CHILE: Historias varias

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El primer pirata chileno


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Fue por 1760 que apareció el primer pirata chileno. Era un chango mestizo, hijo de pescadores, su madre lo había traído al mundo en una barca pesquera y se educó en el mar. Era de tez canela, rostro ovalado con pómulos salientes y en su cara resaltaba su sonrisa de blancas perlas. A los 17 años, un inglés, Mr. Kirk, lo aceptó como su sirviente y lo embarcó con él cuando regresó a Inglaterra. Al pisar el barco, el Chango se propuso volver un día convertido en marino.

Estando en Liverpool, una noche acompañó a su patrón a la “Golden Eagle”, famosa taberna del puerto.

En las mesas se oían las conversaciones de los filibusteros en una atmósfera espesa de niebla y tabaco.

Mr. Kirk le señaló una mesa al Chango con la orden de que lo esperara y él se fue a saludar a una especie de gigante que empuñaba su jarra de cerveza. Era un hombre de alta estatura y prominente espalda. Su azul mirada penetrante inspiraba respeto. Se produjo una discusión y el alcohol hizo perder la calma del filibustero, el que se puso de pie, aferró su mano a la garganta de Mr. Kirk como una garra y con la otra alzó el puñal.

El Chango Moreno había seguido las conversaciones de su patrón y estaba atento a lo que ocurría en la mesa. Con un movimiento rápido, echó mano a su cintura, tomó su puñal y lo dirigió como un dardo a la mano del gigante. El arma quedó atravesada en esa garra. El hombre dio un alarido, perdió el equilibrio y se desplomó por el suelo. Hubo un momento de silencio y luego los filibusteros, que habían seguido el suceso, golpearon sus jarras sobre la mesa en señal de aprobación.

Mr. Kirk, conmovido, se levantó de la mesa y acudió a abrazar al Chango Moreno. “Has salvado mi vida – le dijo- espero poder agradecer este gesto tuyo”.

Al día siguiente, el Chango le expresó su deseo de ser marino.

El inglés lo llevó hasta el muelle donde estaba anclado el galeón “Wolf Rock”, cuyo capitán era su amigo, James Broock, un marino cuyo abuelo había navegado junto al famoso pirata Sir Francis Drake.

Y el Chango Moreno quedó matriculado en la bitácora de las navegaciones. En la cubierta del galeón fue presentado al contramaestre que era un gigante, nada menos que el hombre que él había abatido aquella noche en el bar. Pero lo recibió sin rencor, simplemente le dijo:

-Hombres como tú necesitamos a bordo-. Y le estrechó la mano.

Al zarpar, el capitán se dirigió a su tripulación: “Mi nombre es James Broock y, en nombre de la Reina de Inglaterra, navegaremos bajo la ley del corso”.

Los días que siguieron fueron de asaltos, luchas, sangre y saqueo de los barcos españoles.

Pasaron los años. El Chango llegó a ser el contramaestre de ese barco, que fue uno de los tantos que impuso a los españoles el terror en el Caribe. Pero, sintiéndose viejo, quiso regresar a su puerto natal, Valparaíso.

Era el tiempo que Chile estaba superando la etapa colonial, pero España deseaba recuperar el poder que había perdido. Los realistas presionaban a los criollos en las vías marítimas y se perdía la esperanza de comerciar libremente. Para combatir a los corsarios españoles, O’Higgins publicó un bando autorizando el corso a las naves chilenas para enfrentar al enemigo. Allí llegó el Chango Moreno a obtener su patente de corso para luchar por la libertad de comercio.

Al Norte de Valparaíso, se hallaba la fragata española “Esperanza”, de dos cubiertas y provista de 26 cañones. La población estaba atemorizada. Fue entonces cuando se hizo a la mar la goleta “La Niña”, comandada por el Chango Moreno: Por la desigualdad de condiciones, se sabía que era imposible vencer a la fragata “Esperanza” pero, el Chango no se atemorizaba. Había enfrentado varias veces, en el Caribe, a los buques españoles y quería tener la oportunidad de amedrentar a los invasores.

Navegó hasta colocarse a barlovento del enemigo. La distancia de ataque no debía ser mayor a un cuarto de milla para ponerse al alcance de tiro de los cuatro cañones de la “Niña”. Se dispuso un bote para que llevara una luz que permitiera ubicar el mejor ángulo para atacar la nave española.

Advertido de la maniobra, el capitán de la “Esperanza” ordenó de inmediato disparar una andanada sobre la cubierta de “La Niña”. La batería destruyó el palo mayor y, a la luz del fuego, se vio flamear, en el palo de trinquete el cuero de lobo que identificaba al Chango Moreno, como capitán de la nave.

-Capitán- gritó el vigía de la nave española-, ¡es la nave del Chango Moreno!

En “La Niña” se oyó la voz de mando del Chango: ¡Fuego!

El certero disparo destruyó parte de la cubierta de “La Esperanza”, provocando el incendio de la nave. Ante el peligro que les amenazaba, el buque español inició la retirada perdiéndose en medio de niebla.

En la nave del Chango se oyeron los “¡hurra!”. Pero entonces, se pudo ver que la andanada del barco español había alcanzado al Chango Moreno, el que tras su orden de fuego, se había desplomado y estaba agonizante. Sin embargo, los tripulantes de la nave pudieron oír sus últimas palabras

“¡Tenemos patria!”

El silencio cubrió la nave y las gaviotas aletearon sobre los mástiles.

Desde aquel instante, la imagen del “Chango Moreno”, el primer pirata de Chile, se convirtió en leyenda.

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UNA ANIMITA PERRUNA: LA TRAGEDIA DE "CACHUPÍN" EN LA SALITRERA HUMBERSTONE

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Hace algún tiempo, me extendí acá en una relación histórica de los perros como elementos integrados a la formación de la identidad chilena y del imaginario nacional. También vimos que esta relación entre hombres y canes no ha sido del todo alegre en nuestro terruño, corrompiéndose un aspecto de ella en lo que denominamos la cuestión "social" de los perros, asociada a la falta de responsabilidad, el abandono, cuestiones sanitarias y casos de abyecta crueldad contra nuestras mascotas más populares. La historia del perrito Cachupín de la Salitrera Huberstone (ex La Palma), al interior de Iquique en Tarapacá, tiene un poco de ambos campos.

Los perros pasean en los desiertos chilenos desde mucho antes de la Guerra del Pacífico, acompañando a exploradores, cateadores, comerciantes, carrilanos y trabajadores del guano, el salitre y la plata. En los cantones y campamentos del caliche se repitió muchas veces el fenómeno de las grandes ciudades: los animales domésticos andaban libres, volviéndose casi "perros comunitarios" que pertenecían y conocían todos en cada poblado, pero que en rigor vivían y moraban sin grandes restricciones en el espacio público. La relación con el dueño, muchas veces, se limitaba a ponerles nombre y dejarlos dormir en algún lugar de la casa.

Los casos célebres de perros del salitre fueron innumerables, acompañando toda la época de esplendor de los nitratos a pesar del poco registro que quedó de ellos, pues la mayoría de aquellas memorias sobrevive sólo en el recuerdo tambaleante de algunos ancianos sobrevivientes a aquella época. Cuando morían los vecinos más caritativos con los canes o cuando comenzó el despoblamiento de las oficinas por la caída de la industria, el problema crecería tanto para hombres como para perros. Un dramático cuento de Joaquín Edwards Bello, "El quiltro Chuflay", trae de recuerdo un fragmento de este oscuro período, cuando cantidades de perros quedaron vagando entre ruinas de las salitreras, como últimos vestigios de vida en la epopeya de los nitratos de las regiones de Antofagasta y Tarapacá. Historias tenebrosas corrían sobre el cómo sobrevivían allí las pobres bestias, en semejante abandono, acaso cazando lagartos raquíticos o asaltando los cementerios de los poblados fantasmas.

Uno de los últimos perros del salitre fue
Cachupín, cuyo nombre (tan popularizado más cerca de nuestra época por los chistes del humorista Álvaro Salas) nos recuerda al personaje homónimo del caricaturista Renato Nato Andrade en los años 40, lo que lleva a suponer que el perrito de la Oficina Salitrera Humberstone era también una criatura pequeña y traviesa, como aquel sujeto de las viñetas de la revista "Estadio".

