de enero de 2017. (AFP / Guillermo Salgado Sanchez)

El acceso a la zona había sido bastante fácil. Por lo general, cuando hay un gran incendio, la policía coloca barreras para reforzar la seguridad de las personas, y nos las arreglábamos siempre para pasarlas. Esta vez , había una sola barrera, cerca de una fábrica amenazada por un incendio y donde las autoridades temían una explosión.

La zona era inmensa e imposible de controlar. Los pobladores nos ayudaban, guiándonos hasta ciertos lugares para lograr una mejor perspectiva.

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Santa Olga, después del incendio, el 27 de enero de 2017. (AFP / Martin Bernetti)

Estaba claro que una parte de los incendios era obra de pirómanos. Todos hablaban de ello. La presidenta Michelle Bachelet informó que hubo más de 40 detenidos. Pero nadie estaba de acuerdo sobre las motivaciones de los pirómanos. Escuchamos de todo, desde deforestaciones salvajes, acaparamiento de tierras, estafas a las aseguradoras y hasta argucias políticas. A fin de cuentas, nadie sabía nada.

El fuego es impredecible

Usualmente las catástrofes naturales son difíciles de cubrir, pero ésta en particular forma parte de las más peligrosas porque el fuego es impredecible. En solo unos segundos las llamas pueden cambiar de dirección y atraparte. Por ello trabajamos con máscaras antigas y lentes, y nunca olvidamos el riesgo al que nos enfrentamos.

Por ejemplo, cuando ingresamos por un pequeño camino de un bosque para filmar un gran incendio, que estaba a algunos metros, había que poner el auto en la dirección adecuada para huir rápidamente si llegaba a ser necesario…

También hubo trayectos en las noches con las rutas cubiertas de humo e incendios en los costados. Bromeábamos diciendo que en cualquier momento íbamos a ver un zombi.

Las llamas a los costados del camino no hacen ruido, pero consumen sin cesar lo que encuentra a su paso, generando un olor denso a quemado.

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Concepción, el 25 de enero de 2017. (AFP / Guillermo Salgado)

Hogueras, una tras otra

El fuego más impresionante fue en una noche oscura sin ningún alumbrado público. Fue una sucesión ininterrumpida de hogueras resplandecientes kilómetro tras kilómetro.

Ya habíamos cubierto incendios en Chile, son frecuentes y ocurren no sólo por el clima, que puede alcanzar temperaturas muy altas.

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Un avión Boeing 747 de las operaciones contra incendios lanza una sustancia retardante sobre un bosque de Concepción. (AFP / Guillermo Salgado)


En Valparaíso, la segunda ciudad más grande del país, hay incendios regularmente. La urbe está pegada a colinas de bosques con una población creciente y de viviendas precarias.

En 2014 cubrimos un incendio gigante en esta ciudad y otro al año siguiente, y volvimos a ir a inicios de este año.

Según el primer balance, del 22 de enero, se quemaron unas 90.000 hectáreas de bosques, principalmente de pino y eucalipto.

Una semana después, la cifra dio un salto a casi medio millón de hectáreas incendiadas y al menos 11 muertos.

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Una catástrofe natural y agrícola

Las autoridades decretaron el estado de catástrofe natural y agrícola debido a la cantidad de cultivos quemados.

Lo que fue impresionante, una vez más, fue la resignación y, a la vez, la resiliencia de la gente. Es una población acostumbrada a los golpes duros, capaz de soportar de todo antes de volver al trabajo. La rabia se expresa poco.

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Santa Olga el 26 de enero de 2017. (AFP / Pablo Vera Lisperguer)

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Un incendio fuera de control en Santa Olga, el 25 de enero de 2017. (AFP / Pablo Vera Lisperguer)

Los habitantes siempre nos recibieron bien, algunos acudían a nosotros para enviar mensajes de agradecimiento o pedir ayuda. Los medios también sirven para eso en una situación como esta.

Pero el recuerdo que más presente queda es el de Santa Olga, esa localidad de unos miles de habitantes que quedó completamente devastada. Pudimos visitarla dos veces.


Desde la primera noche tuvimos la sensación de estar en una escena del fin del mundo. Con todo quemado, solo quedaban algunos habitantes errantes en medio de las cenizas y del humo. Algunos comparaban la devastación con la de la bomba atómica. Muchos habían perdido sus casas en el terremoto que azotó al país en 2010.

Era un poblado pobre y aquellos que tenían poco, de pronto se quedaron sin nada. Como siempre, la catástrofe golpea con más fuerza a los que menos tienen.

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Santa Olga el 27 de enero, después del incendio. (AFP / Martin Bernetti)

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