Ya al final de aquella época de la industria minera del caliche, o más bien en los restos de la misma, por muchos años vivió en Humberstone una gran cantidad de perros cuidadores que pertenecían a don Isidoro Andía, el último propietario de la oficina. La razón de esto fue que, tras cerrar en 1960 el complejo salitrero, era frecuente que el poblado ya casi fantasmal fuera periódicamente invadido por ladrones, huaqueros y saqueadores que robaban maquinarias, materiales y partes de las estructuras, por lo que los perros estaban allí para disuadirlos y, cuando no, para espantarlos. Uno de ellos era Cachupín, por supuesto... O más exactamente Cachupín 2, según la inscripción que lo recuerda.

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Sucedió entonces que, en plenas Fiestas Patrias de 1968, una pandilla de ladrones ingresó furtivamente al recinto para robar implementos o herramientas como tantas veces lo habían intentado otros, y fueron descubiertos en el acto por los perros cuidadores de don Isidoro, hacia el sector de la planta. Trágicamente, uno de los delincuentes acabó asesinando a Cachupín en su escape, tronchando la vida de este misterioso perro del salitre.

Cachupín era muy querido por el dueño y los cuidadores, al parecer, porque seguramente consternados y sin hallar consuelo por su súbita muerte -cuyos detalles lamentablemente se han perdido-, levantaron una cruz con su nombre allí, hacia el fondo, atrás del campamento y junto a los galpones de los talleres, con la siguiente inscripción:

“Cachupín 2.
Murió cumpliendo
su deber. 18-9-68”.


Varios detalles de la poca pero interesante información relativa al perrito mártir de Humberstone y su cruz, es una deuda que he contraído con el investigador pampino Ernesto Zepeda, gracias a la intermediación del fotógrafo y difusor patrimonial Ricardo Pereira Viale, personas versadas en la historia de la célebre ex salitrera. No me ha sido posible confirmar con datos duros, sin embargo, si la mascota de la oficina salitrera se encuentra sepultada también allí, bajo la sencilla cruz cerca de una vetusta locomotora minera junto a los galpones. Empero, considerando que la
tradición de las animitas chilenas es ser colocadas en el lugar del deceso (o donde se desencadena la tragedia que llevó a la muerte) y que también es vieja costumbre nacional la de sepultar a los perros en los mismos lugares que solían rondar para que los "cuiden" desde el más allá (antes que entraran tendencias más foráneas, como la de crear cementerios de mascotas), me parece casi seguro que Cachupín se encuentra bajo la cruz con su nombre.

Así pues, uno de los últimos perros del salitre de los que se recuerde su nombre propio, se volvería también uno de los pocos canes con animita en nuestro país, conservando la suya por cerca de 50 años ya en el lugar mismo de su tragedia y como testimonio de las mascotas que acompañaron a los hombres en la dominación de aquellas comarcas de la epopeya salitrera.


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El “Zambo Peluca” modesto e ignorado héroe de Rancagua

Su nombre no aparece en las “Historias de Chile”, ni en ningún lugar público. Fue un modesto e ignorado héroe de la Batalla de Rancagua. En su tiempo lo conocieron popularmente por el sobrenombre de “Zambo Peluca”. su nombre era José Romero.
Tiene una tumba en el Cementerio General de Santiago con una placa con la siguiente inscripción:
“A la memoria del filántropo Sargento Mayor del Ejército José Romero, modelo de claridad y patriotismo. Erige este monumento su compatriota ausente. Francisco Javier Rosales. 1863”.
Romero había nacido en 1794, era hijo de un esclavo negro. En 1807 ingresó al regimiento como “tambor” (Infantes de La Patria). Se quedó definitivamente en el Ejército después del Cabildo Abierto de 1810.
Participó de Talcahuano, San Carlos, Talca y El Roble. El General O’Higgins lo ascendió a Subteniente, y en esa calidad se batió heroicamente en la Batalla de Rancagua. Fue tomado prisionero por los Realistas que más tarde lo dejaron en libertad bajo fianza.
Después de Chacabuco participó valientemente en las filas de los Infantes de La Patria. En Maipú fu ascendido a Sargento Mayor.
Durante su vida se destacó por sus obras benéficas y filantrópicas, por lo cual fue muy querido por la gente y muy lamentada la noticia de su fallecimiento, ocurrido cuando contaba con 64 años de edad, el 28 de Marzo de 1858.

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JUANITO, EL RECORDADO ERMITAÑO DE LA CUESTA LAS CHILCAS

(Primera parte)

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Fotografía de Juanito colgada en el complejo de restaurantes "Los Hornitos". Según la información con la que cuento, habría sido tomada por su amigo del sector Llay-Llay el investigador y artista popular R. Olmos, al igual que varias otras imágenes que quedaron del personaje.

Coordenadas: 32°51'28.24"S 70°51'26.57"W (sector donde vivía)

No tiene monumento recordándolo allí en el paso Las Chilcas de la Ruta 5 Norte, cerca de Llay-Llay, pero es seguro que tampoco lo necesita: casi no hay viajero, camionero, ni residente de la zona que no sepa y recuerde de la leyenda de Juanito, el ermitaño que por tantos años fue la única forma de vida avanzada habitando permanentemente este curioso y a veces extraño lugar de nuestra geografía central chilena, con su cuesta de peñascos gigantes colgando sobre la propia autopista y anunciándole a los conductores que acaban de pasar desde la Región Metropolitana a la de Valparaíso, en las puertas de la Provincia de San Felipe de Aconcagua.
De cabellera apelmazada y enmarañadas barbas canas, Juanito se encontraba en el sector del kilómetro 76 de la ruta, llamado El Puente de El Tabón. Usaba por habitación una especie de inmunda ruca de material ligero con una colcha en el suelo, situada entre los grandes cajones que suspenden la autopista abajo y por un costado de la misma, a las que se llega saltando sus barreras. Allí comía, dormía, meditaba en sus tiempos de ocio y contemplaba la inmensa noche estrellada de la región, con la que fuera su perdida conciencia de hombre cuerdo ahora fundida con el paisaje de la naturaleza auténtica y ruda.
El anciano sólo salía a contemplar en silencio ceremonial el paso de los automóviles, o a recibir los regalos que le llevaban generosamente quienes lo conocían, especialmente los camioneros y vecinos de Llay-Llay: comida, galletas, sándwiches rápidos, bebidas, café, queso de cabra comprado en puestos de la misma ruta, dulces de La Ligua, etc. Funcionarios municipales o de Carabineros de Chile también se detenían para saber de su estado. Uno de los pocos residentes de la zona con los que reaccionaba en forma familiar y amistosa, sin embargo, era el señor Rolando Olmos, historiador independiente y artista folklórico de la zona, que ha rescatado gran parte de su recuerdo e imágenes.
A veces, los choferes de paso por la cuesta le llevaban también ollas o loncheras con alimento, y artículos de aseo o ropa, que él recibía siempre con su singular y meditabundo silencio. Si no estaba a la vista, los bocinazos lo hacían salir de su escondrijo, como si fuese un tímido y curioso animalito de uñas sucias, cargado del hedor de lo viejo e indómito y de la desconfianza de un puma montaraz. En caso contrario, sólo le dejaban las cosas a un costado de la carretera para que pasara a recogerlas, generalmente bajo un solitario árbol junto al camino hacia los años ochenta, el que posteriormente fue cortado para aumentar el ancho de la calzada y la berma.
Juanito parecía uno de esos maestros eremitas que cortaron toda ligazón con la sociedad y sus reglas; seres cerriles y hasta bravíos, cuando se sintieran provocados. Era casi un desafío de cada viaje verlo por las ventanas del bus o del camión allí, en su gran morada de piedras, hallándoselo a veces en la cima de algunas de las descomunales rocas de este tramo de carretera. Bastaba esa poca interacción con los hombres corrientes, sin embargo, para que todos lo quisieran, volviéndose un personaje misterioso, enigmático y símbolo viviente del paso de Las Chilcas y casi un peaje obligado para los generosos que le llevaban obsequios para subsistir.
Aunque se cree que habría llegado allí en 1969, aproximadamente, fue durante la década siguiente que comenzó a hacerse muy popular en el resto del país, perdonándosele incluso sus ocasionales arranques de agresividad con quienes llegaban a fotografiarlo o filmarlo, pues detestaba las cámaras y solía arrojarle piedras o palos a los intrusos que le hicieran sentir invadido. Otras veces, sin embargo, se veía de mejor ánimo saludando a quienes pasaban por allí, a un lado de la pista.
Al no haber entonces datos biográficos conocidos sobre él, las leyendas sobre su identidad y las razones de su presencia en tan inhóspita cuesta fueron cundiendo. Sus dificultades para comunicarse con otros y su silencio escasamente roto con su voz ronca y anciana, fomentaron fantasías sobre el personaje. La más extendida creencia aseguraba que era un próspero padre de familia, un prestigioso médico o un empresario de Santiago o Valparaíso, que había sufrido un accidente en la misma cuesta perdiendo a toda su familia durante un viaje de verano, tragedia tras la cual perdió también el juicio y nunca se marchó del lugar. Su culpa habría sido por el descuido de conducción que provocó el accidente o bien porque se bajó del vehículo sin engancharlo ni poner freno de mano (a orinar o a tomar una fotografía, según las versiones), tras lo cual éste se fue retrocediendo por la pendiente con sus pasajeros adentro, hasta desbarrancar. En cualquiera de los casos, se suponía quedó viviendo allí como un mendigo, con sus cabellos revueltos, sus ropas harapientas y pies descalzos acumulando décadas de piñén y callos. Un aliciente a esta versión de su historia fue, quizás, la presencia por varios años de los restos de un automóvil accidentado y quemado cerca de su lugar de hábitat, que algunos interpretaban como aquel vehículo en el que se habrían despeñado sus seres queridos.
En los años 90, con excursionistas y escaladores que entrenaban en este sitio (como en la gran piedra de la Pata del Diablo, hacia el lado de la salida Norte), la popularidad y la asistencia caritativa para el misterioso ermitaño se hicieron mayores, expandiéndose más todavía la leyenda de su supuesta tragedia en el lugar. Como el sector donde vivía en la cuesta era identificado por su presencia, el primer tramo de uno de los trazados de escalamientos en el paso fue bautizado como la Furia del Ermitaño. También apareció en este período un viejo y desgarrado sillón allí en sus dominios, probablemente arrojado como basura, que Juanito usaba casi como su trono para observar el mundo.
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Una de las más antiguas fotografías que se conservan de Juanito, en abril de 1980, según información (no confirmada) tomada también por su amigo R. Olmos, de Llay-Llay. Fuente imagen: RocanBolt.com.
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Juanito reposando en su "cueva". Fuente imagen: TamboExperiences.com.




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(Segunda parte)


Se cuenta también que muchas manos desprendidas intentaron ayudarle para sacarlo del abandono en que se hallaba, pero el ermitaño jamás aceptó retirarse de allí. Hacia el final de sus días, además, se había vuelto más arisco y casi no aceptaba el acercamiento humano, ni siquiera de quienes intentaran ganarse su aprecio con los permanentes obsequios, reaccionando en forma esquiva si alguien penetraba en su espacio de vida abajo de la autopista. Reporteros de un programa de televisión experimentaron en carne propia parte de esta reacción, al final de una entrevista al famoso mendigo.
Un día de aquellos, los camioneros notaron que se habían acumulado demasiados regalos caritativos para él a un costado de la autopista, sin ser retirados. Había períodos en que el ermitaño se hacía menos visible, pero esta señal era inequívoca de que algo malo sucedía, y así fue que alguien tomó la iniciativa de bajar al costado de para verificar su estado. Tras unos 30 ó 40 años morando en el enigma de Las Chilcas, Juanito fue encontrado fallecido en junio de 1997, bajo la curva donde vivía. Los informes tanatológicos precisaban que había perecido víctima de una noche muy fría, muriendo por congelamiento.
Su muerte que causó conmoción en la comunidad de residentes y viajeros que lo conocían. Durante varios días, los camioneros que pasaron por el lugar hacían sonar ruidosamente sus sirenas y bocinas en ambos sentidos, justo por el tramo preciso donde solía vérselo allí en la cuesta. Alguien colocó junto al camino un cartel escrito a mano instando a tocar la bocina como saludo de despedida, y el rito se extendió así quizás por años, inclusive, pues la señal perduró allí mucho tiempo. Sus funerales fueron un evento masivo en el cementerio de Llay-Llay: pocos compatriotas anónimos han tenido despedidas tan significativas, cargadas de coronas de flores y deudos.
Una investigación posterior, basada en sus huellas digitales, permitió determinar póstumamente la verdadera identidad de Juanito: había sido un señor supuestamente llamado Luis González (su nombre se mantuvo en reserva, así que no tenemos total seguridad de este dato), jornal y obrero aparentemente oriundo de Los Andes que trabajó muchos años antes en las obras de la misma Ruta 5 Norte.
Mas, estas revelaciones no pudieron cambiar la extensión y el romanticismo de su mito. De alguna manera, la comunidad de la provincia se resiste a acatar su partida, compensando con el recuerdo la ausencia de su persona e insistiendo en la fábula del médico que habría perdido a su familia allí mismo. Incluso hay fotografías suyas en locales de Llay-Llay y alrededores, como en la popular "picada" de viajeros del restaurante "Los Hornitos", en la salida Norte de Las Chilcas.
Como no podía ser de otra forma, la leyenda de Juanito ha seguido creciendo y nutriéndose con el tiempo, aunque adquiriendo infaltables matices más oscuros. Nos hemos enterado, por ejemplo, de historias sobre accidentes ocurridos en su presencia, o de cierta fama de gafe o pájaro de mal agüero tomada por gente que ni siquiera alcanzó a conocerlo. También especularon algunos que asesinaba perros vagabundos para comerlos y otras fantasías difíciles de creer, dado que nunca le faltaron provisiones que le regalaban los viajeros. Hasta que era un millonario excéntrico y avaro resguardando cada peso de su fortuna, se ha llegado a decir... Todos estos, chismes considerados patrañas por camioneros y choferes habituales de la zona, además de todos quienes lo conocieron en vida, hay que decir.
Han existido proyectos cinematográficos y de nunca instalados monumentos en su recuerdo, y habría por ahí hasta una pieza musical en homenaje al inmortal Ermitaño de Las Chilcas. Su recuerdo en el lugar es tan poderoso y determinante, sin embargo, incluso después de tantos años ya desde su fallecimiento, que no sería de extrañar alguna otra consecuencia de su pasada presencia en la cuesta sobre la toponimia local.

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LA TRAGEDIA DE “PUERTO DE HAMBRE” ¿PUDO SER POR MAREA ROJA?

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El caso más antiguo de marea roja en Chile habría ocurrido en 1584 La muerte de los colonos de la ciudad Rey Don Felipe, en el Estrecho de Magallanes, más conocida como Puerto de Hambre, no se habría debido a la falta de alimentos, sino que al consumo de mariscos contaminados. Después hubo episodios históricos similares. Richard García Si bien el primer caso documentado de floraciones algales nocivas (FAN) en Chile data de 1972 y corresponde al brote de la microalga Alexandrium catenella en Magallanes, los especialistas aseguran que la convivencia con el fenómeno tendría larga data.

Es así como una de las teorías sobre la muerte de los habitantes de la ciudad Rey Don Felipe, mejor conocida como el mítico Puerto de Hambre, a fines del siglo XVI en Magallanes, apunta a la marea roja.

Así lo postula Ricardo Espinoza, director médico de la Clínica de la Universidad de los Andes, en un trabajo científico publicado en la revista Médica de Chile. "Es perfectamente posible que en Magallanes hubiera estas floraciones en etapas previas, como la época del asentamiento de los colonos españoles", asegura el cirujano.

Rey Don Felipe fue una de las dos ciudades fundadas por el conquistador español Pedro Sarmiento de Gamboa en 1584 para defender el Estrecho de Magallanes de los invasores ingleses. La otra ciudad fue Nombre de Jesús, ubicada en la boca del estrecho, en territorio argentino.

Desafortunadamente, los 337 habitantes de ambas localidades murieron supuestamente de hambre, salvo uno, que fue rescatado en 1587 por el corsario inglés Thomas Cavendish.

"Según esos testimonios, los cuerpos quedaban abandonados sin enterrar, y eso es muy raro", explica Espinoza.

En esa época de alta religiosidad la gente normalmente era sepultada. "A lo mejor sospecharon que tenían peste, porque existía conocimiento de los contagios".

El detalle, dice, es que probablemente la gente en realidad había muerto por la neurotoxina paralizante de los mariscos contaminados. "Esta gente desesperada por comida, seguramente comía lo que encontraba".

Una teoría difícil de corroborar, admite, ya que es poco probable que luego de tantos años quede alguna huella de la toxina en los restos.

Relatos de navegantes

Sin duda se trata de una hipótesis interesante, opina la arqueóloga María Ximena Senatore, investigadora del Instituto Nacional de Antropología de Argentina, quien ha estudiado los restos de las víctimas. Reconoce que es una línea de investigación que no se ha abordado hasta ahora.

"Se sabe poco o nada, pero cada vez hay más gente interesada en el tema", dice el arqueólogo de la Universidad de Magallanes Alfredo Prieto, quien ha recopilado registros de la "prehistoria de la marea roja" para determinar qué tanto ha afectado el fenómeno a la geografía humana local.

Según explica, al menos dos relatos de navegantes del siglo XIX, podrían asociarse con mareas rojas pretéritas.

Es el caso de Donald R. O'Sullivan, que en su testimonio del naufragio que sufrió en las tierras australes, publicado en Inglaterra en 1893, revela que su tripulación experimentó directamente una intoxicación con mariscos. "Los mariscos que cubrían las rocas en gran profusión fueron inservibles para propósitos de alimentación. Todos los miembros de nuestra tripulación que los compartieron, repentinamente enfermaron con síntomas de envenenamiento irritante y rápidamente desarrollaron unas erupciones color carmesí de la cabeza a los pies, acompañadas por una terrible sed y una enloquecedora comezón".

O'Sullivan no aclara si alguien murió, pero entrega un antecedente aún más llamativo. "Estos mismos mariscos constituyen, extrañamente, la dieta básica de los nativos, quienes los consumen en enormes cantidades y, aparentemente, sin sufrir efecto alguno".

Para Prieto, quizás los pueblos de los canales tomaron alguna prevención que no conocemos contra estas floraciones o, pensando en forma más pesimista, también pudo ser responsable de la extinción de estos grupos humanos.

Otro caso recopilado por el arqueólogo es aún más inquietante. Se trata de un navegante que, hacia fines del siglo XIX, encontró una familia completa que yacía junto a su choza, incluso los perros. Habrían muerto, dice el relato, por consumir mariscos.

Diversidad De acuerdo con un estudio realizado por el biólogo Luis Rodríguez en 1985, el primer caso atribuido a marea roja tuvo lugar en 1827, y hasta el año de la publicación al menos se habían producido 50 floraciones de diferentes tipos de microalgas en localidades como Arica, Iquique, Antofagasta, Valparaíso, Concepción y Punta Arenas. En su mayoría se trataron de brotes no tóxicos.

CHILE: El caso más antiguo de marea roja en Chile habría ocurrido en 1584

Con Información de El Mercurio

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Quillota está de luto: hoy murió "Chunchulito", uno de sus personajes más típicos

Enrique Gálvez Gómez falleció en una casa de acogida en Villa Alemana a los 79 años. Durante décadas, fue un personaje de las calles del centro. Acompañó los funerales, paró el tránsito ante el paso de los bomberos, y regaló millones de sonrisas. Este domingo serán sus funerales.


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La identidad de las comunidades no sólo son sus equipos de fútbol, productos típicos y edificios patrimoniales. Lo son también su gente, y hoy Quillota está de luto.
La mañana de este sábado se conoció la muerte de Enrique Gálvez Gómez
, un hombre de 79 años que dio su último respiro en una casa de acogida en el sector de Peñablanca, Villa Alemana. En la ciudad, fue conocido por varias generaciones como "Chunchulito", una de esas personas que alegraban los días en las calles de la capital provincial.

Hoy, el municipio comunicó su fallecimiento a través de su cuenta de facebook. "Esta mañana falleció Enrique Gálvez Gómez (79), más conocido como “Chunchulito”, quien se encontraba residiendo en un hogar en la localidad de Peñablanca. Los restos del popular personaje quillotano serán llevados a la iglesia San Martin de Tours para ser velados y posteriormente será sepultado en Quillota. Fiel a su costumbre de asistir a funerales, "Chunchulito" acompañó con su humildad y su tradicional traje de etiqueta -vistosa corbata incluida- a decenas de familias en momentos de mucho dolor. Hasta siempre Don Enrique", escribieron, acompañando el texto de una imagen tomada por el reportero gráfico Alexis Chávez, la misma que acompaña este artículo.

El popular "Chunchulito" era conocido por acompañar los cortejos fúnebres de cuanto parroquiano moría en la ciudad. Entregaba el pésame con respeto, y hasta dirigía el tránsito a la hora de que la pompa abandonara el frontis de la casa parroquial. De hecho, algunos recuerdan que trabajó en la Funeraria Ramírez, esa que estaba ubicada en calle Prat, a un costado de la recordada Casa Arocha. De hecho durante las últimas horas se conoció que sería la propia funeraria Ramírez, la que se haría cargo de su último paso por las calles de Quillota.

Su funeral está planificado para las 13:00 de este domingo, y luego sus restos descansarán en el cementerio municipal del cerro Mayaca.

También era un hombre que apoyaba en las labores de los bomberos. En calle Blanco recuerdan cómo se armaba de valor y se paraba en medio de la calle para pedir a los vehículos que se detuvieran y así dar paso al carro de bomba.

En el Cine Diego Portales
, en sus tiempos mozos, también fue un fiel colaborador. El lugar era el punto de encuentro de la comunidad quillotana cuando no había cine comercial, y este lugar era el punto de entretención. Ahí también ofrecía su ayuda antes de que comenzara la función. También tomaba los carteles que anunciaban el último estreno.

Acompañado de su cigarro se le veía en las calles. Ameno, saludando, riendo. Era parte de la postal del centro de Quillota.

"Chunchulito", hasta siempre.


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Esta mañana falleció Enrique Gálvez Gómez (79), más conocido como “Chunchulito”, quien se encontraba
residiendo en un hogar en la localidad de Peñablanca. Los restos del popular personaje quillotano serán
llevados a la iglesia San Martin de Tours para ser velados y posteriormente será sepultado en Quillota.
Fiel a su costumbre de asistir a funerales, "Chunchulito" acompañó con su humildad y su tradicional traje
de etiqueta -vistosa corbata incluída- a decenas de familias en momentos de mucho dolor. Hasta siempre Don Enrique.
Foto de Alexis Chávez.

soyquillota.cl
 

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Cómo se vive en el pueblo más seco del mundo
En pleno desierto chileno de Atacama, los pobladores del Oasis de Quillagua resisten una sequía eterna. Los secretos de una población que disfrutó de la lluvia una sola vez en su historia

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Quillagua se encuentra dentro del desierto de Atacama, a 1.600 km de Santiago (Shutterstock)

"El pueblo es tranquilo, está fuera de la civilización. La gente que vive aquí tiene que ser valiente". Victoria es valiente: vive en la aldea más seca del mundo. Es dirigente de la comunidad aymara, la comunidad originaria que desde tiempo precolombinos ocupó Bolivia y se expandió por Perú, Argentina y Chile.

El clima árido, gélido en invierno, infernal en verano, como el viento imposible -que parece nunca detenerse- hace que habitar esta meseta andina sea un desafío diario. En el mapa todo reconocen este rincón inhóspito del mundo como Quillagua, que en en wiphala, la lengua aymara, significa "Valle de Luna", aunque bien podría signficar la ciudad de los valientes.

En el corazón del desierto de Atacama, el más árido del globo, resiste este oasis incomprensible, ambiguo, designado por una épica desafortunada: la desgracia de ser una pueblo repelente de lluvia. A principios de siglo, la revista National Geographic catalogó a Quillagua como el punto más seco del planeta: 0,2 milímetros caídos en 40 años lo acreditaban. Hasta la fecha, el pluviómetro de la zona sólo registró una tímida llovizna, el rezago del temporal que castigó en marzo de 2015 el norte de Chile con un saldo de 28 muertos y miles de damnificados.

"En Buenos Aires, el promedio anual de lluvias es superior a 1300 mm"


Ubicado a 1.600 kilómetros al norte de Santiago de Chile, la capital trasandina, sobre la región de Antofagasta, el pueblito se levanta en un paisaje desolador, una tierra de mesetas infecundas y áridos cerros. Apenas unos estoicos algarrobos añaden verde al lugar: sus extensas raíces se alimentan de una napa que fluye varios metros bajo el suelo. En el invierno, refugiado a la sombra, los 150 habitantes -en su mayoría ancianos- padecen los 35 grados Celsius. Además de la lluvia, el frío es una naturaleza desconocida para Quillagua.

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Quillagua tiene apenas 150 habitantes, férreos, que no quieren abandonar su pueblo

"De niño recuerdo que cayó un poco y se mojó la madera. Tuvimos problemas, porque aquí sólo se cocina con leña". El niño que debe apelar a su memoria para recordar a la lluvia es hoy Luis, de 63 años, nacido y criado allí. Los quillagueños no tiene red de electricidad: la proporciona el ayuntamiento de María Elena, el municipio al que pertenecen. El servicio funciona durante ocho horas por días y los lugareños lo aprovechan para cargar los celulares, encender las radios y los televisores.

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La minería interrumpió el suministro de agua natural del pueblo de Quillagua

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El pueblo tiene una iglesia, un enfermero que atiende el servicio de urgencia y una dotación de bomberos que se encarga más de racionalizar el agua que de apagar incendios. Porque Quillagua, además de no recibir agua de lluvia, no tiene agua potable. Medio siglo atrás, los pobladores pescaban pejerreyes y camarones y cosechaban maíz, acelgas, remolachas y alfalfa. Pero 150 kilómetros al noroeste se emplazó Chuquicamata, la mina de cobre a cielo abierto más grande del mundo. La compañía minera intervino e interrumpió el torrente del río Loa, el suministro de agua lindera al villorrio que atraviesa el desierto de Atacama desde los Andes hasta el Pacífico.

Agua contaminada, agua poco abundante, sin agua de lluvia, la desgracia ironiza con Quillagua, el único factor en donde sí pareciera satirizar -y sobrar- el "agua". En la actualidad, los nativos reciben el vital elemento también del ayuntamiento de María Elena.

"Quillagua nació a inicios del siglo pasado, cuando Chile era el principal exportador mundial de salitre"


Quillagua encierra cierta fantasía
. Es conocido por ser un sitio turístico de avistamientos de ovnis, y por albergar un Museo Antropológico Municipal casero. En verdad, el recinto no es más que una descuidada casona -una antigua bodega- que despliega sobre una manta de polvo una decena de momias centenarias y restos arqueológicos. Algunos de los vestigios, recuperados en excavaciones, datan del 500 A.C. Los cadáveres momificados se conservan en buen estado gracias a la sequedad y salinidad del desierto, aunque reclamen un cuidado y conservación más profesional.

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En Quillagua, la salinidad y la aridez ayudan a conservar los cadáveres momificados

Menos de medio milímetro llovió en Quillagua en sus años de humanidad. Sus nativos, a pesar de las duras condiciones naturales, no abandonan el pueblo. El fenómeno de las precipitaciones, la magia del arcoiris, experiencias desconocidas para los casi 150 habitantes del punto del mapa más seco del planeta, un pueblo cubierto de mítica, de polvo. El lugar donde los muertos se convierten en momias.

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Una tragedia que remeció a Río Turbio y Puerto Natales

– Hace 41 años, en mayo de 1975, nueve chilenos y dos argentinos estuvieron entre las víctimas fatales. El temido gas grisú y derrumbes enlutaron una vez más a los hogares natalinos.


Eran las 15.40 horas del domingo 11 de mayo de 1975 cuando una violenta sacudida y lejanos ruidos se hicieron sentir en el exterior de la Mina 4, en Río Turbio, República Argentina, localidad cercana a la ciudad de Puerto Natales, presagio de que una desgracia ocurría en el interior de las galerías.
No se tardó en tener comunicación con los jefes de turno en el interior, quienes señalaron que en el chiflón número 2 de la Mina 4 se había producido una violentísima explosión, que cubrió más de 300 metros en su radio de acción, lanzando rocas, herramientas y elementos de trabajo a larga distancia. Allí quedaron atrapados varios trabajadores confundidos en un ambiente enrarecido y de fuego, mezclado con gritos de dolor y de auxilio.
Se comprobaron tres muertes inmediatas: Juan Miranda Paredes, chileno, casado, 29 años, de profesión mecánico; José Paredes Toledo, natural de Maullín, quien trabajaba anteriormente como locomotorista, soltero. La tercera víctima fue Benjamín Segundo Vargas Barrios, soltero, de 27 años, peón minero, con domicilio en calle O’Higgins 1052, en Puerto Natales.
Con graves quemaduras, lesiones internas y fracturas fueron internados en el hospital de Río Turbio los mineros Angelino Hernández Soto, casado, tres hijos, con residencia en ese mineral; Egidio Sosa, argentino, muy grave y Nicolás Vicente Cáceres, argentino residente en la villa.

Atrapados y sin esperanza de vida

Como la onda explosiva abarcó un amplio campo en el interior de las galerías y se sucedieron pequeños desprendimientos, varios mineros quedaron atrapados muy al interior, por lo que no existían esperanzas de vida para los siguientes operarios, pertenecientes a la división de explotación: José Luis Marihueico Oyarzo, casado, padre de cuatro hijos, capataz del frente en el cual se trabajaba y radicado en Río Turbio; Osvaldo René Cárdenas Cárdenas, soltero, domiciliado en Latorre 59, Puerto Natales; José Moisés Vera Cárdenas, soltero, oriundo de Calbuco, domiciliado en O’Higgins 779, Puerto Natales; José Nibaldo Huentén Huentelicán, soltero, 30 años, domiciliado en la minera y José Cárcamo Vargas, natural de Calbuco.
El sitio en que quedaron atrapados estos cinco mineros era de difícil acceso, por lo que se debió utilizar una estrecha vía, que no era la principal y desde allí se trabajó perforando tratando de llegar hasta donde estaban los atrapados.
Las acciones de rescate fueron muy difíciles ya que una atmósfera amenazante seguía encerrando el chiflón de la Mina 4, que incluso podía volver a explotar.
Fuentes oficiales informaban que las tareas podrían demorar entre 50 y 70 horas y con nulas esperanzas de encontrar con vida a los peones mineros del carbón.
A raíz de esta nueva tragedia que enlutó a un grupo de hogares chilenos, se trasladó de inmediato al mineral argentino de Río Turbio el gobernador, coronel Mario Marshall.
El entonces corresponsal de La Prensa Austral en Puerto Natales, Carlos Vidal, agregaba a su información que los mineros que en principio aparecían como graves, pero vivos, habían fallecido, pese a los esfuerzos médicos realizados. Las lesiones habían sido demasiado graves.
Esta tragedia no era nueva en este mineral, que ya había cobrado numerosas vidas.
Mientras tanto, patrullas de salvataje continuaban trabajando ya que no se descartaba la posibilidad de que otros mineros pudieran estar atrapados al interior del yacimiento.
Un nuevo despacho de nuestro corrresponsal Carlos Vidal en Puerto Natales señalaba que otro chileno había encontrado la muerte en el desastre ocurrido en el mineral El Turbio. Se trataba de Atilio Avendaño Soto, de quien se ignoraban mayores antecedentes y que quedó atrapado en la galería de la Mina 4.
Por su parte, las autoridades argentinas, ante la magnitud de la tragedia, decretaron zona de emergencia el área donde estaba ubicado el mineral.
Esta tragedia conmovió a la opinión pública de Chile y del vecino país, ya que las muertes enlutaron a numerosos hogares natalinos y de Argentina.
Los restos de Vargas, Miranda y Cárcamo fueron los primeros en llegar a Puerto Natales.
A esa fecha este mineral argentino de carbón no ofrecía ninguna seguridad para quienes laboraban sacando las riquezas de sus entrañas.
En esos años Puerto Natales dependía laboralmente de Río Turbio y eran muchos los natalinos que allá se desempeñaban. Por ello la comunidad natalina toda estuvo de duelo. Los fallecidos fueron sepultados el miércoles 14 de mayo. El día anterior se habían vivido escenas de hondo dolor a la llegada de los otros seis cadáveres, de los nueve chilenos muertos. Seis camionetas fiscales argentinas condujeron las urnas con los restos de los infortunados mineros, trayendo al costado de ellas a cuatro mineros cada una, montando guardia junto al féretro del amigo fallecido. Una caravana de alrededor de 50 vehículos acompañó a las camionetas, mientras que cientos de personas se agolparon en el camino con rostros llorosos y tristes para ver pasar los restos mortales de estos mártires natalinos. La caravana con los restos de los seis mineros enfiló hacia la sede del Centro Minero, ubicada en la esquina de Blanco Encalada con Esmeralda, en la capital de Ultima Esperanza. Luego los féretros fueron llevados hasta los que fueron sus domicilios para que estuvieran algunas horas con sus seres queridos.
A las 10 horas del 14 de mayo fueron trasladadas las urnas hasta la parroquia de Puerto Natales para su velatorio público. El entonces alcalde de la comuna, Félix Dillems, fue una de las autoridades que despidió los restos a nombre de la comunidad, en tanto un minero lo hizo en nombre de sus compañeros.
Finalmente, el día de los funerales, como una muestra de adhesión al duelo que afligía a Puerto Natales y al país, el comercio de Ultima Esperanza cerró sus puertas a partir del mediodía.

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El “Zambo Peluca” modesto e ignorado héroe de Rancagua

Su nombre no aparece en las “Historias de Chile”, ni en ningún lugar público. Fue un modesto e ignorado héroe de la Batalla de Rancagua. En su tiempo lo conocieron popularmente por el sobrenombre de “Zambo Peluca”. su nombre era José Romero.
Tiene una tumba en el Cementerio General de Santiago con una placa con la siguiente inscripción:
“A la memoria del filántropo Sargento Mayor del Ejército José Romero, modelo de claridad y patriotismo. Erige este monumento su compatriota ausente. Francisco Javier Rosales. 1863”.
Romero había nacido en 1794, era hijo de un esclavo negro. En 1807 ingresó al regimiento como “tambor” (Infantes de La Patria). Se quedó definitivamente en el Ejército después del Cabildo Abierto de 1810.
Participó de Talcahuano, San Carlos, Talca y El Roble. El General O’Higgins lo ascendió a Subteniente, y en esa calidad se batió heroicamente en la Batalla de Rancagua. Fue tomado prisionero por los Realistas que más tarde lo dejaron en libertad bajo fianza.
Después de Chacabuco participó valientemente en las filas de los Infantes de La Patria. En Maipú fu ascendido a Sargento Mayor.
Durante su vida se destacó por sus obras benéficas y filantrópicas, por lo cual fue muy querido por la gente y muy lamentada la noticia de su fallecimiento, ocurrido cuando contaba con 64 años de edad, el 28 de Marzo de 1858.

elrancaguino.cl

Linda historia, no la había visto, e interesante para los tiempos actuales.
 

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Una mirada a la provincia de Magallanes


Este capítulo es de la serie destinada a relevar las estancias de la Región de Magallanes y Antártica Chilena, proyecto que cuenta con el financiamiento del Fondo de Medios de Comunicación Social concurso 2016, dependiente del ministerio secretaría general de Gobierno.



Thomas Saunders inspira a la sangre pionera y su vida refleja el amor a la tierra, porque uno es de donde elige estar y no necesariamente del lugar en que le tocó nacer. Curiosamente su tumba no integra ningún circuito turístico y los cercos gastados, y el pasto largo, testimonian la poca importancia que tiene a veces el patrimonio a los ojos de la historia.

En el otro extremo del planeta un puñado de hombres y mujeres de esfuerzo soñaron la tierra prometida. En su mayoría llegaron impulsados por la política migratoria del gobernador Óscar Viel, otros encandilados por las historias de oro o la ilusión de erigir un destino de fundadores. Al arribar a Punta Arenas, un terreno pantanoso, con quebradas y bosques salpicados les dio la bienvenida, sólo a través del trabajo incansable y una perseverancia a toda prueba lograron transformar el difícil terreno en un pequeño trozo de la vieja Europa. Desde ahí, enfilaron rápidamente a colonizar otros sectores de la Patagonia.

Uno de ellos fue Thomas Saunders.

A la altura del kilómetro 12, siguiendo la ruta Y50, asoma una leve colina, con pinos despeinados por la fuerza constante del viento, protegidos con un cerco de madera. En ese lugar, yacen los restos del pionero Thomas Saunders, colono escocés que arribó el año 1883 y que encarna el espíritu pionero de la zona.

Saunders nació en Fifeshire, Escocia, el 11 de noviembre de 1858. A los 18 años de edad parte rumbo a las Islas Falklands, ahí aprende todo lo necesario en la crianza de ovinos y bovinos, información vital que aplicaría más tarde en Río Verde.

A los pocos meses de su arribo a la región, cuando recién había cumplido 25 años de edad, funda la Estancia Otway y utiliza todos sus conocimientos, generando y compartiendo innovaciones en la ganadería local.

La estancia de Thomas Saunders, “Otway”, junto con “Entrevientos”, de la familia Roux fueron los establecimientos ganaderos de mayor superficie en el continente y gozaron de un gran prestigio por la calidad de su ganado lanar.

Reconocido en la prensa por sus aportes, Thomas Saunders participa activamente en la vida social de la época y ayuda a fundar el Cuerpo de Bomberos y el Rotary Club, entre otras organizaciones de bien público.

Pronto a cumplir los 70 años padece una extraña enfermedad. Viaja a Londres con la esperanza de recibir una atención médica oportuna, pero no lo logra y fallece el 30 de junio de 1928.

En su testamento dejó escrito que quería descansar en las tierras australes, en el territorio donde baila el viento y las olas del mar de Otway parecen ovejas saltando en planicies azules.

Saunders fue embalsamado y enviado a Punta Arenas en el vapor Orita. Una vez en la ciudad austral recibió las honras fúnebres en la iglesia Saint James, con presencia de las autoridades locales, amigos y organizaciones de beneficencia.

El 21 de diciembre de 1928, finalmente sus restos fueron guiados por deudos, un batallón militar, escuadras de las distintas compañías de bomberos, y centenar de curiosos hasta el cementerio municipal de Punta Arenas. Desde ahí sólo los más cercanos lo acompañaron hasta la estancia donde fue sepultado.

Thomas Saunders inspira a la sangre pionera y su vida refleja el amor a la tierra, porque uno es de donde elige estar y no necesariamente del lugar en que le tocó nacer. Curiosamente su tumba no integra ningún circuito turístico y los cercos gastados, y el pasto largo, testimonian la poca importancia que tiene a veces el patrimonio a los ojos de la historia.

Su tumba solitaria es la puerta de entrada a la zona de Río Verde; aunque administrativa y territorialmente corresponde a Laguna Blanca, esto porque los límites comunales fueron establecidos recién el 28 de noviembre de 1980, por el Decreto Supremo 1407, el mismo que dio vida al municipio.

En Río Verde descansa parte de esa historia. Una comuna que se ubica a 95,5 kilómetros al norte de Punta Arenas, y que hoy no sólo es la devoción a la Virgen de Montserrat, leyendas monumentales o un paisaje que hipnotiza. Ahí está vivo el patrimonio social y cultural de un territorio productivo, la historia indígena y la ganadera, esta última presente en una arquitectura visual que sorprende al visitante, con 25 estancias en el continente y otras 32 en Isla Riesco. En total son 13.597 kilómetros cuadrados de superficie.

Para acceder a la comuna es necesario avanzar por la ruta 9 norte y a la altura del kilómetro 49, tomar el desvío de ripio que dirige hacia el seno Otway, la ruta Y50. En vehículo la travesía desde Punta Arenas dura cerca de una hora aproximadamente.

En el pasado, el viaje a caballo podía tardar 2 ó 3 días, con descanso en el sector de Cabeza de Mar, también era habitual para capear el mal clima una tregua en Río Pescado. No obstante, los escudriñadores de la historia coinciden en apuntar que Río Verde tiene vocación marítima. De ahí que bien podría definirse también como un “Maritorio”, una especie de carretera natural de canales que desde los tiempos ancestrales permiten conectar el territorio austral. Desde esa óptica, la zona tiene una incidencia gravitante en la proyección marítima y oceánica del país.

En la década del treinta, los barcos demoraban 24 horas aproximadamente en su viaje hasta Punta Arenas y cuando apareció por primera vez el vehículo, la travesía fácilmente podía durar tres horas.

El arduo trabajo de los colonos fue coronado con éxito. Pero a la vez despertó el interés de otros capitales. Al iniciarse el Siglo XX, llegaban a término las mayorías de las concesiones de arrendamiento, comenzó así una pugna entre los pioneros y quienes aspiraban a convertirse en estancieros.

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Ariqueños dan el último adiós al ‘Rambo’: Emotiva despedida tuvo José Miguel Dodds Laspiur
Bomberos de la Sexta Compañía se hicieron presentes con un carro bomba, con el que rindieron honores al entrañable hombre de traje militar.

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En una emotiva despedida ariqueños dijeron por última vez “adiós” al querido y entrañable José Miguel Dodds Laspiur, más conocido en la ciudad como el ‘Rambo’ de los hermanos Vadulli, quien falleció a los 54 años la mañana del pasado domingo 5 de marzo, causando gran consternación en la comunidad.

Hasta su domicilio ubicado en la Población Chile se acercó un gran número de personas, entre amigos y vecinos del pintoresco personaje, recordado por sus innumerables apariciones en cuanto desfile se desarrolló al pie del Morro.

Y cómo olvidarlo, si además de prepararse de etiqueta para rendir honores a la bandera, lo hacía acompañado de su fiel brigada canina, calando hondo en el corazón de quienes tuvieron la oportunidad de presenciar tal acto de devoción al símbolo patrio.

Si hasta Bomberos de la Sexta Compañía de Arica se hicieron presentes en el popular sector con un carro bomba, haciendo sentir sus sirenas con el fin de homenajear al camuflado fanático de las paradas militares.

Posteriormente, partió el cortejo fúnebre con dirección hacia el Cementerio de San Miguel de Azapa, donde finalmente fue sepultado, ante la triste mirada de sus -por qué no- seguidores locales.

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"Calamar": el perrito rescatado en Chaitén y que fue nombrado cabo segundo en la Armada

Un particular integrante posee el buque patrullero Micalvi de la Armada en la región de Los Lagos, una embarcación que opera normalmente entre Puerto Montt y la Isla Grande de Chiloé.

Se trata de “Calamar”, un perrito que fue rescatado en 2008 tras la erupción del volcán Chaitén cuando tan sólo era un cachorro. Marinos lo encontraron en Punta Chana, llevándolo consigo producto de la devastación que existía en la zona, dándole cobijo en el navío y transformándolo en parte del personal.

Según relató a Radio Bío Bío el capitán de corbeta y comandante del patrullero Micalvi, Mario Velenzuela Peña, el can “es un integrante más de la dotación de este buque”.

“Somos 28 hombres y un can y se ha acostumbrado a todas las tareas que realiza el buque. Es un fiel compañero para las guardias, tanto en puerto como en la mar”, sostuvo.

Junto con ello el comandante relata que la principal tarea de “Calamar” es “espantar a los lobos para que se pueda subir de forma segura la dotación a efectuar el mantenimiento correspondiente a las boyas”.

Y es que durante más de 6 años se ha desempeñado como un marino más en el patrullero, tomándose muy en serio su labor en la embarcación. Fue precisamente esta actitud la que le valió convertirse en la primera mascota de la zona con un grado en la Armada, siendo nombrado como cabo segundo.

Pero “Calamar” no es un can cualquiera, sino que posee una personalidad muy especial. Así lo describe el cabo segundo Manuel Lobos, quien comenzó a trabajar junto a él en el año 2015: “Yo me tuve que acercar a él porque él no se acerca a nadie. No le hace caso a nadie, a menos que se gane su amistad por el tema de la comida”, explica.

Actualmente es el que lleva más tiempo a bordo del buque Micalvi en relación a todo el personal que opera en él, experiencia que le ha hecho ganar el respeto y el cariño de todo aquel que lo conoce

video en el link


http://www.biobiochile.cl/noticias/...-fue-nombrado-cabo-segundo-en-la-armada.shtml
 

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"Fournier": El buque argentino que desapareció en Magallanes sin dejar sobrevivientes

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El continuo cruce de buques trasandinos hacia aguas nacionales para llegar a Ushuaia, habían provocado un enfriamiento en las relaciones entre Chile y Argentina allá por septiembre de 1949.

Por lo mismo, causó preocupación en la dotación del patrullero “Lautaro” cuando fueron recibidos en Punta Arenas por el mismísimo comandante en jefe de la III Zona Naval, luego de regresar tras aprovisionar los distintos faros chilenos de la región.

Junto a la autoridad naval, dos camiones con víveres y elementos de auxilio esperaban para ser embarcados, según el relato del entonces segundo comandante y oficial de operaciones del patrullero, Hugo Alsina Calderón.

Tras reunirse con el capitán en su camarote, el “Lautaro” zarpó en menos de una hora, para cumplir la misión que le había sido encomendada: colaborar con la búsqueda de una fragata argentina, “Fournier”, desaparecida mientras intentaba llegar a Ushuaia tras dejar Río Gallegos, el 21 de septiembre de 1949.

Durante esos días, el pronóstico del tiempo no había sido favorable, con vientos de 20 nudos, nevadas con una visibilidad de 2 a 4 kilómetros, con temperaturas bajo cero.

No se sabía la ruta que había seguido, como tampoco su última posición antes de desaparecer en territorio chileno, debido al hermetismo con que la Armada argentina estaba manejando el incidente.

Por lo mismo, el capitán y los oficiales del navío chileno se reunieron para evaluar las opciones, antes de comenzar la búsqueda por los intrincados canales magallánicos.

Se especulaba con dos opciones. Por un lado, que el barco hubiera seguido la ruta oceánica bordeando la isla grande de Tierra del Fuego hasta Ushuaia; pero también, existía la posibilidad de que los argentinos hubieran elegido viajar por el interior, ingresando a aguas chilenas, por el estrecho de Magallanes, siguiendo los canales Magdalena, Balleneros y Beagle, señala Alsina.

Al final, los marinos chilenos decidieron comenzar la búsqueda entre Punta Arenas y el faro Anxious, y que con el correr de los días se extendió por todo el estrecho, sumándose en total 8 navíos de ambos países.

Hasta que una noche, cuando se hacía una evaluación de las labores de búsqueda, el comandante argentino del buque “Spiro” comentó con sorpresa que habían visto a un poblador “despistado” en la caleta Zig-Zag que ondeaba una bandera al revés, con la estrella hacia abajo.

Alsina señala que de inmediato los chilenos saltaron a explicar que esa era una señal de auxilio, por lo que al otro día antes del amanecer, los buques partieron hacia ese punto.

Tras dar con el poblador, les relató que hacía 20 días había visto un bote a la deriva y que luego de alcanzarlo con su chalana, descubrió dos cuerpos congelados, los que trasladó a la playa para enterrarlo y evitar la acción de los animales.

“Era un hecho que no había sobrevivientes; que el Fournier había violado la soberanía chilena entrando sin permiso a sus aguas interiores, y que se había hundido totalmente en un punto cercano a Caleta Zig-Zag, en el llamado seno Magdalena”, cuenta el oficial Alsina.

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Sello 50º Aniversario del Naufragio del ARA “Fournier”

Luego del hallazgo, las autoridades de la III Zona Naval pidieron ayuda a la Fuerza Aérea de Chile, que dispuso de un caza A-24 para fotografiar el área en búsqueda de restos. En eso, los buques encontraron dos cadáveres más en el canal Gabriel, en perfecto estado de conservación, aunque con la piel ennegrecida por el frío.

Desde la base aérea, en tanto, informaron que el avión de la FACh había fotografiado lo que parecía ser una balsa a la deriva, pero sin poder precisar el lugar exacto.

Debido a la premura por encontrar sobrevivientes, el “Lautaro” navegó por el canal siguiendo la ruta de la aeronave hasta que se acabó la luz diurna. No obstante, se continuó con la búsqueda con un reflector hasta el punto donde debía estar la precaria embarcación.

“La noche estaba clara, había luna llena pero negros nubarrones la cubrían por momentos, dándole al escenario un macabro dramatismo. El teniente, a su regreso, muy emocionado, relató un hallazgo dantesco. A unos 20 metros de la playa, medio iluminada por la luz azuleja del proyector apareció ante sus ojos un cuadro terrible: una balsa con cinco cuerpos sentados en la borda, con los pies hacia adentro, abrazados y acurrucados unos contra otros. Todos llevaban capotes o gruesas ropas de abrigo. La piel de todos ellos estaba ennegrecida por efecto del intenso frío. Era evidente que murieron antes de llegar a la orilla; la causa: el frio”, añade Alsina.

Según este último, el traslado fue penoso. Tras ser llevados a bordo, se cubrió a los cadáveres con la bandera chilena en señal de respeto, excepto el comandante, quien fue envuelto con el único pabellón argentino que había a bordo.

Todos los cuerpos tenían sus uniformes intactos, con sus insignias que revelaban su rango, y con sus relojes detenidos a la misma hora, las 05:25, que se presume sería la del naufragio.

Finalmente, el 4 de octubre, la prensa argentina informó del naufragio en Punta Cono, accidente geográfico de la isla Dawson, con canales entre 450 y 530 metros de profundidad, 60 millas al sur de Punta Arenas, según detala el portal trasandino, Histamar.

“La investigación concluyó que el “Fournier” se había dado vuelta de campana por la banda de babor, golpeado por una sucesión de olas de gran tamaño, generadas por la fuerte tormenta del norweste, en el seno Magdalena, peligro conocido por los marinos chilenos que navegan esas aguas, pero ignorado por los infortunados argentinos”, relata el teniente Alsina.

De esta forma, los marinos que estaban de guardia se salvaron de hundirse hasta el fondo del océano, presumiblente tras saltar o caer al mar. Pero pese a conseguir escapar, habrían sobrevivido menos de dos horas antes de morir por la hipotermia.

Sólo se rescataron 9 cadáveres, además de restos de la carga y de la estructura del buque. Y si bien se especuló con presuntas pruebas nucleares en la Isla Hemul, dado el color ennegrecido de la piel de los cuerpos, esto fue desmentido de plano.

Las labores de rescate del “Lautaro” fueron reconocidas al otro lado de la cordillera, e incluso el propio presidente de la época, Juan Domingo Perón, invitó a la tripulación a Buenos Aires. Sin embargo, La Moneda rechazó la invitación.

No olvidemos que el “Fournier” sufrió el accidente en medio de una navegación no autorizada.

Pese a todo, los tripulantes, entre ellos el entonces teniente segundo Hugo Alsina, fueron condecorados por la Armada trasandina en la embajada argentina en Santiago. ¿Y el “Fournier”? Aún continúa sepultado en las profundidades de los tormentosos canales del extremo sur de Chile.

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Murió Margot Duhalde, la piloto chilena que combatió a los nazis
10:50 La reconocida aviadora falleció a los 97 años en Santiago. Había estado varios días hospitalizada.

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Durante la madrugada falleció la connotada aviadora nacional, Margot Duhalde, quien fuera la primera chilena piloto de guerra y quien ayudó a Francia a combatir y liberarse de los nazis en la Segunda Guerra Mundial.

La aviadora murió a los 97 años en Santiago luego de varios días hospitalizada.

Duhalde nació en 1920 en Río Bueno y según contó en varias entrevistas, siempre quiso volar. Por eso, a los 16 años se instaló en Santiago, donde varios instructores de vuelo se negaron a enseñarle. El francés César Copetta (el primer hombre en volar un avión en Chile), la apadrinó. Así, cuando el general Charles De Gaulle fundó en Inglaterra la Francia Libre, que llamó a franceses y descendientes a defender el país de los nazis, ella no dudó en acudir al llamado. Tenía 20 años y 50 horas de vuelo. Aún así, fue incluida en la Royal Air Force de Inglaterra en la división Air Transport Auxiliary junto a otras 600 mujeres.

Según la Revista Histórica de las Fuerzas Armadas de Francia, pilotó "más de 1,500 aviones británicos y estadounidenses de todo tipo, aviones de combate, bombardeos, aviones de transportes y de entrenamiento".




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Gran amiga de los Bomberos Doña Margot, voluntarios de la 4°CBS "Pompe France" la iban a ver al sur.
 

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"QUINTÍN QUINTANA Y LOS CHINOS DE CERRO AZÚL EN LURÍN"

En la última etapa de la Guerra del Pacífico, antes de entrar a Lima, el ejército expedicionario se encontró en su camino a una gran población de chinos en casas de ricos hacendados peruanos, sirviendo en calidad de esclavos. Este es un hecho indiscutible y de ello dan testimonio los historiadores de la época.
Estos hechos ocurrieron previo a las batallas de Chorrillos y Miraflores, específicamente durante la expedición Lynch por tierra hacia Lurín (finales de 1880/enero de 1881).
De esta gran cantidad de chinos destacó uno en especial: Quintín Quintana, quien no era esclavo, pero al igual que sus compatriotas se unió a la causa chilena por agradecimiento a la liberación de sus hermanos de las terribles condiciones en que se encontraban.
Muchas versiones hay de lo ocurrido con los chinos y su encuentro con la División Lynch y posteriores acciones, pero hoy lo aclararemos con el relato del teniente coronel Francisco Machuca, quien nos entrega una breve relación de los acontecimientos ocurridos en aquellas circunstancias:
"Quintín Quintana, chino afincado de Ica y comerciante con tiendas surtidas en Ica y Pisco, recibió a los chilenos con la gratitud que inspiran los libertadores de sus compatriotas, sumidos en la más cruel servidumbre en los cañaverales, y víctimas de un tratamiento cruel e inhumano. Quintana hospedó en su casa a los jefes chilenos, los agasajó, sirvió de guía a los destacamentos e hizo cristiano a sus hijos. El coronel Amunátegui sirvió de padrino a uno de ellos. Al evacuarse a Ica, no puede quedarse en la población; los nativos le habrían hecho pagar caro su chilenismo. Envía a bordo a su familia, y él a la cabeza de sus hermanos libertos, sigue a la División Lynch, prestándole importante servicios, en la conducción de bagajes, transporte de heridos, y provisión de agua, leña y verdura para el rancho de la brigada. Se internan centenares de kilómetros en los valles vecinos en busca de víveres; algunos no vuelven; unos chinos menos, y nada más. Durante el trayecto, se pliegan los esclavos de las haciendas de caña, riquísimas en aquella zona, de suerte que Lynch llega con unos 1.500 a Lurín, a donde acuden más compatriotas de las heredades vecinas.
Quintín implanta en sus subordinados la más estricta disciplina; divididos en centurias y decurias, obedecen militarmente a los decuriones y centuriones que a su vez siguen ciegamente a su general. El 10 de Enero en la tarde, les reúne en las ruinas del templo de Pachacamac Nuevo, cercano del campamento de Barboza, en número de unos 2.000.
Después de una peroración oída con religioso respeto, se procede a las complicadas ceremonias de juramento de fidelidad a Chile, en el altar de los sacrificios, en el cual se inmola un gallo, se bebe la sangre caliente aun y se presta el juramento, que es terrible y sólo se exige en circunstancias muy solemnes. El perjuro queda sujeto a la suerte del gallo, a que su sangre sea bebida por los concurrentes.
Con la mano derecha en alto, los chinos juran seguir a Quintín Quintana, servir al General en jefe, y obedecer ciegamente “si se ordena trabajar, trabajar si matar, matar; si incendiar, incendiar; si morir, morir”.
Terminada la ceremonia se dirigen en perfecta formación, en filas de a cuatro, a ratificar su promesa ante el General en jefe, que se presenta en los balcones a recibirlos.
Quintín se adelanta y dirige al señor General esta alocución:
“Mi General:
He vivido durante veinte años en el Perú; he conseguido por mi trabajo y acierto, los medios de vivir; los caballeros se han portado bien conmigo y mi familia; no tengo ningún odio personal; pero me lleva a sacrificar mi fortuna y hacer lo que hago, mi cariño por estos infelices cuyos sufrimientos no podría nadie imaginar.
Hay aquí hermanos que durante ocho años han estado cargados de cadenas sin ver el sol, y los demás han trabajado como esclavos. No quiero para ellos nada más que la comida y la seguridad de que no sean abandonados en esta tierra maldita; que el general los lleve donde quiera, que yo los mando a todos”.
El General les hace saber por su ayudante, teniente don Domingo Sarratea, que tendrán todo lo que desean. Los chinos reciben esta declaración con gritos de alborozo; luego forman en la plaza, dirigido por su Jefe Supremo, Quintín, un segundo, cuatro divisionarios, doce centuriones y veinte jefes de decurias.
Se procede en seguida al reparto del personal para los diversos servicios: 500 de los más jóvenes y resueltos pasan a los pontoneros del capitán Villarroel, destinados a hacer saltar las minas, bombas automáticas y cortar los hilos de las baterías eléctricas.
Esta sección saluda con entusiasmo al nuevo jefe, que les habla en su lengua nativa.
300 van a las ambulancias para ayudar al transporte de heridos en el campo de batalla.
900 al parque destinados a embalar municiones.
100 al bagaje para distribuir forraje y cuidar del ganado.
300 a la Intendencia General, para formar cargas para las mulas, transportar bultos, coser sacos y demás trabajos propios del movimiento interno de bodegas y almacenes.
El resto al mando de Quintana, disponibles, a las órdenes de las autoridades superiores.
Muchos pasan a ayudantes de los asistentes y aun de asistentes titulares de clases y soldados.
Y todos contentos y felices, con kepí y uniforme de brin, y botas de tropa, proporcionadas por la Intendencia."


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